Pelusa, el pibe de Fiorito que contó sus sueños y se hicieron realidad, el jugador único de los goles imposibles, la estrella explotada y utilizada hasta la destrucción por adulones y oportunistas.
La mejor necrológica de la historia, al menos en el periodismo argentino es la que escribió Rodolfo Walsh a la muerte de Perón. Lo es, no solamente por su poderoso poder de síntesis en un puñado de palabras, sino también por la contundente oración que dice: “En la conciencia de millones de hombres y mujeres la noticia tardará en volverse tolerable”. Es una frase de alcance universal y que golpea hoy, como pocas veces puede hacerlo. Diego Maradona no merecía este final penoso, explotado por un sistema de mierda, por tipos que se encargaron de que su última imagen en vida fuera ese presunto homenaje en una cancha vacía por sus 60 años, rodeado de adulones que lo explotaron, por parásitos por lo que, lamentablemente, él mismo se dejó rodear.
Hay muchas imágenes que quiero privilegiar a la hora de este adiós para el que nadie estaba preparado: la del pibe de Fiorito que contó sus sueños y se le hicieron realidad. La del jugador que puso al mundo a sus pies en la altura de México. La del tipo que sintetizó la historia del fútbol en los diez segundos que van desde que agarró la pelota de espaldas a 65 metros del arco y terminó gambeteando a seis tipos. El de los goles imposibles con la casaca del Napoli, cuando puso de rodillas a los poderosos del norte de Italia, para orgullo de plebeyos como él. La del Pelusa que siempre reconoció y respetó la tradición del fútbol argentino, cuyo eslabón previo fue el Bocha, y que después siguieron, sobre todo, Riquelme y Messi. La del que se le paró en algunos momentos al sistema que devoró a la gallina de huevos de oro y deshumanizó al fútbol. La del humilde hijo de Don Diego y Doña Tota que deja algunos aforismos únicos, como aquel de que la pelota no se mancha.
Hay otro Maradona cuestionable, muy cuestionable. Pero no es el momento de hacer ese balance. Algunos decían que podía terminar como Gatica. Creo que su fin se asemeja al de Elvis. Ojalá, en estos días finales, como aquel personaje de ficción de Orson Welles, se haya podido reencontrar con su Rosebud, con la esencia de su pureza, en sueños, tal vez, con la pelota que pateaba antes siquiera de ser un cebollita. Esa pureza que llevó a los grandes escenarios, con picardía (no necesariamente el gol con la mano: miren el gol a Italia) y capacidad de desafiar a las leyes de la física, como en el segundo gol a los…belgas. Tan grandioso es el segundo a Inglaterra que tapa la grandeza de un gol en el que entra de frente al arco con la defensa en línea y hace lo que hace. Esa es la lógica del potrero que, una vez desatada, es imparable y hace historia.
El símbolo de una Argentina rebelde, un plebeyo, uno que pudo llegar desde abajo y, pese a todo, nunca olvidarse de su origen, de dónde salió y quiénes eran como él. Un tipo que forma parte de la vida de todos nosotros, nada más, nada menos, como muy pocos pueden hacerlo. Algunos, para lo peor. Otros, para mostrarnos, bien o mal, lo que somos. Y un puñadito, donde entran cosas tan disímiles (o no tanto) como la guitarra de Yupanqui, los versos de Borges, el arte de Quino, la poética del Flaco Spinetta, los cuentos de Fontanarrosa, el fueye de Piazzolla, (agreguen a piacere) y Maradona con una pelota al pie, para enseñar lo que podemos ser. Eso no es poco y hay que agradecerlo.
Hasta siempre, Pelusa.
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