Guy Sorman, conocido entre nosotros por su simpatía hacia la política neoliberal del menemismo, lanzó acusaciones de pedofilia contra Michel Foucault. Para hacerlo se valió de una serie de imprecisiones y de lecturas sesgadas de la obra del autor de Vigilar y Castigar. La especie circuló por los medios sin que nadie se ocuparas de pedir pruebas y de chequear la información.

El ensayista franconorteamericano Guy Sorman, conocido por su apología del neoliberalismo y su defensa de Reagan, Thatcher y Pinochet, acusó a Michel Foucault de haber violado a niños de ocho años durante su estadía en Túnez. La acusación fue replicada por el Sunday Times y luego por diferentes medios franceses y redes sociales, que en ningún caso exigieron precisiones sobre los hechos alegados por este extraño acusador.

«Confieso haberlo visto sobornar a pequeños niños en Túnez […] Los citaba en el cementerio de Sidi Bou Said, a la luz de la luna, y los violaba sobre las tumbas».

«Les tiraba dinero y les decía «Nos vemos a las 22 horas en el sitio de siempre». […] Se acostaba con los jovencitos sobre las lápidas. Ni siquiera se planteaba la cuestión del consentimiento».

Quienes se hayan mantenido apartados de los medios deben saber que estas afirmaciones no están tomadas de una mala película de clase B, ni de una recopilación de testimonios anónimos sobre algún complot pedófilo-satánico urdido por los Iluminados. El autor de estas afirmaciones es Guy Sorman, conocido principalmente hasta ahora por su defensa de las obras de Reagan, Thatcher y Pinochet, así como por su voluntad de liquidar la herencia de Mayo del 68 y de los pensamientos críticos que representan un obstáculo para la «revolución conservadora» que él pretende. La primera cita figura en su bien titulado Dictionnaire du bullshit, y la segunda está tomada de una declaración que hizo Sorman al Sunday Times, reproduciada inmediatamente por numerosos medios franceses e internacionales. El criminal sodomita de niños sobre las tumbas bajo la luz de la luna, en el marco de un ritual cuya descripción recuerda a los usuales rumores sobre los primeros cristianos bajo el Imperio romano, o a la descripción de las conspiraciones judías durante la Edad Media, sería… Michel Foucault.

Pocos días después de la publicación del artículo del Sunday Times, las acusaciones fueron desmentidas gracias a la rápida investigación que hicieron los periodistas de la revista Jeune Afrique en el pueblo en cuestión. Durante varios días, en las redes sociales, las personas de Magreb insistieron sobre el carácter poco plausible de las afirmaciones de Sorman y recordaron que los cementerios de la zona se encuentran generalmente bajo una vigilancia estricta para evitar las profanaciones. En Jeune Afrique, los testigos que frecuentaban a Michel Foucault recordaron que «como en todo pueblo, uno nunca está solo y el cementerio, sobre todo en ese territorio de morabitas, es un lugar sagrado que nadie osaría profanar para no enfurecer a la baraka de Sidi Jebali, santo patrono del lugar». En cuanto a los niños frecuentados por Michel Foucault, se dice finalmente que no tenían 8 o 9 años, como afirma Sorman, sino 17 o 18, según el testimonio «categórico» de «Moncef Ben Abbes, memoria viva del pueblo». En realidad, no se trataba de «violarlos sobre las tumbas, sino de «encontrarse fugazmente con ellos en las arboledas de abajo del faro aledaño al cementerio».

El caso, que parece cerrado, es tan absurdo que daría gracia si se hubiese limitado, como hubiera sucedido antes de que la reflexión pase de moda, a los basureros de internet y a las divagaciones complotistas y antisemitas de Alain Soral y sus dobles. Pero en 2021, las afirmaciones de Guy Sorman pudieron ser proferidas en un libro publicado por la editorial Grasset sin brindar el más mínimo atisbo de una prueba, y transmitidas por C ce soir en France 5 sin que el presentador ni ninguna otra persona se sorprendiera o pidiera aclaraciones. En el Sunday Times, en el marco de un artículo publicado el 28, que tuvo mucha resonancia, Sorman fue capaz de afirmar la existencia de otros testigos sin nombrarlos y sin que el periodista encargado de entrevistarlo le preguntara por  el contexto, las fechas y sus eventuales pruebas. En fin, tanto en los medios como en las redes sociales, desde FdesoucheC News Valeurs actuelles hasta las múltiples cuentas de twitter queers y feministas, pasando por PointMiddle East Eye e incluso el Nouvel Observateur, todos retransmitieron estas acusaciones sin realizar el menor trabajo de verificación. Después de una semana de propagación de la calumnia, y luego de las contradicciones que introdujeron las declaraciones de los habitantes de Sidi Bou Said, un periodista de Arrêt sur images le pidió a Guy Sorman que diera algunas precisiones. Este se negó rotundamente. Hoy parece ser suficiente realizar cualquier afirmación sobre pedofilia para que el acusador y sus corresponsales sean dispensados del deber de brindar pruebas o aun precisiones.

