¿Por qué una molécula es mala y otra buena? ¿Qué medimos cuando lo hacemos? ¿Debemos admitir el uso lúdico de las sustancias psicoactivas? Ni guía para drogarse, ni compendio de anécdotas. El gato y la caja propone un diálogo abierto con mucha evidencia científica.

Las preguntas cruzan Un libro sobre drogas. El texto compuesto por una docena de artículos escritos por científicos de diversas áreas pone en cuestión la actual política pública en materia de drogas. “Los prejuicios no deberían traducirse en leyes. Lo que debemos medir son riesgos y daños en lugar de asumir que una molécula es mala y otra buena. Es inconsistente. Hay distintas sustancias y cada una debe ser tratada en forma distinta. No debemos concentrarnos en las moléculas. Se trata siempre de una relación sustancia-persona-sociedad”, dice Pablo González, biólogo molecular egresado de la Universidad de Buenos Aires.

Pablo González.

González es cofundador de El gato y la caja, una iniciativa que se propuso y consigue poner al alcance de la mayor cantidad de gente posible la evidencia científica sobre temas que integran la agenda pública. “El libro surgió de la necesidad de contrastar la política pública con la evidencia científica. Es una forma destacar la manera en que armamos las reglas de convivencia, cómo determinamos socialmente qué se puede y qué no se puede hacer. Como científicos sabemos que hay cuestiones sobre las que tenemos evidencias más o menos sólidas, y en el tema drogas hay mucha evidencia sólida. Lo que sabemos dista mucho de la forma en que legislamos”, dice Pablo.

Compartir ciencia

El gato y la caja nació hace tres años de un núcleo integrado por dos biólogos y un diseñador. Empezó con una cuenta en tuíter. Internet y las redes sociales le dieron la posibilidad de establecer diálogos. Hoy es un colectivo que desbordó las primeras historias contadas en 140 caracteres. Los textos crecieron y se multiplicaron. También la cantidad de autores y lectores. Siempre pivoteando la idea original: compartir ciencia. Una aproximación diferente a los textos clásicos de divulgación, donde el que sabe baja línea y el que no escucha. “Es un sistema de relación entre personas. Un contexto. El gato es mejor que cada uno de los que estamos involucrados. El colectivo y sus valores son mejores que las partes”, afirma Pablo.

Entre mate y mate, la charla avanza en una vieja casa frente a la estación de trenes de Colegiales. Es la casa de El gato…

-La idea parece ubicarse en la encrucijada entre el discurso científico y el pensamiento narrativo. Entre la representación objetiva y la intención de interpretar y reconstruir la realidad según la experiencia y las emociones.

-Queremos que la gente participe en el diseño de los experimentos, en la ejecución y en la evaluación de los resultados. Es una forma de entender qué es la ciencia. Queremos que la gente participe del acto creativo. La ciencia también puede ser la musa de los artistas, generar imágenes que ingresen en el imaginario colectivo. Un proyecto de la ciencia es el descriptivo, lo que se ve en los laboratorios. También puede tener un proyecto productivo donde construye tecnología. Pero hay otros factores. El normativo implica la forma en que usamos la ciencia para el diseño de políticas públicas. Pero para que la ciencia sea popular, para que sea democrática, debe atravesar un proyecto persuasivo. Tengo que enamorar, dialogar. Tengo que conectar con el otro para que la haga suya. Ese ejercicio no es trivial.

-¿Cómo se sustenta El Gato y la caja?

-Lo banca el aporte de la comunidad que lo forma. Con el primer anuario rompimos el récord de financiamiento colectivo en tres días. El libro sobre drogas es también una herramienta de financiamiento que en poco tiempo estará disponible para bajar gratis de internet. Internet te permite escalar un proyecto en forma casi infinita. Hay muchísimos colaboradores involucrados.

Un libro sobre drogas

Algún despistado podría pensar que el libro es una suerte de guía o instructivo para drogarse. O una mera colección de anécdotas más o menos interesantes y documentadas sobre el consumo de sustancias psicoactivas. Nada más alejado de la realidad. Desde el inicio, el texto interpela al lector. Dos sencillas preguntas nos proponen las reglas del diálogo que procura establecer: “¿tengo una opinión formada sobre el uso, los riesgos y estatus legal de las sustancias psicoactivas?”; “¿estoy dispuesto a cambiar mi opinión si encuentro evidencia que la contradiga o información que merezca ser incorporada a mi análisis?”.

