La serie escrita por Claudia Piñeiro y dirigida por Marcelo Piñeyro provocó un fuerte rechazo de las iglesias evangelistas que acusaron a los creadores de un comportamiento fascista. Una polémica en la que se mezclan el derecho a la libre expresión, los debates por el aborto y las lecturas políticas que genera un fenómeno religioso en constante ascenso.
El Consejo Directivo Nacional de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA) criticó la serie El reino y acusó a sus guionistas, Claudia Piñeiro y Marcelo Piñeyro, de ostentar “un comportamiento fascista”.
En las redes sociales muchos asumieron que los evangélicos quisieron censurar a los creadores de la serie, pese a que no fuera lo que manifestaba el comunicado (que finalmente ACIERA quitó de su web).
El conservadurismo antiderechos de la ACIERA, viejo conocido, quedó al desnudo cuando cuestionó a Piñeiro por presumir un “encono hacia los evangélicos” el cual se explicaría vía “su militancia feminista” durante el debate de la “ley del aborto” (sic), en realidad en favor de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE).
Ahora bien, ¿de quién es “El reino” en esta disputa? ¿De una plataforma de streaming con casi cinco millones de suscriptores en la Argentina? ¿De sus casi cinco millones de evangélicos? ¿Del que cantó prí? ¿De los que se quedaron con la última palabra?
En una ficción, el narrador echa a volar a sus duendes interiores. Da rienda suelta a su imaginación –como se dice habitualmente. Esta idea, simple y maravillosa, no debería dar lugar a peliagudas controversias. Pero es parte del debate que generó el comunicado que difundió la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA) sobre la serie El reino, donde el pastor evangélico Emilio Vázquez Pena (Diego Peretti), termina siendo candidato a presidente tras el asesinato de su compañero de fórmula. (Todavía no la vi, así que sustraje esta sinopsis de alguna parte).
Las plataformas de streaming vienen a ocupar un lugar parecido al de los canales de televisión, no a reemplazar la lógica capitalista: así como el autor fabula una novela o una serie, la editorial o el canal se preocupan por garantizar la rentabilidad, para lo cual deben elegir productos que encajen con las expectativas de un target; aquella historia que –según los directivos de estas empresas, informados por los ejecutivos de marketing–, la audiencia consumirá con mayor felicidad/fidelidad.
Prácticamente al mismo tiempo que “El reino” estrenó el documental «El culto». Bajo el título El Culto: una ventana fiable a la experiencia religiosa evangélica, Pablo Semán y Mariano Schuster analizan el rodaje dirigido por Almendra Fantilli
Hay varias preguntas tontas que se pueden hacer. La primera es: ¿Tiene algún sentido condenar a un creador por su capacidad para fabular? En las ficciones, las personas son personajes, los lugares son escenografías y los sucesos no sucedieron. Es pura irrealidad, o representaciones falsas de la realidad. La historia puede ser amena, odiosa, reflexiva, idiota. Puede estar bien o mal contada. Pero hay algo de lo que no caben dudas: refiere a hechos parecidos a la realidad, personajes que recuerdan a personas que conocimos o situaciones que imaginamos posibles. Su aproximación a lo que pasa, o a lo que podría pasar, tiene más que ver con la verosimilitud que pretende el autor que con su capacidad descriptiva o predictiva.
Tratándose de una ficción, puede ocurrir que esa representación caricaturice, trastoque o, incluso, deforme groseramente la realidad. En tal caso, el creador de ese universo imaginario puede contestar: “¿Y?”. El autor no pretende que su ficción sea realista.
Ahora bien, si cierto colectivo se siente interpelado, descubre que esa imagen se aleja de su autopercepción o no concuerda con esa representación, ¿no tiene derecho a defensa? Sus argumentos serán buenos, mediocres o falaces. Pero tiene tanto derecho a expresar su opinión como el que tiene a fantasear el autor de una novela, una serie o una película.
