Quizá porque la composición de las redacciones periodísticas es de clase media, en los contenidos de los medios –y en las redes sociales- se expresa un tipo de feminismo que corre el riesgo de obturar discusiones sobre otras injusticias estructurales. Un feminismo que no es precisamente el del feminismo popular y que de vez en cuando banaliza.
Existe un asunto o algún problema ligerillo que merezca ser debatido de sobre representación de los mundos del feminismo y las temáticas de género en los medios o las redes?
¿Existe, pero solo en los medios progres? ¿Existe, pero con enfoques distorsivos en los medios mainstream?
¿Existen feminismos en disputa, con algunos que son reduccionistas, o que banalizan, o que incluso caricaturizan lo mejor de los diversos feminismos?
Sí/ No. Tache lo que corresponde.
O sí y no. La pregunta no está formulada para obedecer a las reglas expulsivas y simplificadoras de un multiple choice.
El que escribe viene haciéndose estas preguntas -que no afirmaciones- y no se atrevió hasta ahora a hacerlas en público porque se sabe que:
a) Primero vino la “crisis de la masculinidad” –mucho antes del #Niunamenos- y a los hombres nos mandaban –al menos a la altura de California y sus raras escuelas de psicología o autoayuda- a abrazarnos a troncos de árboles y pegar aullidos de macho alfa y volver a casa con el rabo bien fuera de las piernas.
b) Luego sí vino una ola múltiple de feminismos que se masificó y transversalizó para bien. Pero que también nos dejó, a los varonazos, algo empequeñecidos, paliduchos, con temor a ser retados a la menor disidencia con algún feminismo, en peligrosos territorios de corrección política que llevan a que uno no puede usar la vieja y querible expresión “¡Hijos de puta!” sin que alguien buena o malamente nos corrija diciendo “Las putas no tienen la culpa” o “Eso no se dice. Caca”.
Primer punto a aclarar, entonces, antes de que emerja el invierno del descontento: si existe una cierta sobre representación del feminismo (de nuevo: si existe) y los temas de género en los medios y las redes, bienvenida sea. O bien: bienvenidas sean esas vastas oleadas de diversos feminismos con un matiz prudente: ojalá que no obturen otras discusiones que nos debemos. El tema de darle la bienvenida a los feminismos, aunque vengan a veces con alguna pizca innecesaria de severidad para con nosotros los hombres, recuerda la decisión institucional de establecer cupos de género, cuando se hablaba de “discriminación positiva”. Argentina fue el primer país del planeta todo que incorporó la ley de cuotas en 1991, el que estableció que en las listas electorales tiene que emerger por lo menos un 30% de candidatas mujeres a cargos nacionales. Cómo le fue a la democracia y a todos con esa ley, es otra discusión. Pero la expresión “discriminación positiva” -el intento de mejorar la vida de las minorías que sufren desigualdad, exclusión y otras penas y precariedades- se la puede aplicar en el presente, es decir, discriminación positiva la hora de hablar hoy de feminismos y eventuales sobre representaciones.
No ensuciarás con pobres
Una nueva aclaración urgida. Lo que se pregunta en esta nota -admitámoslo: y de lo que se queja un poco- tiene que ver con aquello de lo que se deja de hablar cuando se practican ciertos feminismos de superficie. Pero como esta nota habla sola -como los locos-, se dice también a sí misma: el feminismo, los feminismos, no tienen necesariamente la culpa de que se sub representen otros mundos. ¿De qué mundos y asuntos estamos hablando? El lector, la lectora, lxs lectorxs, lo imaginan. Hablamos de mundos atravesados por injusticias históricas y estructurales. De crítica al capitalismo, de pobreza, de los mundos del trabajo, de los mundos de los movimientos sociales (donde las mujeres y otros feminismos ganaron su lugar, tocaremos el asunto). Hablamos también de una cuestión de clase que atraviesa a los medios, se diría que casi tanto a los hegemónicos como a los dizque progresistas. Las redacciones “comerciales” están compuestas en un 85% a 100% por sujetos y sujetas salidos de las clases medias, con vidas de clases medias y visiones del mundo de clases medias. Para decirlo de otro modo: desde siempre el que escribe tiende a pensar que una vez que un periodista con salario en ascenso (eso casi se acabó en el gremio, ultra precarizado) accede al primer coche y deja de tomar el bondi o el subte, se aleja de la vida cotidiana del resto del mundo no autotransportado. Particularmente del mundo de quienes se levantan de madrugada y toman cuatro trenes y cinco bondis para llegar al laburo o el hospital público, cargando un bolso de albañil o una mochilita.
