Una fiesta generosa en un pueblo chico casi perdido en el interior de la Provincia de Buenos Aires para celebrar, con una ceremonia pagana cargada de simbolismo, el fin de los cuatro años más dramáticos y oscuros de este siglo en la Argentina.

Macri ya fue, Vidal también / Y en Las Tahonas vivimos bien / Y en Las Tahonas vivimos bien”, cantan cerca de ochenta hombres, mujeres y chicos al ritmo de tambores y trompetas mientras acompañan al gato hacia su entierro.

Son poco más de las cuatro y media de la tarde y la fiesta llega a su mejor momento, el de la ceremonia del entierro del gato. El felino que marcha hacia su tumba, cargado por cuatro personas sobre una tabla, es en realidad un gato montés embalsamado hace ya muchos años pero al que hace poco en Las Tahonas se ha dado bautizarlo con el nombre de Mauricio, aunque no haga falta.

Contra todas las previsiones meteorológicas, la tarde de domingo avanza soleada a tono con la fiesta popular ideada por Bruno Carpinetti y Hernán Améndola para celebrar el final de las tristezas de cuatro años de gobierno macrista. Sólo en el horizonte se ven algunas nubes negras que preanuncian una lluvia que llegará tarde y no alcanzará a empañar los festejos.

El pueblo se llama Las Tahonas porque alguna vez tuvo molinos y es apenas un punto en el mapa del Partido de Punta Indio, en la Provincia de Buenos Aires, territorio de habitantes originarios que abrían senderos, cerca del más conocido pueblo de Verónica y también de una base aeronaval desde la que partieron aviones para bombardear la Plaza de Mayo un día de junio de 1955. Antes se podía llegar en tren, pero hoy es sólo un desvío con un precario camino de tierra desde la ruta provincial 36, a unos 130 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires.

Hernán Améndola, el asador y uno de los ideólogos de la ceremonia.

La fecha de fundación podría imponerse a fines de la década de los veinte del siglo pasado, pero su historia viene desde antes. Y es rara: en la pampa bonaerense de los latifundios, el pueblo y sus campos se armaron con parcelas de apenas cinco hectáreas, vendidas a muy bajo precio a colonos alemanes por una familia de terratenientes: los Tornquist. El ferrocarril, que permitía trasladar lo que producían los colonos, hizo crecer el pueblo.

Durante décadas fue territorio de producción de manzanas, pero entre los vaivenes del precio de la fruta y el cierre del ramal del ferrocarril, los manzanos fueron dejando lugar a los pastos y la mayoría de los pobladores optó por migrar. Si se toman como ciertos los datos del Censo de 2001, ese año Las Tahonas era el pueblo con menor cantidad de habitantes de la provincia de Buenos Aires, apenas siete.

En uno de esos terrenos de cinco hectáreas se levanta “La Dorita”, donde transcurre la fiesta.

La carne, el pan y el vino

La celebración empezó temprano, alrededor de las diez de la mañana, cuando los primeros invitados fueron llegando desde Buenos Aires, La Plata y otros puntos de la provincia. La invitación – como siempre en las fiestas de Las Tahonas – era libre, cada uno de los convocados podía traer o invitar a quiénes quisiera.

La única condición era traer pan y bebidas, que de la comida se ocupaba la casa: una ternera entera y dos costillares de jabalí – en realidad chanchos cimarrones de la zona – ya se estaban asando en cruces y parrillas. Otro chancho cimarrón se iba cociendo a fuego lento en un caldero.

Casi cien personas para el asado, la fiesta y la ceremonia.

“Empecé a cocinar ayer a las cinco de la tarde, cuando puse al fuego los cuartos traseros de la ternera. Hasta la una de la mañana tuvieron fuego controlado; después lo dejé desde la una de la mañana hasta las seis con un fueguito suave y a las seis, cuando me desperté, volví a ponerle fuego y empecé a asar el resto de las cosas”, cuenta Hernán Améndola, que anda cerca de los 40, cultiva una barba larga en su cara angulosa cobijada por una boina.

La idea original era comer solo asado, pero Améndola decidió jugarse también con el chancho guisado en el caldero. Lo trozó y lo puso a hervir bien temprano en veinte litros de agua, condimentado con veinte cabezas de hinojo, dos repollos blancos, sal y un sobre entero de pimienta negra. Más tarde, al comerlo, la carne del bicho se deshacía en la boca.

A mediodía ya habían llegado todos. La gente iba de un grupo a otro, hubo saludos, abrazos y charlas. Se hablaba de todo: de política, de economía, de las elecciones en Boca y, claro, de la ida de Macri que se celebraría con el entierro del gato.

