Algunos hijos e hijas de genocidas que se unieron al colectivo “Historias desobedientes y con faltas de ortografía” decidieron brindar información sobre el accionar de sus padres. Al asumirse como hijos de represores, utilizan su herencia para hacer algo constructivo.
A Bibiana Reibaldi le encanta bailar. Todos los sábados a la tarde va a clases de Folklore y hasta hace poco hacía teatro. Actuar le gustaba porque “le ampliaba la vida”. “Podés ser otros -comenta-. Pasar a vivir en otros lugares e historias. Va más allá de vos”. Su libro favorito es El Quijote, de Miguel de Cervantes de Saavedra. Lo leyó a los 16 años. “El que luchaba contra los molinos de viento”, se ríe. Un personaje idealista y justiciero en el cual ella se sintió identificada. En una semana lo terminó de leer. Le apasionó. Lo que no le gusta a Bibiana son los uniformados, les tiene fobia. ”Cuando yo era chiquita iba a ver a mi viejo que estaba de guardia. No lo reconocía, le tenía miedo”.
Su padre era Julio Reibaldi, un genocida que operó en el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército, en Viamonte y Callao, durante la dictadura. Falleció en 2002. Era cardíaco. Ella recuerda un episodio cuando lo acompañó al Hospital Militar durante aquellos años. Se encontraron con una pareja amiga y le preguntaron al mayor Reibaldi qué estaba haciendo en ese momento. “Cazo subversivos”, contestó. Ella sentía cómo un rayo le partía en dos el cerebro. “Yo no podía decir que mi padre era militar. Decía que era retirado, me moría de vergüenza”, comenta Bibiana. “Ahora lo puedo decir pero siento un gran dolor. Es muy difícil cuando vos querés a tu papá poder tramitar estas cuestiones. Ahí es cuando la ética tiene que obligarte a posicionarte en un lugar”. Y ella lo hizo. Es una de los integrantes del colectivo “Historias Desobedientes y con faltas de Ortografía”, una agrupación compuesta por hijos e hijas de genocidas que acompaña los reclamos de Memoria, Verdad y Justicia.
La irrupción del grupo se produjo luego del escandaloso 2×1. La nota de Anfibia sobre Mariana Dopazo, hija de Etchecolatz, y las declaraciones de Erika Lederer, la hija de Ricardo Lederer -segundo jefe de la maternidad clandestina del Hospital Campo de Mayo-, en Facebook generaron la movilización de muchos hijos de militares que repudian el accionar de sus padres y que convergieron en esa agrupación. “Ya a partir de la nota de Mariana, después del 2×1, empiezan a escribir muchos hijos en las redes y los fuimos llamando para reunirnos”, dice Analía Kalinec que está acompañada por Liliana Furió. Ambas, igual que Bibiana, son hijas de represores. Analía es hija de Eduardo Emilio Kalinec. O Doctor K, su alias, un ex agente de la Policía Federal que participó en los centros clandestinos de Atlético, Banco y el Olimpo. Liliana es hija de Paulino Furió, ex jefe de Inteligencia II que operó en Mendoza.
Analía es maestra y psicóloga. Trabaja en la escuela con chicos de primer ciclo y eso la maravilla. Le gusta contarles cuentos. Historias que van por afuera de los cánones preestablecidos, donde los protagonistas son siempre niños que rompen los mandatos o súper héroes desobedientes. “De ahí el nombre del grupo”, aclara. “Cuando hice crisis con esta historia de mi papá, después de haber estado negada por varios años, empecé a escribir todo lo que me pasaba; la escritura como medida terapéutica superando este complejo de ‘la falta de ortografía’, ese prejuicio que se tiene al no saber de escribir y al querer hacer todo perfecto. Por eso el nombre ´Historias Desobedientes y con faltas de Ortografía´”.