Además de basarse exclusivamente sobre la declaración de Guy Sorman, y de no realizar ninguna investigación periodística, el artículo del Sunday Times incurre en muchos errores fácticos. El artículo sitúa los hechos en Túnez en 1969 y afirma que Foucault vivía allí, cuando en realidad había vuelto a Francia a fines de 1968 para dar clases en Vincennes. Se menciona una solicitada escrita por Gabriel Matzneff y publicada en 1977, pero en realidad Foucault no la firmó. Como dijimos, no se aporta ningún elemento ni ninguna prueba para apoyar las acusaciones de Sorman. Es más, las pruebas son las experiencias de BDSM homosexuales de Foucault sumadas a su crítica del derecho y de la noción de edad de consentimiento sexual. Una vez más, es la homosexualidad masculina, asociada a la mirada crítica del pensador francés sobre las normas, lo que parece apoyar la acusación de pedofilia. Este entusiasmo es favorecido por el hecho de que, durante los últimos años, hemos pasado de la necesidad de hacer justicia a las víctimas a la creencia total en cualquier acusación y hasta en los ecos que produce cualquier rumor.

En este sentido, el artículo del Sunday Times se esfuerza en presentar a Guy Sorman como un brillante intelectual francés, preocupado luego de tantas décadas de ausencia de democracia en Francia generadas por el fenómeno sesentayochista. Es sorprendente constatar que ni los periodistas ni los justicieros de las redes sociales que propagaron estos rumores se informaron sobre el CV político de Guy Sorman. Si estos últimos, tal vez menos acostumbrados a agachar la cabeza frente al rumor de un crimen, se hubiesen tomado el trabajo de informarse sobre su fuente, hubiesen notado que Guy Sorman estableció, a lo largo de más de cuarenta años, un proyecto ideológico: liquidar en Francia la herencia del marxismo y de todo pensamiento crítico en beneficio de las ideologías neoliberales.

En el capítulo «Pedofilia» de su Dictionnaire du bullshit, en el que figuran las acusaciones contra Michel Foucault, se ataca a otro ícono del post-1968. Sorman se indigna de que a nadie se le haya ocurrido «preguntarle a Jean-Paul Sartre si sus innumerables conquistas satisfacían los requisitos legales en cuanto a la edad». Aun cuando él, Guy Sorman, sí parece estar preocupado por el tema, omite de nuevo cualquier elemento probatorio, optando por la insinuación vaga en lugar de la rectitud que exige la ética intelectual (si es que acaso esta sigue siendo pertinente cuando se polemiza sobre la cama de los filósofos). Hay que decir además que ese capítulo, emplazado en un libro mediocre en medio de consideraciones sobre el liberalismo y la necesidad de privatizar los espacios naturales y las ballenas para protegerlos mejor, está repleto de contradicciones. Para explicar los actos que le imputa a Foucault, Sorman el reaganiano oscila, por ejemplo, entre la denuncia demagógica de «la casta de los artistas» y la crítica del supuesto marxismo de Foucault, que no existe más que en la mente de Sorman. Para Sorman, Foucault «consideraba que toda ley, toda norma era en esencia una forma de opresión por parte del Estado y de la burguesía». Cuando se considera que el pensamiento de Foucault se desarrolla contra el reduccionismo y el economicismo marxista, que se esfuerza en mostrar que la prohibición no es reductible a las ficciones jurídico-legales y que el poder, asociado a la producción de saber sobre los individuos, está en el origen de los procesos de subjetivación, un resumen tan vulgar no puede provocar más que la risa.

