Y sí, le rompimos las ilusiones a los nigerianos y eso demuestra la verdad del apotegma duhaldista: estamos condenados al éxito. Argentina ganó su primer partido en el Mundial. Fuentes oficiales dicen que lo peor ya pasó.

Y bueno, ya dimos el primer paso a la inevitable vuelta olímpica en las tierras donde los marineros del acorazado Potemkin decidieron que no iban a comer carne podrida. Película que odia Majul, “es una dieta como cualquier otra”, se enoja.  Bueno dicen que con esos veganos de izquierda arrancó todo. Vaya uno a saber. Yo vine a comentar partidos, no a hacer política.

Llegué al vestuario. Había mucha alegría pero también escenas muy raras. Había uno que decía llamarse Benny Hill, que le daba palmadas en la calva a Sampaoli. El DT, transformado de pronto en héroe de la táctica y dios de la estrategia, me señalaba un tipo que esperaba en un rincón mirando una foto de Hitler, mientras repetía “es espectacular”. Jorge se me acerca al oído y me cuenta: es un asesor ecuatoriano. Me dijeron que logró que a los más ricos los votaran los pobres, así que bien podía hacer que los millonarios de la selección levantaran de una vez los pies del suelo.

Parece que los consejos hicieron su efecto y algunos levantaron los pies –no siempre y no mucho, que es lo que aconseja Cormillot-  y pudimos ganarle a un rival de frustre como es Nigeria. Y hasta con efecto suspenso: los tipos se creían que se llevaban un empate hasta que faltaban cinco minutos y, como para que se confiaran más,  los nuestros solo patearon al arco una vez durante todo el segundo tiempo. Lo de Higuain no cuenta. Lo suyo es una empresa puramente personal: lograr el récord de goles errados con la misma camiseta y está muy cerca de conseguirlo. Faltaba una banda de sonido a lo Hitchcock y la cosa cerraba perfecto. Los nigerianos se la tragaron, ya se veían en octavos y los partimos al medio.

¿Qué deja esta primera ronda? Tantas cosas buenas. Entrar en contacto con la exótica cultura islandesa y quedar mano a mano con ellos. Enterarnos que hay un jugador argentino que se llama Di María y aprender que el pie de Willy Caballero es una herida absurda. Que la camiseta de Croacia se parece al mantel de mi abuela y que haberles ganado a los nigerianos le da piedra libre a Rodríguez Larreta para seguir persiguiendo senegaleses. Es decir que para nuestro gobierno un triunfo deportivo no cambia nada. Que cuando hay que ajustar no hay VAR que cuente. Si eso no es tener las cosas claras.

Sampaoli se acerca y sonriendo me dice: San Petersburgo bien vale un Messi. Y se va cantando bajito La marsellesa. Es que ahora se vienen los franceses. Será Macri contra Macron, lo que  parece una película de Olmedo y Porcel. El nuestro ensaya chistes con un peau d’ eau, chiste que como le pasa siempre nadie le va a festejar. Como sea, el sábado se juega un nuevo clásico del neoliberalismo. ¿Quién podrá más? ¿Las huestes de Lagarde o las de Marie Le Pen?

Pero lo importante es que ganamos el último partido y los franceses no pudieron con Dinamarca, dirigida por Hans Christian Andersen. Franchutes ojo con nuestro Rouge. No somos los mejores del mundo, pero solo por ahora.