Entre la Píparo y la toma del Capitolio, El Pejerrey Empedernido se puso a hacer ñoquis al más puro estilo tano, que es cómo se deben hacer. Y de paso recomienda una entrada de ajíes asados para abrir más el apetito.

Ya estamos en el fragor de los eneros, un tanto especial el que en este calendario nos toca, pero no voy a meterme otra vez con lo de la pandemia, porque a mí, al menos, me tienen hasta el borde de la cacerola con la tanta parla al dope por parte de tantos, qué se yo, no se salvan ni políticos profesionales ni muchos menos la canalla esa que se dice periodismo por TV; mientras a los de la popular no les queda otra que yugarla, con la calor, que le decía la Cloto – tan buena ella estaba allá por las zaguanes de Palermo-, con el barbijo y con eso de que si tenés mil sopes y vas a la verdulería y a la carnicería apenas si te gritan bingo zafas para un par de churrascos, algunas frutas y hortalizas; ni hablemos de algún tubo, porque entonces pareciera que pretendemos lujos mis queridos y queridas… Con todo ello se embroncaba la otra noche mi amigo Ducrot, cuando se le dio por perorar sobre lo que sigue: Mire don Peje que hay que ser pacientes; me quería concentrar la otra que vi llover en la aventuras y desventuras de Rinconete y Cortadillo… En la venta del Molinillo, que está puesta en los fines de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla a la Andalucía, un día de los calurosos del verano, se hallaron en ella acaso dos muchachos de hasta edad de catorce a quince años: el uno ni el otro no pasaban de diez y siete; ambos de buena gracia, pero muy descosidos, rotos y maltratados; capa, no la tenían; los calzones eran de lienzo y las medias de carne. Bien es verdad que lo enmendaban los zapatos, porque los del uno eran alpargates, tan traídos como llevados, y los del otro picados y sin suelas, de manera que más le servían de cormas que de zapatos. Traía el uno montera verde de cazador, el otro un sombrero sin toquilla, bajo de copa y ancho de falda. A la espalda y ceñida por los pechos, traía el uno una camisa de color de camuza, encerrada y recogida toda en una manga; el otro venía escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le parecía un gran bulto, que, a lo que después pareció, era un cuello de los que llaman valones, almidonado con grasa, y tan deshilado de roto, que todo parecía hilachas. Venían en él envueltos y guardados unos naipes de figura ovada, porque de ejercitarlos se les habían gastado las puntas, y porque durasen más se las cercenaron y los dejaron de aquel talle. Estaban los dos quemados del sol, las uñas caireladas y las manos no muy limpias; el uno tenía una media espada, y el otro un cuchillo de cachas amarillas, que los suelen llamar vaqueros… Le decía don Peje, me quería concentrar, pero entre carcajadas de tristeza me acordé del cornudo del Capitolio, al que la farolería analítica variopinta llamó jefe del golpe de Estado mientras el fulano joposo se despedía como de otra manera no podría haber sido; o la cosa esta, que la juega de progre, vive de la política ya no me acuerdo cuánto hace y garcó y engañó a la señora que laburaba en su casa; y de la turrísima, la del cuento de la buena Píparo, que a partir de  su condición de víctima supo hacer buenos negocios y encumbrarse en lo más maligno de la política, y con su maridito arrastra entre palieres osamentas de pibes que andan en moto. Y qué le voy a decir acerca de lo triste que resulta ver por el planeta entero a los gobernantes que andan a tientas entre vacunas y contagios, pues parece que a ninguno, parle en la lengua que parle, vez alguna se le ocurrió estudiar historia, por decir algo, ¿vio? Además, siento que uno realmente pasa al rango de boludo cada vez que le atención le presta a la galería de literales, narcisistas y expertos en todo, que se llama redes sociales o cosa parecida… Y díjele entonces a mi amigo, ¿terminó… ya hizo catarsis berreta?… Y me contestó, sí, sí, don Peje, y dígame entonces, que podemos morfar… Era hora estimado, de que pasemos a temas importantes; preste atención entonces: los romanos los preparaban apenas si con harina gruesa, agua y algo de sal, porque era muy cara, tanto que sirvió como salario para la soldadesca y de ahí la palabreja por la cual bregamos lo pobres humanos laburantes todo el mes. Cuando el noble tubérculo andino llegó a la Península zapatera entonces sí nacieron los ñoquis, más o menos como los comemos hoy, y tal cual casi nos los vamos a disfrutar en un rato, y todo porque la papa no viajó sola si no que lo hizo en compañía de don tomate, el rey del oro rojo en peroles y cazuelas… Y por supuesto, aunque ya lo hice antes, no sé si acuerda – Ja Ja Ja -, aquello de Pantaleón es por el pibe ese, galenillo de Nicomedia que así se llamaba y se pasó un día a la cofradía de los cristianos para  dedicarse a vivirla debute con el negocio de los milagros, tras convencer a los viandantes de que había provisto de morfi a una mesa pobre de la vieja Venecia, allá por XVI… Vaya a saber si ello es cierto, aunque sí lo es que entre los mejores ñoquis que este Peje disfruto en su larga vida disfrazado de humano algunos fueron los de una receta veneciana y judía: sazonados con crema salada de uvas pasas, y enjaezados con un Tocai friulano de amorosos jubileos entre la copa y el gusto frío… Dígame Ducrot, ¿se le está pasando el esgunfie?…¡¿No!?…Bien me juego a todo o nada con la receta entonces: amasaremos los ñocardos con harina si es posible apenas 00, aunque nada fácil es conseguirla por estas comarcas, y entonces vámonos nomás con la 000, papas blancas y jóvenes hervidas y pisadas, dos yemas de gallináceos óvolos, agua y sal; y cuando lo más divertido haya acontecido, eso de darles forma con el tenedor más viejo y a dejarse de joder con el cosillo adrede, que descansen sobre la mesa enharinados, mientras el agua salobrona sube y sube…Pasados por ella hasta la emergencia cuales blancos submarinos de juguete, que dancen acaso en aquella pomorala como le decían en la taberna los pescadores que solían comer mientras  lamentaban la pobre captura de la mañana, sospechando que algún pejerrey insurrecto andaría entre las aguas alertando a su cófrades acerca de presencias peligrosas: un salteado de ajos en aceite de oliva para el rehogo en él de tomates frescos sin piel ni semillas, con sal después, pimienta negra y al final queso del rallado, si parmesano y de cabra juntos mucho mejor… Por supuesto sin Tocay refrescado para la ocasión, pues le sugiero sí un Petit Verdot al tiempo, ¿qué le parece?… Pero eso no es todo… Contra el esgunfie, mientras aguardamos la llegada de los ñoquis a través del arco del triunfo, una ensalada de ajíes morrones verdes, rojos y amarillos, asados, con aceitillo de olivas, pimientas, sales, y aceitunas negras…. Y por supuesto ¡Salud!

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