Alguna vez, Borges dijo que Quiroga era “en realidad una superstición uruguaya”, quizás porque se atrevió a romper con el paradigma de lo gauchesco en sus cuentos. Uno y otro fueron, sin embargo, grandes cultores de lo fantástico.

Uno de los mejores cuentistas de Latinoamérica, Horacio Quiroga nació en Salto Uruguay el último día de 1878. Durante las tres primeras décadas del Siglo XX fue uno de los principales artífices en el cambio de rumbo que la literatura rioplatense realizaba por entonces para ingresar en la modernidad. Trágicamente falleció el 19 de febrero de 1937.

En la introducción que el notable escritor británico James G. Ballard realizó en 2001 para presentar su extensa colección de cuentos, decía que “Los cuentos son la calderilla del tesoro de la ficción. Es fácil pasarlos por alto ante la abundancia de novelas disponibles, una moneda sobrevalorada que con frecuencia resulta ser falsa. En su máxima expresión –Borges, Ray Bradbury y Edgar Allan Poe-, el cuento está acuñado en metal precioso y sus destellos dorados brillarán para siempre en el hondo talego de la imaginación del lector”.

Ni Borges ni Poe se hicieron célebres por la escritura de alguna novela, mientras que algo similar sucedió con otros grandes escritores. E.T.A. Hoffmann, Guy de Maupassant, H.P. Lovecraft son algunos casos paradigmáticos al respecto. En el Río de la Plata durante las primeras décadas del pasado siglo fue de gran relevancia la obra de Horacio Quiroga. Si bien escribió dos novelas (Historia de un amor turbio y Pasado amor) Quiroga fue principalmente un escritor de cuentos. Incluso para los críticos, las dos novelas no están a la altura de su talento narrativo.

En sus Consejos para la escritura de cuentos, Quiroga insistía -en sus dos primeras sugerencias-, en el valor referencial de las lecturas que antecedieron el posible despliegue narrativo. “Cree en un maestro – Poe, Maupassant, Kipling, Chéjov– como en Dios mismo”, para seguidamente enfatizar: “Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo”, advirtiendo en su tercera recomendación “Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia”. Lo cierto es que la narrativa quiroguiana no podría entenderse prescindiendo de sus experiencias vitales.

Lo que sigue no será incursionar en la integridad de la vida o la obra de Quiroga sino más bien incursionar en algunas provocaciones que produjo su experiencia. A Quiroga hay que leerlo, tal vez dejarse atrapar por su prosa en la que prima un terror entre sarcástico, lúgubre e hiperreal que recuerda en gran parte a los fantasmas de Guy de Maupassant.

“Superstición uruguaya”

Vaya a saber por qué, el notable Jorge Luis Borges alguna vez dijo que: “Horacio Quiroga es en realidad una superstición uruguaya. La invención de sus cuentos es mala, la emoción nula y la ejecución de una incomparable torpeza”. Atrapado en este dilema el escritor Sergio Olguín, en su prólogo a los Cuentos Completos de Horacio Quiroga (Seix Barral 2017), nos dirá que “Siempre (le) llamó la atención que nuestro escritor más importante haya sido incapaz de reconocer el talento de Horacio Quiroga”. Sujeto a esta apreciación Olguín dirá unas líneas más adelante que “No se ha remarcado suficientemente lo injusto, arbitrario y egoísta que podía ser Borges con escritores que no pertenecían a su universo estético” a pesar de ser ambos grandes cultores de lo fantástico.

Olguín aventura que Borges no le haya perdonado a Quiroga el haber roto con el paradigma literario argentino en el que primaba lo gauchesco, la referencia a Buenos Aires y a la Pampa húmeda.

Tras viajar a Misiones en 1903 acompañando a Leopoldo Lugones, Quiroga quedó fascinado por la selva misionera. Al poco tiempo se mudaba al Chaco y en 1910 a Misiones para llevar adelante una vida agraria. Ese paisaje que lo acompañó hasta sus últimos días, marcó a fuego su literatura, constituyendo el  fondo visual, imaginario que podrá vislumbrase en sus relatos.

“Paris no es América”

Para aquellos a los que les interese indagar sobre el pensamiento del cuentista de Salto, no pueden dejar de leer  Quiroga íntimo- Correspondencia. Diario de viaje a París, editado por la escritora española Erika Martínez en 2010.

Con el nacimiento del nuevo siglo, y con apenas 22 años, Quiroga se embarcó hacia Europa. El joven escritor partió hacia Paris casi como un verdadero dandy de los que hablara Jean Baudelaire, pero tras su viaje regresaría desilusionado, con la barba crecida y la ropa desgastada. Estaban ahí, probablemente, las condiciones para su futura mudanza a la selva misionera.

Según escribiera Erika Martínez en el prólogo al libro señalado, en su segunda libreta del Diario de viaje…,  Quiroga parecía insistir con que “Paris no es América”, intentando mostrar que lo maravilloso del nuevo continente no volvía a hallarlo en la considerada Ciudad de la Luz y esto era algo que terminará decepcionando al joven escritor. No encontrará por cierto algo que trascienda lo ya conocido. “Paris es una buena cosa, algo así como una sucesión de Avenidas de Mayo populosísimas, llenas de luz, de gente corriendo, de gente hablando en las calles…” dirá, comparando al paisaje parisino con la avenida más ancha de Buenos Aires.

En una anécdota correspondiente al 16 de mayo, Quiroga contará un diálogo sumamente interesante que tuvo con el ascendente escritor guatemalteco  Enrique Gómez Carrillo, en el Café Cyrano. Mientras Carrillo jugaba a las cartas, a Quiroga jugando al ajedrez no se le ocurrió otra cosa que provocarlo y le preguntó: “Diga Carrillo, ¿usted habla guaraní?” generando un ríspido diálogo que implicaría a otro de los presentes, afirmando Quiroga que, no podía ser que alguien no conociera uno de los grandes idiomas americanos, mientras que Carrillo le devolvía que: “…los americanos son bastante ridículos, todavía recuerdan sus cosas de allá” haciendo que al rioplatense le chocara “la impertinencia de la respuesta”, devolviéndole un fino sarcasmo que Carrillo pareció ignorar, dejando ahí la conversación.

En el prólogo ya señalado, Sergio Olguín dirá que los cuentos de Quiroga “están cargados de inmigrantes que enloquecen, empobrecidos por el alcohol y las injusticias sociales” haciendo que en su narrativa no haya épica posible, sino drama.

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