Sabemos de los prodigiosos ingenios mecánicos de la antigua China, Japón y de Grecia. Pero hubo también un portentoso cura gallego que en el siglo XVII inventó seres artificiales capaces de moverse “sin intervención diabólica”. Todo hecho en el aislamiento de los montes de Ourense.
Cuando hablamos de autómatas no podemos evitar pensar en los modernos robots provenientes de países asiáticos como China o Japón. Una industria que relacionamos con el progreso y la modernidad de nuestro tiempo. Pero más de uno se sorprendería al descubrir que en el siglo XVII, en una remota aldea de la actual provincia de Ourense, un párroco gallego ya diseñaba autómatas e ingenios mecánicos. Invenciones que, según algunos testimonios de personajes de la época, “se movían solas sin arte de magia, ni intervención diabólica”. Esta es la historia de Domingo Martínez de Presa. Un cura adelantado a su tiempo y que por poseer una imaginación extraordinaria tuvo que enfrentarse a la envidia de sus conciudadanos y a la persecución de la Inquisición.
Casi todo lo que conocemos de la historia de este clérigo está escrito en su obra, textos que estuvieron olvidados durante siglos hasta su reedición. El destino quiso que, en el año 2000, el libro que nuestro protagonista escribió hace casi 400 años, fuera a caer en las manos de Mercedes Cabello, escritora, investigadora y subdirectora de la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense de Madrid, que reúne cantidad de libros antiguos y manuscritos. Cuenta que dio con el libro mientras realizaba un catálogo rutinario para digitalizar las descripciones en el archivo online y que quedó sorprendida.
“La obra de Martínez de Presa me llamó la atención por su rareza ya que en el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español sólo constaba este ejemplar, y también por su contenido tan peculiar“. Una historia que le cautivó desde el primer momento y que la llevó a reeditar el único ejemplar conocido, editado en 1662 en la villa de Madrid, y que recibe el título de Fuerza del ingenio humano e inventiva suya. Una obra que no se halla en ninguna de las grandes bibliotecas del mundo.
¿Cómo era posible que un joven cura consiguiera en aquellos tiempos dotar de movimiento a pequeñas figuras? ¿Cómo lograba que un objeto mecánico se deslizara solo por el suelo y entregara un papel? Perdido en un pequeño pueblo entre las montañas colindantes a Portugal, Martínez de Presa prestaba su servicio clerical como abad de San Miguel de Feás, en el obispado de Ourense, jurisdicción de Xinzo de Limia. En aquel templo ejerció el ministerio sacerdotal entre los años 1645 y 1655 y su vida siempre estuvo ligada a aquella “montaña sin comunicación” y a Madrid.
Aunque desconocemos su procedencia, su autodenominación como licenciado indica que habría estudiado en alguna universidad, y la ausencia de su expediente de ordenación sacerdotal en la diócesis de Ourense hace pensar que habría sido ordenado en otra. Sí sabemos que sus estudios le habían dotado de conocimientos científicos destacables, porque al principio de su obra se refiere a la astrología, la geometría, la cosmografía y la relojería.
Ciencia para escapar del “ocio vicioso” de la época
En sus textos, el cura incluye algunos comentarios acerca de su estilo de vida y su día a día en la aldea, situada a unos 1.000 metros de altitud. “Se puede deducir, de lo que el autor cuenta de sí mismo, de su título de licenciado, de su forma de escribir y del contenido de la obra, que Domingo Martínez de Presa era un hombre culto, con estudios y conocimientos de mecánica y relojería. En cuanto al motivo, él mismo escribe que se dedicó a construir sus inventos para ejercitar el ingenio utilizando sus conocimientos y “para huir del ocio vicioso”, es decir, para entretenerse, en vez de dedicarse a otras distracciones menos provechosas como el juego o la caza”, señala Cabello.
Se sabe que el abad pasó tiempo en Madrid, pues en uno de sus textos invita al lector a visitarlo en su casa de la capital antes de regresar a Galicia. También relata que varios ingenieros de la corte acudieron a su vivienda para copiar algunos de sus ingenios y que “ninguno pudo conseguirlo”. Y añade: “Y a mi juicio, ninguno en España”.
Cabello hace hincapié en que “hay que considerar que Martínez de Presa escribe su libro como justificación de su trabajo, así que es de suponer que intentara resaltar su importancia, de ahí el “jamás oídos antes”, que recuerda a las frases de reclamo de los números del circo. Sin embargo, los relojes con figuras en movimiento, los autómatas y demás ingenios mecánicos se conocían desde la antigüedad, por lo que es posible que Martínez de Presa, con sus palabras, únicamente quisiera llamar la atención sobre la originalidad y el ingenio de sus creaciones”.