Un viaje sólo de ida: la verdad
“Es un camino doloroso y lleno de contradicciones”, insiste Analía Kalinec. “Suena como una obviedad pero yo no dudaba de lo que mi viejo me decía. Yo creía en él”. Ella se enteró de la participación de Emilio Kalinec con la dictadura a los 25 años, en 2006, cuando se reabrieron los juicios de lesa humanidad. La llamaron por teléfono diciéndole que su padre estaba preso. “Se van a decir muchas mentiras”, recuerda Analía que le dijo después de la detención. Fue cuando ella empezó a buscar la causa que tomó un camino sin regreso. “El tema acá es resolverlo siendo leal a uno mismo. No me sentía cómoda avalando sus crímenes o haciendo de cuenta de que no pasó nada. Tenía que tomar una posición con respecto a eso, y una vez que me decidí, fui para adelante. No hubo vuelta atrás. Me peleé con todos los de mi familia. Me dijeron ´andate´”.
La situación de Liliana Furió es parecida a la de Analía. Cuando Paulino Furió fue llevado a juicio por los crímenes cometidos en Mendoza, ella empezó a leer las investigaciones, las declaraciones de los ex detenidos y de los familiares que buscaban a sus hijos. Fue un punto de quiebre. “Siempre uno se inclina a rescatar a la heroína y al héroe en el caso de tus padres, más allá de los problemas intrafamiliares. De cinco hermanos, la única que se había cagado a las trompadas había sido yo para ponerle un freno a su violencia machista. Sin embargo, más allá de las críticas, lo rescataba. Al saber la verdad fue inevitable sentir un dolor y una decepción tremenda. Eso es un antes y un después”.
La que entendía lo que sucedía era Bibiana Reibaldi. Sabía que desaparecía gente y hubo una persona que a ella le cambió la vida. A principios de 1977, Bibiana trabajaba en la obra social del correo. Conoció a su jefa, Isabel, un mes después del secuestro de su marido. Se lo llevaron de su casa a los golpes delante de sus hijos. “Yo la acompañé mucho a Isabel en ese peregrinar cruel y espantoso. Fue una ignominia inconmensurable de hacer girar a la gente de acá para allá dándole una esperanza mentirosa. ´¿Te imaginás si Rubén está en Europa y yo acá pasando todo lo que estoy pasando?´, me preguntaba . Le contestaba que mi papá era militar y que le iba preguntar. Cuando lo hice a los pocos días me empezó a hablar de la guerra sucia. De que seguramente estaba muerto, de que en todas las guerras mueren inocentes. Ahí estuve mucho tiempo sin verlo. Ellos sin saberlo marcaron un cambio definitivo en mi vida. No fui nunca más la misma. Mi inocencia cambió para siempre. No podía hacerme la pelotuda para nada”.
¿Por qué ahora?
Para Bibiana el 2×1 fue espantoso. “Fue una mezcla de muchas cosas”, dice. “Es terror y espanto mezclado con impotencia. Por eso fue bueno encontrarnos. Nosotros nos miramos y sabemos lo que sentimos”. Después de las distintas notas periodísticas de las hijas de los genocidas ella se contactó por Facebook con el grupo. El 3 de junio se reunió por primera vez en la marcha por el Ni Una Menos. Fue la primera vez que se movilizaron, estrenando la bandera de Historias Desobedientes.
Liliana Furió también participó de la movilización. Le encanta hacer documentales y por eso ahora está trabajando en uno sobre la agrupación. Es cineasta. Cree que la conformación del colectivo se dio recientemente porque no pudo ser en otro momento. “Todas y todos los que formamos parte de esto y que repudiamos a los genocidas, teníamos un trabajo y una consciencia política. Una militancia de distintos tipos. No es que con el 2×1 nos iluminamos. Antes había una administración política que acompañaba los juicios de Memoria Verdad y Justicia, y eso dejó de suceder. Hubo un hecho de avasallamiento concreto con el 2×1 que les estalló en la cara. Todos los hijos que pensábamos que estábamos solos; que no teníamos ni idea de que éramos tantos repudiando, nos encontramos en las redes sociales gracias a querer poner un manto de olvido, de perdón y de impunidad. Qué patada en los huevos”, afirma Liliana.
