La charla tuvo lugar en noviembre pasado en un hotel de Constitución. Una tarde para recorrer sus años en el periodismo contracultural, su amistad conflictiva con José Sbarra, la vida en hoteles y la fragilidad de su salud. Siempre con el trasfondo de la droga y el alcohol.

El tipo que atiende en la recepción del hotel es amable y llama para avisar que llegué. El lugar es austero, de puertas altas y de madera, con una ventana que da a un patio interno. La mayoría de las habitaciones están vacías. En los pasillos hay un silencio sepulcral, como de casa abandonada; las paredes tienen humedad y la pintura está un poco descascarada.

“Pasá”, se escucha del otro lado de la puerta, cuando llego a su habitación. “Llegaste re tarde, loco”, reclama Symns, un poco enojado. Tiene razón. Le cuento del proyecto de escribir la biografía de José Sbarra.

Enrique habla lento y pausado. Está acostado en la cama, tapado con una manta, y fuma un cigarrillo tras otro. Cada tanto, tose. Se parece a la imagen de Onetti que describía Eduardo Galeano.

Sobre la cama hay un libro de historietas, una caja de cigarrillos, unos anteojos, el control de la TV, un libro de poemas de Pessoa y algunos objetos más. Apaga los cigarrillos en un vaso apoyado sobre la mesa de luz, lleno de  filtros de puchos. El cuarto es estrecho: hay ropa desordenada, desodorantes y libros sobre un mueble. Al costado de la cama descansan un andador y varias botellas grandes y abiertas de gaseosa sabor pomelo.

Muy pocas veces Symns sonríe ante comentarios cínicos que él mismo hace. En general, dominan los gestos toscos y el desgano.

-¿Qué recuerdo tenés del conurbano bonaerense?

– Viví toda mi niñez en Monte Grande, hasta los doce, en un caserón gigantesco que tenía quinta, gallinero, galpón, árboles de todo tipo y animales, caballos. Así que fue la mejor etapa de mi vida.

– En tu juventud estuviste por Holanda, España y Brasil, desde joven, antes de hacer la revista.

– Sí, viví muchos años en Brasil.

– ¿Fue un viaje por laburo?

– No, de pibe, en la época hippie. Y después de grande, más grande ya, en el año que murió Franco me fui a vivir a España, de ahí me fui a vivir a Italia y a Holanda. Y a Dakar. Viví en Europa hasta después del Mundial, hasta el ‘80.

– ¿El recorrido por Europa sirvió de alguna forma como aprendizaje para el periodismo, para la literatura?

-Sí, empecé a escribir. Me contrató una empresa mexicana para que escribiera sobre la vida sexual durante el franquismo. Ahí empecé a escribir. Yo ni siquiera sabía que sabía tanto.

– ¿Vos sos del ‘46, Enrique?

– No, 22 de diciembre del ‘45. Aunque en el documento está al 2 de enero del ‘46. Una cosa que hicieron mis padres para que empezara la colimba un año después.

– ¿Y pudiste armar ese laburo de la sexualidad durante el franquismo?

_ Sí, hice un trabajo formidable. Después lo publiqué en El Porteño. Pero el libro salió en México, me pagaron, con el apellido de otro, porque yo hice de… ¿cómo se llama?

¿De ghostwriter?

-. Me felicitaron los mexicanos. Pero ya cuando vine a la Argentina, cuando volví, digo, que sabía que podía escribir, no les di más bola. Y empecé a escribir. Ya escribía, escribía mucho. En España escribí mucho. Perdí casi todo.

– ¿Y era periodístico también?

– No, no, era más bien literatura.

-Lo de escribir, ¿surgió ya de joven, de adolescente?

– Sí, desde pibe. No fui al colegio, no hice escuela primaria ni secundaria. Aprendí a leer por mis propios medios, me enseñó mi hermana, que era profesora de filosofía. Así que lo único que podía hacer era leer lo que había en su biblioteca. Y empecé a leer a Kant a los doce años y a Heidegger a los catorce y así. O sea que me hice un sabio. No un sabio porque no sabía un carajo. Nadie sabe nada, ¿no?, sino que era un tipo que manejaba mucho el lenguaje. Leía a tipos como Sartre que me impresionaron. Los primeros tipos que me impresionaron fueron los existencialistas, especialmente Camus. Y después ya llegaron las lecturas que me movieron la vida, como Dostoievski. Y más adelante, Henry Miller.