Para seguir metiéndonos en problemas: creemos que la alta composición de mujeres de clase media en las redacciones, que legítimamente encienden sus agendas feministas, tiene sus efectos. Esto no quita, por supuesto, que desde siempre los hombres lo hagan peor o que en muchos casos vean al mundo desde Palermo Hollywood. Excepción (entre varias de los medios alternativos) que bien me recordó el socompero Gabriel Bencivengo: La Garganta Poderosa y el espacio que Marcelo Zlotogwiazda le dedicó a esos compañeros en su programa, poco tiempo antes de fallecer. En Socompa mismo –por mi culpa, por mi culpa- deberíamos también representar los mundos sub tratados a los que se alude aquí. Sucede que estamos un poco viejitos para hacerlo, algunos semi jubilados, y escasos de recursos infraestructurales.
La Antorcha, La Protesta, el semanario de la CGT de los Argentinos. Argentina tiene una vastísima tradición de medios hechos desde los mundos populares y otra paralela de nariz fruncida que es más bien de animalización de esos mundos (aluvión zoológico, chusma ultramarina, choriplaneros) o de más sencilla, cómoda y hasta amable desaparición. Una vez más voy a contar aquí, de los pocos días que permanecí en la preparación de lo que iba a ser el diario Perfil, la orden que bajaba de Fontevecchia: “No me ensucien la edición con pobres”. No es casualidad que, si bien existen muchos medios alternativos, militancia e investigaciones académicas sobre esos mundos sub representados, las enteras desapariciones sociales se hayan hecho mucho más notorias a partir de la dictadura y el neoliberalismo. No hay presentadores de noticias morochos, las villas son solo territorio de crímenes y narcos, nunca vas a ver en la tele, el cable, un portal comercial o un diario cómo funciona una comisión interna.
En la historia de la sub representación mediática de los mundos del trabajo hay una bisagra histórica -la tomo solo como simbólica, pero poderosa- que fue la desaparición de una columna semanal escrita por Ricardo Roa en el ya antiguo Clarín, por lo menos desde los tiempos del alfonsinismo, Se dice que Roa escribía esa columna con algo más que el visto bueno de Lorenzo Miguel y los burócratas sindicales. La columna pasó a mejor vida junto con la fuerza del movimiento obrero, o con parte de su peso en la vida social y política nacional. Con el tiempo Roa se hizo pieza clave del diario, editor general adjunto, luego de ser uno de los creadores del muy violento suplemento deportivo Olé, bello símbolo de populismo mediático. Símbolo de cambios de época, Roa, que fue redactor de El Descamisado, semanario montonero, en abril de 2019 firmó con Ricardo Kirschbaum un comunicado que explicaba el despido vía mail de 56 periodistas de Clarín y Olé por la necesidad de profundizar la “transformación digital” de ambos diarios.
De eso, obvio, no tiene culpas el feminismo.
Lugares de confort, espacios de ausencia
En mis lejanos años de redactor y editor en Página/12 tuve la suerte de escribir unas cuantas notas en villas, fábricas o en lo que los porteños llamamos “el interior profundo” y humilde del país. Les tocó después a otros, como Cristian Alarcón, ya con el mundo cambiado. Hoy extraño la ausencia de esas notas en el diario, o en el muy digno portal el.DiarioAR, o en el también digno La Letra P, dedicado más a la política súper estructural y la de provincias y municipios.
