Se armó una vasta red de operaciones, en los medios y las redes sociales, para despegar al gobierno de lo ocurrido con Maldonado. Con los resultados de la autopsia buscan cerrar un caso que hoy sigue sin esclarecer y que está lleno de preguntas.

Santiago Maldonado murió ahogado porque se tiró a un río patagónico, vestido y en invierno, durante una represión de Gendarmería, con presencia de un alto funcionario del ministerio de Seguridad que tiene en su haber la defensa de acusados por crímenes contra la humanidad. Como los gendarmes, en teoría, no le pusieron un dedo encima, no hubo desaparición forzada, aunque la carátula de la causa ha sido esa desde el inicio del caso. De la llamada al celular de Maldonado un día después, ni noticias. Ni hablar de cómo un cuerpo estuvo a la deriva más de dos meses en un área que fue rastrillada. Pablo Nocetti jamás ha dado la cara y la comunicación del Gobierno ha sido más que torpe durante todo el período, más el juez Otranto haciendo de las suyas hasta que le dieron el olivo después de su vergonzosa entrevista a La Nación. Por cierto que los dos principales diarios tuvieron una cobertura que deslindó todo el tiempo responsabilidades oficiales; uno de ellos, célebre por sus editoriales tenebrosas, poco menos que pidió un desagravio público a Gendarmería.

La horda de trolls y de alcahuetes macristas con nombre y apellido que pululan por las redes (algunos de ellos periodistas, varios con uno o dos programas, o sea contratos, en medios oficiales) le bancaron la parada al Gobierno, más preocupado por incidentes en marchas a Plaza de Mayo salidos del manual del perfecto infiltrado, que por echar luz en un caso terrible.

Una de las aristas calamitosas que queda es la versión, llamémosle millenial, del “en algo andarían”/ “por algo será” para explicar por qué Maldonado se tiró al río. El periodista de Clarín que cubrió el caso citando todo el tiempo a fuentes oficiales acaba de publicar en Twitter: “Maldonado murió intentando cruzar un río mientras huía de la autoridad. Pudo haberse rendido, pero no lo hizo. Eligió el riesgo a pesar de que no sabía nadar. Murió a unos 7 metros de la orilla. Ahogado”. Leo esto y me acuerdo de un pibe llamado Ezequiel Demonty, que se ahogó en el Riachuelo. Obligado por policías, hay que decir.

De yapa, en contraposición al “hippie roñoso” (trolls dixit), la operación para ensalzar a la Armada por la tragedia del submarino. Ya hay notas pidiendo más plata, que se definan sus labores, que se reconozca a los marineros de la Patria, y toda el aura de patrioterismo que suele rondar textos de esa calaña. No faltó quien se indignó porque no hubo movilizaciones estos días por los 44 tripulantes. Incluso hubo que tolerar a un escriba experto en perpetrar loas a las Fuerzas Armadas en los 70 que se puso a pontificar. La verdad que no había mucho más que esperar y, a diferencia de Maldonado, no estábamos ante una desaparición forzada, sino ante un espantoso accidente.

Mientras tanto, y como si no fuera horroroso, hay quienes celebran el resultado de las pericias sobre el cuerpo de Maldonado porque se deslindan responsabilidades del gobierno, como si no hubiera un muerto en el medio. Un muerto que, mientras estuvo desaparecido, fue visto por un camionero en Entre Ríos, se subió a un auto de un matrimonio en Tierra del Fuego o anduvo en Chile. En este último caso, las chances eran del 20 por ciento, de acuerdo a Elisa Carrió.

Pareciera que, aun cuando los estudios libran de culpa y cargo al Gobierno, desde Bullrich y Nocetti hasta los gendarmes, no hubiéramos presenciado una andanada de operaciones. Pero parece que hay que resaltar que el Estado no tuvo nada que ver.