-La etapa de los monólogos con los Redondos, con todas las bandas de rock, con Los Piojos, La Bersuit, … ¿para vos era literatura eso?

– En España me conecté con una escuela budista, del budismo del kōan, un budismo zen del lenguaje, tanto del cuerpo como de la voz y de lo que se dice. Y me enseñaron cómo producir miedo, cómo producir alegría. Y trabajaba en la calle. Íbamos en un subte y me decían “bueno, miedo”. Y yo tenía que asustar a todo el mundo.

-Como un ejercicio teatral.

– Pero yo no era actor. Volví a Buenos Aires y lo empecé a hacer acá en boliches alternativos, y justo en los últimos años de la dictadura. Estaba Bignone. Me secuestraron. Yo hacía esos monólogos tan libres contra la dictadura como un inconsciente porque venía de Europa, quizás, y porque había desaparecido mucha gente conocida. Y hallé al país sumido en el miedo, en la incertidumbre y en la ignorancia. Fue horrible llegar a Argentina desde un país como España, que se había liberado de una dictadura de cuarenta años.

– Estaban en pleno destape, estaba la movida madrileña, Almodóvar, otra cabeza…

-No, Almodóvar nunca me gustó. Me interesó conocer a la Pasionaria, conocí a Moris, que estaba allá cantando un éxito que se llamaba “Zapatos de gamuza azul”.

 

-En los ‘90 hiciste El Cazador. ¿Cómo fue armar una revista nueva después de Cerdos & Peces? ¿Por qué se terminó? Tuvo menos números.

-Y no teníamos plata ni había productor, como pasó con Cerdos.

– También seguía la línea de Cerdos ¿Pero el cambio de nombre era por algo?

-No pudimos sacar más Cerdos porque no se vendía. Y porque cerramos muchas veces. Cuando me peleé con los Redondos, perdí la mitad del público.

-¿Cómo fue la experiencia de hacer The Clinic en Chile? ¿Era distinto hacer periodismo allá?

– Sí, re distinto. Chile todavía estaba en la posdictadura. Yo llegué justo cuando a Pinochet lo encanaron en Londres. Por eso la revista se llamaba The Clinic, porque donde lo llevaron era una clínica psiquiátrica que se llamaba The Clinic. Me nombraron jefe de redacción. Después tuvimos unos quilombos infernales. Los chilenos no quieren a los argentinos.

– Y allá en Chile también estuvo el quilombo con Jorge González, de la banda Los Tres. Que no le gustó cómo quedó la biografía, que no quería hacer públicos algunos hechos.

– Quería que le chupara la pija. Y yo me negué. La cocaína produce efectos muy perturbadores en la mente y en el erotismo de la gente. Y él se tomaba un gramo en una tirada. Un loco. Era insoportable. En general, los chilenos son insoportables. Los hombres. Las mujeres son divinas. Son muy cariñosas, muy buenas mujeres. Así que me fui contento desde el punto de vista erótico-afectivo. Pero me fui prácticamente expulsado del país.

– Sobre los guiones de teatro, como por ejemplo Un guion para Tinelli, ¿cómo fue ese laburo?

– Era una comedia. Lo hicimos en el teatro que está sobre Corrientes entre Callao y Rodríguez Peña, de la mano de allá, de la mano de enfrente y después en todo el interior.

– ¿Qué es el periodismo para vos?

:Cuando sucede una desgracia llegan dos tipos de mierda con credenciales: un policía y un periodista. Los dos van a joderle la vida de la gente. Los dos. No van a ayudar a nadie. Además, la moral del periodista es estar en contra de los delincuentes y a favor de la policía, en contra de los drogones y a favor de los sexólogos. Qué sé yo, son un cúmulo de basura mental en general, los periodistas. Hay excepciones, por supuesto. Pero los vi más en Europa. Vi mejores periodistas en Europa. Mejores, mejor gente, con mejor alma, con mejor estado de ánimo.