Para extender la cosa (y dejar bien sentado que esa cosa viene desde mucho antes de los últimos feminismos), a menudo escribí sobre la ausencia de los mundos del trabajo y la pobreza en la comunicación kirchnerista, pecado que me parece mortal. Contra los dos o tres sindicalistas que, según la época y los humores, visitaban los estudios de 6,7,8 (Omar Plaini, Julio Piumatto, dirigentes de CTERA y ATE), había cero cámara o micrófono en el conurbano o las fábricas. Para colmo los dirigentes sindicales eran llevados para hablar no de asuntos relacionados con la vida de los trabajadores sino de política nacional o contra la corpo y la opo deshilachada. En sentido contrario, siempre me parecieron un hallazgo aquellas conexiones televisadas triples que conducía CFK: ella hablándoles a laburantes en una fábrica de alguna provincia, no lejos o junto a los directivos de la empresa, y en otros dos puntos otra fábrica, o un hospital a inaugurar, o un polo científico. Cierto es que, pese a mi alegría personal de esos momentos, no tengo la menor corroboración empírica de que ese dispositivo comunicacional ganase nuevas voluntades a la causa o fuera apreciado por audiencias ajenas al kirchnerismo, de tal modo que los argentinos de clase media y alta supieran que existe una cosa llamada “obrero”, que no es tan mala persona.
Para seguir extendiéndonos en representaciones, medios, cristinismo, me llama la atención la profunda comodidad, un casi confort, con que muchas muchachas legisladoras y funcionarias, anche albertistas, expresan su feminismo. ¿Debo pedir disculpas si expreso que me gustaría verlas también un poco más incómodas y menos lindas haciendo política en los mundos populares en lugar de posar con CFK en las redes?
Yendo al revés y desde abajo: me encantó las veces en que vi chicas del conurba en trenes y bondis (no manejo), venidas de marchas feministas, acaso de marchas del #Niunamenos. Se sabe, se repite, a partir del #Ni una Menos” del año 2015 hubo una intensificación del proceso de masificación y extensión de las luchas feministas. Con eso, todo más que bien.
Viejas luchas
Todo más que bien con esos procesos, cuyas derivas posibles son tan presente puro que no sabemos qué nos depararán. Ejemplo presunto: el aumento de los femicidios, el Word todavía no admite esa palabra, que a veces se relaciona con el ascenso del feminismo. Y así como citamos viejos medios de comunicación hechos desde los mundos populares, mucho más que a menudo, históricamente, los mejores feminismos anclaron en el movimiento obrero; en la huelga de inquilinos de 1907; en el anarquismo, el socialismo, el comunismo y el peronismo (cuya Rama Femenina era una verdadera porquería que merecería estudiarse); en las tomas de tierras desde fines de la dictadura; en el estallido del 2001; en el movimiento de derechos humanos.
De ese tipo de radicalidad integrada a otras luchas bien vastas es de lo que se habla aquí cuando se opone -aunque no se debería oponer, dice esta nota que habla consigo misma- ciertos feminismos mediáticos y de las redes sociales a -digamos- una mirada más clasista de la sociedad, o, mejor, más sensible a los problemas de la injusticia social estructural.
Dan ganas un poco bobas de pedirle más marxismo o más antiguo peronismo de base a esos feminismos mediáticos y de redes. Esto teniendo en cuenta también lo que bien escribió hace ya unos cuantos años en la revista Nueva Sociedad Claudia Korol, “comunicadora y educadora feminista”, remarcando que ya no se puede, desde la izquierda o desde donde sea, “establecer jerarquías entre distintas opresiones ni hablar de luchas principales y secundarias”.
A esas opresiones les dan batalla todos y cada uno de los Encuentros Nacionales de Mujeres y los muy variados feminismos populares latinoamericanos, indígenas, campesinos, los feminismos negros, los que hacen fuerza en el seno de los movimientos sociales, los articulados con la economía popular, que a menudo cuestionan las lógicas económicas y culturales del capitalismo.
Julieta Campana y Agustina Rossi Lashayas, en un artículo sobre el tema publicado en 2020, dicen que la economía popular abarca a un total estimado de 4,2 millones de personas, equivalente al 11% de la población urbana. Estamos hablando de feminismos que se expanden en las peores condiciones posibles. Entonces sí, estamos refiriendo de manera indirecta a disputas entre feminismos distintos. Entre feminismos progres más o menos fáciles, de clases medias urbanas más o menos léidas, que no se abren ni contienen en sus agendas otras luchas sociales. Existen esos riesgos. Ejemplo: el riesgo de que por su masificación el feminismo se convierta en puro ademán, maquillaje, empoderamiento precario en subjetividades frágiles. Nos referimos en este último caso a quienes en la vida real y privada les va para el orto, pero en las redes son Supergirl, más Sheena, la Princesa Guerrera, más Hebe de Bonafini, más Evita, más Linda Hamilton en Terminator y Sigourney Weaver en Alien. Todos conocemos alguna chica de Facebook a la que le suceden estas cosas, y esto no es un gaste sino una mera descripción.
