Todo surgió de una novela de Margaret Atwood en la que se habla del lugar de las criadas como cuerpos que producen cuerpos para otros. Un lugar como el que se imaginó Michetti cuando habló de que las mujeres violadas dieran a sus bebés en adopción Un grupo decidió vestirse de criadas para exigir la libertad de decidir sobre su cuerpo.
Los pasos de tu compañera son tus guías, porque hay que mirar para abajo, porque hay que ir en aparente sumisión y en silencio, porque en el gesto de mirada al piso debe cocinarse la rebeldía. Los pasos de tu compañera son tus guías, entonces avanzás hasta el Congreso, en fila perfecta, mientras la gente mira, y grita o cuchichea. Adentro de la cofia sólo llegan sonidos, sonidos que se amplifican. Avanzar, avanzar, avanzar. No se siente el frío, el alrededor desaparece. Avanzar, seguir a tu compañera, hasta que llegue el momento de gritar “Aborto legal, ya” y sacar el pañuelo verde, complementario, irónicamente, de ese rojo que eligió Margaret Atwood cuando escribió su novela El cuento de la criada para vestir así a las mujeres en edad fértil que servían de eso, de criadero, al servicio de las castas altas, las clases en el poder, que quedaron secas de toda fecundidad, dispuestas a toda costa a formar una prole, tomando el cuerpo de eso que llaman criadas e instaurando un sistema nuevo que bajó universidades, libertades, independencias. Esa novela hoy es bandera alrededor del mundo y acá inspiró a esta performance, esta acción única en Argentina, pero que se hermana con otras que se han hecho alrededor del mundo. Las criadas son bandera de lo que no se va a tolerar.
Hace unos días la escritora canadiense dijo: “Fuerce partos si quiere, Argentina, pero llame a lo forzado por lo que es: esclavitud”. Fueron declaraciones en Uno de Santa Fe a propósito de la abierta oposición a la legalización del aborto de la vicepresidenta Gabriela Michetti que días antes había dicho al diario La Nación, refiriéndose a casos de embarazo por violación: “Entiendo el drama que significa, pero hay tantos dramas en la vida que uno no puede solucionar que no me parece que porque exista ese drama, digamos que a uno se le terminó la vida. O sea, podés dar en adopción el bebé y no te pasa nada”.
¿Qué fue todo eso de este martes en el Congreso en el arranque del debate en Senadores por la Legalización del Aborto? ¿Qué hacían esas cuarenta mujeres caminando en fila, vestidas de negro, enfundadas en una capa roja y una cofia blanca? Fue una acción gestada por periodistas argentinas que, sin selfies y con la fuerza de los cuerpos en bloque, pidió por la aprobación de la ley, mientras de la calle algunos les gritaban: “¡Asesinas!” y “¡Que vuelvan los militares!” al tiempo que la periodista Miriam Lewin leía partes del prólogo de la novela: “En el mundo real de nuestros días, algunos grupos religiosos lideran movimientos que procuran la protección de grupos vulnerables, entre los que se encuentran las mujeres. De modo que el libro no está en contra de la religión. Está en contra del uso de la religión como fachada para la tiranía: son cosas bien distintas”. Ese mismo día circuló en las redes el video de un, digamos, desfile: un ejército de niñas a paso militar marchando por las calles de Santiago del Estero con pañuelos celestes en el cuello, obedeciendo a la directiva de colegios religiosos.
La novela de Atwood, escrita en 1984, imagina un golpe abrupto, un cambio del status quo. Ella la terminó en Berlín Occidental, en una ciudad rodeada entonces por el Muro. “El orden establecido puede desvanecerse de la noche a la mañana. Los cambios pueden ser rápidos como el rayo. No se podía confiar en la frase: «Esto aquí no puede pasar.» En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”, escribe la autora. Miremos un caso bien extremo: en Irán, fotos de las mujeres antes y después de la revolución. Miremos la película animada Persépolis. Inspiradas en Atwood, en su novela, en su militancia, en sus palabras filosas que acompañan, las criadas poco a poco se propagan por el mundo: aparecen en Texas, Estados Unidos, para protestar contra el debate de una nueva ley que busca prohibir técnicas quirúrgicas para interrumpir el embarazo durante el segundo trimestre; aparecen en Washington, a fines de junio, para repudiar el proyecto de una reforma sanitaria que busca cancelar fondos de las clínicas de planificación federal que atienden a los sectores que más lo necesitan y que tiene, como consecuencia, vulneración de los derechos femeninos; aparecen en Costa Rica, para seguir al candidato Francisco Alvarado, de públicos dichos fundamentalistas y conservadores, para protestar así por lo que entienden una amenaza contra las libertadas. Tanto creció allí el movimiento que hasta hay patrones para hacer el traje que se pueden descargar de Internet. Aparecen, en silencio, y se van. El silencio es piedrazo que saben apuntar con contundencia.
¿Qué significaron estas criadas paradas de espaldas al Congreso con sus pañuelos verdes en la mano? Una acción, una descarga, un guante que se recoge luego de que otras en otras partes lo hayan tirado, un diálogo con una novela que treinta y cuatro años después revive y se resignifica y se transforma en escudo, un grano de arena para sumar a eso que tantas otras vienen armando desde hace tantos años. Atwood decía, sí, “En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar”. Esta acción desde el silencio es un modo más de reafirmar que quizá puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar pero acá algunas cosas seguro que ya no pasarán.
Los pasos de la compañera guían. Ese fue el norte de las criadas del martes frente al congreso. Es un buen norte. Sigamos.