Para complejizar un poco más la controversia, llamémosle falaz al argumento de quien se pretenda propietario de determinado canon de “pureza artística”. Y, si se quiere, digámosle torpe y troglodita a quien se le cruzó por la cabeza hablar en la Argentina de “contaminación ideológica” sin pagar un precio por usar el lenguaje de la dictadura. (Y podríamos seguir rizando el rizo: ¿hay evangélicos reaccionarios y antiderechos? ¡Claro! Pero estamos hablando de otra cosa.)
No hubo pedido de censura ni “intento encubierto de censura” (como afirmó Argentores). No corre sangre: estamos hablando de una polémica de las redes y las arenas mediáticas. Suponer que detrás de las críticas de ACIERA hay un potencial criminal afilando un cuchillo permite diagnosticar un raro efecto paradojal.
Seamos serios: los defensores de la ficción no deberían temer que las creaciones artísticas se tornen realidad. Los villanos de caricatura son eso, villanos de caricatura.
Y la reducción de todas estas cuestiones a un esquema tan caro a la ficción –el estereotipo buenos por un lado y malos del otro– nos recuerda que este debate tiene lugar en la Argentina, el reino de la bipolaridad.
El comunicado de ACTERA
El referido comunicado de ACIERA se volatilizó de su página oficial.
Para Página /12 fue consecuencia del “repudio generalizado” (efectivamente, el repudio fue generalizado). Pero ACIERA no dio ninguna explicación.
Si Página tiene razón, el error fue doble: primero, escribir lo que pensaban; segundo, borrarlo. Finalmente, condena y autocensura de la condena incentivaron el interés por la serie de les Piñei/yres. Demostrando, una vez más, la eficiencia de un corolario del Efecto Streisand llamado Subefecto VPP (Vinimos Por el Postre): a veces no es necesario censurar, alcanza con condenar enérgicamente cierta información para que ésta reciba mayor visibilidad de la que hubiera tenido si no se la hubiese pretendido cuestionar.
Reproducimos el comunicado, cortesía de Alejandro Frigerio (que lo guardó). Estos documentos deben ser leídos en su totalidad (sin recortes) y quedar asentados en alguna parte.
Sobre la ficción “El Reino”
Nadie puede dudar de la calidad de los actores argentinos que participan de la serie de Netflix “El Reino”, que se estrenó este viernes 13 de agosto. Apenas viendo las imágenes del trailer y de los primeros capítulos se puede apreciar que la actuación de la mayoría de ellos es brillante. Sin embargo, no podemos decir lo mismo del contenido, y mucho menos del mensaje que se busca transmitir en esta obra que han desarrollado la guionista Claudia Piñeiro junto al realizador Marcelo Piñeyro y ha producido el empresario farmacéutico -Grupo Insud- Hugo Sigman.
Los productos culturales como lo son aquellos que surgen del séptimo arte, han marcado las distintas épocas de nuestra historia reciente y a la vez han influenciado en nuestra conciencia y percepción de los acontecimientos históricos, de tal manera que los recordamos más por las imágenes representadas en el cine que por la realidad de los hechos. Un mero ejemplo son las películas de Hollywood sobre la Segunda Guerra Mundial o sobre la Guerra de Vietnam, y la forma en que ellas describen a los Estados Unidos y su participación en aquellas.
La utilización de las industrias culturales con fines ideológicos no es en absoluto algo nuevo o novedoso. De hecho, se ha usado en distintas épocas y con distintos objetivos. Fue el filósofo marxista italiano, Antonio Gramsci -citado al inicio de la serie- quien ya proponía a principios del siglo pasado usar la cultura para introducir pensamientos y conceptos para alcanzar la hegemonía cultural en la sociedad. Es decir, con el objetivo de imponer un conjunto de significados ideológicos, utilizar los medios de comunicación, los sistemas educativos y los productos culturales, para lograrlo. El fin es que la sociedad conciba esa forma de ver el mundo como natural, estableciendo una construcción social de la realidad y neutralizando cualquier visión contraria a dicha cosmovisión ideológica.
