Una nueva nota de la serie de la investigadora Carola Ochoa sobre los rugbiers víctimas del terrorismo de Estado. Hoy recordamos a Diego Eugenio Merzbacher Schorr, rugbier de Los Sauces Rugby Club. Militante universitario de la Federación Estudiantil Revolucionaria de Bases Antiimperialista (FERBA), JUP y de Montoneros en Tucumán. Fue asesinado el 24 de septiembre de 1975.
Diego Eugenio Merzbacher Schorr nació el 9 de septiembre de 1949 en Capital Federal. Sus padres fueron Paula Carolina Blanca Schorr, ama de casa, y Juan Mario Luis Merzbacher, reconocido médico cirujano. Los Merzbacher tenían una preciosa casa en Florida en la que vivían junto a su numerosa familia.
Diego – a quien todos apodaban “El Alemán” – era un muchacho de una fortaleza física muy importante. Jugaba normalmente de 6 o 7, es decir de “ala”. Era rubio de ojos celestes penetrantes y pelo enrulado, revelando su ascendencia alemana. Jugó en Sauces Rugby Club, pero pronto debió dejar de practicarlo. Fue operado del corazón por lo que tenía una gran cicatríz extendida en su tórax y espalda.
El recuerdo de un amigo
Su compañero Juan Carlos Villalba evoca la importancia de Diego en su vida universitaria:
“Diego Eugenio Merzbacher, el Alemán, era un muchacho que había llegado de Buenos Aires, casado sólo por iglesia con María Floren cia Vásquez (la Guagua), una muchacha que todavía no lograba salir del secundario a pesar de tener en ese momento 19 años, mientras Diego se había recibido con honores de Técnico Mecánico, egresado del colegio Otto Krause de Buenos Aires, por lo que evidenciaba la dedicación y disciplina que aportaba a todo lo intelectual.
“Vino a Tucumán seguir sus estudios de Ingeniería Mecánica en la Facultad Regional de la UTN y había iniciado la Facultad un año antes que el resto del grupo.
“Diego trabajaba en una empresa metalúrgica, Java, propiedad de unos parientes suyos de apellido Bleckwedel. Su esposa no estaba conforme con lo que le pagaban sus parientes, pero Diego se caracterizaba por tener una gran voluntad de trabajo y estudio. Trabajaba incansablemente en el horario de 6 a 16. O sea que llegaba a su casa, se cambiaba y se iba a la Facultad, cuyo horario se iniciaba a las 19, hasta a veces las 23. Esos horarios de trabajo y de Facultad no le impedían poner su inventiva al servicio de la militancia, haciendo honor a una gran preparación técnica, nos inventaba máquinas para mejorar las pegatinas, entre otras ocurrencias.
“Otra de las singulares características de la persona Diego era su infinita capacidad de asimilar el dolor de los demás, alejado totalmente de cualquier sentimiento de competencia malsana, egoísmo… También de aceptar el consejo o los puntos de vista de sus semejantes, con gran humildad, casi como pidiendo permiso, quizás por su origen en una clase media acomodada de Buenos Aires, y que se veía a sí mismo con necesidad de comprender el motivo de las protestas y luchas de los sectores pobres de nuestras provincias, compartiendo esas vivencias con charlas, mates y tortillitas, que era lo que permitían nuestros presupuestos personales.
“A quienes lo conocimos, no sólo en la Facultad, sino seguro sus compañeros de trabajo en la fábrica, como los habitantes de los barrios a los que solía asistir en plena militancia, a mis familiares en la Ciudad de La Banda, Santiago del Estero y a los que logramos sobrevivir a la embestida de las bestias civiles y militares de la dictadura, nunca se nos borrará de la memoria ese rostro franco, esa sonrisa cómplice llena de inocente ternura hacia los demás. Un hermano, en toda la dimensión que pueda tener esa palabra”.
El amor después del amor
Por la inesperada y repentina decisión de su esposa de terminar con la relación, ya que se había enamorado de otro compañero, Diego quedó muy dolido y sin fuerzas.
Sus amigos y compañeros trataron de contenerlo, acompañándolo en cada momento. Entre ellos estaba Lidia, una joven tucumana, estudiante de Literatura, quien se convirtió en su gran compañera y mejor amiga.
