La ideología neoliberal se topa con el límite de la pandemia y debe hacer intervenir a su gran bestia negra, el Estado, para enfrentar la situación. Sin embargo da pelea, un entrenador a los golpes con un guardia, una turista frívola y con coronavirus que en Uruguay fue a un casamiento con 500 personas. Y economistas que siguen defendiendo a la rentabilidad como el valor supremo.
La dimensión desconocida es una serie con múltiples lecturas en cada capítulo. En uno de ellos, un matrimonio recibe con su hijo pequeño a un grupo de vecinos para cenar. Comentan en la cena que en el sótano tienen un refugio para ellos tres si ocurriera un ataque nuclear (la serie de Rod Serling es de fines de los 50, plena Guerra Fría). Por la radio, se informa de un probable ataque soviético. Se corta la luz y nadie sabe qué ocurre. Ante el pánico, los dueños de casa se esconden en el refugio con su hijo. No hay lugar para nadie más. Los otros están desesperados y comienzan a romper todo, buscan abrir la entrada al refugio, aunque no pueden entrar todos. Al final lo logran, justo cuando vuelve la luz y la radio dice que fue todo una falsa alarma. Solo hay silencio, mientras los visitantes se van, en medio de la angustia de la familia. El refugio puede entenderse como un lugar de cuarentena. Y el comportamiento de los vecinos, como el de la sociedad de acuerdo al discurso de los medios ante una crisis.
Tres casos
“¿Vos me estás amenazando a mí? Me dijiste que me ibas a poner una multa”. Miguel Ángel Paz inquiere de este modo al vigilador que no lo quiere dejar salir del edificio que habita en Olivos, dado que está recién llegado de los Estados Unidos y debe cumplir cuarentena por el coronavirus. “Salí de la guardia. Vos no estás cumpliendo el protocolo de sanidad”, le responde el otro, y lo saca de un empujón. Entonces, Paz procede a golpearlo y la paliza se salda con el tabique roto del vigilador. “¿Querés seguir hablando conmigo?”, lo inquiere después de la tunda. En apenas 50 segundos del video de una cámara de seguridad se aprecia, antes y después de la golpiza, que Paz confunde (o no entiende) dos cuestiones. Primero, da por sentado que la advertencia de una multa es un acto de amenaza. Después, pregunta si el otro quiere seguir hablando, como si los puñetazos sobre la humanidad del vigilador fueran parte del diálogo o, tal vez, una manera de aleccionarlo. El Pasolini crítico del Mayo del 68 diría que lo ocurrido no muestra otra cosa que un hijo de la burguesía ensañándose con un hijo del proletariado.
Carmela Hontou, diseñadora uruguaya, regresó a su país luego de una estadía por la Europa infectada. A su vuelta, no tuvo mejor idea que asistir a un casamiento con 500 invitados. Su diagnóstico de coronavirus se confirmó y la sociedad uruguaya la acusa de haber esparcido la enfermedad. En declaraciones a Infobae, afirma: “¡Dicen que soy una terrorista que trajo el virus para matar a todo el mundo!”. Las amistades que se solidarizan están fuera de la Banda Oriental. “Me llaman de Europa, de México, de Los Ángeles y no pueden creer lo que ven en las redes. ¡Me llaman llorando! ‘¿Qué hacen en tu país, que están poniendo, es que no saben quién sos tú?’”. El uruguayo promedio puede saber de Artigas, de Lavalleja, de la familia Batlle, del diario El País, de los campeones olímpicos, del Maracanazo, de Peñarol, de Nacional, pero no sabe quién es Hontou hasta que se convierte en la primera enferma de coronavirus del país. En las últimas horas se vio una entrevista televisiva, previa al diagnóstico, en la que habla de todos sus viajes. “Creo que le va a interesar a la ministra de Turismo que esto se lleve a cabo, porque es muy importante”, señala sobre su viaje a una ciudad ícono de la cultura occidental. ¿París? ¿Roma? No: Las Vegas. El mejor momento de la entrevista es cuando dice que “todo está en mi alma, en mi corazón”, a la hora de diseñar, y se refiere a sí misma en tercera persona: “Carmela Hontou es la esencia de ella”. Además, se emociona. “Yo soy mi esencia, si no, no sería yo”. Parménides ya había apuntado, hace más de 2500 años, que el ser no puede ser más que “uno”, si fuera otra cosa distinta al “uno” sería el no-ser. La diseñadora, en su esencia, también dice en la entrevista: “Soy muy solidaria con todo el mundo”.