Los únicos privilegiados

Los últimos en llegar, a bordo de una combi, fueron los pibes del Hogar Ángel Azul, de La Plata, una institución creada por Elena Vita, la madre de Améndola, que hace casi veinte años alberga pibes.

“El hogar es una ONG que la fundamos hace 19 años, un proyecto familiar a raíz de un accidente muy grande que tuvimos, donde murió una hermanita mía de siete años. Mi vieja canalizó toda esa locura que tenía en la cabeza en esa obra. Viven con nosotros 26 chicos, pero en todo este tiempo han pasado más de trescientos pibes en este tiempo. Tenemos la suerte de poder seguir viendo a muchos que han crecido al lado nuestro y que hoy son papás, mamás, profesionales y nos siguen visitando. Es una obra hecha desde el amor de mi vieja que yo hoy coordino de alguna manera para pasar la situación de mierda que se está viviendo”, dice Améndola.

Los pibes del Hogar Ángel Azul en la pelopincho.

Apenas desembarcaron de la combi, una veintena de pibes se calzaron sus mallas y corrieron a una pelopincho grande que los esperaba llena hasta los bordes. La zambullida era en realidad un anticipo de otra fiesta: a partir de 22 de diciembre pasarán los tres meses de verano en Las Tahonas, en una casa cercana a La Dorita, que ya ha sido acondicionada para que vivan allí.

Asado, música y baile

A la una de la tarde el asado convoca alrededor de las mesas. Viene en trozos grandes que cada grupo se va repartiendo a gusto. Se come en platos, con cuchillo y tenedor, también en sánguches a gusto de cada uno y hay quienes lo atacan bien a la criolla: la carne sobre un pan, un corte de cuchillo y un tirón con los dientes.

El vino corre alegre y le pone más entusiasmo a las charlas y a la fiesta. Cerca de las mesas se van acumulando los cadáveres de vidrio. A un metro de la de Socompa el número se va acercando peligrosamente a la decena.

Y después de la comida empieza la música. Las bandas se suceden en un quincho a cuyo alrededor los invitados se van reuniendo para escucharlas y bailar.

El Tres Locos Quinteto en acción.

 

El primer turno es para La Sureña Blues, una banda de músicos locales – de Verónica y de Pipinas – que va poniendo clima y que cierra su presentación con un largo boogie-boogie que obliga a moverse.

Después de una pausa para el recambio arranca el Tres Locos Quinteto que se embarca en un recorrido que incluye ska y clásicos del jazz. “Música de la cubierta del Titanic”, dice Bruno Carpinetti que se ha acercado a brindar con el cronista.

El final está a cargo de Cáscara Negra, que la rompe a pura percusión hasta que llega la hora señalada para la ceremonia del entierro del gato.

El entierro del Gato

No hay dudas de que es un gato montés feo, como corresponde al personaje que se busca simbolizar. “Lo dejaron unos inquilinos cuando devolvieron la casa – le cuenta Carpinetti al cronista -, creo que lo dejaron tirado ahí para sacárselo de encima por lo feo que es, pero viene bárbaro para enterrarlo. La idea era emular el entierro del diablo de Carnaval, con todas las metáforas que eso pueda tener, si le querés poner un tizne antropológico”.

Bruno, Hernán, Anita César y Santiago Pezzotti – otros dos espíritus de Las Tahonas – levantan la plataforma que sostiene al gato y arrancan la marcha de cien metros que lleva hasta el pozo de unos cincuenta centímetros de profundidad donde será enterrado.

La marcha, lenta, se hace acompañada de sonidos de parches y trompetas que alternan el ritmo del viejo hit del verano con algunos trompetazos de aires festivamente fúnebres.

Y el Gato ya está enterrado en Las Tahonas.

“El gato no vuelve más”, corea el cortejo.

Hay gritos de “Te fuiste” y, claro, el famoso MMLPQTP que se canta con redoblado entusiasmo.

Con el gato ya en el pozo, alguien pide un sacerdote, un hermano, un evangelista y lo que sea para decir las últimas palabras. Después de un instante de silencio, el amigo de Socompa, Alberto Elizalde, se adelanta y en tono solemne dice:

Ego no te absolvo, hijo de puta, no vuelvas nunca más.

Y estallan los aplausos.

-Tapenló bien, para que no vuelva – grita alguien mientras la tierra va cubriendo al Gato.

Y todos arrancan a cantar: “Macri ya fue, Vidal también / Y en Las Tahonas vivimos bien / Y en Las Tahonas vivimos bien”.

La fiesta sigue con más música y baile bajo el sol de Las Tahonas. Recién a las siete de la tarde desde los nubarrones que se mantuvieron alejados durante todo el día empiezan a caer las primeras gotas.

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