Dos grupos parapoliciales, separados por más de cuarenta años y un mismo modus operandi, la quema de viviendas. En ese entonces en La Plata, hoy en el territorio mapuche. Aquello fue el preámbulo del Terrorismo de Estado, ahora el gobierno busca incorporar al ejército a la represión con el aval más que explícito de Pichetto.
En noviembre de 1974, un grupo de tareas de la Concentración Nacional Universitaria, capitaneado por Carlos Ernesto Castillo (a) El Indio e integrado por culatas civiles y cuatro policías bonaerenses sin uniforme, salen poco después de medianoche de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de La Plata y se dirigen hacia Berisso. Es la primera vez que los policías salen de noche con El Indio y lo hacen por orden de su jefe, el comisario Juan Carlos Masulli.
-¿A dónde vamos? -pregunta uno de los que viaja en el Falcon conducido por Castillo y que es su acompañante.
-Hasta Berisso. No te calentés, que esto es fácil, no pasa nada -responde El Indio.
Minutos después llegan a una villa y se detienen en una de las calles que está casi en los límites.
-Es ésa -dice Castillo señalando una casilla que tiene un cartel que anuncia: “Sala de primeros auxilios”.
-¿Qué hay que hacer? -pregunta uno de los policías.
-Hay que entrar y romperla toda. Y después la quemamos. ¡Vamos!
Los once hombres se despliegan. Mientras cuatro de ellos se quedan afuera, con armas largas, el resto entra a la casilla luego de derribar la puerta a patadas. Una vez adentro rompen las vitrinas, desparraman los medicamentos y revuelven todo. Después, uno de los civiles de la banda trae un bidón con nafta y rocía el interior. Durante unos minutos se quedan parados alrededor de los autos, viendo como arde la casilla de madera y cartón. Algunos vecinos se asoman, pero vuelven a metese en sus casillas, asustados por las armas. Durante el viaje de vuelta, sorprendido por lo que acaba de hacer, otro de los policías interroga a uno de los integrantes de la patota.
-¡Che, era una salita de primeros auxilios! ¿Por qué la quemamos?
-Porque es de los montos -es la respuesta.
La “operación” les ha llevado poco más de media hora y durante todo ese tiempo el grupo ha actuado con total tranquilidad. El primer móvil de bomberos demorará más de dos horas en llegar, cuando los propios vecinos ya han apagado el fuego. La policía llegará recién con las primeras luces del día. El oficial a cargo del turno noche de la comisaría de Berisso había recibido una orden precisa: pase lo que pase, no se acerquen a ese lugar.
Cuarenta y tres años después, poco antes de medianoche del miércoles pasado, un grupo de personas no identificadas ingresó a los terrenos de la Comunidad mapuche Villa del Río, lindera a la Pu Lof en Resistencia de Cushamen, de donde la Gendarmería se llevó a Santiago Maldonado el 1° de agosto. Había poco gente en Villa del Río, muchos de sus habitantes estaban en Esquel, donde esa mañana habían tomado pacíficamente el juzgado en protesta por el brutal allanamiento ordenado por el juez Guido Otranto dos días antes. El primer aviso de lo que estaba ocurriendo llegó por celular, en un mensaje de voz: “Este es un mensaje urgente. Soy Moira Millán, estoy denunciando que en este preciso instante están quemando las casas de los hermanos de Vuelta del Río que vinieron a hacer la ocupación pacífica para pedir que el juez Guido Otranto renuncie a su cargo”, decía. Y agregaba: “Son represalias por parte de un grupo de hombres armados que no sabemos si son policías o son parapoliciales”. Para iniciar el fuego, el grupo eligió la ruca (casa) del vocero de la comunidad, Rogelio del Río, quien encabezaba la toma del juzgado de Esquel. De ella sólo quedaron cenizas.
Los mapuches de Villa del Río y de la Pu Lof en Resistencia de Cushamen no tienen dudas sobre quiénes ingresaron a sus terrenos y provocaron el incendio. Dicen que se trata de un grupo armado conocido como las “guardias blancas”, con base operativa en las tierras de Luciano Benetton, que recibe órdenes directas del gerente Benetton, Ronald Mc Donnald. Casualmente el mismo hombre que el periodista Juan Alonso –uno de los que sigue más de cerca y con mejores fuentes lo que ocurre en Esquel – nombró en un twitter que decía: “vecinos de la comunidad Vuelta del Río denunciaron que el gerente de Benetton, Ronald Mc Donnald, amenazó a familias de Cushamen”.
Pocas horas después de la irrupción del grupo pirómano a la comunidad Villa del Río, el senador nacional por Río Negro, Miguel Ángel Pichetto, se despachó con declaraciones que pueden leerse a la luz del fuego de las casillas quemadas: “En la cordillera hay tufo a Sendero”, equiparando a la Resistencia Ancestral Mapuche (RAM) con la hoy inexistente organización guerrillera peruana Sendero Luminoso. Es “un grupo violento que está en tareas preinsurreccionales”, dijo de la RAM y remató: “hay mucho ‘protomontonerismo’ en la frontera”.
Las más de cuatro décadas que separan a estos dos hechos no impiden establecer paralelismos:
-Los dos ataques fueron realizados por grupos parapoliciales, ya sea integrados por policías o bien con una protección policial que incluso puede leerse desde la impunidad con que se perpetran los hechos;
-Sus “objetivos” pertenecían a grupos o comunidades a los que se pretende calificar desde el Estado como “enemigos internos” de la Nación: la Juventud Peronista – reducida a la denominación de “montos” – en el caso de la salita de primeros auxilios; comunidades que supuestamente apoyan el supuesto accionar del supuesto grupo protoguerrillero conocido como RAM, del cual no se tiene precisión alguna. “Montos” para el jefe de la patota; “protomontonerismo”, para el senador Pichetto.
En sus declaraciones de ayer, el senador del PJ rionegrino fue incluso más allá y abrió las puertas para la intervención de las Fuerzas Armadas que, a pesar de estar prohibida por la Constitución, es una aspiración confesada a medias por el gobierno nacional. “En el mundo hay dos lugares vacíos: Siberia y la Patagonia; en Siberia está el ejército ruso”, dijo.
En las palabras de Pichetto puede encontrarse un tercer paralelismo: el reclamo de la participación de las Fuerzas Armadas en la represión interna, habilitada por los decretos de “aniquilamiento de la subversión” por el gobierno peronista en 1975, y buscada hoy por el macrismo como instrumento futuro para el aplastamiento de las protestas sociales.
La invención de un enemigo interno que justifique la violencia estatal está nuevamente en marcha en la Argentina. La sociedad argentina debería saber, por experiencia, como se llama el final de esta historia: Terrorismo de Estado.