Una nueva nota de la serie de la investigadora Carola Ochoa sobre los rugbiers víctimas del terrorismo de Estado. Hoy recordamos a Ricardo Luis Dakuyaku, rugbier de Club San Luis de La Plata y responsable de “Rugby” de la Mesa de Deportes de esa ciudad. Militante del PCML, secuestrado el 6 de diciembre de 1977. Continúa desaparecido.

Ricardo Dakuyaku era hijo de inmigrantes japoneses y dedicados a la tintoreria que tenían en La Plata. Sus padres eran Yoshi Kaneshiro y Chokei Dakuyaku. El primer marido de Yoshi Kaneshiro peleó en la Segunda Guerra Mundial y su cadáver nunca fue encontrado. Yoshi reconstruyó su vida en Argentina. Aquí se casó con Chokei y tuvo tres hijos, Ricardo, Helena y Marcelo.

Ricardo había nacido el 5 de mayo de 1954 en la ciudad de La Plata, en ese entonces conocida como Eva Perón. Lo llamaban “Daku” y era el mayor de tres hermanos. Cursó los estudios primarios y secundarios en el colegio San Luis de la Congregación Marista. Continuó los estudios en la Universidad de la Plata, con apenas 17 años, en la carrera de Arquitectura, donde también militó en la JUP y tenía pensado llevar a cabo la creación del equipo de rugby de Arquitectura junto a Ricardo Lois, también víctima de la dictadura. Además, Daku trabajaba en un estudio arquitectónico y en la tintorería familiar.

El club San Luis

Jugaba al rugby en el Club San Luis, donde llegó a formar parte de la división superior como medio scrum. Era el estratega del equipo. Despertaba elogios de sus compañeros y de los ocasionales adversarios. Un día, jugando el clásico con La Plata Rugby, la hinchada de San Luis, llegó a cantar: “a la lata… al latero… La Plata está bailando al compás del tintorero”.

En 1975 tuvo la oportunidad de realizar una gira por Europa con San Luis. Tanto en el club, como en el barrio y en el colegio, era muy apreciado.

Sus compañeros de tries recuerdan una jugada que lo definió como un grande;

“Sus pies despegaron como resortes del piso uniforme de la cancha, y su cuerpo pequeño pareció levitar hasta lanzarse en un vuelo rasante a media altura, y dejarse caer atrapando los tobillos de esa mole humana que representaban los implacables 80 kilos de Carlone Scarpinelli, de La Plata Rugby Club, quien enfilaba con gran furia hacia los palos y terminó dando unos buenos revolcones por el suelo”, recuerda Ricardo Francisco Beltramino.

En ese clásico platense de 1976, Ricardo Dakuyaku había tenido su mejor partido y la jugada memorable que sus compañeros del Club San Luis atesoraron con el paso del tiempo. En el rugby, “Daku”, como le llamaban sus compañeros del equipo, aprendió a superarse, a no rendirse, a mantener su dignidad frente a los pedidos de abandonar el rugby por su físico desgarbado. El no hizo caso, porque su corazón era mas grande que el mas alto y fuerte de los rugbiers de todos los tiempos.

“’¡Mono, me tiraste un muerto!’, me dijo Daku, después de resuelto el Line”, rememora Beltramino.

“En la época que jugábamos no se podía levantar al jugador en el line y una vez que la pelota abandonaba la hilera se podía atravesar el mismo. Si que en esa oportunidad yo le cachetee la pelota y fue muy atrás al suelo. Daku no dudó en arrojarse encima de la pelota, con el riesgo que lo pisaran lícito en esa época.  Seguro que cuando lo secuestraron se tiró encima de la pelota para proteger a sus compañeros. Así de valiente era Daku”, agrega.

El secuestro

Daku le dijo a su madre que habían secuestrado a unos amigos rugbiers en Mar del Plata y que estaba preocupado por su seguridad. Esos amigos eran los tres rugbiers de La Plata Rugby Club Santiago Sanchez Viamonte, Otilio Pascua y Pablo Balut.

Comenzó a viajar seguido a Buenos Aires para visitar a sus primos, y en una oportunidad les pidió hacerse cargo de la tintorería, ya que su padre estaba envejeciendo. Hasta les llegó a confesar el miedo que tenía de correr el mismo destino que sus compañeros secuestrados en Mar del Plata.

“Mirá, si vos no tenés nada que ver, sí vos no hiciste nada malo, quedate en tu casa que no te va a pasar nada”, le contestó ese familiar.

Elena Dakuyaku, su hermana, dio su testimonio del momento del secuestro:

“Fue de madrugada. El 6 de diciembre de 1977. Vivíamos en Calle 44 esquina 8, en el casco urbano de La Plata. Sentimos golpes en la ventana y una voz fuerte nos dio la orden: ‘¡Cinco minutos para abrir, Policía!’. Cuando nos levantamos para abrirles, ya habían roto la puerta de madera de la entrada. Nuestra casa era de esas casas antiguas. Los policías estaban con armas largas, uniformados.  Ricardo estaba durmiendo en la habitación del altillo, que era mi pieza. A mi mamá, a mi hermano más chico, a mi papá y a mi nos encerraron en una habitación. Yo estaba desesperada porque no entendía nada, me angustiaba ver gente armada en mi casa. La última imagen que tengo de Ricardo es verlo parado en mi habitación; alrededor de él todas mis cosas revueltas.  Yo tenía una cama cucheta y había dejado bien guardadas las revistas que en esa época se llamaban Crisis. Antes de llevarse a mi hermano nos volvieron a encerrar. Esa fue la última vez que lo vimos”, relató.