Analía Kalinec agrega: “No estamos de acuerdo con lo que hicieron nuestros padres. Los repudiamos. Queremos que hablen, que digan cosas, porque sabemos que saben. Y sino hablan, todo lo que podamos decir vamos a decirlo en todos los lugares. Tenemos una posición ética y política cuando reconocemos que somos hijos e hijas de represores. Porque nosotros entendemos que acá hubo un genocidio, que hubo un plan sistemático. Un estado que arremetió contra la población. En ese lugar nos paramos e interpelamos a nuestros padres”.
“Me parece que justamente la emergencia de este grupo es una voz con mucha potencia en el momento político actual en que el gobierno intentar implantar una política negacionista”, dice Fabiana Rousseaux, psicoanalista y coordinadora de Territorios Clínicos de la Memoria. “Que emerjan desde las entrañas mismas de los genocidas estas voces diciendo ´sí, son genocidas´ para mí es de una potencia radical porque, como sucede en esta sociedad y en otras, en muchísimas oportunidades por alguna razón se cree en los victimarios y no en las victimas”.
Ni víctimas ni victimarios
Un apellido. Una historia. Analía Kalinec comenta que tienen herencias forzadas. “Esto es lo que nos llegó como hijos de nuestros padres. Además del apellido, la historia. Nosotros hacemos carne de que este concepto de heredar también es transformar. Estas historias horribles que nos vienen de herencia las modificamos y queremos hacer algo distinto”.
Según Bibiana Reibaldi ella siempre se impuso una condena: la vergüenza de ser hija de un genocida. “Tuve que ir transformando esa historia pesada y dolorosa en algo constructivo, más saludable y que no me paralizara tanto, sobre todo para hablar. Fui la primera que me impuse una condena, la que sentía que no había hecho suficiente para que declarara, la que tendría que haber peleado más”.
“El gran desafío para ellos es desmarcarse del legado de sus padres mortíferos y salir del campo de los victimarios donde quizás socialmente hayan estado ubicados todos estos años por ser los descendientes de los genocidas”, aclara la psicoanalista Fabiana Rousseaux. “No es pasando al campo de las víctimas de sus padres en donde ellos van en contra de ese lugar, sino sosteniéndose en un lugar tercero que no es ni de víctimas, ni de victimarios, sino la descendencia de los represores que rompen con su legado. Los hijos de los desaparecidos como de los militares no son víctimas de lo mismo. Estos hijos son víctimas de sus padres y de la indignidad de los actos públicos que el accionar de ellos produjeron dentro de sus vidas. Pero no son víctimas de delitos de lesa humanidad, ni de violación de derechos humanos, ni de lo que el estado produjo sobre el cuerpo de los desaparecidos”.
Proyecto de ley
Pablo Verna es hijo de Julio Verna, un represor que participó en los vuelos de la muerte. Inyectaba a sus víctimas que iban a ser arrojadas al mar. Es el único dato que sabe sobre la complicidad de su padre en la dictadura y no existe otro testimonio que pueda evidenciar su accionar. Sin embargo, los artículos del Código Procesal Penal, el 178 y el 242, prohíben que un hijo denuncie a su padre. Por eso el martes 7 de noviembre se presentó un proyecto de ley en el Congreso para la modificación de dichos artículos. “La prioridad es esta iniciativa”, comenta Liliana Furió, la hija del represor de Mendoza. “Tiene un peso simbólico pero además tiene un peso judicial muy importante para la construcción de la memoria y para que se pueda hacer justicia”.
“Ahora queremos no solamente conseguir lo del proyecto de ley, sino que sea sancionado y promulgado en el Congreso”, comenta Bibiana Reibaldi. La agrupación Historias Desobedientes se está juntando con los distintos bloques para tener apoyo. El último fue el del Frente de Unidad Ciudadana. “Nosotros creemos que la propia sociedad tiene que acompañar esto”.