CFK siempre sorprende, cuando todos esperaban que se refugiara en Calafate salió a dar pelea. Una de las formas elegidas es ir a aquellos lugares que no frecuentaba, la radio, la tele, y hablar de lo que fuera. ¿Un cambio a corto plazo o una estrategia con la mirada en 2019?

Si hay algo que no puede negarse acerca de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner es su voluntad de dar batalla política. Y para sostener esa batalla se muestra dispuesta a hacer aquello a lo que resistió durante años: aparecer e interactuar con el discurso de los medios que no la apoyan. Ahora resulta obvia esa presencia, pero no fueron pocos los que sostuvieron  que luego de dejar el poder se retiraría a Calafate a una vida casi de abuela.

Un segundo aspecto fuerte de la actividad de Cristina es su capacidad para generar sorpresas. No estaba en los cálculos que luego del esfuerzo simplificador y despersonalizante de la campaña hacia las PASO, Cristina se sumergiera en un despliegue mediático múltiple y complejo.

La presencia progresiva de la expresidenta en los medios es vista como un cambio de difícil evaluación, aun para los periodistas que no se prenden a la crítica destructiva que se apoya siempre en las peores presuposiciones: ¿se trata de un cambio producto de la necesidad de mejorar la estrategia electoral, cuyos resultados no la muestran arrasando,  contrariamente a  las expectativas que genera su figura? ¿O es el producto de un cambio más profundo, no carente de  autocrítica, que trata de prepararla para futuros combates hacia la candidatura presidencial en el 2019?

Es verdad que el discurso periodístico debe dar cuenta de una actualidad, más o menos extensa, pero relativamente cercana y, desde ese punto de vista es difícil tener en cuenta razones que, sin embargo, fuera de lo periodístico pueden ser válidas, como cambios que Cristina Fernández pretende que sean habituales o que responden a deseos de experimentación desde diversas motivaciones.

Siempre, pero muy especialmente cuando se trata de discursos políticos de actualidad, una de las maneras de análisis es detenerse en la materialidad de los intercambios discursivos propuestos, sin prestar atención a supuestas motivaciones, temores y deseos, que son más propios de análisis psicológicos.

El tema es la mediatización de Cristina y no sólo su presencia y sus dichos en los medios. Cuando se analizan individualmente las apariciones mediáticas de personajes públicos y sus dichos en ellas, ya el aparato de la cultura mediatizada hizo su trabajo: los dichos serían productos de una individualidad importante y sobre ellos y ciertos rasgos de su escena de emisión caerán todos los análisis negativos o elogiosos. Quedan entonces eliminados los aportes de las mediatizaciones como si los políticos, los gobiernos, sus discursos y sus acciones se conocieran por fuera tanto como por dentro de los medios. Es la insistencia de la ilusión contenidista de nuestra cultura y uno de los resultados más fuertes de lo verosímil como lo realmente ideológico.

Para entender el momento actual de la mediatización de Cristina hay que tener en cuenta dos niveles diferentes: primero habrá que reconstruir sus sucesivas mediatizaciones antes de tratar de comprender este momento.

Sola frente a la cámara

Una mediatización es un sistema de intercambio discursivo construido materialmente con dispositivos técnicos y en los que intervienen diversos géneros y estilos. Desde su llegada al poder, Cristina participó de tres mediatizaciones diferentes.

La primera etapa puede denominarse como de self-broadcasting. Las cadenas nacionales de Cristina quedan en este contexto situadas dentro de un movimiento que la excede y que, al mismo tiempo la destaca.

A pesar de que hayan sido diseñadas para el contacto directo  con la población, las cadenas nacionales constituyeron el retorno de un modelo de comunicación, el del monopolio aunque más no sea parcial, de lo medios en manos del Estado.

Un aproximación más actualizada se apoyaría, siguiendo a Eliseo Verón, en la fuerza del contacto (visual) entre el enunciador y enunciatarios a través de la mirada a la cámara de quien toma la palabra, mirada que es recibida por cada receptor como ‘mirada hacia ego’.

Esa formulación veroniana fue muy útil en su momento para comprender algunos éxitos en debates preelectorales y para describir diferentes momentos de los conductores de noticieros televisivos. Su expansión a diversos tipos discursivos y géneros televisivos lleva a las  posiciones ridículas de ciertos panelistas que mientras discuten acaloradamente entre ellos no se miran sino que lo hacen hacia la cámara o a políticos entrevistados que no miran a quien le hace las peguntas para poder así conectarse directamente  con su público.

