Para quienes no vivieron bajo el Proceso, la dictadura fue una nebulosa que el tiempo fue haciendo cada vez más clara. De lo que fue el silencio de ayer a los actos en los que los pibes aprenden a afirmar que nunca más el terrorismo de Estado, un camino por el cual la memoria parece asegurada.(Dibujo de Antonio Berni, 1980).

Dicen “Memoria”. Dicen “Verdad”. Dicen “Justicia”. Llevan cartelitos en las manos. Hay risitas nerviosas por estar al frente. Las voces, tímidas, se pierden en el gran patio techado en el que se reunieron todos, chicos, madres, padres, maestros. El acto es por el Día de la Memoria. El profesor a cargo del micrófono empieza a hablar: cuenta que esta es una escuela de inmigrantes. Aquí se juntan chicos de todos los países, y en todos esos lugares también pasó lo que pasó acá. Las dictaduras tuvieron lugar en toda América Latina. Explica todo, la represión, el plan de exterminio, el plan económico que se buscaba aplicar. El sonido es ese de todos los actos escolares, al borde del acople, pero no importa. Finaliza diciendo: “Treinta mil detenidos desaparecidos…”

El ¡Presentes! reverbera en el espacio y es dicho por todos los chicos, que sentados en el piso escucharon lo que dijo. Entre ellos, está mi hijo, que va a segundo grado ¿Cuánto entiende de todo ello? Bastante. Lo suficiente. Lo que pueda. Pero ahí está el acto, las palabras, la memoria. Lo que hablamos en casa. Lo que ve cuando vamos a la Marcha, aunque sea un rato. Él sabe lo que pasó en 1976. Sabe, también, que tenemos que tener memoria.

¿Y yo? ¿Cuándo lo supe yo?

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Nebulosa.

Sólo puedo manotear ráfagas confusas de diálogos deshilachados.  Me crié en un pueblo de dos mil habitantes a cincuenta kilómetros de Bahía Blanca. Hice la primaria en un público. La secundaria, en uno católico que elegí porque ahí iban mis amigas. Nací en 1979, en dictadura. Empecé la primaria en 1986, apenas tres años después de que volviera la democracia. Cuando empecé la secundaria, en 1993, habían pasado 17 años del golpe. El mismo tiempo que nos separa del 2001, que se ve ahí, tan cerca.

Flash 1: La de cívica le dice al de quinto año que no se haga el pavo, que años atrás la gente si se llegaba a poner esa remera la pasaba mal. Ahí estaba él haciendo alguna de esas cosas que hacen los chicos cancheritos en la secundaria. El flaco llevaba la remera del Che.

Flash 2: otra profesora, en cuarto año, cuenta, no sé por qué, que una vez, cuando estudiaba en Bahía Blanca y vivía en una pensión, vio cómo entraban los militares para revisar todo, y que como no encontraron nada -¿qué era “nada”?-, se fueron sin más.

¿Eso sólo?

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No es fácil. No hay un momento. Mucho menos hubo una explicación clara. El capítulo de Zamba sobre la dictadura explica mucho más de lo que yo hubiera podido decir cuando tenía  17 años. Es algo que me apena. Aunque … ¿cómo haberlo podido saber todo?  No existía internet, no teníamos cable. La radio que mejor agarraba era la LU2, que pertenecía al grupo de La Nueva Provincia, diario que hasta el día de hoy hace editoriales defendiendo a esos “honorables patriotas que combatieron el peligro rojo”. Si la escuela no enseñaba, si la familia no contaba, estábamos en la niebla. Había verde, libertad, parsimonia, había paseos al dique y tardes de verano en la plaza. Había todo eso, y el mundo, por fuera de esa frontera, parecía algo por lo que todavía no teníamos que preocuparnos.

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¿Cuándo te enteraste?, le pregunto a mi hermana, seis años menor.  “En séptimo”, me responde. Más o menos, en 1997

Les mando la misma pregunta a varios amigos de allá: “La de Cívica siempre hablaba. Otra no recuerdo”. “Algo había en los manuales; una foto de Videla”. “En la secundaria, por arriba. De la primaria, olvídate”.

