Madres y Abuelas que a veces caminan como pueden pero que saben, como supieron siempre, dónde hay que estar. Chicos que andan aprendiendo el oficio de pelear por causas justas. Humo, alguna broma, esperanzas y bronca en el aire. Pero nadie se da por vencido.
Otro año, otro 24. Y cómo pasan los años, pienso.
Y veo a esas cinco ancianas en silla de ruedas, encabezando la marcha. Y otras, como ellas, que van de a pie pero con idéntico peso y paso del tiempo encima. Hace unos días Norita cumplió 89, como Estela. Hebe tiene 91.
La memoria, la verdad y la justicia, todas mujeres. Y en la Plaza camino buscando quienes serán las madres de nuestros nietos, preguntándome a quiénes tendrán ellos como nosotros tenemos a ellas. ¿Serán acaso paridas por una nueva Dictadura o se harán de tierno acero por esas otras dictaduras en minúscula, la de la desigualdad, el hambre y la injusticia?
Cruzo, signo de época, puestos de ventas de pañuelos blancos con la frase “Nunca más” al lado de los verdes. Hay empanadas veganas y bondiola a las finas hierbas. Hay remeras de todo tipo y color, pero una me llama la atención, como si hubiese adivinado el rumbo de mi texto: “En la Argentina, Madre hay una sola”.
Ahí viene Luciana, tiene 8 años y reparte un volante con título “Patria sí, Colonia no; Corriente 17 de agosto”. Me tiento en la humorada sobre de qué color era el caballo blanco de San Martín. Pero esta piba no es el pibe que yo era, y se nota. “¿Te imaginás viniendo a la Plaza dentro de 50 años?”, pregunto. Ella no tiene idea de lo que son 50 años, claro. “Yo quiero que la gente tenga trabajo”, responde. Anoto a Luciana.
“Las siento mis abuelas, cuidan a todos”, me comenta Luna, un poco lejos del escenario, a punto de cumplir 11. Me dice que “aprendí que son muy fuertes y luchadoras”. Va a seguir viniendo a la Plaza “a pedir comida para los más pobres”. “¿Y vas a tener que venir?”, le digo. “Si hay un gobierno de los ricos que se olvida de los pobres, sí”, me avisa. Anoto a Luna.
Ana y Violeta tienen 17. Dan ganas, como la otra Violeta, de volver a estos 17. Sobre todo si uno ve a las dos chicas, en medio de una nutridísima columna, cantar, bailar, reír, militar y otras celebraciones infinitivas. “Tuvimos un gobierno que nos enseñó a luchar por nuestros derechos”, arranca Ana. “Les pibes están politizados; incluso los que no están en partidos o agrupaciones se meten en la lucha feminista, en un centro de estudiantes, en la causa ambiental o el veganismo”, describe Violeta. Explica Ana que la lucha no se terminará, que “esto es cíclico, ya vendrá otro gobierno neoliberal”. Violeta me hace escuchar por Whatsapp las canciones que les compañeres prepararon para el domingo. Y las dos se ríen con esa broma que circula por Instagram sobre un chico que “está re bueno pero tiene cara de no marchar el 24”. Las redes son ese espacio donde también hay que dar pelea si se quiere ganar, me confían a dúo. Anoto a Ana y Violeta.
Toda la Avenida de Mayo está cubierta con carteles que preparó La Garganta Poderosa. El que más me gusta es el que tiene de un lado viejas portadas de la revista Gente (“Estamos ganando”), Somos (“Un país que cambió” con la foto de Videla) y Clarín (“Total Normalidad”, un día después del golpe). Del otro lado, primeras planas recientes con loas al Fondo Monetario y la política económica. “Nunca cambiaron, nunca Cambiemos”, aparece como moraleja.
Virginia es periodista, pasó hace mucho –pero tampoco tanto- los 40. Recorrió varias redacciones y hoy se mantiene con colaboraciones de paga atemporal y casi siempre indigna. “¿Cómo sigue esto?”, le digo. “Hay que llegar a octubre como sea”, contesta. Yo quería saber de mucho más adelante. “No estarían mal algunos ajusticiamientos”, interviene –con sorna y no- una compañera. Pero Virginia la interrumpe sin preocuparse por las formas. “Como ellos, jamás; es como el golpeador que te castiga y te dice que vos lo obligaste a hacerlo”, explica. Y habla de las mujeres que están por leer el documento de cierre del acto y agrega: “Como ellas, así tenemos que hacerlo, con compromiso y sin venganza”. Anoto a Virginia.
Me parece que es la marcha más concurrida de las que pueda recordar. Qué lindo sería que hubiera una todos los meses: es que nos juntamos, nos reconocemos, nos encontramos con algunos que hace mucho no vemos pero que no nos llama la atención que estén allí. Es como sacar la cabeza del agua y respirar bien hondo. O mejor: es abrazarnos para que no nos cueste tanto flotar. Qué pésima noticia para los constructores de naufragios.
La Plaza no es una isla y es tierra firme. Hija de las mujeres de pañuelo, esa multitud es un mar de hermanos. ¿Qué hay en el horizonte? Una Patria sin sueños huérfanos.
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