El herbicida dicamba, uno de los más utilizados en el país, es mucho más tóxico que el glifosato y el 2,4D. Pese a estar prohibido en varios países, el ex ministro de Agroindustria y ex presidente de la Sociedad Rural Argentina Luis Miguel Etchevehere lo aprobó en 2018. En anfibios genera cambios hormonales, además de lesiones celulares y en los tejidos hepáticos. Una investigación de la Universidad Nacional del Litoral y el Conicet. Aquí lo detalles.
Uno de los herbicidas más utilizados en el país y que más controversias ha generado es el tan nombrado glifosato. Sin embargo, no es el único que se diluye en los campos argentinos ni tampoco el más tóxico. Según un estudio recién publicado en la revista científica Environmental Science and Pollution Research, el dicamba, otro de los agroquímicos de uso común en la Argentina, puede ser hasta diez veces más nocivo.
“Para matar a un renacuajo bastan concentraciones de 20 o 30 microgramos de glifosato por litro (mg/l), pero solo se necesitan 0,20 mg/l de dicamba para generar el mismo efecto. Si se lo compara con el 2,4D, que aunque prohibido desde 2016 se sigue utilizando, la toxicidad es aún mayor. Se necesitan 1040 mg/l de 2,4D para provocar el mismo daño que con apenas 0,20 mg/l de dicamba”, explica Andrés Attademo, investigador del Laboratorio de Ecotoxicología de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas de la Universidad Nacional del Litoral.
“El trabajo demuestra que la concentración que afecta a los anfibios es muy baja. Es necesario volver a evaluar y recategorizar la peligrosidad de este herbicida porque en muy pequeñas concentraciones produce un daño terrible”, advierte Attademo, doctor en Ciencias Biológicas especializado en Bioecología y medición de biomarcadores. El investigador señala, además, que para el estudio se utilizaron versiones emulsionantes del dicamba, que son las que generalmente se encuentran en el mercado y que mostraron ser más tóxicas que las versiones solubles.
A través del análisis de biomarcadores – que permiten medir cambios en la biología, estructura, forma o encimas de los organismos ante la presencia de sustancias químicas o físicas como pesticidas y metales pesados –, la investigación proporcionó la primera evidencia experimental de los efectos subletales agudos que produce el dicamba en dos especies de renacuajos nativos; la S. nasicus y la E. bicolor, ambas características de la zona del litoral, una de fondo y otra de superficie. Fue así que se detectó que el dicamba genera cambios hormonales en las tiroides, además de lesiones celulares y en los tejidos del hígado de estos anfibios.
“En el trabajo también medimos la tiroxina, una hormona de crecimiento que resultó inhibida en los renacuajos al quedar expuesta al dicamba”, agrega Attademo, uno de los autores del estudio junto con sus colegas Rafael Lajmanovich, Paola Peltzer, Ana Paula Cuzziol Boccioni, Candela Martinuzzi, Fernanda Simonielo y María Rosa Repetti.
Otro dato relevante lo obtuvieron al medir cómo afectaba el dicamba a una enzima denominada acetilcolinesterasa, que se encuentra tanto en el sistema nervioso central como en el autónomo de los anfibios. Al entrar en contacto con el herbicida, la enzima resultó inhibida. “Eso inhibe a todo el sistema nervioso, que deja de realizar muchas de sus funciones habituales. El animal no puede respirar ni alimentarse. Tampoco puede ocultarse de sus depredadores y sus movimientos quedan como frenados”, ejemplifica Attademo. Una situación que cuando esto se observa en la fauna silvestre se lo denomina muerte ecológica. Si bien el animal está vivo, al no poder hacer sus funciones habituales terminará muriendo en poco tiempo.