-Esto que decís de que son mejores, ¿tiene que ver con que tienen otro enfoque?

– Y, son más parecidos a Cerdos & Peces (risas).

– Como que tienen otra relación con la realidad, con lo que se podría decir la verdad, digamos. Justo sobre José Sbarra, leía antes de venir la entrevista que le habías hecho, esto que decía él…

-¿“Cojer, drogarme y escribir”?

-Decía algo así como que si unos pibes le robaban el reloj a un viejo y el viejo se caía del tren, Cerdos & Peces estaba con los pibes porque el viejo era un hijo de puta por llevar el reloj. Como ofrecer esa otra visión de la realidad.

-Sí, José era así.

Le propongo un par de preguntas antes de pasar a Sbarra.

-¿Qué querés saber de mí? ¿Vos leíste Cerdos & Peces, no?

-Sí. ¿Ahí está todo, decís?

– Ahí está todo. Después, como persona, bueno, he sido de todo: ladrón, estafador, vagabundo, linyera y estos últimos años las he pasado muy mal por la decadencia física tremenda producida por el exceso de cocaína, de  alcohol y de sexo. Me acosté con más de quinientas mujeres. Perdí la cuenta después. En una época llevaba todo… Hubo días de tres mujeres en el mismo día, cuando era famoso. La fama te lleva a eso. La semifama, la fama de mierda.

-Sí, sí, entiendo. ¿Y es algo que no le recomendarías a nadie?

-¿Qué?

– Esa vida.

– No sé qué decir, porque a mí me fue así. Tengo alumnos que se hicieron famosos y millonarios, alumnos míos.

– ¿Escritores, periodistas?

– No, periodistas.

– ¿Se puede saber cuáles?

– Sí, pero ahora se me fueron los nombres. Uno que trabajaba en Clarín y  era muy famoso. Cuando se fue le pagaron un millón de pesos. ¿Cómo se llamaba? No me acuerdo.

– Claro, que ni debe estar ya en Clarín.

– No, ya no, se fue, renunció. Quiso escribir la biografía del Indio Solari pero el Indio Solari es un kiosko propio, él se explota a sí mismo. Y hace bien.

-¿Y con el Indio nunca más nada?

– Sí, nos mandamos mensajes. Pero él con el dinero se ha tornado un ser inferior. Porque el dinero te estigmatiza, te convierte en un productor. Yo sé que hay que ganar dinero, eso es normal… bah, vivimos en este mundo, ¿no?

-Te quería preguntar algo de la política actual, cómo la veías…

– No, no, no quiero hablar de eso.

Al pedo, para amargarnos.

– No amargarnos. Es una porquería, siempre fue una porquería. Yo nunca viví ningún momento político que fuera bueno, excepto, quizás, Alfonsín, pero al mismo tiempo la economía era un desastre.

-¿Estás escribiendo,  proyectando algo?

– No, ya terminé, para mí  se terminó. Aparte no tengo computadora, ni fuerza física ni me puedo mover de acá.

-Si no me equivoco, lo último que leí, lo más nuevo, fue el texto que había salido en la Orsai, ¿puede ser? El de los helados.

– Y después salieron más. Tres más. Me pagaban bien ahí, pero después… Me invitaron, yo vivía en Mar del Plata, y el dueño de Orsai (NdR: Hernán Casciari) me compró un pasaje de avión para que fuera a dar una conferencia ante tres mil personas que se levantaron y me ovacionaron, pero él se ofendió con lo que dije. Yo siempre hablo mal de la gente que me rodea, es así. Y bueno, entonces nunca más me llamó ni escribí.

 

-Hablemos de Sbarra,¿ cómo llegaste al atelier de Defensa, te acordás quién te presentó a José?

