El clima en la Plaza fue de cautela. La desaparición de Maldonado pretende ser convertida en un campo de batalla por aquellos que levantan las banderas de la “no politización”. No faltaron los provocadores disfrazados de anarquistas, pero está claro que el camino de la justicia pasa por otros rumbos,

La última vez que se subió a ese escenario, Sergio Maldonado todavía hablaba en presente de su hermano. Fue hace apenas un mes, el 1 de octubre, y Santiago estaba desaparecido desde el 1 de agosto, cuando Gendarmería armó un operativo represivo sobre la comunidad de Cushamen. Ahora Sergio ya tiene una certeza: su hermano está muerto y mantiene una pregunta: ¿Qué pasó con él? Con la voz quebrada y el temple intacto, pese a las calumnias y las campañas en contra de todo este tiempo a sus espaldas, una vez más tomó el micrófono frente a miles, pidió justicia y advirtió: “No cuenten conmigo para sembrar odio y divisiones en la sociedad”. Fueron cuatro marchas desde agosto. El resultado final de la autopsia se conocerá en estos días. Ayer, la familia Maldonado advirtió: “Quieren cerrar el caso”. “En su memoria – leyó Sergio – una vez más reclamamos saber lo que le pasó y quiénes son los responsables de su muerte, de entorpecer, de encubrir y desviar la investigación sobre su desaparición y muerte”.

La marcha avanzaba con un espíritu similar al que tenían arriba del escenario Sergio Maldonado y las organizaciones de Derechos Humanos: el de la pregunta en primer plano y la prudencia de soslayo, como si se caminara arriba de  cristales frágiles, de un hielo a punto de quebrarse. Todas las versiones malintencionadas y las operaciones de las últimas semanas demuestran que cualquier cautela es poca. En el camino, sobre Avenida de Mayo, una chica le contaba a otra lo que había leído en el Facebook de una de sus amigas: la carta de una  muchacha que pedía que no politizaran más todo esto, que “pobrecito Santiago se había tropezado con una rama” y había caído al agua, que lo dejaran en paz, que dejaran la política de lado. Era un posteo que había sido compartido unas ochenta mil veces. Es un discurso que circula cerca: un amigo de la primaria, la madre de un compañero de tu hijo en la escuela, un tío en una reunión, ese primo al que querés  ¿cuántos repiten que lo mató el río y se quedan con eso? ¿Cuántos repitieron antes que era un hippie que se las había tomado? No son enemigos acérrimos del otro lado de la reja. Son parte de la vida cotidiana. Personas que están mucho más acá de los seis grados de separación. Nos rodea una nube de relatos. Más allá de los carteles, de las pintadas en las paredes que ya se borran, del cuerpo muerto de Santiago que todavía es examinado, y de ese altar que resiste en la morgue judicial, más allá del encuentro en  las plazas y el grito “Santiago Maldonado Presente”, estamos rodeados de otros relatos que cuentan otra cosa, y van en contracorriente y que se encarnan en esos que tenemos cerca ¿Cómo surfear con esos cruces?

 

En una vereda, por ejemplo, una mujer caminaba en sentido contrario a la Plaza de Mayo con la mirada hacia abajo y las manos hacia arriba que sostenían un papel que decía: “Yo fui secuestrada y nadie me buscó” ¿Qué lleva a alguien a agarrar una hoja arrugada y con letra algo temblorosa a escribir eso para enfrentar a quienes van a pedir justicia por un chico que desapareció durante la represión de Gendarmería y luego apareció muerto? ¿A qué le dicen politizar? ¿Acaso cuestiones políticas explícitas sí justificarían una desaparición, una muerte? Todo el día en Twitter circuló el hashtag #yonovoy para pelearle a esta marcha. Al cruzar la 9 de Julio ya la calle estaba cortada y avanzaban multitudes. A las seis, una columna de banderas negras con el signo de Anarquía gritaba “Justicia por Santiago”. Eran unas treinta personas encapuchadas y vestidas de negro. Muchos pasaban frente a ellos imponiendo una cierta distancia, susurrando, tratando de imponer un muro invisible ¿Miedo? ¿Prudencia? ¿Prejuicio? Más tarde, algunas personas echaron a un flaco que quería escribir algo con pintura sobre el Cabildo. Es que había una sensación que flotaba en el aire: en algún momento, todo podía desbandarse. Lo dijo  también Diego Pietrafesa en su crónica aquí en Socompa sobre esta misma marcha. Se palpaba la necesidad por defender el reclamo, por preservarlo.

Desde aquella primera movilización el 11 de agosto,  pidiendo “Aparición con vida” , a esta de noviembre, en la que se pide Justicia, la Plaza de Mayo se llenó cuatro veces. Ayer se habló de 120 mil personas. Hoy no estuvo en la tapa de La Nación. No estuvo en la tapa de Clarín. Estuvo en la portada de Página. Ocupó un lugar pequeño en la tapa de Crónica. Ocupó la parte superior de la tapa de Diario Popular.

 

En la segunda marcha, el 1 de septiembre, fueron 250000. Esa vez, todo terminó con 31 detenidos (22 fueron procesados en estos días por intimidación pública y resistencia a la autoridad y en la Izquierda Diario afirman que la pruebas son caprichosas y vagas) y ahí empezó a recargarse la prudencia de ayer: hay que tener cuidado, no hay que darles motivos, el desbande sirve para desprestigiar  el reclamo y hay un hambre silencioso por que eso ocurra. Se evidenciaba en los ¿trolls? que desde temprano twitteaban que a los destrozos los pagara Santiago Maldonado.

La tercera marcha reunió a más de cien mil personas en Plaza de Mayo y a muchas miles en el interior y el exterior. Fue la del primero de octubre. La anterior a esta. Hace tan poco. Hace tanto. Ese día, Sergio le leyó una carta a su hermano: “Santiago, donde estés quiero que sepas que te quiero. Cada día que pasa te extraño más. Necesito que aparezcas pronto; no puedo dejar de pensar en vos. Cada día que pasa te lloro más y me pregunto por qué sos vos quien está pasando por esto y no yo. La respuesta es inmediata: Yo nunca me involucré en diferentes causas como lo hacés vos.”. Esta vez ya no hay tiempo presente para Santiago. Sergio habló en pasado: “Santiago era un pibe de paz”. Fue corto, conciso, contundente. Ahora sólo pide la verdad. La carátula del caso es desaparición forzada. Queda mucho camino por delante.