Ysyryuna es una de las tantas aldeas de la comunidad M´bya guaraní en la zona de Eldorado, Misiones. Es de muy difícil acceso y está integrada por unas cincuenta familias. Socompa la recorrió de la mano de Jachuka Rete Poty, su promotora de salud.

Viajo desde Puerto Libertad hasta el cruce de Mado, en Eldorado, Misiones. Hace más de diez que no para de llover, por momentos la llovizna cesa pero el cielo sigue encapotado. Son los momentos en que se aprovecha para hacer alguna actividad. Antes de bajar en la parada indicada, por la ventanilla del micro veo en una cancha al costado de la ruta, un partido de fútbol entre varones y en la cancha vecina con la cual comparten un arco, otro de chicas. La llovizna no amilana a quienes corren detrás de la pelota y a pesar del mal tiempo, hay alegría. Desciendo en el lugar establecido por Jachuka Rete Poty, ese cruce de caminos sobre la ruta nacional 12 y marcho en dirección hacia la aldea Ysiry, a unos 500 metros de distancia.

Bajo la pendiente y después asciendo otra menos empinada, los autos, camiones y micros pasan a mi costado a gran velocidad. En la marcha por la banquina, el barro de tierra colorada se me adhiere a la suela de los zapatos y el paso resulta pesado. Ruego que no llueva, antes de salir recibí un lacónico mensaje de ella diciéndome: Si llueve mucho no venga. Trato de no pensar en la inclemencia que puede arruinar el encuentro, el cual tuvo sus dificultades para concretarse. La lógica desconfianza, cuál era el interés por conocerlos, la aclaración del mismo y las autorizaciones del cacique y de su compañero se fueron salvando con diálogos entrecortados. Ella me dice a través de los mensajes de wathsapp: “Soy una mujer importante dentro de la comunidad. Soy promotora de salud y no puedo recibir a alguien sin saber cuáles son sus fines y de qué quiere hablar”. Resueltas las dudas, me responde que a las 15 horas del día siguiente esté en el cartel indicador de la aldea y que al llegar le envíe un mensaje. Ella mandara un muchacho a buscarme.

Sin señal

Intento enviar mensajes pero el celular me responde que debo revisar mi conexión a internet, no hay señal. En una casa de madera un tanto precaria, un hombre bebe cerveza bajo un techado de chapas. Me acerco y le pregunto si conoce a Jachuka y si la aldea está lejos. Me dice que siga el camino y que a un costado voy a ver un sendero. “Siga por esa senda y va a ver la aldea, dígales que le indicó Ademar, el del quiosco, se va a acordar, Ademar, me llamo”. Me estrecha la mano con fuerza y sigo sus indicaciones. No muy lejos está la senda indicada y me adentro en ella, unos metros más adelante está el caserío de la aldea. Casas muy precarias de maderas, en algunas hay macetas con plantas, mesas hechas con troncos y sillas de modelos dispares. Unas adolescentes pasan cerca y les pregunto si conocen a Jachuka, se miran entre ellas y ríen. Una de ellas, no sin cierto desdén, mueve su mano en el aire como diciendo allá, pero tal vez su allá no sea el buscado por mí y les deletreo el nombre ja – chu – ka – re – te – po – ty. Vuelven a reír entre ellas y se alejan.

Encuentro

De una casa de madera hecha con tablones sale Jachuka Rete Poty, después de escuchar golpear mis manos. Camina decidida y nos presentamos. No es alta, es baja y bella, parece ser frágil, pero esa fragilidad desaparece cuando comienza hablar y después de presentarnos y sentarnos bajo un quincho precario me cuenta que: “Somos 50 familias las que vivimos en la aldea Ysiry, unas 200 personas, los hombres se dedican a la chacra y las mujeres hacen canastos de tacuara, dependemos de eso y de los cultivos de maíz, mandioca, sandía, maní y frutales, nuestra comida tradicional es sana y esos son los cultivos más importantes para nosotros. Algunos hombres son artesanos y algunas mujeres trabajan en la huerta, no comercializamos esa producción, es todo para consumo de la comunidad”. Esta descripción, nos habla de por sí de una práctica relativa a la soberanía alimentaria, un concepto de la economía popular surgido precisamente de las practicas productivas de los pueblos originarios y que esta Jachuka conoce bien, a pesar de las dificultades para llevarla adelante ante la ausencia de políticas estatales.