-El título del libro aborda el tema sin eufemismos. Algo poco habitual en un terreno tabú como el de las drogas.

-El título ataca ese tabú y pone de relieve que las drogas no son otra cosa que sustancias capaces de modificar nuestra percepción, nuestra conciencia y nuestra interacción con el mundo. El esfuerzo apunta a influir en los tomadores de decisiones y en los votantes. El objetivo es generar capital político y un agente capaz de convertir esa información en acciones concretas. Para eso le contamos a la gente lo que sabemos y lo que no sabemos de las sustancias, sus efectos, sus historias, hasta sus potenciales beneficios. El objetivo principal es abrir un diálogo.

El gato y la caja.

-Y lo hacen desde un enfoque multidisciplinario.

-El tema lo exige. El abordaje también implica una mirada crítica sobre la forma en que los medios difunden el tema. La lectura destaca los desbalances de poder y las enormes posibilidades que ofrece el accionar del Estado a quienes operan desde la ilegalidad. La forma más efectiva de desarmar esos mercados y evitar sufrimiento es haciendo explícitas las premisas de la legislación actual. Si el objetivo es cuidar a las personas no se está cumpliendo. Si así fuera, el enfoque debería darse desde la salud pública. La seguridad es importante, pero en el tráfico a gran escala, no en el narcomenudeo o en el consumo. La mirada subraya que el consumidor no es un eslabón en la cadena de valor del narcotráfico. Es una persona que elige tener una experiencia o tiene una relación problemática con las drogas.

-¿Qué ocurre cuando se miden los riesgos y los daños asociados al consumo?

-La información científica confirma que la política actual no son consistente en cuanto a lo permitido y lo prohibido. Asumo que el sistema político actúa con buena voluntad. Pero si tiene la información y no la incorpora, sólo me queda pensar que no está obrando en bien de la mayoría.

-La relación entre la ciencia y la política siempre es tensa…

-Porque la ciencia redistribuye poder casi en forma natural cuando la información se hace pública. Es muy difícil negar la evidencia. Está claro que la ciencia no es el único elemento en la toma de decisiones, pero es un elemento muy importante. Uno siempre espera que la decisión sea lo más informada posible.

-¿Pudieron llegar con el libro a algún funcionario?

-A la ministra de Seguridad. Fue en un simposio sobre ciencia y política.

-¿La respuesta…?

-Dijo que los científicos deberíamos estar más involucrados en la generación de políticas públicas. Bueno, hicimos lo que nos toca y le acercamos la mejor información que tenemos. Veremos qué le parece. Esperamos la respuesta.

-¿Y por el lado de los lectores?

-Encontramos un eco más bien popular. Está circulando. Tiene un lenguaje que sin ser superficial es entendible. Lo presentamos en el centro cultural de la ciencia y quedó gente afuera. Lo mismo en otros lugares.

-La toma de decisiones y la postura social implican una pelea epistémica. Qué información se toma como válida.

-Se vio hace un tiempo con la cuestión de las vacunas y la homeopatía. Son temas saldados en la comunidad científica y que sin embargo se asumieron en discusión. Lo primero que debemos garantizar es que la información que se adopta surja del sistema más confiable. Si queremos una política eficiencia, el tema de las drogas se debe encarar desde la salud pública y la reducción de riesgos y daños. El abstencionismo y la prohibición no funcionan. Ni siquiera se trata de hacer un juicio moral. Además, si queremos una sociedad lo más igualitaria posible es de esperar la menor cantidad de imposiciones de unos sobre otros. La legislación actual no contempla ni las libertades personales, ni los derechos humanos.

-Desde una posición conservadora, el enfoque podría equiparse con una política de liberalización.

-Nadie habla de liberalización. Si el tabaco y el alcohol están regulados pese a los daños que generan, ¿por qué lo hongos psicodélicos son totalmente ilegales cuando sabemos que tienen un extremadamente baja peligrosidad? ¿Cuál es la consistencia, cuál es la premisa?

-Pongamos el caso de la marihuana.

-Fumar marihuana tiene riesgos, pero más riesgo conlleva el narcotráfico. Uruguay es un ejemplo a seguir. Canadá desde el año que viene va a regular la producción, la comercialización y la venta. Son sociedades informadas. Conocen los riesgos asociados a la judicialización y la penalización. De última, si una persona tiene un consumo problemático, cómo hace para buscar ayuda si se la pone en la ilegalidad. Estamos dejando solos a los que no tenemos que dejar.

