Una mirada sobre la emergencia femenina en dos micromundos laborales: el manejo de taxis y el relato y comentario futbolero, este último asunto, casi flamante. Y una expectativa previa acerca del modo en que las mujeres gritarían un gol.

El que firma esta nota prefiere las taxistas a los taxistas. En las oportunidades en que le tocó ser llevado por una mujer taxista, constató que ellas son más prudentes que sus colegas varones: no cruzan con la luz roja, van a menos velocidad y, por lo tanto -como corroboran las estadísticas internacionales- sufren menos siniestros de tránsito. Ellas, cómo decirlo, no necesitan meter la trompa del auto en cada huequito, y saben cuidar a su pasajero sin sentirse urgidas a demostrar, con su desempeño al volante, ninguna aptitud esencial.

Por supuesto, también hay hombres que manejan así de bien, y habrá también alguna mujer que sienta el auto como la prolongación audaz de su propio cuerpo. Pero, en general, puede admitirse que existe una forma femenina de manejar, a la que el que firma prefiere entregarse.

En la Argentina, desde hace muy poco, contamos con mujeres relatoras y comentaristas de fútbol. Y, entonces, al que firma le surgió la expectativa de que hubiera un estilo femenino de relatar fútbol, así como hay un estilo femenino de manejar taxis. Ese estilo, imaginaba el que firma, sería menos pasional, ya que las mujeres prefieren reservar sus pasiones para asuntos más íntimos y personales que el fútbol. Al ser menos pasional, el estilo femenino de comentar fútbol sería también más ecuánime: mejor dispuesto a señalar faltas o eventuales conductas antideportivas, incluso en jugadores de la Selección y aun en un Mundial.

Además, las mujeres relatoras y comentaristas de fútbol podrían -como de contragolpe- volcar a su favor la idea de que “las mujeres no saben de fútbol”: al hacerlo tomarían distancia de la condición sabihonda que suele adornar a los comentaristas deportivos varones: ellas, en vez de afirmar, harían preguntas, e incluso apelarían al femenino arte de deslizar la observación breve y terrible que desbarata todo un andamiaje de palabras.

Ah, pero ¿y el grito de gol? El que firma, ya jugado, apostaría a que las relatoras mujeres, sabiendo que la emoción verdadera no necesita alzar la voz, serían capaces de expresar mejor que nadie, con su tono más profundo y sin gritar, la felicidad y el dolor de un partido.

Pero no.

¿Cómo es que las taxistas hacen su trabajo de un modo gratamente femenino, y las relatoras no? Es cierto, hay una forma de trasmitir el fútbol establecida desde hace muchas décadas y, digamos, detenerse ante la luz roja cuando los colegas avanzan sin pudor puede hacer que ella se quede atrás en una competencia que no tendrá revancha.

O quizá se trate de algo como una gentrificación existencial: al mejorar la condición de las mujeres -uno de los barrios de la condición humana-, ciertas virtudes que perseveraban en el barrio femenino ya no pueden subsistir; ahora el barrio es más lindo y cómodo pero los alquileres subieron y las virtudes modestas tienen que mudarse a otros barrios, pobretones, lejos del centro, adonde nadie iría a pasear.