Hay otro riesgo más grave, el del feminismo de la política súper estructural, con parte del macrismo y otras derechas adentro, con avances muchas veces valiosos pero otras veces reservado ya sea para las meras formalidades democráticas, el orden jurídico e institucional, otro feminismo de superficie, exclusivo para mujeres blancas y radiantes, pertenecientes a las clases altas y medias. Si hay injusticias sociales entramadas con las injusticas de género, no las toques, son mujeres de caras oscuras.
De la Lysistrata de Aristófanes a Will Smith
Existe otra modalidad distorsiva del feminismo, la de ponernos mala cara, siempre y por si las moscas, a los hombres. Es la que emergió en las redes cuando algunas mujeres nos exigieron -sin mayor delicadeza, todo lo contrario- no participar de las marchas del #Niunamenos, el de las expresiones sucedidas cuando la muerte de Maradona por sus pecados de villero machista o, hace muy poco tiempo, el que atribuyó idéntica violencia machirula el día en que Will Smith trompeó a Chris Rock en la ceremonia de los Oscar.
Hablamos entonces de un tipo de feminismo gestual, a veces agresivo (por favor, no estamos hablando de feminazismo), que lejos de anclar en lo mejor y más potente de los movimientos feministas, banaliza.
En ese artículo de 2020 sobre economía popular y feminismo, Julieta Campana y Agustina Rossi Lashayas citan testimonios de mujeres humildes organizadas en la economía popular que muestran un contraste nítido entre las imágenes de un feminismo televisado de chicas de clase media desnudas ante el Congreso y pintadas en las iglesias “versus” otro feminismo bien urgido, de todos los días, de jodidamente tener que parar la olla, pelear para tener techo propio, comida y salud para los hijos. Existe también un feminismo peruca, sub rama de los feminismos populares, que se milita con consignas tales como “Feminismo popular es justicia social” o “Vivas, libres y desendeudadas nos queremos”. Dicho sea de paso, lo de la revolución que no nos interesa si no se baila, está bueno, se banca. Pero acaso las mujeres del feminismo popular hoy no tengan ganas o fuerzas o tiempo libre para bailar.
Repasamos: no debería acaso, sobre todo desde la corrección política, plantearse en esta nota que habla sola una dicotomía entre una posible sobre representación de los mundos feministas en los medios y redes y una sub representación de otros mundos. Pero que hay una discusión allí, la hay. Está lejos de ser una discusión solo mediática, es centralmente ideológica y política.
Hay también -como entre los machirulos generales- ciertos estrellatos feministas, ciertos lugares de comodidad y de brillo y de alimento balanceado para el ego en las redes y medios. De nuevo y por si acaso: sucede desde siempre entre machirulos. Pero no es bonito ver buenas causas eclipsadas por el figuretismo.
Hay también, desde el presente, una conocida falta de respeto o reconocimiento hacia todas las olas de feminismo que datan por lo menos de fines de fines del siglo XIX (si se quiere, hasta en la maravillosa Lysistrata de Aristófanes, en la que las mujeres hacen una huelga de sexo para que los hombres no vayan a la guerra). Como en todo movimiento transformador con fuerte participación juvenil hay algún feminismo que se considera inaugural. Onda todo, la Historia misma, comienza con nosotras. Como sucede asimismo en muchos movimientos transformadores -acaso necesariamente, porque se necesita de la auto afirmación y de combustible antes de pelear- hay una suerte de montonerismo, una cierta soberbia, un cierto exceso de épica. O un simple exceso de excesos. Es la ley del péndulo, ya se equilibrarán las cosas.
Se entiende, y le dirán algunas al que escribe qué te pasa machirulo, no necesitamos que comprendas nada. Se entiende porque toda militancia corre el riesgo del encierro y la endogamia. Porque toda militancia suele derivar en un sentido de plenitud que mejora la salud psíquica de las personas o su grado de felicidad. En toda militancia se corre el riesgo de explicarlo todo con un abanico de certezas y ese abanico puede tapar al resto del mundo.
