En un gesto atípico de generosidad, este sábado El Pejerrey Empedernido le cede parte de su espacio a Don Nabo para que escriba en defensa propia. Eso sí, después vuelve y te da la consabida receta… con nabos, claro.

Muy buenas, cómo dicen ustedes que les va, que seguramente no será exactamente como están por contestarme, aunque si pueden, claro, estoy dispuesto a oír la verdad. Me voy a presentar: soy un Nabo, de la familia Crucíferas; no sé muy bien en qué punto del este recalentado orbe nacieron mis primeros antepasados, hay quienes dicen que en Europa, porque los griegos de don Pericles e incluso los de antes ya me conocían; otros que en Asia, en India, lo que más me suena a verdad. A esta altura de los acontecimientos poca importancia tiene esa polémica… Antes de continuar quiero agradecerle al Peje que tan generosamente me haya cedido este espacio suyo de él de cada sábado, para dirigirme hacia ustedes. Les confieso que no fue sencillo hallarlo, pero cuando lo logré no resultó tan antipático ni de mal talante como me lo habían anticipado en, compruebo ahora, apresuradas semblanzas…. Ya sé, al leer mi nombre ustedes pensaron en boludos, pazguatos o giles; en comemierdas o gilipollas; en memos, tarugos o merluzos; o lo que es peor en, bueno para qué ser tan grosero, si en verdad no vale la pena, pero no puedo contenerme y les cuento: qué bronca ensombrecería mi espíritu si me enterase que cualquiera de ustedes tiene el tupé de confundirme con un pijo, que en tierras de Castilla y Aragón apenas si significa cajetilla o nene bien… Así que reitero: soy un Nabo y quise aquí estar presente por dos motivos que casi son uno solo, y al mismo tiempo. Primero con la intención de vindicar a los míos y mis parientes cercanos, tantos que cuando organizamos un banquete familiar unos cuantos más que trescientos se sientan a la gran mesa, para la cual suelen preparar sus manjares mis tías Coles, mis primos Berros o alguno de los cuñados rebeldes del clan Brócolis. Todos gozamos de buena crianza, aunque por esas cosas de las modas en pantuflas, que sí son para patanes en lompas o polleritas, últimamente suelen dejarnos tirados en el último de joncas de la verdulería; apena si se salvan los queridos Brócolis porque vaya a saber un por qué, buena prensa que tienen…Y en segundo lugar quise escribirles para fregarme sin pudores al naberío ese (¡Ja Ja) que la bate de veganos y vegetarianos y en defensa de los animales, que los guachos (los animales digo) bien que nos morfan cuando por considerarnos berretas tal cual el franchute Napoleón consideraba a las papas cuando el tubérculo de los Andes del hambre salvaba a su soldadesca, cada vez que los cuidadores del chiquero a la marchanta nos tiran, para morfi descarado de quienes después serán jamones y bondiolas. Claro, en su ignorancia los veganos dicen que no hay que comer animales y nos manducan a nosotros los vegetales como si savia y alma no tuviésemos; qué se jodan, por no disfrutar de un buen churrasco o filete o pata de cordero a ellos y a sus proles el cerebro se les va a achicar: ¡todos esos sí que son merluzos!…Bien, ya que tal vez se divirtieron con mi manifiesto de arribita, ahora dejen que los ilustre acerca de mí mismo, para luego cederle el teclado al dueño de este papiro digital que los sábado se bancan esos pobres Cristos crucificados de Socompa, quien les obsequiará luego, me aseguró, una receta extraída de mi propio ser… Mi carne es blanquecina y me cubre un pellejuelo que va del amarillo al púrpura, según la ocasión. A veces soy redondo y rechoncho, otras guardo un poco mejor mi silueta. Mis penachos verdosos jamás requieran de permanentes, ruleros o cortes a la garzón. En mi tribu convivimos, no sin ciertas broncas pero también entre revuelques apasionados onda vale todo, los Nabitos de Teltow, los Nabos de Otoño, los Stanis y los Virtudes, también conocidos como Martillos; los Nabo Bola de Nieve y los Kabu o Japoneses. No voy a cansarlos con aquello de nuestras propiedades nutrientes pero les aseguro que los que saben dicen: mofad nabos que son más buenos para el cuerpo y el alma que Papá Noel y el Negro Baltasar juntos los dos en noches de jubileo. Ahora sí cumplo mi promesa y los dejo con El Peje no sin antes chamuyarles fue un honor para mí haber podido estar con ustedes, y si alguna vez nos encontramos por ahí no vayan a preguntarme por qué te fuiste y no volviste, porque entonces les replicaré como enseñaba el gran Pichuco, alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? ¿Pero cuándo? ¡Si siempre estoy llegando; si yo nunca me fui, siempre estoy volviendo… Acá estoy, disculpen que los deje tanto tiempo con don Nabo, ¿pesado el fulano, no? Es que me confesó con tanto entusiasmo su deseo de escribirles que finalmente le dije, bueno métale pero no exagere, que bastante laburo me da mantener a mis lectores con ganas cada semana para que usted vaya y me los espante. No sé qué les habrá contado, imagínense que mientras él le daba al teclado, aproveché y me respiré una flor de siesta, destapado y a la fresca de los tamariscos. Para hacerla completa, cumpliré con lo que a él le prometí y aquí va una sugerencia para el hacer en la cocina…Id a la feria o a lo de la verdulera más valiente del condado y haceos de un nabo blanco, de frescor y brillos. Dejad a un lado sus hojas y lavadlo con amor, con manos de cuidado sin rumbos, para luego cortarlo en rodajas que no sean gordas así como lujuriosas ni tampoco delgadas con pretensiones de bikinis o poses en la playa. Untarlas con aceite de oliva y al horno mis dulzuras, hasta que tiernas y algo tostadas estéis. A una bandeja entonces, tibias, con nueces picadas que las besen y en sus alrededores hojas de rúculas crujientes. Gotas de aceite de oliva y de jugo de limón, sales pocas, pimientas negras del molinillo y hebras insinuantes de parmesano, que se desgranen sobre todo ello, con el rubor de esas flores blancas que se llaman damas de noche. Tened cerca una flauta o baguete de pan y un tubo de tinto del más mejor que os sea posible; si se me van los ojos y el gusto por un Petit Verdot de las alturas mendocinas no es mi culpa, sucede que, como buena cacatúa, sueño con la pinta de Carlos Gardel… ¡Salud!

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