Pero los manuales sólo se abrían hasta la primera presidencia de Perón.  Luego, un salpicadito rápido que llegaba hasta el que era el presidente en ese momento:  Menem.

Todos tomamos cabal dimensión de lo que significó el golpe, del horror que trajo, cuando nos fuimos a estudiar a la universidad.

Le pregunto a Carla, que también se crió allá pero es unos años más chica. Me cuenta que supo algo porque su mamá le contó que dejó de estudiar letras en Bahía una vez que fue registrada por los milicos. Que se asustó mucho y abandonó. Volvió al pueblo. Carla después fue a La Plata a estudiar y allá, como nos pasó a quienes también fuimos para seguir la universidad, la cosa cambió: las marchas, los textos, los carteles, los murales en memoria de los desaparecidos.

Le pregunto a Karina, que tiene mi misma edad pero fue al secundario público de allá. Ella me dice que una vez, en cuarto año, le pidieron hacer un trabajo sobre Malvinas y fue a la biblioteca y se puso a leer y ahí se enteró de algo. Otra vez, leyó el Nunca Más.  Y estaban las canciones, claro, los músicos censurados. Otra vez, en Bahía, en un mural de desaparecidos bahienses, leyó y le sonó un apellido: Metz ¿Era de su parentela? La madre entonces le contó que sí, que era un familiar. Recién hacía una década su madre se había enterado de lo que había pasado con él.

Raúl Metz estaba casado con Graciela y tenían una hija, Adriana. Graciela estaba embarazada. Raúl y ella están desaparecidos y el bebé nació en cautiverio, en La Escuelita, el centro clandestino de detención que funcionó en Bahía Blanca.

Foto: Seba Miquel

¡Cierto! El cine. Vi La noche de los lápices. Vi Tanguito. Ahí se retrataba una época. También mi mamá habló de La historia oficial, pero porque era la película del Oscar. También recuerdo Malvinas.

La certeza: esa tarde de verano del 98. Me metí en la carpa que mi hermana había armado en el patio para pasar la noche con sus amigas. Llevé el libro que me habían pedido para el curso de ingreso a la Facultad de Periodismo, en La Plata. Ahí leí la solapa: Rodolfo Walsh nació en Choele-Choel (Río Negro) en 1927. Y, en el párrafo final, “Desde el 25 de marzo de 1977 su nombre integra la lista de desparecidos durante la dictadura militar”. Esa es mi certeza. Antes era una nebulosa que estaba ahí, alrededor. Pero ese día en el que abrí ese libro puedo marcarlo. Hablo de Operación Masacre  y el prólogo de Osvaldo Bayer que pone en contexto la historia, hilvana, habla del “golpismo como profesión”.  Ahí se abrió un mundo. Ahí sí empezó a estar todo claro. O al menos desde la distancia puedo poner en ese instante el resaltador.   Ahí volvieron a flotar esos dichos: “vinieron los militares, revisaron, y se fueron”, como linternas que apuntan a la cara y se van ¿se van?

***

La memoria es un músculo que necesita ejercicio, pero ahora, con los años, es un músculo entrenado, uno que ojalá haga honor a su nombre y no vuelva al estado blandengue que alguna vez mostró.

En fin… las certezas de aquellos años nos llegaron a muchos, a quienes no sufrimos el latigazo directo de aquellos tiempos, a través de los libros, del cine, de las canciones, que una vez más, nos salvan la vida.

Hoy, en el acto de la escuela de mi hijo dijeron “Nunca más”, dijeron “Juicio y Castigo”, dijeron “Memoria verdad y justicia”. Luego cerraron con  esta canción de María Elena Walsh.

En el país de no me acuerdo,

 doy tres pasitos y me pierdo;

 un pasito para allí,

 no recuerdo si lo di,

 un pasito para atrás,

¡Ay qué miedo que me da!

En el país de no me acuerdo,

doy tres pasitos y me pierdo;

un pasito para atrás,

y no doy ninguno más,

porque ya… ya me olvidé,

donde puse el otro pié.

En el pais del no me acuerdo

Doy tres pasitos y me pierdo…