La cultura patriarcal empieza a resquebrajarse y ese es mérito de las mujeres que vienen luchando desde hace más de un siglo por la igualdad y contra la violencia de género. Cada vez son más los hombres que entienden ese mensaje y que una sociedad marcada por la igualdad hace que todos seamos mejores.
Verano. Domingo 14 horas. En mi barrio, no nos andábamos con vueltas: ¿le sacaste la ropa? ¿Le chupaste las tetas? De esa manera, en nuestra adolescencia, vivíamos el acercamiento al cuerpo de una persona del otro sexo. No existían, la “conexión”, la “piel”, el “sentimiento”, y mucho menos “el amor”. Por eso el “hicimos el amor” era reemplazado por el “me la cogí”.
¿Por qué empezar de manera tan grosera una reflexión sobre el Día Internacional de la Mujer, el imparable movimiento del feminismo y el papel que estamos obligados a jugar los hombres dentro de ese movimiento? Pues para demostrar de dónde venimos, culturalmente, muchos hombres que hoy queremos acompañar este impresionante movimiento de las mujeres.
Emocionan en todo sentido. Y no es algo dicho para congraciarme con mis muchas amigas, sino porque realmente es así. El movimiento feminista tiene una enorme capacidad de lucha, de movilización y de creatividad. A ello hay que sumarle otros hermosos valores como la solidaridad y el acompañamiento con aquella que sufre.
¿Qué debo hacer como hombre este 8 de marzo? Acompañar. Desde hace años vengo dando una pelea solitaria en mi entorno social acerca de que no hay nada más machista regalar flores y bombones que el 8 de marzo. Se los digo a los hombres y no me entienden. Por suerte, cada vez son menos esos especímenes que no comprenden qué se conmemora el 8 de marzo.
Como tampoco lo entendían las mujeres. Y así es que, aunque sea en esa fecha, recuerdo lo que pasó con aquellas obreras textiles que murieron quemadas en 1908 en Nueva York, cuando llevaban a cabo una huelga.
Paradójicamente, uno de los reclamos era por igualdad salarial. En estos días, 110 años después, la igualdad salarial entre mujeres y hombres sigue siendo una consigna a cumplir.
El camino que nos espera a los hombres es arduo, pero hermoso. Es acomodarnos a estos nuevos tiempos, abandonar prejuicios y viejos hábitos y animarnos, también, a no ser espectadores ni testigos pasivos de la violencia de género.
Somos, muchos de nosotros, reacios a “invadir la intimidad” de una familia que “pelea”, cuando lo que escuchamos o vemos, en realidad, es un hombre que degrada, humilla y maltrata a su mujer y/o a sus hijos. La violencia doméstica no es “privada”. Es un problema social.
No podemos escudarnos en la teoría del “acto privado” para desentendernos de un suicida que busca darse muerte. Del mismo modo, no podemos ser indiferentes con la violencia de género.
Por algo se empieza. Y creo que es por nosotros mismos. Los hombres estamos obligados a dejar atrás aquella cultura, sus resabios, sus chistes machistas, los “piropos” en la calle, Debemos cambiar nosotros, acompañar este enorme y ejemplar movimiento de mujeres y ponernos a la par. Los hombres debemos ser un motor más de este cambio. Nosotros somos ellas. Si no lo entendemos así, más tardaremos y más sufriremos como sociedad.