Vecino de Vedia -8827 habitantes- y jubilado, se ve que el autor que envió este cuento a Socompa ve la tele con interés sociológico. Lo debe hacer también con algún espanto porque esta historia algo conurba anda bordeando el linchamiento de un asesino temible e invisible.
Lo que comenzó a ser una sospecha, se convirtió rápidamente en el comentario obligado de todo el barrio. El olor que salía de aquella casa ya era insoportable por lo que los vecinos tenían que dejar las ventanas y puertas cerradas.
-¿Qué hacemos? –preguntó doña Laura a su vecina María Angélica-. Para mí ahí adentro hay un muerto.
-Y sí, claro, fijate que no se ve a ninguno de los dos de la parejita…
-Tampoco están los autos…
-El auto, parece, es de la nena. El anda en una camioneta toda despintada.
-Nunca me gustó ese chico, tiene una cara de loco bárbaro…
-Sí, ¿vos prestaste atención a sus ojos saltones? Es de un asesino.
-¿Qué hacemos? ¿Llamamos a la policía?
-¿Por qué no mejor llamamos al ex juez que vive en la otra manzana? Él va a saber qué hacer.
Y el ex juez llegó casi de inmediato pero no se quiso arrimarse mucho a la casa por el olor a podrido que salía de ella.
-Seguro –le dijo Laura- el muchachito mató a su señora, la ocultó en la casa, y se mandó a mudar.
-¿Hace mucho que faltan del barrio?
-No sé, pero fue antes de Navidad y hoy ya es 3 de enero…
-Lo mejor –dijo el ex juez- es llamar a la policía. Ellos van a notificar al fiscal quien lo comunicará al juez y este dará la orden de qué es lo que hay que hacer.
-¿Y si abrimos la puerta y miramos? –preguntó María Luisa.
-Ni locas que estuvieran. Nada ha de hacerse sin la orden del juez.
Y así fue. Llamaron a la policía por teléfono y con la llegada del primer patrullero, también lo hicieron periodistas locales. Esa misma tarde, no se sabe cómo se enteraron, Crónica TV dio la noticia y anticipaba que sus reporteros estaban viajando para el lugar. Lo cual era cierto ya que en media hora se aparecieron cuando todavía no podían ubicar al juez. Se había ido a Chascomús a pasar las fiestas. Mientras tanto, lo único que hizo la policía fue delimitar la casa y evitar que nadie se acercara cosa que resultó difícil hasta que llegaron refuerzos. Un grupo de vecinos quería quemar la casa del asesino.
Se sumaron jóvenes y habitantes ya no solo de esa cuadra sino también de otros lugares. ¡Asesino, asesino! Gritaban. No había forma de calmarlos. Uno de ellos pudo tirar una especie de antorcha improvisada que no llegó hasta la casa pero sí a un lugar donde había maderas.
Entonces los que llegaron fueron los bomberos quienes actuaron de inmediato para sofocar el principio de incendio.
Llegó también una rama de la policía especialmente preparada para estos casos. Se bajaron de sus camionetas con máscaras y trajes especiales. También cargaban una especie de matafuego que, al parecer, era lo indicado para tirar sobre el cuerpo de la muerta y así evitar que continuara desparramando el terrible olor.
-Yo les decía a mis vecinos que ese muchacho no me gustaba –declaraba Laura a la televisión- Tiene cara de asesino. Además, creo, estoy segura, es un drogadicto…
-¿Y la muerta? –preguntó el cronista de la televisión-.
-Una pobre chica. La tenía sometida. La encerraba en la casa y no la dejaba salir por varios días. El tipo, ya le dije, era una porquería, un asesino serial…
Los ánimos estaban muy caldeados y, para colmo, ni el fiscal ni el juez aparecían.
El vecindario tuvo la suerte de que se levantó un viento sur y, entonces cambiaron de posición para evitar respirar el olor hediondo que salía de la casa. Pero el viento, ahora, alertó a los vecinos del otro lado de la manzana quienes también se hicieron presentes.
La policía, con los refuerzos, ya no podía contener más a la gente con tanto odio. Querían quemar la casa.
Vino Gendarmería y procuró desplazar a la gente detrás de la esquina no sin inconvenientes porque alguno siempre se les metía.
Entre aquella muchedumbre, había una joven que estaba tan enloquecida que aseguraba que aquella casa era suya. Quería que la dejaran pasar. Dijo que venía de La Plata y que se encontró con esta situación. La respuesta era siempre la misma: nadie podía avanzar ni acercarse a la casa ya que en ella había un muerto, una muerta, la dueña de la casa, a la que el marido había matado y se había mandado a mudar.