Diego y Lidia compartían salidas, reuniones con familiares de su novia, quienes lo apreciaron muchísimo, especialmente los padres de ella. Así, poco a poco Diego recuperó la alegría y esperanza para cumplir todos sus sueños, ya fuera en su vida personal y en su compromiso militante.
“Nunca olvidaré sus ojos bellísimos. Cuando miro el cielo recuerdo su mirada celeste, fue el ser humano mas precioso que conocí. Su compañerismo fue muy importante para mí”, cuenta Lidia.
“Recuerdo el día que lo invité a pasar el Año Nuevo de 1974 en casa de una amiga. El ya estaba cuidándose de las represalias por su militancia en la UTN. En la tarde de ese 31 de diciembre llegó Diego y nos abrazamos fuerte. Disfrutamos de la cena pero a la madrugada decidió irse. Fue la última vez que lo vi”, agrega.
“Posteriormente, me enteré por mi madre que Diego fue a buscarme a mi casa cuando yo no estaba. Ella lo vio muy decaído y físicamente abatido. Él le dijo que quería verme porque necesitaba un lugar seguro donde quedarse. Mi madre le dió algo de ropa limpia y dinero para que pague una pensión. Fue muy doloroso para ella porque no podía ofrecerle quedarse por el riesgo que eso significaba para toda mi familia.
“A fines de 1975 me enteré de que Juan Carlos Villalba, su compañero de militancia exiliado en México, había visto el nombre de Diego en el Diario La Opinión donde relataba su trágico desenlace en Santiago del Estero, donde había sido asesinado y sus restos quemados. A la vuelta de Juan Carlos a Argentina nos abrazamos recordando el dolor producido por tan triste noticia.
“Muchos años después, Jorge, el hermano menor de Diego, se contactó conmigo para reconstruir los últimos momentos de él. Su familia sufrió mucho”.
La FERBA, espacio militante de Diego
Para comprender dónde militó Diego, su compañero Juan Carlos Villalba explica la formación de la organización universitaria F.E.R.B.A.:
“Llegué a San Miguel de Tucumán a principios de 1971, con las ilusiones de retornar en años posteriores a Santiago del Estero con el título de Ingeniero Electrónico de la Universidad Tecnológica Nacional. Con ese objetivo, me instalé en una pensión ubicada frente a la facultad, en calle Rivadavia, casi esquina Monteagudo. Allí conocí a otros jóvenes provenientes de distintas provincias del norte argentino, y por similitud de facultad, me acerqué a un grupo de 3 chaqueños, todos ellos de escuelas técnicas, que querían completar su capacitación y egresar como ingenieros.
“De estos tres chaqueños, me hice muy amigo de Otto Straka, un muchacho muy jovial, de porte atlético y de muy fácil sonrisa. Contaba sus historias, muchas de ellas aventuras amorosas y que parecían tener bastante veracidad, pues el relator tenía muy buena “pinta” y era notorio que atraía las miradas femeninas. Otto hacía buen uso de sus atributos de “rubio alto y con ojos verdes”, además de simpático y canchero, que como dije hacían creíbles las historias que nos contaba. Este pelo lacio y muy claro, era lo que apenas 4 años más tarde iba a tener que disimular con un teñido oscuro a fin de poder escapar a la persecución de las fuerzas represivas que se desataron a partir de 1974.
“Otto a fines del ’71 se puso de novio con una chica que vivía frente a la Facultad. Su nombre: Ana María. Era ligeramente unos años menor, estaba terminando la secundaria y se enamoraron hasta el final de sus vidas, que fue cuando ambos cayeron en manos de los asesinos de la dictadura.
“Con Otto y otros compañeros, teníamos la necesidad de auto abastecernos para cursar la carrera, aunque él contaba con una mínima ayuda proveniente de su familia en Tres Isletas, Chaco. Estas carencias nos hermanaron aún más y comenzamos una suerte de militancia política en la Facultad, tratando de que el Comedor de la Tecnológica nos reparara al menos el costo del almuerzo diario, excepto el del día domingo, que corría por parte de la suerte que tuviéramos de que alguien nos invite a su casa o al Comedor “Mi Abuela” de la UNT y que algunos amigos que volvían los fines de semana a sus provincias, nos facilitaban los bonos para asistir en su lugar a este comedor universitario. Este tipo de solidaridad que se daba entre los estudiantes de distintas facultades y en general entre la juventud era un rasgo que la dictadura consideraría como el peor enemigo en su lucha contra nosotros”.
