Una nueva nota de la serie de la investigadora Carola Ochoa sobre los rugbiers víctimas del terrorismo de Estado. Hoy recordamos a Ricardo Aníbal Corelli Bernier, jugador de SOMISA Rugby Club, secuestrado el 5 de setiembre de 1976 en San Nicolás, su ciudad natal. Tenía 30 años.

Ricardo Corelli nació el 30 de agosto de1946, lo recibió Santiago que había nacido el año anterior.  Sus padres, María Luisa Bernier y Gualtiero Corelli, disfrutaban su familia sin sospechar que diez años más tarde llegaría una niña, Marisa.

La madre de Ricardo, María Luisa, era la segunda de cuatro hijas mujeres. Su papá, Pedro Bernier, fabricaba vinos en una quinta nicoleña. Las cuatro hermanas se instalaban en la casa de su abuela que vivía en la ciudad y todas ellas se recibieron de maestras en la Escuela Normal de San Nicolás.

Gualtiero, el padre de Ricardo, nació en Italia en 1909, tenía una hermana mayor.  Su padre luchó en la primera guerra. Cuando regresó a su casa, subieron a un barco que los trajo Argentina. Se instalaron en Conesa, un pueblo que pertenece al partido de San Nicolás. El abuelo paterno de Ricardo, Juan, era albañil y le enseñó el oficio a su hijo Gualtiero.

Marisa Corelli relata la niñez de su hermano sindicalista y evoca con emoción:

“Cuando mi mamá recordaba la infancia de Ricardo, contaba que le encantaban los libros de cuentos. Ella tenía que evitar una esquina donde había una librería porque era inevitable que él insistiera en que le comprara uno. Antes de acostarse, le pedía que le leyera una historia que mi mamá se negaba, porque tenía un final triste y terminaba llorando. La condición para leerla nuevamente era que él no se pusiera mal, siempre lo prometía, aunque nunca lo conseguía. A la hora de poner un límite, el NO era inútil, necesitaba argumentos”.

Ricardo hizo la primaria en la Escuela Sarmiento y terminó sus estudios secundarios en el Colegio Industrial en 1966.

“Es difícil saber que se recuerda, si lo que fue vivido o el relato que se hizo y se rehízo – sigue Marisa -. Sin embargo, hay instantes que quedaron en mi memoria: La participación de mi mamá, junto a otras en el club de madres del secundario de mis hermanos. Fui testigo de un sin fin de actividades que organizaban para juntar plata para la escuela. Guardo las fotos de las carrozas que se presentaban cada fiesta de la primavera por las principales calles de la ciudad y las fotografías de la excursión a los altos hornos Zapla, los recortes de diario de dicho viaje de estudios por el noroeste de nuestro país ¡Tantos momentos! Compartir una tarde en los parques de diversiones que llegaban a la ciudad, participar de las fiestas de carnaval, todos los primos con la pirotecnia de fin de año, el cine…se me llenan los ojos de Paraíso viviente en el Gran Rex”.

Su militancia

En 1965 entró a trabajar en Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina (SOMISA), empresa siderúrgica estatal argentina creada en 1947 tras la aprobación del Plan Siderúrgico Nacional, impulsado por el general de división Manuel Savio. La planta recién se inauguró en 1960 durante el gobierno de Arturo Frondizi. En 1991 fue privatizada y pasó a formar parte del grupo Techint.

Ricardo también militó en la agrupación Felipe Vallese y en el momento de su desaparición era delegado de la UOM.

Durante varios años jugó al rugby en el club SOMISA, las fotos muestran muchachos muy serios y cruzados de brazos, entre serios o enojados con los resultados, ya que los recortes de diarios le son adversos. Ricardo también tuvo un período de Entrenador del equipo.

En 1967 hizo la colimba y comenzó la Facultad de Ingeniería en la Universidad Tecnológica Nacional, y allí apareció la militancia, donde se soñaba con la construcción de una sociedad más justa.