De la misma manera, a pesar de que Sorman afirmó en los medios que Foucault «no se preocupaba por el consentimiento» de los niños, cuando leemos su libro nos enteramos de que, según él, Foucault «prefería creer en el consentimiento de sus pequeños esclavos»… Esto le permite considerar los desarrollos de Foucault sobre la organización jurídica de la sexualidad y la noción de edad de consentimiento sexual para llegar a la conclusión de que su obra sería «la coartada de sus vilezas». No obstante, sin miedo a contradecirse, Sorman saluda en la pantalla de France 5 la influencia de los libros de Foucault, que él «relee» frecuentemente, luego de haber escrito que la importancia de la obra, que él resume como un marxismo vulgar y una justificación del crimen, debería «mermar». De la misma manera en la que el Sunday Times afirmaba la omnipresencia sofocante de Foucault en el campo universitario anglosajón, Guy Sorman llama a deshacerse de los análisis foucaultianos tan apreciados por las teorías críticas… por intermedio de un discurso moralista y apelando al rumor. En esto se encuentra con Michel Onfray, quien desde hace muchos años reduce las obras a un conjunto de anécdotas, de rumores o de extrapolaciones en torno a la biografía de sus autores, y quien ya había intentado desacreditar la obra de Foucault apelando a un conjunto de insinuaciones sobre sus supuestas prácticas sexuales.

Asociando las violaciones pedófilas al pensamiento de Foucault sobre la infancia y la legislación relativa a la sexualidad, Sorman parece hacer referencia a la Carta abierta a la Comisión de revisión del código penal para la revisión de ciertos textos que rigen las relaciones entre adultos y menores, que Foucault firmó junto a otras 80 figuras públicas en 1977 y que defendió frente a la mentada comisión. Dado que los frecuentes malentendidos sobre este texto parecen haber ayudado estos últimos años a que se propaguen ideas sobre un supuesto complot de élites pedófilas-satanistas, a un extremo tal que se validan las acusaciones fantasiosas de Sorman sin ningún cuestionamiento, conviene detenerse en él.

Lejos de tratarse de una defensa de la violación de niños, la carta contiene, por ejemplo, esta frase: «Los firmantes de la presente carta consideran que la completa libertad de los miembros de una pareja sexual es condición necesaria y suficiente para la licitud de esa relación».

En cuanto a las reivindicaciones que expresa, se trataba de exigir la igualación de las edades de consentimiento sexual de homosexuales y heterosexuales (los hombres en ese entonces eran encarcelados por tener relaciones con otros hombres jóvenes que tuviesen poco menos de 18 años), de interrogar la noción de «corrupción de menores, en el marco de la cual el delito puede estar constituido meramente por el alojamiento de un menor durante una noche», y de demandar que se cambie la ley relativa al atentado contra el pudor sin violencia sobre menores, de modo tal de limitar la duración de la detención preventiva y llevar la pena máxima de prisión a cinco años por ese delito, mientras que la violación seguiría siendo un crimen sancionable por un tribunal penal. En ningún lugar en ese texto se defienden ni se relativizan la violación o la pedofilia, y los firmantes lograron su cometido a partir de 1982, tanto en lo que refiere a la discriminación entre homosexuales y heterosexuales como a la necesidad de diferenciar la violación de menores, considerada como un crimen, y las relaciones no forzadas con adolescentes de menos de quince años, que son consideradas hasta el día de hoy como delitos.

En 1977, luego de firmar la carta y de la audiencia frente a la comisión, Michel Foucault, acompañado por Guy Hocquenghem, escritor y figura destacada del Frente Homosexual de Acción Revolucionaria (FHAR), y por el abogado Jean Danet, fueron a France Culture a defender las reivindicaciones y a presentar sus reflexiones sobre el tema. Este debate fue publicado por la revista Recherche bajo el título «La ley del pudor» y apareció luego en Dits et écrits de Michel Foucault. En esa entrevista, Michel Foucault señala ⸺en el marco del desarrollo de la victimología, rama de la criminología que no se interesa por los autores de los actos, sino por el traumatismo sufrido por las víctimas⸺ la emergencia de una «sociedad del peligro», que va de la mano del reforzamiento del poder de los psiquiatras, encargados de establecer la realidad de los traumatismos y de organizar el discurso de las víctimas.  Por su parte, Hocquenghem declara que «sobre el problema de la violación propiamente dicho […] los movimientos feministas y las mujeres en general se expresaron perfectamente». Al mismo tiempo, se opone al pánico securitario que empuja hacia una escalada punitiva y provoca una voluntad de venganza, a exigir la castración química de los violadores y a publicar reportajes en la prensa sensacionalista que solo generan ansiedad y en última instancia sirven para legitimar el reforzamiento del arsenal represivo.