“A partir del estudio en nuestra carrera, del trabajo en el Centro de Estudiantes y en el Comedor Universitario, fuimos forjando un compañerismo que desembocaría en la común adhesión al peronismo, que hasta ese momento no estaba expresado en ninguna agrupación estudiantil, ya que allí sólo convivían la AURUT de orientación PC y el MAP de la 4ª Internacional (Partido Trotskista), nosotros en ese primer año recién estábamos conociendo el ambiente estudiantil. La cosa cambió en 1972, comenzamos a mostrar nuestra identidad peronista, y así llegamos a conectarnos con otros peronistas como Javier Centurión (vicepresidente del Centro de Estudiantes), con Humberto Rava, supimos que también era peronista la profesora Ingeniera María Isabel Giménez, etc. y otros pertenecientes a la comunidad tecnológica que por estar en plena dictadura de Lanusse, no tenían militancia política.
“En poco tiempo, Otto, el más entrador de los dos, se contactó con el PJ y empezó a visitar sobre todo al Dr. Dardo Molina en el local que el PJ había abierto por Rivadavia, a un par de cuadras de la Facultad. Al poco tiempo se inició el Operativo Retorno de Perón al país, y si bien no viajamos para su primera llegada en noviembre de 1972, si nos plegamos a la propagandización de sus actividades, la formación del FRECILINA y finalmente la del FREJULI con Héctor Cámpora como delegado personal del general Perón. Estos contactos con el PJ y con compañeros de otras facultades hicieron que capitaneados por Javier Centurión, su novia Amelia Plaza, Humberto Rava, Néstor Vázquez Núñez, Juana Amaya, Mario Ordóñez, María Ordóñez, Diego Eugenio Merzbacher, María Eva Villalba (mi querida hermana menor), Otto Straka y quien escribe este relato, una tarde de reunión concretáramos lo que veníamos anunciando en una campaña incógnita (frases del General, de Evita y de John William Cooke), la creación del Frente Estudiantil de Bases Antiimperialista (FERBA) que se convertiría en la piedra fundamental para la organización de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) Regional Vª”.
“En 1973, con la llegada del gobierno democrático, tres de nuestro grupo ocupamos importantes cargos oficiales: Diego Eugenio Marzbacher como Director de Obras Públicas en la Municipalidad de Concepción, Otto Straka como asesor en la Municipalidad de Tucumán y yo como prosecretario del Honorable Concejo Deliberante de San Miguel de Tucumán.
El desenlace
“A partir de la muerte de Perón, el advenimiento de la Triple A y sus agentes infiltrados en nuestra Facultad dieron inicio a la tarea de persecución de los militantes y el desmantelamiento de los postulados de la Universidad Obrera Nacional. Atrás quedaron los días en que en los laboratorios de la Facultad se preparaban a los alumnos para su contacto con la realidad de las industrias que se estaban desarrollando en las provincias. Cayeron convenios, los que estaban prontos a firmarse fueron definitivamente dejados de lado y así también se hizo con las vidas humanas”, relata Juan Carlos Villalba.
“Alrededor de octubre o noviembre de 1976, ya en el exilio en México, con mucho pesar leímos que el querido Diego Eugenio Merzbacher había sido asesinado en Santiago del Estero y su cuerpo quemado fue arrojado a una cuneta en aquella ciudad. Que a Otto Straka y a Ana María Fernández los habían secuestrado en Salta, ella posiblemente embarazada, y que nunca se pudo saber bien los detalles de su apresamiento y el destino que sufrieron. Néstor Vásquez Núñez fue secuestrado en la Ciudad de San Miguel de Tucumán junto a su padre y nunca se volvió a saber de ellos”.
Mario Ordóñez también fue secuestrado y desaparecido y la placa que llevaba su nombre y la de otros compañeros termeños destruida en el lugar en que estaba colocada en la Plaza de Termas de Río Hondo, a la altura del actual Casino”.
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