-Un amigo mío que murió, que le decíamos King Kong, se llamaba Daniel Riga, vivía conmigo ahí en el Marconetti, que es un edificio que está enfrente del Parque Lezama, sobre Colón. Un edificio tomado,  ahora los echaron a todos. Nunca pagamos nada. Y me lo presentó Daniel Riga, fuimos a buscar cocaína a su atelier, ahí, estaba en la calle Defensa, entre Brasil y Garay. Yo viví también en ese lugar, es un lugar atroz, con cuartos que son la mitad de este. Y me acuerdo el día que lo vi, yo estaba de cocaína, por supuesto, y cuando estás de cocaína vivís en estado casi psicodélico. Lo vi agachado en un rincón y me pareció un monstruo, me parecía una persona terrible. Bueno, después me enteré que había asesinado a un tipo. Se levantaba pendejos, los llevaba y los pinchaba con heroína o con cocaína y uno se le murió. Se le murió y no lo pudieron salvar, lo envolvió en una alfombra y lo tiró en el piso de abajo. Yo ya no vivía ahí, le dejaba mi cuarto a un amigo que se llamaba el Bode, por Baudelaire. Se llamaba, en realidad… no me acuerdo cómo se llamaba, mirá, estoy perdiendo la memoria. Y ya había pasado, había habido un accidente donde estaba mi amigo Daniel Riga, otro tipo se murió pero mi amigo empezó a hacer respiración con las manos y el tipo se despertó, creyó que lo estaban matando y Daniel se tuvo que tirar por la ventana a la calle, porque era un primer piso muy bajo. Así que yo tenía un concepto de él pésimo. Su literatura no me gustaba para nada, me parecía muy mala. Estaba de moda una obra de teatro que hicieron sobre él, se hicieron películas, todo. Dos películas filmaron. Filmaron Marc, la sucia rata, ¿no?

 

-Sí, y después Plástico cruel, más o menos por el 2005.

Plástico cruel. Yo trabajé ahí. Una porquería, una taradez. Y todo ese tiempo yo lo evitaba, no me gustaba. Había como dos pandillas en el Británico. La de él y la nuestra, la mía, qué sé yo. Hasta que no sé cómo, en el Mediomundo Varieté que estaba en la calle Corrientes, que era uno de los lugares más importantes del rock, lo conocí, me lo presentaron otra vez, pero esta vez más liviano. Me cayó bien el tipo, entonces le propuse hacerle una entrevista. Y así fue como salió esa entrevista. Después él escribió una nota también, en El Cazador

-Creo que en el número 2, la de “La homosexualidad es…

– Sí, “… es una enfermedad”. Nos hicimos amigos. Él estaba atravesando una etapa muy dramática, que nadie entendía. Yo tampoco. Después entendí, cuando me contó. Porque cuando llegó a la miseria él empezó a entrar en crisis y no laburaba más, no lo llamaba nadie, no había conquistado el mundo que él quería. de un bar que se llamaba Baruk, que estaba por acá, por San Telmo. Y un día lo fui a ver al espectáculo y entré al camarín con los amigos y vi un .38 largo arriba de la mesa de luz, como si estuviera ahí. Y nadie preguntaba nada y dije “esto es muy raro”. Entonces me quedé y le dije “loco, ¿qué hace ese revólver ahí?”. Y me dijo: “bueno, lo compré para matarme”. Era nuevo. “¿Y sabés usarlo?”, le digo. “No”. Yo ya había estado muchas veces con armas, y le enseñé cómo tenía que hacer para matarse. Pero mi intención no era que se matara sino llevarlo a lo que yo creía que él era un falso suicida. Yo creía que era un falso. Y de hecho lo fue. Y ahí yo y Daniel Aráoz nos hicimos muy amigos de él, lo íbamos a visitar. El día del cumpleaños le compramos un pibe, esos que se venden. Le compramos un taxi boy, le compramos cocaína, aunque él ya estaba en la heroína. Una fiesta hicimos ahí en el Marconetti, pero él ya estaba hecho mierda. Y yo también, yo estaba destrozado porque me había pedido que lo ayudara a matarse, que yo disparara, y yo le explicaba que iba a ir preso yo. Él había inventado una manera para que nadie supiera que yo era el que disparaba, pero ahí me entró el ataque de locura también y me fui, desaparecí de Buenos Aires. Me fui a vivir a Necochea. Y él murió en la peor de las muertes, la que él siempre quiso evitar. Pero él se dejó llevar por la familia y murió en el hospital. ¿No murió en el hospital?