En el marco de un pensamiento que busca limitar la intervención del Estado sobre la sexualidad, Foucault se interrogó muchas veces sobre la posibilidad de sancionar las violencias sexuales en tanto violencias y ataques a la persona, renunciando a la definición específicamente sexual de esas infracciones. Aquí, analizando la emergencia del discurso sobre la sexualidad, que no apunta solamente a los actos considerados como crímenes o delitos, sino a una vaga figura criminal portadora de peligro, Foucault percibe el riesgo de que la sexualidad termine por ser considerada peligrosa en sí misma, en nombre de la preservación de la familia o la defensa del pudor:

«Antes las leyes prohibían algunos actos, actos por otra parte tan numerosos que no se llegaba a saber muy bien cuáles eran, pero actos, al fin y al cabo, que recogía la ley. Se condenaban unos tipos de conducta. Ahora lo que se están definiendo, y lo que se encontrará fundamentado por la intervención tanto de la ley como de los jueces o de los médicos, son individuos peligrosos. Vamos a tener una sociedad de peligros, con aquellos que se hallan en peligro por un lado, y aquellos que son peligrosos por el otro. Y la sexualidad ya no será un tipo de conducta con unas prohibiciones determinadas, sino una especie de peligro errante, una especie de fantasma omnipresente, un fantasma que actuará entre hombres y mujeres, entre niños y adultos, y quizás también entre los propios adultos, etc.».

Este pasaje es muy coherente con el resto de la obra de Foucault, que da cuenta de una arqueología del discurso y de las formas de poder, de una reflexión sobre la ley, sobre las normas y sobre el poder médico. No se trata de una apología del crimen, ni de un exceso que debería ser separado del resto de la obra. Las reflexiones a propósito de la figura del monstruo, que justifica el pánico securitario contra un peligro difícil de circunscribir, son también la prolongación de lo que Foucault desarrolló en su curso que dictó en 1974-1975 en el Collège de France y que se publicó bajo el título Los anormales.

En ese curso, Foucault se interesa en el «niño masturbador». Al lado del «monstruo humano» y del «individuo a corregir», aquel forma parte de los tres personajes alrededor de los cuales se constituye, en el siglo XIX, el «campo de la anomalía» en cuyo interior se desarrolla un poder jurídico-patológico que se apoya en la psiquiatría. En el curso del 22 de enero de 1975, Foucault explica:

«El masturbador, el niño masturbador, es una figura novísima en el siglo XIX (o en todo caso propia de fines del siglo XVIII) y su campo de aparición es la familia. Podemos decir, inclusive, que es algo más estrecho que esta: su marco de referencia ya no es la naturaleza y la sociedad como [en el caso d]el monstruo, ya no es la familia y su entorno como [en el d]el individuo a corregir. Es un espacio mucho más estrecho. Es el dormitorio, la cama, el cuerpo; son los padres, los supervisores directos, los hermanos y hermanas; es el médico: toda una especie de microcélula alrededor del individuo y su cuerpo».

Foucault hace alusión a las «técnicas pedagógicas del siglo XVIII». En los cursos del 5 y del 12 de marzo, cuando analiza con más detalle la infancia y los discursos alrededor de la masturbación, Foucault describe la familia como «un espacio de vigilancia continua» y menciona que a los padres se les asigna, se les impone «tomar a su cargo la vigilancia meticulosa, detallada, casi asquerosa del cuerpo de sus hijos». En fin, si Foucault se interesa particularmente en la vigilancia de los niños, es porque esta parece ser para él «una de las condiciones históricas de la generalización del saber y del poder psiquiátrico». Así, al focalizarse cada vez más sobre «ese pequeño rincón de existencia confusa que es la infancia, la psiquiatría puede constituirse como instancia general para el análisis de las conductas».

