Una marcha bajo la lluvia en la que hubo que repetir consignas que se aplicaban a hechos ocurridos en otros tiempos. La inevitable sensación de haber vivido eso que vuelve a suceder. (Fotos: Alejandro Amdan)
Rumbo a la plaza, otra vez. Llevo el documento como garantía de vaya a saberse qué cosa.
Me pregunto con cuántas personas del vagón del Sarmiento comparto destino. Los miro, les adivino ideologías, motivaciones. Soy pesimista.
Voy escuchando a Fito y me río: ¿se imaginaba todo esto cuando anunció su asco? Seguro que sí pero no tanto.
Voy sola, esta vez. Allá me encuentro con parte de la banda que se fue formando este año. ¿A cuántas marchas fuimos ya? Ni una menos, 24 de marzo, despidos, cierre de paritarias, 2×1 a genocidas.
No tengo ganas de fotos hoy. Otras veces, detrás de la bronca, había algo de alivio, de reencuentro, de abrazo. Hoy no, hoy hay hartazgo. Cada marcha anterior sentíamos el límite, hasta acá, ¿qué puede haber peor? Y siempre hubo algo más. Pero lo de hoy es grave, sentimos que no puede haber más allá de esto porque detrás de esta línea no hay marco legal. Eso ya lo vivimos.
Antes de salir me vendé la rodilla con varias capas de gasa. Me tira la herida, producto de la segunda caída de este mes. Me duele. Me vengo cayendo, ya no es seguro el suelo donde piso. Ya no es seguro llevar el documento.
Llego a la zona de encuentro pero falta una hora para que llegue la banda marchera. Me meto en un café. En la tele, TN. No me quedo. Me vine hasta acá con la rodilla hecha pelota, voy a seguir una línea de coherencia.
Trato de pensar que este ritmo en la calle no es el habitual, que toda esa gente que camina está yendo a la plaza. En otro bar donde sí me tomo el café, hay personas que conversan como si nada. Por la vereda veo pasar a otros con bolsas de compras. Pienso en la indiferencia y me respondo esa pregunta que insiste: ¿cómo fue que sucedió el horror, aquí y en otras partes del mundo?
De repente, por Belgrano aparece una columna de jóvenes portando carteles con la imagen de Santiago. Me reconcilio con la humanidad.
En la plaza me siento acompañada. Se lee el documento firmado por los organismos de derechos humanos convocantes. Hablan Buscarita Roa, Lita Boitano, Horacio Verbitsky y Taty Almeida. Hablan el hermano y la cuñada de Santiago Maldonado. Cierra Nora Cortiñas.
De pronto, como un flashback, un dejá vu, una reminiscencia demasiado palpable, resuenan palabras, palmas, voces que se alzan y repiten: “ahora, ahora, resulta indispensable, aparición con vida y castigo a los culpables”, “vivo se lo llevaron, vivo lo queremos”.
Me pregunto qué sentirán las Abuelas, las Madres, los Hijos, los familiares de desaparecidos que, acompañando a la familia de Santiago, convocaron a esta marcha, repitiendo los mismos cánticos, las mismas consignas del pasado. En qué momento ocurrió esto.
Veo incredulidad, tristeza en los ojos de la gente que me rodea. Somos menos que en la marcha del 2×1, es cierto, pero no hay banderas ni columnas. Somos individuos, ciudadanos como es Santiago, reclamando por derechos y garantías de un pueblo. Unos reclamando por otros, como en una rueda que gira sobre sí misma. No puedo creer que el jueves, la rueda alrededor de la pirámide de Mayo haya girado por un ciudadano más.
No puedo creer estar en la plaza, escuchando estas voces reclamando por lo mismo que hace cuarenta años.
Confieso que esta tarde, en esta plaza, esperaba más rabia. Espero equivocarme y que la furia se traduzca en el sostén del reclamo: Aparición con vida de Santiago Maldonado. Castigo a los culpables.
Vuelvo en el Sarmiento. Ya es de noche y por la ventanilla, Liniers es un fantasma de tablones provisorios: de la estación anterior quedan escombros. Las obras del ferrocarril están detenidas hace meses. La reconstrucción es una promesa más.
Fito sigue sonando en mis auriculares: “en esta puta ciudad”. Me prendo a su furia.