– Supuestamente murió en lo de la hermana…

-Me acuerdo que las únicas declaraciones que leí era contradiciéndose a sí mismo, diciendo que había tenido una vida equivocada.

¿Eso en público?

-Sí, en un reportaje. Que había sido un error su vida, que no tendría que haberse drogado. Hasta llegó a decir que no tendría que haber sido puto, lo cual es un disparate. En cuanto a su literatura, a mí lo que me gustó fue Informe sobre Moscú.

– Y con el tema este del revólver, ¿alguna vez jugaron, por ejemplo, a la ruleta rusa, algo así?

-No, yo le tiré a un tipo cuando era muy joven y aprendí a no tener un arma. Es más, el último revólver que tuve era un .32 belga, corto, que lo heredé de mi padre, y se lo di a un amigo para que me lo guardara. Y mi amigo me lo robó. Yo no lo quería tener, porque soy… era, ahora ya no, era muy violento. Yo respondía ante los problemas callejeros.

(Suena el celular. Enrique atiende y habla unos segundos. Corta)

-Mi hermana, me llama todos los días.

– ¿Y no tenías ganas de hablar?

– Yo no tengo ganas de hablar casi nunca.

– Te agradezco por recibirnos porque no sabía si ibas a tener ganas.

-No, ganas no tengo. Lo hago igual porque vos estás trabajando en tu libro. Y lleva tiempo. A mí el libro de Fito Páez me llevó un año, pero fue una producción carísima. Fue la vez que más plata gané en mi vida. Me pagaron veinticinco mil dólares, de la época de Menem, ¿no? No de ahora. Ahora sería una fortuna. Pero no, todo, el fotógrafo de tapa, el dibujante era Rep, eran todos famosos…

Un libro que estaba armado para salir y vender.

-Y así fue. Después vinieron los problemas que tuvo Lanata, que fue el que lo editó. Tuvo problemas con la editorial y por eso no lo reeditaron, pero vendimos diez mil ejemplares en dos meses.

 

-¿Y Lanata era el que había puesto la editorial?

-Él era el editor. Porque la compró Escasa Calpe, pero a Escasa Calpe la compró Planeta y ahí empezaron los quilombos. A él lo estafaron, entonces se dedicó a firmar todos los libros en la contratapa. Igual, lo cagaban. Las editoriales se hicieron ladronas. En todo el arte pasa lo mismo.

– En las discográficas…

– Los pintores no son tan importantes como los curadores. El productor de rock es más importante que el rockero, el editor es más importante que el escritor.

-Hablemos de Pessoa, que tenés un libro acá.

-Uno de los más grandes poetas de todos los tiempos. Y ni hablar de “Tabaquería”, ¿no? El que está muy mal es el que mejor lo recitaba de memoria, que era Tom Lupo.

– ¿Venías leyendo solo a Pessoa?

– A quién leí, a ver… Leí un libro sobre la vida de Liliana Maresca, tengo un libro ahí sobre la vida de David Lynch. Un genio, uno de los más grandes genios. Y leí Primavera negra por quincuagésima vez, pero ando muy mal de la vista así que no leo mucho.

– ¿Cómo es la vida en los hoteles?

-Es muy aislada, muy solitaria, muy miserable. Hace diez años que vivo en hoteluchos como este. Diez años ya van. Algunos terribles, pesadillescos, peligrosos. Mi vida me fue llevando a la pobreza.Más que yo tengo problemas, porque me operaron de la próstata y me orino todos los días encima, no tengo control. Así que me echan de casi todos los hoteles. Este es el que más me aguantó, estoy acá desde diciembre del año pasado. Y es caro vivir acá, en este hotel. Y en este que es uno de los más baratos, pero pago cerca de 18 lucas por mes.

-Claro, porque aparte estás cerca de Constitución.