El diario La Nación informa el caso de Ricardo Mentasti, experto en seguridad electrónica, que viajó a Las Vegas para un simposio. El compatriota pudo regresar tras un periplo de 36 horas, que incluyó llegar al país vía BuqueBus desde Uruguay, previo viaje por Avianca. Ahora hace home-office en su casa de Villa Devoto, aislado de su familia por propia voluntad, cumpliendo la cuarentena. “De a poco, este vecino de Villa Devoto va acomodándose a la vida en el readaptado monoambiente. Aunque la heladera ya estaba instalada en ese espacio, sus estantes lucen hoy repletos de bebida y comida. El baño tiene todos los elementos de higiene necesarios para abastecer al hombre durante su período de aislamiento. Frente a su cama, Mentasti cuenta con un bar ‘para los invitados’ y el ‘living armado para las visitas’, bromea”. Quién pudiera. La Nación consideró digno de presentar a sus lectores esta historia, que permite comprobar la responsabilidad del señor Mentasti hacia la comunidad en una casa en la que puede permitirse estar aislado del resto de su familia. Una película de Netflix ayuda a pasar el tiempo y, sumado a que no vive en un edificio, se descartan posibles altercados como el del “Tati” Paz con el guardia de seguridad. A esto se agrega que el buen comportamiento permite que no haya gente maledicente acusando al padre de familia de haber traído el coronavirus, como le pasó a Hontou. Eso sí: Mentasti vio el drama del desabastecimiento. “Me empecé a preocupar cuando fui al supermercado y faltaban cosas básicas como papel higiénico, agua y alcohol”, afirmó sobre su experiencia en Las Vegas. “Mi familia comenzó a pedirme que regresara”, contó. Y regresó para la cuarentena ejemplar, que, conviene decir, cumple en un garaje, dado lo espacioso de su casa. Un lector pícaro, de esos que nunca faltan, y que no debe ser gente como uno, comenta en la web del diario: “Pensar que este tipo está aislado en un garaje que es superficie total de las casas de la mayoría de nuestra clase media”. La nota dice en un pasaje: “Antes de que anteayer por la tarde él arribara a la Argentina, la habitación, de unos 50 metros, ya había sido equipada una cama de una plaza, guantes de látex y ‘miles de botellas de alcohol en gel’, bromea Mentasti, de 40 años”. 50 metros cuadrados para uno solo. Y con “miles de botellas de alcohol en gel”.
Crisis es oportunidad
El discurso neoliberal se vio en serios aprietos con el coronavirus. La magnitud de la enfermedad al momento de esparcirse obligó a acciones coordinadas a nivel de aparato estatal. Es cierto, el brote ocurrió en China, donde el Estado es omnipresente. La enfermedad derivó en pandemia global pese a un esfuerzo chino acaso equiparable al de la URSS cuando el desastre de Chernobyl. Entonces, se movilizaron 600 mil personas para tratar de controlar los efectos de la radiación. China construyó en cuestión de diez días dos hospitales para mil personas cada uno en Wuhan. No se perdió tiempo en llamar a licitación o dejar librado todo a la libre acción del mercado.
Emmanuel Macron, el presidente francés, lo definió con todas las letras: “Lo que ha revelado estad pandemia es que la salud gratuita, nuestro estado de bienestar, no son cargas, sino bienes preciosos, y que este tipo de bienes y servicios tiene que estar fuera de las leyes del mercado”. Se trata de un hombre surgido del ala derecha del Partido Socialista, no un revolucionario. Otros, sin responsabilidades gubernamentales, pueden discutir el precio del alcohol en gel ante un intento de regulación. “El gobierno va a regular el precio del alcohol en gel. ¿Cuál es el objetivo del gobierno: que haya racionamiento de alcohol en gel o que haya en abundancia aunque sea más caro?”, inquirió el 13 de marzo el economista Roberto Cachanosky por Twitter. Le responde Diego Dillenberger: “Tendrían que regular el precio del alcohol y de la vaselina que compran los que fabrican el alcohol en gel, si quieren que puedan producirlo. ¿No sería más lógico quitarle los impuestos y que cobren lo que necesiten para que sea rentable y dejarse de joder con la ideología?”. Que una crisis sanitaria no perjudique la rentabilidad y el lucro, es el razonamiento.