El que escribe ve pibas de veinte y pico, treinta y pico o más para quienes todo su mundo intenso -a la vez más que valioso- son las temáticas de género, trans, el lenguaje inclusivo, la comunidad LGTB, binarios y no binarios. Es lógico, hasta necesario y también querible, eso de que en épocas de sin sentido y sin otras revoluciones a la vista, épocas de fragmentación, dolor y soledad se construya ese refugio de lucha y de afirmación en una identidad. “Es lo que corresponde”, se podría decir.
Acerca del humor en tiempos de género
Esta nota que se hace la loca hablando consigo misma termina con una anécdota. En Netflix, hace tiempo, hay un stand up de los mejores por lejísimo, protagonizado por Ricky Gervais, que se llama Humanity. Ricky Gervais es una bestia del stand up. Pero también es un sarcástico extremo, casi intolerable, mega políticamente incorrecto, muy de usar un humor negro radical y a veces escatológico. En uno de los monólogos Gervais se mete con Caitlyn Jenner, una estadounidense trans, figura mediática, que antes, como hombre, en los juegos olímpicos de Montreal de 1976, ganó la medalla de oro como decatlonista. Jenner también actuó en un reality show basado en su propia historia, su transición de género: I’m Cait (también actuó en Chips y en Keeping Up with the Kardashians). Jenner, caramba, fue también automovilista, padre de dos, y, ya como persona trans y republicana, se candidateó a la gobernación de California. Tomá pa’ vó.
Bien, el que escribe se recontra cagó de la risa en esa parte del monólogo. Pero Ricky Gervais ligó unos cuantos piñazos por ese monólogo y otros parecidos. Le dijeron transfóbico como mínimo. Más vivencial: el que escribe habló con pibas veinteañeras a las que no les gustó nada el asunto. Les pareció mal que se haga humor con las personas trans, por lo que sufrieron en su transición. “No es el momento”. Quizá -argumentaron – se pueda hacer algún humor con los homosexuales porque ya fue, estamos en paz, se supone que en teoría hay muchos menos cuestionamientos a la homosexualidad (en teoría). Pero con las personas trans no. Y nada de mencionar los dead name de esas personas, eso tampoco se hace y equivale a un insulto. Cosa que uno no sabía y de la que Ricky Gervais medio que se ríe.
Al que termina esta nota le pareció que Ricky Gervais no cuestiona ni se burla de Caitlyn Jenner ni de las personas trans (el que escribe se está obligando a corregir con lo recién aprendido: se debe decir personas trans y no directamente trans. El que escribe se pregunta: ¿Debo respetar esa regla, aunque no sienta ninguna animadversión al escribir sencillamente “trans”?).
Hay cosas que no sabemos, simplemente no sabemos cómo comportarnos. Nos molestan un poco ciertas reglas de etiquetas de aparición constante a la que nos fuerzan a obedecer. Sentimos también alguna que otra vez que a fuerza de la orden “¡Deconstrúyanse!” vamos a desaparecer en el aire.
Para ciertas cosas -¿para esta misma nota?- puede ser cierto que “todavía no”. Que todavía no se puede hacer humor con las personas trans -a lo Gervais- dado el sufrimiento por el que pasaron o el que atraviesan.
Lo que me remite a dos cosas. Primero: que a mí mismo no me gustó (me incomodó) una parte del stand up en la que Ricky Gervais hacía humor con Hitler (y pasaron ¡77 años!). Segunda: que, de muy jovencitos, los hijos de desaparecidos, hoy señores grandes, hacían humor negro con su propia condición, claro que reservado, solo entre ellos.
Esto se relaciona con esos excesos de corrección política que podríamos evitar a la hora de hablar fraternalmente -sororamente no me van a dejar- de feminismo. La posibilidad de que, sin dejar de militar o ejercer el mejor feminismo posible, podamos charlar de otros asuntos, de otras causas igualmente nobles e imperiosas.
No se pierdan Humanity. Y noten que Horacio Verbitsky dejó de escribir en su incómodo intento de lenguaje inclusivo, sin explicar por qué.
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