Las cadenas de Cristina, en tanto que sistema de intercambio discursivo mediatizado tuvieron, desde el principio, dos debilidades o, al menos, dos puntos conflictivos: la interrupción de otros sistemas de intercambio mediático preexistentes, que tenían vida propia y que no necesitaban una inserción política centralizada y, en otro nivel diferente, la dificultad de sostener la mirada con la cámara en contextos de emisión no individuales, con presencia de público presente, con el cual interactuaba.

El problema de la interrupción de la programación no debe ser considerado secundario. Los medios masivos no se dedican   solamente a entregar contenidos a un público pasivo: cada recepción individual suele ser un punto en un recorrido previo y posterior y también en red, una parte en un sistema de conversaciones que es difícil de delimitar pero que por algo no fue abandonado por el conjunto de los sistemas en broadcasting.

En el nivel del sostenimiento de la mirada a cámara, cuando un primer magistrado da una alocución a la nación lo hace desde un escenario neutro o muy institucional (escudo, bandera, cortinas espesas, sillón ornamental). La interacción es entre el enunciador y la cámara, supuesto canal transmisor hacia la mirada de cada televidente.

En las cadenas de Cristina, que incluyeron algunos discursos a la nación, se presentaban frecuente y progresivamente otras figuras y grupos presentes. Una de las primeras cadenas mostró la presencia en la escena de enunciación de representantes reconocidos de diferentes sectores: empresarios, gobernadores, sindicalistas y figuras de la cultura. Una especie de demostración de la capacidad presidencial de articular y representar a diversos sectores.

Pero la escena de enunciación presidencial se fue poblando progresivamente sólo de funcionarios o figuras políticas cercanas. También la presencia de masas movilizadas para escuchar y apoyar la palabra presidencial.

El pasaje de la escena de la cadena con la presidenta hablando a los ojos de cada espectador al de una escena de interacción entre individuos y sectores, que se daba a ver a conjuntos amplios de espectadores, no es un pasaje secundario: se trata del abandono de la interacción visual a la espectación de una escena de interacción dentro de un sector político, si bien muy importante, de ninguna manera hegemónico.

Progresivamente,  las cadenas nacionales, ya convertidas en un espectáculo (por lo de la espectación) sectorial convivieron con otros dos modos de la comunicación: una diferente por defecto, como la falta de entrevistas periodísticas o conferencias de prensa, y la otra por exceso, la de la presidenta hablando a sus seguidores en directo, desde los balcones internos de la Casa Rosada hacia sus patios interiores.

Esos intercambios hacia adentro de la casa de gobierno y con un grupo evidentemente más reducido que los de audiencia, pueblo y aún seguidores genéricos, construían una escena fuertemente jerarquizada: Cristina desde arriba, guiaba, corregía, proponía caminos políticos frente a los militantes que, como corresponde a un acto político partidario militante y no de masas, jamás discutieron o recibieron en silencio algunas de sus consignas.

Tanto las cadenas nacionales cristinistas y sus derivaciones militantes siempre tuvieron amplia cobertura posterior en los medios masivos opositores y en las redes sociales, que fragmentaban y repetían hasta el cansancio aspectos considerados convenientes según la voluntad y la orientación de los que compartían.

Lo que se denomina aquí como self-broadcasting llegó a su punto extremo durante la campaña electoral del 2015: emisiones con la mayor cobertura posible para mostrar que un sector político y su conductora estaban dispuestos a ocupar todo el espacio posible. Cada crítica opositora a esa presencia extensa generó, en una reacción de tipo opositivo-jauretcheana (todo lo que critica el adversario es en principio una guía para la acción) el reforzamiento del modelo: más cadenas, más excluyentes y más combativas.

Por supuesto que es difícil, aunque posible, mensurar el peso negativo que tuvo ese sistema de intercambio discursivo (cadenas nacionales + actos militantes televisados – otros contactos habituales con los medios) en el desarrollo del kirchnerismo como movimiento popular. Pero es fácil ver las consecuencias limitantes para todo tipo de sucesión política de una figura tan centralizada y centralizante como la de Cristina.

 El camino del llano

Luego de perdido el gobierno nacional y el de la provincia, se produjo dentro del kirchnerismo un momento poco orgánico, aunque muy participativo,  como de rabia desatada, enfocada tanto en los votantes del nuevo gobierno como en sus figuras más representativas. En términos generales ese momento relativamente breve debe considerarse como lógico luego de la práctica de doce años de gobierno y luego de una derrota ajustada, aunque no por ello menos dolorosa.