-En algunos de los artículos de El Gato y la caja se analiza la calidad de las drogas que se ofrecen en el mercado.

-Uno de los subproductos de la prohibición es la adulteración. En la calle se consume cualquier cosa porque es un mercado ilegal. Si estuviera regulado no sucedería. Los análisis de laboratorio indican que en la cocaína es posible encontrar rastros de cafeína, anfetaminas y hasta alguna sustancia usada como sedante en veterinaria. Lo mismo ocurre con el MDMA (NdR: 3,4-metilendioximetanfetamina, conocida como éxtasis).

-¿Los cinco muertos en la fiesta electrónica de Costa Salguero serían un ejemplo?

-Hasta donde sabemos. Lo importante es que la demonización del MDMA no cumple un rol protector. Aunque esté prohibido, la gente seguirá encontrando formas de consumirlo. El problema no es la sustancia, sino su adulteración. En las drogas de diseño cualquier modificación en la composición de la molécula puede alterar completamente los efectos. El consumidor quiere una experiencia y el mercado le hace llegar otra. El que vende está sujeto a las leyes del mercado, y lo que manda es la maximización de la ganancia.

-¿Se puede investigar sobre drogas en nuestro país? ¿Hay un marco regulatorio que lo permita?

-Sobre los efectos en seres humanos es casi imposible por cuestiones legales. Sólo se puede si el objetivo es paliar el dolor o el sufrimiento. Hay muchas sustancias que tienen potencial para mejorar la vida de muchas personas, pero no las podemos investigar.

Portada.

-¿Qué sustancias?

-Por ejemplo, la psilocibina (NdR: sustancia activa de los hongos del género Psilocibe) y el LSD (NdR.: dietilamida de ácido lisérgico). Son dos de las sustancias más interesantes por la capacidad que tienen para modificar la estructura de la conciencia. Deberían estar menos reguladas porque son de baja peligrosidad. Los investigadores deberían poder moverse con mayor agilidad. En las décadas del cincuenta y el sesenta se empezó a utilizar el LSD con fines terapéuticos para trastornos de depresión y ansiedad. La guerra contra las drogas dejó trunca esas investigaciones.

-Decías que la psilocibina y el LSD son drogas de bajas peligrosidad.

-No quiere decir que no sean peligrosas. Hay evidencia que señala que el LSD empeora ciertas condiciones en personas con trastornos psiquiátricos. Cuando hablamos de baja peligrosidad decimos que existe una gran brecha entre la dosis letal y la dosis que induce un estado psicodélico muy potente.

-¿Cómo se mide el riesgo? ¿Cómo se determina el nivel de peligrosidad?

-Una persona debería ingerir diecisiete kilos de hongos frescos para alcanzar una dosis letal de psilocibina. En otras sustancias, la dosis activa es muy cercana a la letal. La heroína, por ejemplo, es muy peligrosa. Ahora bien, ¿qué pasa cuando tenés un adicto y la heroína se la provee el Estado? En Suiza hicieron la experiencia. El Estado dispone de un ámbito adecuado y de profesionales que acompañan al consumidor. La persona puede consumir, pero debe hablar con un psicólogo. A partir de ahí se diagnostica si hay dependencia. En general, el consumo empieza a bajar. Eso evidencia que la reducción de daños funciona. Algunas sustancias deberían estar reguladas en un contexto que permita detectar a los consumidores que tienen una relación problemática. De lo que se trata es de bancar los riesgos del consumo y eliminar o reducir los asociados, como la criminalidad y la adulteración.

-¿Qué sustancias podrían tener un potencial positivo?

-Hay muchas. El MDMA parece una de las más promisorias. Se usa en Europa en ensayos clínicos por su fuerte poder empatógeno. Mejora el vínculo entre el paciente y el analista. La evidencia señala que podría ser útil en el tratamiento del estrés postraumático. En una situación contenida puede usarse para  disminuir el miedo del paciente, aumentar su confianza. Debemos darles a la psiquiatría las mejores herramientas.

-¿Qué pasa con el paco?