Y agregó: “Una semana después, a las 20 horas tocaron el timbre. Abríamos, porque era un zaguán, los policias se metieron directamente a nuestra tintorería y se dirigieron hacía una máquina, la desarmaron y de ahí se llevaron libros y una cajita que servía para imprimir. Me llamó la atención la seguridad con la que se movieron para encontrar todo ese material en el único lugar que buscaron”.

Luego del secuestro se realizaron diversos trámites, como hábeas corpus, reclamos ante la embajada japonesa, organismos oficiales y eclesiásticas, pero nadie se hizo cargo del caso. Por testimonios de ex detenidos desaparecidos, pudo saberse que estuvo en el Batallón 601 de City Bell. Algunos testigos lo vieron en el Centro Clandestino de Detención, Torturas y Exterminio “La Cacha”.

Palabras de sus hermanos

Marcelo es el menor de los Dakuyaku. “Yo tenía 11 años cumplidos 4 días antes del secuestro de Ricardo” dice.

“Ricardo me llevó a ver al Pincha. Corría el año 75, diciembre. Era el torneo Nacional, última fecha correspondiente al octogonal que definía al campeón, que finalmente fue River. Estudiantes jugaba y le ganaba a Temperley 2 a 0. Recuerdo que el arquero de los celestes era el “Mono” Guibaudo. Ese partido se jugó en cancha de Racing y fuimos con Ricardo en el Fiat 125 familiar beige con amigos de él y yo viajé en la parte de atrás del auto”, cuenta.

“A Ricardo le gustaba leer El Gráfico. Esperaba con ansias los martes al mediodía, yo volvía de la escuela, él de su trabajo. Llegaba con la revista recién comprada. La leía mientras almorzaba. Yo, mirando la tele, y de reojo, lo espiaba cuánto le faltaba para que la terminara y así yo poder leerla. Me quedó grabada la única vez que Ricardo me llevó al Club San Luis. El se juntaba con sus compañeros a jugar al futbol, y lo que me sorprendió era que, se calzara los guantes y fuera al arco” agrega.

El relato de Marcelo continúa:

“En una oportunidad, se organizó en el colegio, una juntada de chicos del primario para jugar al rugby, y yo me anoté, pero no sabía cómo se jugaba. Lo cierto es que pensé que por ser el hermano de Daku iba a tener más derecho que los demás. Error. Me la pasé sentado y esperando.

“Después de ese fatídico 6 de diciembre del 77′, en un ropero de casa, había quedado su bolso (creo que el que usó para la gira) con los botines de tapones intercambiables y su camiseta del San Luis con el 22 en cuero negro cosido en la espalda (ese sí de la gira).

“A mí me encantaba el futbol, y mi idea era jugar en la primera de Estudiantes. Una de las cosas que Ricardo me dijo, como si fuera mi representante: ‘Si no quedás en el Pincha, te probás en Gimnasia, después quedás libre o pedís el pase y te vas a Estudiantes.

”Y su promesa incumplida: ‘Te voy a llevar a ver algún partido de Argentina en el Mundial’. No llegó, no lo dejaron.

“Ricardo, lo que no lograron es que pasaras desapercibido. Todos recuerdan de la mejor manera, como compañero del colegio San Luis, como compañero de rugby, como adversario de rugby. Como amigo, como pariente, como hermano, como hijo. Sos parte de una generación que destruyeron porque sabían que ustedes eran valiosos para potenciar la sociedad. Con valores suficientes para una vida más justa. Esa generación que ellos destruyeron, hoy hace falta. No tengo ninguna duda. Qué distinto sería el mundo con vos y los 30.000, aquí y ahora. Donde quieras que estés, sentado quien sabe en qué estrella, con mamá, con papá, sé que nos estás vigilando para que no nos mandemos ninguna cagada.

“Creo que no te estamos fallando. Que seguimos haciendo flamear con orgullo la bandera, aquella que heredamos, esa que dice DAKU. No te lo dije, tampoco tuve tiempo en mis 11 años de decirte que te quiero mucho. Que te queremos mucho. Se te extraña, hermano. Ricardo Dakuyaku. No desaparece quien deja huella”, concluye.

Elena era la que más conoció a Daku, y reflexiona:

“La Memoria, Verdad y Justicia es importantísimo, más en estos tiempos. Me emocioné hasta las lágrimas cuando Martín Castilla recordó a Daku, mi hermano. Él no jugó en el Club San Luis. Fue adversario de Daku. Destacó su nobleza no sólo en lo deportivo sino en lo humano que es lo más importante.

“Hace unos días encontré una tarjeta donde constaba cuando nos sacaron muestras de sangre para el Equipo Argentino de Antropología Forense. Sentí mucho dolor y bronca. Enojo, porque no quiero huesos. ¡Quiero a Ricardo de vuelta! Quiero que nos devuelvan la vida. Quisiera que mis viejos no se murieran desgarrados con tanto dolor.” Vi las fotos de los rugbiers ¡Qué jóvenes! Qué sangría se mandaron. Nunca entendí”, dice.

 

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