Los primeros autómatas conocidos proceden de la Grecia Clásica, según la autora. Surgieron en la época helenística en la ciudad de Alejandría Ctesibios de la mano de Filón de Bizancio y Herón de Alejandría, quienes establecieron mecanismos y técnicas hidráulicas que permitieron la construcción de autómatas y clépsidras, entre otros objetos de divertimento. Además, la historia de los autómatas está ligada a la de la relojería, teniendo en cuenta que el reloj es un mecanismo autónomo.
Ingenios mecánicos que se movían solos
En su obra, Martínez de Presa describe con minucioso detalle algunos de sus inventos. Habla de cinco instrumentos musicales de cuerda “que el agua hace tocar con arte, perfección y suavidad, moviéndolo solo una rueda, de que penden otras muchas” y otras tres cajas “para deleitar la vista” que contenían figuras de madera dispuestas en varios niveles de manera que podían emitir sonidos gracias al viento. Dos de ellas se movían “mediante un mecanismo de agua con ruedas y poleas”, y la otra se accionaba por un “mecanismo similar a un reloj con pesas y muelles”.
Además, ideó otra serie de objetos parecidos a juguetes, entre los que se encontraban una culebra que se desenroscaba y corría, un personaje que danzaba gracias a las vibraciones de un instrumento musical o una muñeca que corría sola a entregar un papel.
En aquella época, ver estos artilugios en movimiento y emitiendo sonidos debía ser todo un espectáculo. Alguien que pudo contemplar en primera persona este festival de objetos “animados” fue el obispo de Ourense Fray Alfonso de San Vitores de la Portilla. En sus textos, Martinez de Presa afirma que al obispo “le pareció tan bien, que era la materia principal de su plática donde se hallaba”.
Además, el abad hace referencia a otros autómatas, entre los que podemos destacar un centauro “del tamaño de un novillo, que se mueve el mismo por un camino liso, dispara una ballesta con el movimiento que va haciendo, se hace mayor y menor; va tocando un pasacalle”.
Para Mercedes Cabello, “llama la atención la imaginación con la que construía sus ingenios, pero, en cuanto a la técnica, es probable que aplicara conocimientos de hidráulica y de mecánica ya utilizados desde la antigüedad”. Y continúa: “Parece claro que la intención de Martínez de Presa fue sobre todo lúdica, para entretener y asombrar a la gente, así que ese debió de ser el uso que les dio. También es posible que quisiera llamar la atención de su señor, el conde de Andrade, para conseguir salir de la aldea y trasladarse a la corte”.
La inquisición y las envidias de los ignorantes
Aunque a los relojeros de la corte les maravillaron los autómatas del abad, estos ingenios se convirtieron en el temor de otros. En aquella época, un sector de la iglesia no veía con buenos ojos aquellos misteriosos artificios. Fray Gaspar Salgado, lector de teología de Nuestra Señora de Atocha y censor del libro, pudo ver algunos de los ingenios con sus propios ojos y constató que se movían “(…) sin cosa de arte de magia, ni intervención diabólica”.
Algunos miembros de la comunidad parroquial, debido a su falta de conocimiento, se apresuraron a denunciar al cura acusándolo de hechicería porque no podían entender cómo una culebra metálica se podía mover por sí sola. Aun así, Cabello indica que “no tenemos constancia de que la Inquisición actuara contra Martínez de Presa”. Y afirma: “Él se refiere sobre todo a la envidia de la gente, que probablemente lo denunció ante la Inquisición sin éxito. Quizá fueran esas denuncias y el deseo de limpiar su nombre ante la envidia de sus detractores lo que le llevó a escribir su libro”.
Nuestro protagonista murió el 14 de junio de 1665, pero nos dejó para la posteridad un libro y una historia apasionante que ahora sí podemos comprender e investigar gracias a la labor e iniciativa de Mercedes Cabello. “Se trata de la historia de un heterodoxo, un hombre perdido en un pequeño pueblo de los montes de Ourense, que dedicó su tiempo a crear ingenios mecánicos y que, además, escribió un breve libro para contarlo. Tuvo que enfrentarse a la envidia de sus conciudadanos, y dedicó unos versos preliminares a esa envidia, que considera, con pesadumbre, el mal de España. Probablemente Martínez de Presa no tiene una gran importancia para la ciencia, pero sí es un testimonio de un personaje singular, imaginativo, culto y valiente”.
FUENTE: Xataka.