Roles

Jachuka Rete Poty es un nombre asignado como todo nombre y el mismo indica un compromiso. Su traducción al español nos dice que estamos ante una mujer “protectora de las flores” y por extensión de las plantas. Con voz de tonalidad cauta y serena, Jachuka me dice: “Soy una mujer importante dentro de la comunidad, porque también soy referente ante la organización Tataendy en la que hay otras aldeas y también promotora de salud, tengo a mi cargo 35 trabajadores entre mujeres y hombres. Yo ordeno como se tiene que ir trabajando para adelante con los técnicos. Usamos nuestra medicina tradicional. Solo cuando no se consiguen nuestras plantas, le llevamos al enfermo al hospital, sino no es necesario. Yo para saber, primero me junto con mis abuelos para preguntarles para que sirve cada planta y que plantas hay en la selva y ellos me cuentan para que sirven y cómo curar. Ese es mi trabajo y el por qué de mi nombre”. Le preguntó si todas esas hierbas están el monte y ella me contesta: “No todas, porque hay plantas y hay plantitas y árboles que ya no están, como el ibirapitá, el guachubira, de eso ya no hay más ahora, por los desmontes”.

Destrucción

No hace falta hablar mucho con ella para darse cuenta de su importancia para los demás y la pregunta entonces se vuelve obvia e inevitable, acerca de cómo es la relación con la pastera Arauca, la principal explotadora de la industria forestal, contaminación del agua y la devastación de la selva y el monte misionero. Su voz se vuelve más encendida para decirme: “Ellos no hacen consultas a la comunidad, entran y hacen desmontes pero sin consultar. Hay una ley, pero no la cumplen, en 2013 se hizo una ley y marcamos lo que usamos nosotros, que no es para especular ni tener títulos, solo para proteger el monte. Nuestra comunidad solo tiene 559 hectáreas que marcamos para proteger. Estamos en el medio, porque hay pinales, hay ciudad y nosotros estamos en el medio. Y también desaparecen los animales, hay pocos, solo pajaritos. Ellos también desaparecen. Sin nosotros, mucho más monte y selva hubiera desaparecido.

Farmacia

Vamos hacia el Opy o casa sagrada por un sendero, a un costado de los matorrales hay una huerta y un cartel de madera que dice: Puandy. Farmacia. Ahí nos detenemos con Jachuka y su hijo Karay. Entonces ella me explica que allí están las plantas que ya no se encuentran en el monte y selva de su comunidad y las que ahí están plantadas provienen del intercambio hecho con otras comunidades. Las señala y me dice: “Esta sirve para los dolores del cuerpo y se toma con el mate, esta otra es para los dolores de estomago y se toma como un té, y esta también para los dolores de estómago y se hace asa al fuego, estoy aprendiendo como usarla porque no es de aquí, son todas buenas plantas, nosotros sabemos que plantar al lado de cada una para que no la coman los bichos, es todo natural”. Karay camina adelante, hay pequeño declive en el terreno y descendemos unos escalones labrados en la tierra. Por momentos camino a su lado y a veces detrás, ella y Karay son mis guías.

Lenguaje

Me interesa la lengua guaraní, fue una de las respuestas dadas cuando ella preguntó, cuáles eran mis intereses. Y agregué que su idioma tiene una estructura filosófica, de ahí mi interés. Su respuesta fue: Sí es un idioma filosófico y de amor. Esa es la diferencia con el español impuesto por la colonización. Y allí me explica que: “Además de gurí, al niño o niña se le llama kiri, tanto a varones como a mujeres y al conjunto de niños kirigue, sean niños o niñas” Kiri quiere decir también, pequeño y ternurita. Ese género neutro para signar a una persona, me lleva a una pregunta inevitable acerca de la igualdad de géneros, a la relación de hombres y mujeres, a la presencia del machismo tan arraigada en la cultura provenida de Europa. Con su serenidad muy precisa me explica: “En nuestra cultura, en nuestra comunidad, no tenemos esos problemas porque todos los hombres y las mujeres son iguales, todos tenemos un trabajo que cumplir”. Karay –que significa guardián de los animales- sonríe y continuamos el camino hacía el Opy.

Escuela

La escuela no tiene un local donde funcionar, los maestros enseñan al aire libre y si hay mal tiempo no vienen, no sin enojo me cuenta: “A los maestros no les importa enseñar en la aldea. De los 115 niños y niñas solo 15 asisten a las clases, la enseñanza es bilingüe, pero solo en la escuela primaria, en la secundaria es todo con español y eso está mal. Nosotros queremos también que en la aldea haya enseñanza secundaria bilingüe. Y queremos que haya secundaria en la aldea. Yo estoy en segundo año de la secundaria y cuando termine quiero ser doctora de la otra medicina”. Al escucharla, el sentimiento se divide entre la tristeza y la rebelión, por la total ausencia del estado, por la ausencia de políticas estatales, tanto nacionales como provinciales hacia las poblaciones originarias y la marginación social que eso conlleva. Tal vez, esa falta de presencia estatal, debiera ser unos de los reclamos para resolver el problema por parte de la organización Tataendy, que nuclea a varias comunidades de la zona y de la cual Jachuka es una de las referentes.