En 1973 se hace responsable de los cursos de capacitación obrera desde la facultad. Eran cursos de soldadura, electricidad y plomería domiciliaria, que por un convenio con la municipalidad tenían validez oficial. Llegó a 4° año de la carrera Ingeniería.

También durante ese año se desempeñó como Interventor en el Instituto de Menores Juan Bautista Alberdi y esa responsabilidad se transformó en un torbellino de reuniones, de encuentros, de ideas y de trabajo exhaustivo.

“1975 fue el año del Villazo, a Ricardo lo vienen a buscar a casa de madrugada y pasa unos días en la cárcel. De allí salió un Ricardo sereno, convencido, con proyecto, con entusiasmo, con un Citroën inolvidable, tan parecido al auto de los Picapiedras, que cuando abrías la puerta…¡se salía de la bisagra!”, relata Marisa.

Su secuestro

Marisa vivió los trágicos años en que Ricardo corría peligro. “Los setenta nos tenían como partícipes de un mundo que podía ser mejor. Mi hermano Ricardo trabajaba en Somisa, era delegado y participaba en la agrupación Felipe Vallese. Estaba enfrentado a los dirigentes del momento”, dice.

Y agrega:

“Mi casa era centro de reuniones. Mi mamá y yo vimos desfilar muchas caras que luego pasaron a formar parte de pancartas pidiendo su aparición. Fuimos testigos de su alegría y nos contagiaron el entusiasmo de la lucha por los ideales. Transcurría marzo de 1975 y mi mamá se tenía que hacer una intervención quirúrgica y debía estar internada unos días. Quizá para protegerlo, quizá por intuición materna, puso en una bolsa panfletos, revistas, diarios, papeles, papelitos, desparramados por toda la casa delatando tendencia, y los escondió. Esa noche me despertaron con un caño en la cabeza y me dijeron: “Vestite”. Ya lo habían levantado a mi papá y a mi hermano”.

“Ricardo estaba sentado en la cama esposado con las manos en la espalda. Recuerdo que encendí un cigarrillo y se lo puse en la boca. Mi papá y yo pasamos la noche en la brigada de investigaciones; cuando volvimos mi hermano no estaba. En el sindicato me dijeron que lo habían trasladado a la cárcel de la ciudad. Cuando salió ya nunca más durmió en casa”.

“Los militares volvieron en marzo de 1976 pero no lo encontraron, y mi hermano abandonó la ciudad”.

“El 5 de septiembre nos encontramos en casa de un familiar, en el campo, sin sospechar que sería la última vez que estaríamos todos juntos”

“Encontramos seis testimonios de personas que lo vieron hasta los últimos días del año 1976 en la ciudad de Santa Fe”, agrega Marisa.

Años más tarde, durante el interrogatorio a un compañero de militancia de Ricardo, uno de los torturadores le dice:

– A Corelli lo agarramos acá, está en San Pedro.

San Pedro es un campo militar que está en Santa Fe cerca de Laguna Paiva. Se denunciaron al menos 29 enterramientos en dicho campo. Se encontraron 10 restos, se identificaron 8.

Negacionismo sindical

En marzo de 1998, Marisa, la hermana de Ricardo, leyó un artículo en un diario sobre aquellos años. Se trataba de una entrevista a un dirigente gremial. El entrevistado era el mismo que su hermano Ricardo le había contado se enfrentaba con él verbalmente en las asambleas. En ese diario ese mismo dirigente se despachaba diciendo que en SOMISA no hubieron desaparecidos.

“Fue leerlo y sentir que lo estaban haciendo desaparecer una vez más… Pensé: ‘Ellos pueden pararse donde quieran… pero no voy a permitir que te quiten tu identidad..’. Tomé lápiz y papel y comencé a escribir para que sacaran en el diario mi respuesta”.

A un delegado desaparecido

¿Qué esconden los que niegan tu historia? ¿Cuántos años trabajaste en SOMISA? ¿Diez? No recuerdo con precisión, sólo sé que fueron muchos.