Utilizar un guion televisivo o cinematográfico para crear prejuicios o estereotipar a quienes representan un pensamiento contrario, no sería una expresión artística genuina o pura, sino que estaría contaminada por aquellos condicionamientos ideológicos que no tienen otro fin que dinamitar la misma esencia del arte. Crear un producto cultural, como es una ficción de cine o una serie, desde la base del odio, para generar rechazo social a un colectivo religioso, es un acto que no realza la belleza de una profesión que se debería caracterizar por la transparencia y pureza intelectual y creativa, y no por usar la actuación para denostar y fogonear el rechazo social a quienes piensan distinto a quien produce esa obra.
Es sabido el encono que ha expresado la escritora y guionista de esta obra desde su militancia feminista durante el debate de la ley del aborto hacia el colectivo evangélico de la Argentina, representado por millones de ciudadanos que no coincidían en su posición respecto del tema. Usar el arte para inventar una ficción con el fin de crear en el imaginario popular la percepción de que quienes lideran esas comunidades religiosas solo tienen ambiciones de poder o de dinero, contrariamente a lo que demuestran los hechos en miles de iglesias que desarrollan una misión social trascendente en todo el país, es reprochable desde todo punto de vista. No es que la narradora lo hace por mero desconocimiento de dichas comunidades; pareciera ser que el objetivo sería buscar destruir la trayectoria y el testimonio que con mucho esfuerzo han logrado alcanzar socialmente dichas iglesias a través de tantos años, a pesar de haber sido sistemáticamente discriminadas, y sus fieles, menospreciados y burlados. No sólo por ser invisibilizadas desde lo jurídico y legal, sino también siendo ignoradas desde posiciones políticas dominantes y contrarias a ese pensamiento religioso. Sería otra muestra más de la discriminación a la que esta comunidad religiosa ha sido sometida.
El pastor que representa el talentoso actor Diego Peretti no existe, es una ficción. Sin embargo, el mensaje que se quiere transmitir desde la obra, es que “todos” los pastores y líderes religiosos buscan lo mismo. Serían en la realidad algo así como los que personifica la serie. Se busca una representación simbólica en la percepción popular que estereotipe a los de una religión en particular, “la evangelista”. A los que antes se los atacaba diciendo que eran sectas, ahora se los trata de encasillar en “seguidores de Bolsonaro”, “reaccionarios de derecha”, agentes del mal contra los ideales que promueve el colectivo que la guionista representa. Se busca desde ese pensamiento ideológico tratar de segregarlos, marcarlos en listas, señalarlos como peligrosos, fundamentalistas, separarlos del resto para que, aislados, se debiliten y desaparezcan. En fin, un comportamiento de tipo fascista.
Nos complacería invitar a los realizadores de la serie, sin intención alguna de censurar su obra de ficción, a que vengan a ver la obra real que hacen esos “reaccionarios de derecha” en las villas, en las cárceles, en los hospitales y entre la gente necesitada.
Nos gustaría que puedan conocer y comprender cómo la mayoría de las miles de iglesias que hay en el país son básicamente pequeñas (menos de 100 personas), y la mayoría de los pastores son bi-vocacionales y se autosostienen muchas veces con sus propios trabajos, ya que los practicantes de esta fe no reciben subsidios ni sostén del Estado, ni tampoco los quieren recibir.
Desde ACIERA, la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina, refrendamos estos conceptos y reafirmamos la honorable y generosa profesión de servir al prójimo que llevan adelante miles de pastores, hombres y mujeres en Argentina, quienes de manera esforzada y constante siguen contribuyendo en favor de los más débiles en medio de una pandemia, desde una atención integral llevando un mensaje de esperanza a través de las buenas noticias del Evangelio. De la misma manera también es cierto lo que dijo nuestro Señor Jesucristo:
“Dichosos serán ustedes cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias. Alégrense y llénense de júbilo porque les espera una gran recompensa”. Mt.5:11-12
ACIERA, Buenos Aires, 18 de agosto de 2021