Religión

Tupa es el dios creador de todas las cosas, según la cosmovisión religiosa guaraní, un dios benéfico creador del Abya Yala o Tierra sin mal. De eso hablo con Jachuka Rete Poty, mientras cruzamos unos de los tantos puentecitos de madera, para salvar los cursos de agua. Entonces, le pregunto acerca de los evangélicos, tan acendrados en la provincia y ella me dice: “No nos gustan, vienen a la aldea sin permiso, sin avisar y traen la Biblia y nos hablan de su religión, pero después que se van nos reunimos en la comunidad para rechazar lo que ellos nos dijeron y hacemos desaparecer la Biblia, ellos no son personas respetuosas, son invasores de nuestra cultura”. Asiento con un gesto la coincidencia acerca de las practicas de las iglesias evangélicas tan ligadas a las prácticas de explotación del neo liberalismo y le pregunto acerca de qué piensa sobre el Papa Francisco y su discurso de respeto hacía de los pueblos originarios y sus creencias, pero a ella no le importa el mensaje cristiano y me lo hace saber: “Tampoco nos interesa”. Solo atino a decirle: “Está bien, nadie debe imponerle sus  creencias religiosas a nadie”.

Lugar de paz

Rodeado por la vegetación espesa, en un claro en el monte hay tres bancos de madera en círculo, detrás se siente el fluir del agua de una vertiente y enfrente hay un solo banco, donde me siento a escuchar al silencio y a la sonoridad que corre entre las piedras. La energía me invade, me siento calmo y sereno. Son instantes de serenidad. Entonces, Jachuka me explica el por qué del lugar. Karay también la escucha con atención cuando dice: “Donde estás sentado se sienta la persona que tiene un problema y en esos tres, los de la comunidad que lo escuchan y lo van ayudar a resolver el problema, son problemas laborales casi siempre, pero entre todos se resuelve”. Le pregunto si entre los problemas a resolver hay cuestiones amorosas, cosas del amor y ella me responde: “De amor no” Tal vez, porque el amor no sea un problema si uno habita la tierra sin mal.

El Opy

Descendemos unos escalones y cruzamos el último puente de madera, el círculo del claro del monte es mayor al anterior, corrido unos pocos metros del centro, está el Opy -un rancho pequeño con paredes de adobe- la casa sagrada donde la comunidad realiza sus ceremoniales y hace sus ofrendas a Tupa. En una de las cuatro ceremonias que se realizan anualmente, los pobladores reciben un nombre y el designio a cumplir. Unos treinta años atrás y cuando aún no había parido a sus hijos, ella recibió el suyo, Jachuka Rete Poty, Protectora de las Plantas, una tarea asignada y cumplida todos los días en la aldea Ysiry, nombre ligado al río y a las aguas. Aguas a veces prohibidas, según ella me cuenta: “No solo la pastera y la ciudad son enemigos, también hay colonos que nos marginan, una dueña alambró el acceso al río donde los gurises se bañan, el blanco siempre quiere adueñarse de todo”.

Final

De regreso pasamos por la cancha donde dos equipos de fútbol de la comunidad van a enfrentarse, camisetas amarillas contra otras verdinegras. Uno, hace jueguito en el medio, es muy habilidoso, después de fotografiar a los dos equipos, le pregunto si puedo sacarle una foto, sin dejar que la pelota lanzada al aire por su pie desnudo caiga al pasto humedecido por la llovizna que comenzó a caer, me responde: “No me gustan que me saquen fotos”. Y esa decisión no se doblega ni ante la insistencia de los otros que le dicen: ¡Decí, si!.

Antes de despedirnos un kiri, gurí o niño, hace fluir en la guitarra de afinación abierta, la sonoridad de sus montes y sus selvas, amenazadas por una cultura basada en la destrucción de la naturaleza. La ética, la dignidad y la integridad de los M´bya guaraní, es la misma que ejercen todos los pueblos originarios de este continente, para proteger y defender el medio ambiente. No puede haber un verdadero proyecto político nacional, popular y liberador, sin una política que atienda los derechos de las comunidades indígenas, lo cual implica no solo el respeto por sus identidades, sino también el aprendizaje en esas construcciones culturales y sociales. Sin dejar de lado en lo social, una reforma agraria que destierre a la agricultura industrial y el agro negocio, el principal enemigo de las selvas y los montes. Ese monte del cual Jachuka nos dijo: “Quedan pocos animales, muy pocos, solo hay pajaritos”. Y el cazador sigue de largo, va en busca de un tatú al cual busca sin que aparezca.

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