Del terrorismo de Estado al Estado de terror o el aggiornamento de la Doctrina Saint Jean, simétrica e inversa. Una tesis paranoica, tal vez.

Imaginemos que hay dos sujetos, cada uno en su departamento. Ambos dicen: “Cuatro tipos me esperan abajo para secuestrarme”. En el primero de los casos, efectivamente, es cierto: hay cuatro gorilas dispuestos a chuparlo (así se dice desde los ‘70 en estas pampas, poco honradas en aportar tamaña renovación del lenguaje). En el segundo caso, no hay nadie. Este último es, lo que se dice, un paranoico.

Paranoia cualunque, neurótica, le puede pasar a cualquiera; o casi. No la paranoia psicótica en la que se escuchan voces y el cuerpo emascula. Pero esas son peripecias técnicas que no hacen al asunto. Estamos hablando de una categoría técnica, sustantiva, que se utiliza como adjetivo en la vida cotidiana: – “Estás paranoico”, para quien se persigue; – “Histéricx”, para quien no se decide, etc., su ruta…

Cuestión de época, tal vez. Por ejemplo, si en el año 1975, ponele, aparecía uno que decía –“Los milicos te van a secuestrar, te van a torturar, van a asaltar tu casa y afanarte hasta el dulce de membrillo, van a secuestrar a tu mujer y a tus hijos, los van a torturar enfrente tuyo, te van a afanar los pibes y se los van a regalar a sus amigos y luego te van a subir a un avión y te van a tirar vivo al mar; todo por 30 mil…”, a ese, lo iban a tildar de paranoico; más aún: de loco de  mierda. Pero no. Pasó. Sucedió así, exactamente, con sistemático plan.

Los tiempos históricos suelen ser viscosos, nublan, en su fárrago son capaces de pasar por alto lo evidente tanto como de reemplazar los efectos por las causas y viceversa. Por eso, vayamos a una tesis de paranoia extrema: hay un correlato entre los cosos infiltrados que armaron quilombo en las movilizaciones del viernes 1º de septiembre y los desaparecedores de Santiago Maldonado. Los une un plan premeditado, alevoso.

La runfla mediática -y la no tanto- en forma ingenua sostienen para los primeros la idea de los “infiltrados” y para los segundos el reciclado eufemismo videliano del “exceso”. Ni lo uno ni lo otro: plan sistemático reloaded. Los encapuchados en Plaza de Mayo, El Bolsón, etc., fueron, sí, para las tapas de los diarios del día siguiente, pero fundamentalmente como cobertura de la caza de perejilísimos perejiles (dícese, en la jerga represiva, de aquél o aquella que poco y nada tienen que ver con el asunto). Pues de haber ambicionado la amedrentante captura de militantes, se hubiera hecho en otro momento, tal vez en otro lugar; en la desconcentración, digamos, noventa minutos antes. El objetivo era atrapar con violencia, encarcelar y torturar (levemente, claro; para aumentar los voltios hay tiempo) un número acotado de ciudadanxs, preferiblemente sin contacto con las organizaciones populares; descolgados, bah; algún pichón de periodista de medios independientes, en fin, una muestra representativa de participantes pasivos sin compromiso político formal. Con un mensaje clarérrimo: “Esto le puede pasar a cualquiera. ¿Entendieron bien? ¡A cualquiera!”.

Porque con la desaparición forzada de Santiago Maldonado, ocurrida justo un mes antes, el mensaje había sido desviado hacia reivindicaciones indeseables para el gobierno. No en vano se había afanado en elegir, entre la negrada indígena, un blanquito huinca, más bueno que pan flotando en leche tibia, un jipi vegano, espiritualista casi esotérico cuyo deporte era colgarse de toda causa que oliera a postergada justicia y, de ser milenaria masmejor. En otros términos, otro “cualquiera”, adalid de la inocencia, sobre cuya figura pudiera identificarse el más tontuelo de los tibios. Santiago fue un blanco cuidadosamente elegido, a diferencia de los presos en derredor de Plaza de Mayo, que al tun tun fueron cayendo en una redada donde para la cana era imposible equivocarse.

Pues de los “tibios”, efectivamente se trata. No lo inventaron Durán Barba ni Marcos Peña Braun, esto. Sólo lo adaptaron a los tiempos que corren. Quien mejor lo condensó fue el ex general Ibérico Saint Jean, señero represor y gobernador de facto de la provincia de Buenos Aires durante la dictadura de Videla, Martínez de Hoz y Quarracino. En 1977 espetó: “Primero mataremos a todos los subversivos, luego mataremos a sus colaboradores, después a sus simpatizantes, enseguida a aquellos que permanecen indiferentes y, finalmente, mataremos a los tímidos”.

La táctica actual es idéntica, simétrica e inversa: comienza por los tímidos, léase tibios, perejiles, ajenos. Siguen los colaboradores y así sucesivamente, en fila india, propiamente. Militantes y (ergo) “subversivos”, para lo último pues le dan razón de ser tanto al discurso como al accionar represivo. Todo encaja. El terror se siembra y cunde, más que la soja. Y esto recién empieza.