“También recuerdo tus sueños por una sociedad más justa, tu lucha como delegado, enfrentándote públicamente a otros dirigentes que aún están en la palestra. Ellos dicen: “Ricardo Corelli sólo trabajó en Somisa hasta tres días después del 24 de marzo de 1976 (es decir hasta el 28 de marzo). En los registros de la CONADEP figura como fecha de desaparición septiembre de 1976, es por ello que no se lo considera desaparecido mientras desempeñaba funciones en la empresa siderúrgica.

¡Qué siniestro! ¿Es que estos dirigentes no saben qué pasó en tu casa el 24 de marzo?

¿Cómo pueden acusarte de no estar en el preciso lugar en el que una horda asesina estaba agazapada esperándote?

Trabajaste en SOMISA, te sensibilizaste con la problemática cotidiana. Tu posición como delegado fue del lado de los desprotegidos. Tu dignidad fue un ejemplo, pero una cuestión de calendario hace que ellos no valoren tu acción. Al negarte, te nombran, y tu nombre alcanza para saber de qué hablamos.

Tu hermana que aún sigue buscándote.

Recuerdos de un amigo

Miguel Ángel Fernández lo recuerda así:

A Ricardo algunos compañeros de militancia le decían “Vaca”, “La Chancha” o “El Gordo”. Conocí a su madre, varias veces fuimos a su casa a realizar tareas políticas de prensa y propaganda.

Salíamos con su Citroën ya que Ricardo era uno de los pocos compañeros que tenía un auto y el gordo siempre lo ponía para las actividades del frente sindical donde él estaba integrado. Yo militaba en el frente territorial. Tenía una gran sonrisa”.

Era un compañero muy querido, respetado y muy comprometido en la lucha. Yo lo conocí en la campaña “Cámpora al gobierno, Perón al poder.

Luego asumió su compromiso estudiantil en la UTN.

Antes de que pasara a la clandestinidad, Ricardo cayó detenido. Mi preocupación era si lo habían torturado y se lo hice saber. Él respondió con su característica sonrisa que no, por lo que no nunca volví a preguntarle sobre el tema.

Cada tanto lo acompañaba a su casa y su madre nos recibía con una taza grande de leche o algo caliente. En esa época escuchábamos mucho folklore gracias a las peñas que hacíamos en los barrios. Recuerdo una anécdota divertida. Yo fumaba cigarrillos rubios de la marca “Colorados” y al quedarme sin uno sólo le pedí uno a Ricardo. Lo prendí y del asco lo tiré. Eran “Particulares 30”, horribles, con los que casi me morí tosiendo. Ricardo se enojó muchísimo al ver qué tiré el pucho que me había dado.

– ¡Nunca más vuelvas a pedirme uno! – me dijo.

Lo apreciaba tanto al gordo que a la semana siguiente me compré los “Particulares 30” pensando que si Ricardo podía fumarlos yo no me iba a quedar atrás. Le convidé al gordo uno y desde entonces fumé esos cigarrillos por muchos años.

El gordo llamaba la atención de las compañeras. Recuerdo a una chica preciosa que vivía en Villa Pulmón, lugar donde yo vivía y militaba. Allí la compañera me pidió llevarle una carta de amor a Ricardo, a lo que accedí contento por mí amigo. Le entregué la carta al gordo y él se puso muy serio, me dijo que ella sólo tenía 19 años y sus padres eran compañeros de militancia y que cuando la viera le dijera que era imposible esa relación. Traté de disuadirlo, pero no hubo caso. Cuando la compañera me escuchó la contestación de Ricardo sólo dijo:

– Qué pena, es un compañero muy atractivo”

Cuando salí de la cárcel, en 1982, volví a Villa Pulmón y me encontré con los padres de la chica. A ella no la volví a ver nunca más.

Memoria por Ricardo

Su legajo, el N° 3485, fue reparado en el marco del Decreto  1199/2012 del Poder Ejecutivo Nacional, atento lo dispuesto por la resolución conjunta 381/2014 y 1322/2014 de la Secretaría de Gabinete y Coordinación Administrativa y Secretaría de Derechos Humanos de la Nación de fecha 15 de agosto de 2014.

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