La muerte de la novela clásica coincidió con la disolución de la sociedad burguesa en su versión decimonónica, pero también con la sustitución de una economía política que pensaba la desigualdad desde el concepto de clase por otra que aborda el problema de la distribución de la riqueza desde lo individual.
Podemos usar la literatura para aprender más sobre la desigualdad? Sí, creo que podemos y, como saben algunos de mis lectores, hice exactamente eso en Los que tienen y los que no tienen, libro que abre con un debate sobre las novelas Orgullo y prejuicio de Jane Austen – con relación a la ventaja monetaria que obtendría Elizabeth casándose con Mr. Darcy – y Anna Karenina de León Tolstói. Luego, Thomas Piketty hizo lo mismo en El capital en el siglo XXI, y añadió a Honoré Balzac, a quien por cierto citó Carl Marx precisamente por la misma razón: es un cronista extraordinario de la vida en una sociedad burguesa.
Recientemente, Dan Shaviro publicó Literatura y desigualdad, un libro en el que analiza las estructuras sociales en Inglaterra y Francia – en el siglo XIX – y en Estados Unidos – en los siglos XIX y XX – tal y como las revelan nueve libros, empezando con la inevitable Austen y siguiendo con Balzac, Stendhal, Charles Dickens, Anthony Trollope, Edward Morgan Forster, Mark Twain, Dudley Warner, Edith Wharton y Theodore Dreiser [1].
Casualmente, hace unos días tomé de mi biblioteca El futuro de la historia de John Lukacs, un pequeño gran libro de ensayos escrito por uno de los mejores historiadores estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial. Lo leí cuando se publicó, hace casi diez años, y pensaba leer – por motivos en nada relacionados con el tema que estoy discutiendo aquí – simplemente las notas y comentarios que hice. Pero lo que me llamó la atención fue la idea que tiene Lukacs sobre la relación entre historia y literatura. Se hace la misma pregunta que me hice al principio de este artículo: ¿podemos aprender algo de la historia de una época determinada leyendo buena literatura?
La respuesta de Lukacs es “sí”. No solo podemos aprender sobre cómo la gente se sintió ante algún suceso histórico, incluso cuando no sabían que estaban participando o siendo testigos de tal suceso, sino que la buena literatura – dice Lukacs – es como la buena historia. Se supone que durante la lectura uno no sabe cómo terminará la historia. Hay un final abierto que despliega todo el abanico de posibilidades que existe en el presente, un abanico que nosotros, al observar algo que solía ser el presente, sabemos que no se materializó. Por lo tanto – dice Lukacs – la literatura y la historia tienen una relación simbiótica. Esta es realmente la cuestión que debemos tener en cuenta cuando decimos que se puede aprender de las sociedades y de su desigualdad a partir de las novelas.
Pero entonces, Lukacs hace una observación adicional muy interesante. Al señalar que el nacimiento de la novela se produjo en el siglo XVIII, al mismo tiempo que la Revolución Industrial, y que su clímax fue probablemente en el siglo XIX en Europa, y al señalar también que el tipo de novela que nos descubre una sociedad es poco común hoy, Lukacs se pregunta: ¿murió la novela al mismo tiempo que se disolvió la sociedad burguesa con estratificación de clase?
El autor se apoya en un hecho señalado por muchos: que con el cambio de siglo, las novelas se volvieron mucho más centradas en las experiencias individuales, que no tenían necesariamente que ver con el contexto social. No es que Julien Sorel o Emma Bovary no estuvieran centrados en sí mismos. Lo que ocurrió es que ese yo era descrito enfrentándose y sufriendo en un mundo lleno de codicia, arribismo, mimetismo social y divisiones de clase. Ese yo se mostraba sobre el fondo de la sociedad. A menudo ese fondo se colocaba en un primer plano y se convertía en el verdadero tema del libro, como es el caso de Dickens, por ejemplo. Pero – según Lukacs -, en las novelas de principios del siglo XX y en las posteriores el fondo sociológico va desapareciendo para dejar paso a un individuo con sus problemas, su familia, sus amigos, su sexo, sus amores y depresiones. Los grandes temas sociológicos que trataba la literatura del pasado desaparecen.
Esto es lo que observé cuando, motivado por el éxito de mis análisis sobre las sociedades rusa e inglesa de principios del siglo XIX a partir de Austen y Tolstói, comencé a investigar y a preguntar a amigos y estudiantes sobre novelas similares en otros lugares y lenguas. Los resultados fueron decepcionantes. Las sociedades menos desarrolladas y comercializadas que Europa en el siglo XIX no produjeron, comprensiblemente, ese tipo de novelas: si la monetización es casi inexistente, ¿cómo cuantificar las posiciones sociales, los ingresos y la riqueza? Los novelistas no van a imputar ingresos de la misma manera que los economistas imputan el valor de los propios bienes producidos a granjeros en las encuestas sobre renta familiar. Por otra parte, tampoco las sociedades occidentales de mediados del siglo XX y más adelante parecían, como menciona Lukacs, muy interesadas en ese tipo de literatura.
No estoy al tanto de la literatura de los últimos treinta años. Por esa razón me he basado más en el juicio de otros. Pero a estos otros también les ha costado encontrar novelas que reflejen la desigualdad social, o incluso más ampliamente cuestiones sociales relacionadas con la herencia, la posición en la sociedad, las distinciones sociales e incluso el dinero. Así que el resultado fue muy pobre.
Lukacs proporciona una explicación a este deceso. En su opinión, la disolución de las clases y de las sociedades típicamente burguesas provocaron que las novelas que yo buscaba se volvieran irrelevantes. La sociedad se descompuso en individuos, no en clases. El objeto de la literatura paso a ser la cuestión individual, no la de clase.
Ahora bien, una última cuestión en la que creo que no pensó Lukacs y da credibilidad a su explicación. La economía política dejó de observar la desigualdad social a través de la clase, algo que hicieron desde Quesnay hasta Marx, pasando por Adam Smith y Ricardo. Esto ocurrió precisamente al mismo tiempo que la novela clásica desaparecía. Fue Pareto, en el cambio de siglo, el que introdujo por primera vez la desigualdad de la renta interpersonal tras estudiar datos fiscales de ciudades alemanas e italianas.
De Pareto en adelante, dejamos de preocuparnos por los capitalistas, los trabajadores y los propietarios y nos empezaron a preocupar los individuos, algunos ricos y otros pobres. Se dejaron de hacer análisis de clase, a tal punto que en la segunda mitad del siglo XX, especialmente en Estados Unidos, la sola mención de la clase en un artículo académico te convertía inmediatamente en un marxista incorregible.
Se me ocurrió que esto no es una coincidencia: la muerte de la novela clásica, la disolución de la estructura de clases de la sociedad burguesa y la sustitución de una economía política en la que los sujetos eran las clases por una en la que los sujetos son “agentes” son cuestiones todas relacionadas entre sí.
Pero ahora, a medida que la importancia del capital aumenta, las sociedades capitalistas se vuelven más estratificadas y los ricos intentan transmitir todos sus privilegios a sus descendientes, ¿no deberían volver los análisis de clase en economía y la novela clásica el campo de la literatura?
Publicado originalmente en el blog del autor / Traducción de Ricardo Dudda.
[1] Las reseñas de la primera y segunda partes del libro de Shaviro hechas por milanovic puede leerse en:
https://www.letraslibres.com/espana-mexico/economia/literatura-y-desigualdad
https://www.letraslibres.com/espana-mexico/economia/herencia-matrimonio-y-pillaje-tres-vias-llegar-la-cima