-Es muy latinoamericano. El paco empezó en Perú en la década del setenta. Como producto intermedio en la obtención de  clorhidrato de cocaína es fácil y barato de producir. Por eso se difundió entre los sectores más vulnerables. Su forma de administración genera una repercusión extremadamente rápida en el cerebro. Es muy adictivo y produce daños muy grandes en muy poco tiempo. Sin embargo, sus efectos no se pueden atribuir sólo al alcaloide. Los análisis señalan que las muestras apenas tienen el veinte por ciento de cocaína. El resto son anfetaminas, cafeína y sustancias que aumentan el volumen, como lactosa, polvo de ladrillo o talco. Incluso se detectó la presencia de levamisol, un antiparásito que se usa en veterinaria.

Un paso hacia la libertad cognitiva

Antonio Escohotado (Historia de las dogas, 1989) rastrea el origen del prohibicionismo moderno en paradigmas religiosos. Sostiene que las restricciones hicieron pie en supuestos morales y de seguridad. Esos argumentos colonizaron el discurso sanitario. Las políticas públicas tomaron entonces un fuerte sesgo estigmatizador. De allí a la persecución de los consumidores hubo un pequeño paso. Cuando la contracultura de los años sesenta desbordó el dispositivo político de control, la respuesta fue la Convención sobre Sustancias Psicotrópicas de Naciones Unidas (1971). El primero de una serie de acuerdos que amplió el número de sustancias bajo fiscalización. La Convención contra el Tráfico de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas (1988) fortaleció la respuesta represiva. Un año después, nuestro país sancionó la Ley de Drogas (N° 23.737).

“Nunca fue sencillo plantear alternativas. Cualquier cuestionamiento, cualquier crítica, suele producir reacciones descalificadoras. Un mundo libre de drogas es una meta imposible e ingenua”, advierte González. Sin embargo, hubo algunos avances. En 2009, la Corte Suprema admitió la inconstitucionalidad de castigar a una persona por la tenencia de marihuana para consumo personal en un ámbito privado. En 2010, la Ley N° 26.657 amplió los límites de la definición de la salud mental. Hoy, el marco legal la define como un proceso donde intervienen factores históricos, sociales, económicos, culturales, biológicos y psicológicos. “Si no estamos lastimando a nadie, ¿por qué no tenemos derecho a explorar los contornos de nuestra conciencia? No tiene lógica sacrificar la libertad de una persona con medidas que buscan solucionar un problema social que trasciende al consumidor”, dice Pablo.

-Pese a los avances hay una fuerte resistencia al cambio. Y no sólo entre quienes toman decisiones, también en amplios sectores de la sociedad.

-Porque seguimos pensamos en la sustancia como en el origen de la adicción. El consumo problemático es consecuencia de muchos factores, algunos relacionados con la personalidad y otros con el contexto social y cultural. El alcohol y el tabaco son las sustancias más peligrosas en términos sociales. Mucho más que el paco. Tienen las externalidades negativas más extendidas. Hay que concentrarse en el problema global. No puedo impedir que fumes, pero puedo desfavorecer tu consumo. Puedo hacer que sea caro, puedo establecer una transferencia directa a campañas de prevención o de reducción de riesgos y daños. Hay muchas estrategias posibles.

-Volvemos sobre la tarea de convencer, de persuadir con evidencia. A veces funciona, a veces no.

-Porque a todos nos gusta estar seguros, y la ciencia plantea dudas. En el campo científico no hay nada definitivo. Eso provoca incertidumbre. Siempre vamos a estar seducidos por lo definitivo y lo emocional. Mucho más que por los argumentos racionales. Una foto conmueve más que una estadística. Para ser efectivos debemos conectar el conocimiento con las fibras íntimas de las personas. La ciencia tiene que ganar credibilidad en un público más amplio. Si los científicos sólo hablamos entre nosotros no vamos a conectar con la sociedad, y la democracia implica que votan todos.

-¿Qué se propone hacer El gato de aquí en más?

-Seguir exponiendo lo que sabemos y lo que no. Estamos definiendo los temas. La ciencia puede contribuir en muchas áreas. La pelea de fondo es que la evidencia sea un actor central para que dejemos de lado inercias, caprichos y prejuicios. Para eso tenemos que permear en los estratos económicos más bajos. Es nuestro sueño. Pero primero debemos llegar a los sectores medios que pueden presionar para que cambien las políticas públicas. Si alguien está preocupado por comer no puede preocuparse por leer sobre el telescopio Hubble.