En France Culture, interrogado hacia el final del programa sobre la noción de edad de consentimiento sexual, Foucault responde que un límite exacto de edad fijado por ley «no tiene sentido», y que de lo que se trata, en vez de apoyarse únicamente en la edad o en el discurso de los psiquiatras, es más bien de escuchar a los menores a propósito de los diferentes regímenes de violencia, de coacción o de consentimiento que viven. Poco después, Guy Hocquenghem retoma los términos de Michel Foucault y afirma la necesidad de «escuchar al niño y darle cierto crédito». Como escribió en 2014 Jean Bérard, historiador del derecho:

«las expresiones militantes de los años 1970 […] le hicieron lugar al cuestionamiento de la articulación entre consentimiento y relaciones de poder. Eric Fassin muestra que Foucault percibió adecuadamente el problema y expresó un “dilema” más que una posición. Los militantes se interrogaban sobre aquello que debe ser considerado como relevante para la “liberación sexual”».

En septiembre del año pasado, en el contexto de la polémica que suscitó el redescubrimiento de las producciones de Guy Hocquenghem sobre la infancia, y especialmente esta entrevista realizada en compañía de Michel Foucault, los editores de la revista Trou noir destacaron que «hoy no existe más, en la izquierda, la capacidad de cuestionar y rechazar radicalmente la escuela, la psiquiatría, la prisión, la familia, [lo que] ciertamente no implica ningún avance, sino más bien todo lo contrario».

Esta tendencia parece haberse reforzado hasta tal punto que el proyecto de ley que considera como violación toda relación entre un/a adolescente de menos de quince años y una persona cinco años mayor, independientemente de la vivencia y el relato del/la adolescente, y sin ninguna investigación ni reflexión sobre los regímenes de coerción o de consentimiento, se votó recientemente de manera unánime en la Asamblea Nacional y fue aprobada por la opinión general. La ausencia del menor discurso crítico, incluso en nombre del mantenimiento de la «libertad de expresión», es más llamativa que hace tan solo tres años, cuando frente a un proyecto análogo que se presentó y luego se retiró, Planning Familial criticó un artículo que hablaba del «orden moral» y del «desconocimiento» de las prácticas de los jóvenes, señalando el riesgo de someter la sexualidad adolescente de manera todavía más profunda a los «tabúes y al ocultamiento». También se evocaron como un riesgo las posibles denuncias judiciales que podrían recaer sobre el personal sanitario y las asociaciones que trabajan con adolescentes que mantienen vínculos con personas más grandes.

Durante los últimos años vimos que se intensificaron los llamamientos de distintas corrientes feministas a reforzar el aparato represivo, en el marco de «la lucha contra las violencias», insistiendo en la necesidad de vigilar y castigar a los agresores y centrándose en las responsabilidades individuales. Es este contexto el que habilitó, en septiembre del año pasado, el despliegue de una campaña contra la memoria de Guy Hocquenghem, que fue cubierta por Russia Today Valeurs actuelles y organizada por las «feministas interseccionales» de Granada junto a las asociaciones de protección de la infancia que luchan contra la educación sexual en las escuelas. Algunos meses más tarde, la estupidez (o la bullshit, como diría Guy Sorman) se extendió hasta tal punto que una afirmación tan absurda como «Michel Foucault sodomizaba niños sobre las tumbas en Túnez cuando caía la noche» no siempre provocó las carcajadas ni las dudas que debería haber provocado.

Entonces, parece urgente rechazar los términos del enemigo y aprender a detectar las máscaras ideológicas reaccionarias, apenas disimuladas en medio de la masa comunicacional. La famosa reacción neoliberal, el individualismo, los discursos y las prácticas securitarias no solamente están frente a nosotros, como un bloque masivo que podríamos delimitar con facilidad. Se esparcen por numerosos espacios en los cuales la generalización de los microfascismos será difícil de deshacer.

Mientras tanto, aquellos y aquellas que tengan interés en las investigaciones de Foucault a propósito de la sexualidad y de la historia de la noción de consentimiento pueden remitirse al cuarto tomo de la Historia de la sexualidad, publicado en 2018. En cuanto a quienes quieran leer anécdotas ligadas a la biografía, se destaca Foucault in California, de Simeon Wade, en donde se narra el viaje de Foucault a los Estados Unidos, especialmente una experiencia común bajo los efectos del LSD, y que incluye, entre otras cosas, la transcripción de muchas conversaciones con Foucault sobre sus relaciones con la música, la literatura, la universidad y su homosexualidad.

 

Traducción. Valentín Huarte

 

Fuente: Jacobin