La peligrosidad del dicamba también está dada por su alta volatilidad. Cambia rápidamente de estado líquido a gas o vapor, y así se mueve hacia superficies más amplias. Por esta razón, las principales empresas productoras, como Bayer-Monsanto, BASF y Dow-Dupont, enfrentan juicios multimillonarios en Estados Unidos, donde resultaron afectados cultivos no transgénicos aledaños a cultivos transgénicos sobre los que se aplicó el producto, lo que generó importantes pérdidas económicas y efectos nocivos en la salud de los agricultores.
En ese país, el uso del dicamba fue prohibido a mediados de 2020 por la Corte de Apelaciones con jurisdicción sobre California, Arizona y Washington. Además, según detallan los investigadores, en Estados Unidos se encontraron concentraciones máximas en quince reservorios de agua potable y en sedimentos, incluso en regiones consideradas libres de insumos agrícolas, como es el caso de California.
En la Argentina, sin embargo, el dicamba es el tercer herbicida más utilizado, especialmente en céspedes y pastizales, pero también en los cultivos de maíz, arroz y algodón. Su uso se intensificó en la última década por la pérdida de efectividad del glifosato. A pesar de que en varios países ya había resistencia al uso del herbicida y que algunos granjeros estadounidenses ya advertían sobre los daños sufridos en sus cultivos, en nuestro país se autorizó un tipo de soja transgénica de Monsanto resistente al dicamba. La denominada MON 87708 x MON-89788, aprobada en 2018 por la Secretaría de Alimentos y Bioeconomía del entonces Ministerio de Agroindustria, cuando su titular era Luis Miguel Etchevehere, expresidente de la Sociedad Rural Argentina.
Según el Atlas del Agronegocio Transgénico en el Cono Sur (2020) – elaborado por Acción por la Biodiversidad – existen al menos 61 eventos transgénicos aprobados en Argentina, principalmente de soja, maíz y algodón. En total ocupan más de 24 millones de hectáreas. Sobre ellos se esparcieron en 2017 unos 240 millones de kg/l de glifosato. Casi siete veces más que los 35 millones de kg/l que se aplicaron en 1997. Al dato de 2017 habría que sumarles otros herbicidas, como paraquat, clorpirifos, mancozeb e imidacloprid – que son los más importados-, y la cuestionada atrazina, cuyo crecimiento fue acelerado, tal como detalla la publicación a partir de datos del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria. En 2013 se importaron 51 mil 350 litros, 2 millones en 2015 y 5 millones 359 mil litros en 2017.
“El uso masivo de plaguicidas en la agricultura moderna ha generado preocupación a nivel mundial por la amenaza que representan para los ecosistemas”, advierten los investigadores del Laboratorio de Ecotoxicología de la Universidad Nacional del Litoral que trabajaron en conjunto con sus colegas del Laboratorio de Toxicología de la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas y del Programa de Investigación y Análisis de Residuos y Contaminantes Químicos de la Facultad de Ingeniería. Se trata de ámbitos especializados que desde hace al menos dos décadas trabajan en el tema y que han probado que también la mezcla de glifosato con arsénico en el agua genera daños en el ADN de los anfibios, además de mutaciones en el metabolismo y afecciones en el sistema hormonal, entre otras evidencias, como el impacto de los agrotóxicos sobre la salud y el ambiente, tomando como referencia principalmente los cambios en estos pequeños seres acuáticos.
“Se dice que los anfibios son como los canarios de las minas, porque cuando no había tecnologías para detectar la concentración de carbono o alguna sustancia tóxica en el ambiente, los mineros usaban los canarios como un indicador. Si se morían sabían que tenían que salir. Ahora, se dice lo mismo de los anfibios porque son muy sensibles a cualquier cambio ambiental y son los primeros en demostrar que estas sustancias están generando un perjuicio. Si bien los resultados de estas investigaciones no se pueden trasladar a los humanos, evidencian que los efectos detectados en los anfibios no están muy lejos de que algunos de esos cambios ocurran también en las personas”, advierte Attademo.
(Publicado originalmente por la Agencia TSS Unsam https://www.unsam.edu.ar/tss/)
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