Suele afirmarse que muchos de los movimientos ahora criticables del kirchnerismo en el poder y especialmente durante el período de Cristina Fernández en la presidencia se deben a una confianza desmedida en la continuidad sin límites del modelo. Y lo cierto es que  se perdió la elección por poco y el cambio resultó terrible: hubo que enfrentar el binarismo de estar o no estar en el gobierno.

Una vez pasado el momento de rabia y asumida racionalmente la necesidad de convocar a diversas fuerzas para la conformación de un frente amplio de oposición al gobierno macrista, se sucedieron una serie de sorpresivas decisiones específicamente políticas pero que inevitablemente impactarían en  las estrategias comunicacionales: en primer lugar, sin dudas, la candidatura de Cristina, bajando a un rol de menor rango, también el abandono de la marca Frente para la Victoria por la de Unidad ciudadana, la renuncia a competir en las PASO y el abandono de la estructura y el nombre del Partido Justicialista. En términos políticos, ese combo podría generar una crisis fatal en cualquier fuerza imaginable, no así en el ahora cristinismo ciudadano que dio una digna batalla, aunque exclusivamente provincial.

Los cambios en la mediatización de Cristina pueden ser descriptos, por decirlo así, como de hipomediatización aunque, en términos reales y como estrategia, se trató más de una diseminación confiada en la fuerza transmisora intersticial de las redes.

Esa decisión estuvo tal vez originada en algunos focus groups que mostraron cansancio en sectores de la ciudadanía acerca de la presencia demasiado central y combativa de las figuras destacadas del cristinismo Ellas fueron guardadas y se prefirió la realización de encuentros breves, con diversos sectores sociales, en los que la ex presidenta exhibió un cambio discursivo que fue analizado como una nueva Cristina, más horizontal y cercana, escuchando a sus interlocutores, con menor producción vestimentaria y preocupándose por temas más cercanos a la calidad de vida que a la justicia social.

En primer lugar, habría que discutir el diagnóstico que llevó a cambios tan dramáticos y teniendo en cuenta una vieja máxima de la investigación social aplicada: no se deben tomar decisiones cuantitativas, que influirán en las tendencias de voto, sin información cuantitativa chequeada.

Por otra parte, la descripción de las transformaciones que debería digerir, no la militancia, sino el conjunto de la población, cuestionan cualquier posibilidad de reconstruir un nuevo verosímil cuando todavía están presentes restos evidentes del verosímil anterior; como ejemplo: la esperanza de que a Cristina la acompañaran las nuevas figuras que integraban la nueva lista se extinguió con las primeras declaraciones que sólo intentaban articular el verosímil anterior con el nuevo.

A partir del ocultamiento de los nuevos candidatos, Cristina queda sola con la estrategia de no ocupar espacios evidentes del broadcasting mediático y esperando seguramente una repercusión en networking: las redes -nueva fuente hiperbolizada de información ciudadana, según la mayor parte de los consultores políticos- harían su trabajo de difusión.

Lo que queda de los medios masivos, todavía la mayor fuente de audiencias, tomaron de la comunicación cristinista lo que convenía a sus objetivos favorables u opuestos y ese contenido (frases, secuencias breves de acción, imágenes, gestos) fue el que finalmente se difundió en las redes, ya editado, curado, recontextualidado. La poca presencia de Cristina y el resto de los candidatos en los medios masivos facilitó la estrategia del gobierno de polarización con ella y esa polarización obturó la posibilidad de discutir problemas, medidas y soluciones propias de  una campaña electoral legislativa.

Tal vez como frente a muchas otras situaciones, ante el magro resultado electoral (ventaja muy ajustada en senadores y desventaja en diputados) la responsabilidad no se atribuyó a lo político sino a la debilidad de lo comunicacional. Ese es el proceso que lleva a la mediatización actual de la ex presidenta Fernández de Kirchner.

Si la campaña hacia las PASO pudo denominarse como hipomediática, el camino actual hacia la elección definitiva del 22 de octubre es evidentemente hipermediática. Una figura atractiva y central como la de Cristina es estructuralmente requerida por el sistema de los medios masivos y su presencia fue recibida casi con júbilo.

El recorrido mediático de la ex presidenta la sometió a diversos formatos de la comunicación masiva: actos de masas en vivo, entrevistas políticas y de color, en radio y en televisión. Cristina se sintió a gusto especialmente en las entrevistas televisivas y le sacó todo el jugo posible. Siempre se mostró espléndida y rápida aunque cayó en las trampas de la afabilidad entrevistadora. Tanto con Chiche Gelblung como con la Negra Vernaci y Gerardo Rozín se le hicieron preguntas complejas, sobre la tragedia de Once, sobre Spolski y su falta de pago a los periodistas, sobre la corrupción en funcionarios cercanos. Y sus respuestas fueron, tal vez inevitablemente, laterales.