– Y porque gano. Porque tengo una pensión de escritor que me dio Macri, como hace diez años. Y cobro de la editorial dos veces al año, que cada vez se vende menos. Antes cobraba, qué sé yo, dos veces al año, ¿viste? Cobraba las regalías: 30 lucas, 40 lucas, pero ahora cobro 7 lucas, 5 lucas.Sigo editando con El Cuenco del Plata, por ahora. Publiqué un solo libro por fuera que se llama La noche extraviada. Ahora me llamaron de todas las editoriales, ahora que estoy viejo y podrido, pero están en crisis, así que está todo detenido. Me deben, me tienen que pagar como 50 mil pesos. Yo les entregué material, pero no lo publicaron todavía. El año pasado  escribí uno que se llama Fantasmas de luz. (NdR: salió publicado por Random House en febrero de 2019). Yo siempre escribí por impulso y porque vivía una vida intensa, entonces…

– Salían notas de todos lados.

– Claro. Y tomaba merca. Dejé de tomar merca porque si tomo merca me muero y soy cobarde. Y al dejar de tomar merca perdí todos los ímpetus. Además, la operación me sacó la sexualidad. Cuando te sacan la próstata quedás impotente. Hace dos días vino uno que me compró el guion del cuento “El complot” y lo va a hacer cine en un corto. Me pagó 10 lucas.

-Y aparte de esto, ¿tenés más propuestas que van surgiendo?

– No.

(La charla se desvía y surgen otros temas)

—Yo fui cocainómano. Bueno, fui drogadicto desde pendejo, tomaba de todo, pero la cocaína llegó ya de grande, cuando volví de Europa. Fue la única droga que me agarró, porque antes tomé cien ácidos, cien mescalinas, tomé sal de anfetaminas, tomé datura. Pero ninguna me atrapó, la cocaína sí.

-Es otra cosa la que le hace al cerebro, otra dependencia.

– Y te hace muy inteligente, a mí me hizo eso. Me exageró la lucidez a un punto peligroso. Y me acuerdo de lo que Antonio Escohotado, el de la historia de las drogas: “Yo no tomo cocaína porque soy un tiburón, tengo que estar siempre en movimiento. La cocaína es televisión”. Era adicto a la última droga que se había puesto de moda, el éxtasis. Todos somos adictos a algo, al aire que respiramos. La diferencia entre droga y comida es que la droga es un veneno y un remedio a la vez, las dos cosas. El geniol, por ejemplo. La comida, en cuanto la ingerís se llama Enrique. En cambio, la droga sigue siendo un extranjero en tu cuerpo. Y eso la hace maravillosa, porque yo estaba aburrido de ser yo, como estoy aburrido ahora. A veces doy un taller acá abajo, no un taller, un seminario, y tomo cocaína. Hablo mejor, digo cosas más inteligentes. Y no por nada Freud tomó toda su vida, pero él la tomaba vía oral. Él hizo la publicidad de la cocaína que se llamaba… Tiene un nombre que después quedó en el lumpenaje. ¿Cómo le dicen a la cocaína?

– ¿Merca?

– Merk. Merk la inventó. En alemán. Merk, con K, que quiere decir “merca”. Y él hace una publicidad de Merk. Porque no estaba prohibida todavía, la prohibieron los yanquis de mierda. Porque lo peor de la cocaína no es la cocaína, son los cortes, que la venden cortada.

– Me decías que estabas aburrido. ¿Qué te gustaría hacer, qué te divertiría?

– No, nada. Me gustaría viajar por el mundo, pero no tengo plata.

– ¿Y algo que se pueda hacer en Buenos Aires?

– Actuar, pero es un quilombo, hay que hacer tantas cosas. Yo, cuando actúo, lleno el teatro. Aparte necesito músicos, tenemos que ensayar, se tienen que venir acá, es un quilombo.

– ¿Y ahora no tenés pensado salir por un tiempo?

-Si no puedo caminar… Bueno loco, ya está.

– ¿Algo que necesites?

-Comprame cigarrillos.

Cuando terminamos la entrevista, salgo a la calle para comprar dos atados de Parliament. “Si no hay”, dice Enrique, “dos Philip Morris”. A la vuelta, en la habitación está Susana, una amiga que lo acompaña y le lleva el almuerzo. Symns mira los cigarrillos con desconfianza. Le pregunta a Susana si son mentolados. Le explico que no, y se hace un silencio breve. Antes de irme, nos damos la mano. “Llamame, loco”, dice, y nos despedimos.

 

Fuente: arte zeta.com.ar

 

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