Mientras, suben a toda velocidad las acciones de Moderna, el laboratorio norteamericano que picaría en punta en el desarrollo de una vacuna. Como se sabe, la industria farmacéutica es la joya de la corona del capitalismo. Al menos, dentro de los negocios lícitos, porque las armas y las drogas mueven cifras equiparables. Jonas Salk no patentó la vacuna contra la polio. “¿Acaso se puede patentar el sol?” fue su respuesta cuando lo consultaron sobre los millones que se perdió. Moderna, como muchos otros, no patentaría el sol simplemente porque no hay tribunal que se anime a eso. “Crisis es oportunidad”, dice un ideograma chino, el país del coronavirus.
Y allí está Donald Trump, que parece que ofreció 500 millones de dólares por la exclusividad de la vacuna al laboratorio alemán CureVac, mientras Moderna se toma su tiempo. El gobierno teutón rechazó de plazo esa posibilidad. “Nuestros laboratorios están trabajando para conseguir una vacuna para todos, sin exclusividades”, manifestó la vocera del Ejecutivo alemán, Ulrike Demme. En Europa, del lado que dejó de pertenecer al Viejo Mundo, al otro lado del Canal de la Mancha, el primer ministro Boris Johnson alertó a la población, que en sus palabras deberá prepararse para perder seres queridos en las semanas por venir. Apuesta a la autoinmunización y, más que nada, a no cerrar una economía ya de por sí de puertas cerradas con el Brexit. Hacer una gran cuarentena puede salvar virus y ayudar a la propagación del virus, pero resiente la productividad. Johnson eligió no frenar la economía. El precio a pagar se traduce en vidas humanas. En otras palabras: máxima rentabilidad con poca inversión. Porque la cuarentena implica el crecimiento exponencial de la inversión en salud (los que los neoliberales llaman “gasto”). Cuando la campaña del Brexit, los euroescépticos blandieron que el aporte británico a la Unión Europea debilitaba al National Health System, una de las joyas del estado de bienestar de la segunda posguerra. La salida de Europa ya se consumó y el dinero que supuestamente no financiaba al NHS ya está disponible. Pero Johnson no mueve un dedo.
Cuestión de Estado
A nivel más doméstico, en muchos países, y la Argentina no es una excepción, cunde el pánico ante un fantasma, que no es el del comunismo, sino el del desabastecimiento. Ley de oro de la economía: producto cuyo consumo se eleva, producto que se encarece, aun cuando el consumo no haya provocado la escasez, factor multiplicador del precio por excelencia. Los que pueden acaparar, cuando lo peor no ha pasado ni sabemos si pasará, lo hacen. Ahí es donde tiene que entrar en escena, no solo con políticas de prevención, el Estado.
Al mejor estilo de los años 30, el paradigma clásico queda en entredicho. El Estado, visto como algo molesto, es el salvavidas, como lo fue entonces. Los neoliberales apenas creen en su rol represivo y punitivo, pero no hay manera de afrontar una crisis de proporciones sin políticas públicas y, eventualmente, expansión estatal al momento de destinar recursos. Los años 30, se sabe, no solamente fueron los de la gran crisis: también vieron florecer al totalitarismo que arrastró al mundo a la mayor tragedia de la humanidad. El nazismo racista tuvo réplicas en los últimos años en fuerzas de extrema derecha que desprecian la inmigración. Como entonces, esas expresiones afrontan una crisis, ya no económica, sino sanitaria, de alcance global.
Ya habrá tiempo para volver a la carga contra los inmigrantes a deportar. De momento, el mundo se une contra el coronavirus, aunque aun en la lucha contra la pandemia afloran las cuestiones de clase. Seguramente no faltará el alma bondadosa que piense que la enfermedad es un factor aglutinador y que de haber ocurrido no en 2020, sino en 1940, los países en guerra habrían frenado la acción bélica porque lo importante era salvar vidas humanas.
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