 El estilo CFK : algunas permanencias, algunos cambios

Los rasgos de estilo discursivo de Cristina deberían quedar situados en sus procesos de mediatización. Es decir, que ni sus éxitos ni sus dificultades, ni el resultado electoral a obtener dependerán de ella solamente, sea como conductora, sea como figura individual. En buen aparte lo que ocurra estará construido por la mediatización de Cristina y sus secuencias de cambios.

Dos rasgos estilísticos contribuyeron a la figura argumentativa mediatizada de Cristina Fernández de Kirchner: el registro confrontativo y el registro didáctico. La líder ahora de Unidad Ciudadana es tan confrontativa como muchos de sus adversarios y la confrontación es un componente constitutivo del discurso político y la búsqueda del poder. Así que en ese nivel no deberán buscarse las razones de sus éxitos o de sus fracasos futuros.

En cambio el registro didáctico, el de la maestra que siempre enseña, es mucho más complejo y conflictivo: construye una propuesta enunciativa complementaria y jerarquizada en su favor y un sistema de intercambio complementario en el que, inevitablemente, ella sabe y su interlocutor, o no sabe, o debe defender su saber.

La confrontación didáctica ya no es de tipo político, aunque ella no lo diferencia: es una confrontación entre jerarquías culturales que se rigen por otros parámetros que las de la política. Y ahí ocurre que todo grupo o sector social se ve siempre como equivalente o mejor que los grupos o sectores a los que no se pertenece. A los alumnos no se les impone la posición didáctica aun en situaciones de apoyo institucional: los maestros y profesores saben muy bien que siempre deben ganarse su lugar.

Como detalle, cabe recordar que la ex presidenta, cada tanto y en todas sus etapas, alternó su tono confrontativo y didáctico dominante, con apariciones de tono más intimista: siempre el dolor y la alegría personal han tenido finalmente un espacio en sus mediatizaciones.

De todos modos, y siempre con ese contenido de novedad que la caracteriza, Cristina introdujo dos rasgos relativamente disruptivos en esta última etapa hipermediatizada de su campaña: su adscripción al peronismo, mostrada como obvia y reconocida, y un fuerte componente histriónico propio de panelistas y divas de la televisión.

El tema de inscribirse en el peronismo parece ser secundario, en parte porque siempre fue al menos algo peronista y en parte porque es un tema que importa a los simpatizantes del peronismo que, al menos hasta el momento, no se han visto conmovidos según las encuestas, salvo los que ya votaron en las PASO a Unidad Ciudadana. De todos modos, es un tema específicamente político y que será evaluado electoralmente.

Es verdad que el componente histriónico siempre estuvo presente en Cristina, pero en esta etapa aparece expandido casi hasta al límite y en otro sistema de intercambio discursivo más variado, más complejo y hojaldrado. De perdurar, ese rasgo de histrionismo acentuado está llamado a generar cambios profundos, al menos en la construcción de la figuración mediática de Cristina: ¿hasta dónde su imagen política no será absorbida por la mediatización del talk-show? Tenembaum y su cara de orto, la idiotez del Presidente, el alcoholismo en postbradcasting de Patricia Bullrich, la obesidad de Lilita Carrió ¿serán tomados como esas cosas que dicen sin pensar las figuras televisivas para conseguir rating? Hasta ahora Lilita era la única con esos rasgos en la política y ha tenido épocas de fracasos y de éxitos y nadie duda que en estos días puso su éxito actual a prueba con su estilo desbocado hasta la barbarie.

Pero la aceptación como una figura más del talk-show no es la única posibilidad: Cristina es agudamente auditada por las audiencias tan diversas que la siguen, que la aman o que la odian. ¿Y si se considera que está iniciando una nueva etapa, más bizarra y más espectacular de su vida política? ¿Se construirá, entonces, un nuevo escenario casi exclusivo para ella y para Carrió?

No tiene sentido augurar un resultado a pocos días de unas elecciones que no parecen mostrar resultados sorpresivos en las últimas encuestas. De lo que no debe quedar dudas es que, si se produce alguna sorpresa con los resultados electorales de Unidad Ciudadana, sea esa sorpresa positiva o negativa, la principal explicación  no deberá buscarse  en las alquimias políticas, sino en ese despliegue de hipermediatización e histrionismo agresivo que ha construido en esta campaña a la Cristina mediática.