Una crónica personal, mirando hacia atrás, sobre la Masacre de Trelew y de cómo tomar esa posta tan difícil, dolorosa y sangrienta.

En agosto de 1972 yo tenía 16 años y cursaba Cuarto del Colegio Nacional de La Plata. Mi vida – la de ese adolescente – era una mezcla de intereses: la literatura que quería devorar, la que quizás pudiera escribir, armar un grupo (conjunto, se decía) de rock, descubrir eso del amor que era el sexo y zafar en todas y cada una de las materias para tener un verano sin angustias en Villa Gesell, donde tal vez pudiera descubrir esa cosa del sexo y seguramente fumar por primera vez marihuana,

De la política tenía poco en mi haber: familia profesional de clase media prestigiosa y gorila que me marcaba el camino universitario para seguir el linaje pero que me dejaba pensar.

Se respetaba y admiraba al Che, a Fidel y a la Revolución Cubana, tanto que el Viejo me regaló los escritos económicos del Che.

Antes me había hecho leer a Sartre y a Simmel, creo que el Viejo creía que el Mayo del 68 era inofensivo, cosa de estudiantes e intelectuales… bien ahí.

Había también leído y escuchado otras cosas.

A los 11 años había seguido el intento del Che en Bolivia en las páginas del diario El Día, como si se tratara de D’Artagnan o de Robin Hood.

A los 14, en mayo de 1970, escuché a Delia – una de las dos empleadas con cama que había en mi casa – decir sobre la ejecución de Aramburu:

-¡Qué bien que lo mataron a ese hijo de puta!

En mi casa de eso no se decía nada y abro paréntesis: (Hoy quisieran encontrar a Delia para abrazarla).

En agosto de 1972 había leído en El Día sobre la fuga de Rawson y casi que seguía siendo cosa de Dumas y los mosqueteros, pero el 22 de agosto algo (me cambió).

No creí la noticia del “intento de fuga” de Trelew (leída en El Día) y dije esto es mentira. En el Nacional, escuchando a otros compañeros, ese día lo confirmé.

Punto.

Hace unos años escribí en Miradas al Sur sobre la aprobación del voto para jóvenes de 16 años y ahí conté que, a mis 16, Trelew me había cambiado la vida.

Por la mentira y por la sangre.

Ese 22 de agosto de 1972 – quizás algunos días después – ese adolescente con vida prefigurada que era yo decidió otra cosa: que había que cambiar el mundo, no vivir de él.

Ahí empezó mi militancia, esa que intentó (“No se los llora, se los reemplaza”) ocupar el lugar que dejaron los compañeros asesinados en Trelew.

Me llevó al principio al lugar del pendejo que iba por la libre y cuestionaba todo en las asambleas abusando de su facilidad de palabra. Después a los Grupos Revolucionarios de Base, la organización universitaria de las FAL22, y después al PRT-ERP.

Hoy volví a ver el maravilloso documental de Mariana Arruti, “La fuga que fue masacre”, y volví escuchar a Mariano Pujadas en el aeropuerto de Trelew diciendo que había tres organizaciones diferentes ahí, pero que iban a encontrar la unidad para un objetivo común. Y lo dijo: La patria socialista.

Trelew fue una bisagra sangrienta en la vida de ese adolescente que era yo.

Me hizo ser lo que soy: ese adulto que se asquea con los posibilismos y que – lamentablemente – no sabe cambiar este mundo ni contrarrestar el discurso de los hipócritas que hoy usan esa sangre para tener un lugar y vivir de él.

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