-Pero no –quería aclarar ella- yo soy la dueña de la casa y mi marido está en Junín, en cualquier momento llega.
-Usted y su marido pueden ser los dueños de la casa –le dijo un policía- pero el tema es que a la inquilina la mataron y la dejaron dentro.
-Pero no, yo no tengo inquilinos, yo vivo ahí. Nos fuimos con mi esposo a Neuquén a pasar Navidad. Al año nuevo lo recibimos en Junín…
-¡Pero usted me acaba de decir que viene de La Plata!
-Sí, yo trabajo en La Plata y vengo los fines de semana…
El policía fue a hablar con el comisario.
-Allá hay una señora que dice que es la dueña de la casa. Que se fue a Neuquén a pasar Navidad, luego a Junín a recibir el año, y después rumbió para La Plata donde trabaja…
-¿Qué dice? ¿Esa mujer no estará loca? –preguntó el comisario- ¿Neuquén, Junín, La Plata? ¡Es toda una locura! Más que eso, debe querer aparecer en televisión.
Y apareció nomás en televisión, más precisamente en Crónica YV. El “Pelado” de Crónica se hizo la panzada. Le preguntaba una y otra vez las mismas cosas pero desde diferentes ángulos.
-¿Su marido le pega? ¿Acaso la tortura? Dicen los vecinos que su marido tiene cara de loco, que todos le tienen miedo. ¡A esta clase de gente hay encerrarla de por vida! ¿Acaso usted no quiere que lo maten por haber hecho lo que hizo?
-Pero él no hizo nada…. Seguro que está viniendo para acá….
La noticia que difundió Crónica en primicia –y que rápidamente comenzaron a manejar los vecinos- era que el asesino serial, el monstruo, se venía acercando a la casa del crimen. Fue recién ahí cuando la gente se comenzó a dispersar. Seguro vendría armado con una ametralladora y con cuchillos en sus manos. Seguro que mataría todos los que se acercaran.
La policía, los efectivos especiales y la Gendarmería, hicieron barricadas en cada esquina.
-¿En qué se mueve su marido? –había preguntado el “pelado” de Crónica.
-Ahora lo debe estar haciendo en su camioneta azul despintada y con colores blancos…
Era evidente que solamente un loco, un asesino serial, un torturador, podía andar en una camioneta pintada así.
-¿Y anda armado? ¿Tiene ametralladora? ¿Usa cuchillos o cuchillas grandes?
-No, no, es un tipo bueno, muy bueno. Todo el barrio lo conoce. Es muy solidario. Pregunte a los vecinos…
-Ya les preguntamos, fueron ellos los que nos dijeron lo bestia que es.
Y apareció la camioneta azul despintada. La gente, la gran cantidad de gente que se había nucleado en el lugar le abrió paso para que llegara hasta la trinchera de Gendarmería. No se pudo bajar por su cuenta. Lo manotearon, lo tiraron al piso, lo esposaron y lo llevaron ¿A dónde? ¿A la comisaría? ¿Al juzgado?
El muchacho no entendía nada. Cada vez que protestaba y/o preguntaba algo, recibía como respuesta fuerte golpes en su abdomen. “Lo convencieron” de que lo mejor era callarse.
Y estuvo algún tiempo, minutos, largos minutos, hasta que le hicieron el interrogatorio a cargo de ¿el fiscal? ¿Del Juez? Y les dijo lo mismo que aquella mujercita que trataban como loca.
Finalmente, el juez bastante confundido por las declaraciones del sospechoso, ordenó tirar abajo la puerta y procurar verificar a quien pertenecía aquel cuerpo en descomposición.
Tirar la puerta abajo fue solo un trámite. Los que entraron con trajes adecuados eran de las fuerzas especiales.
Nada por aquí, nada por allá hasta que se acercaron a la heladera. Uno de ellos grito: “Acá está el muerto… o la muerta”.
Cuando abrieron la puerta de la heladera el olor fue insoportable hasta para ellos que portaban máscaras y equipo de oxígeno. Inmediatamente le lanzaron la espuma y ya no se pudo ver nada de aquel cuerpo sin vida, que estaba en cuclillas, de sexo… supuestamente mujer.
El juez se hizo presente con la declaración del dueño de casa en la mano. Él y su señora habían dejado en la heladera un lechón y pescados que les había regalado un propietario de barcos pesqueros. Se comprobó que a pesar que no se cortó el suministro eléctrico, la heladera había dejado de funcionar.
Resuelto el intríngulis, la parejita regresó a su casa. Abrieron todas las puertas y ventanas y decidieron irse hasta que desapareciera el olor. La vecina Laura les hizo lugar.