La cifra redonda de los cien mil fallecimientos por la pandemia fue un punto de inflexión en la tragedia que vivimos. Pero permite preguntar hasta dónde, no solo en los países del Tercer Mundo, las cifras oficiales son confiables, como sí lo son a escala nacional, donde todavía existe un sistema de salud consistente pese a lo golpeado.
Hace unos días, cuando se conoció que Argentina había superado las cien mil muertes por la pandemia, pregunté en Facebook qué asuntos cruciales pudieron haberse hecho mal desde el Estado para que nuestro país llegara a esa cifra. Confesé mi propia desorientación ya que valoré desde el inicio la gestión sanitaria del gobierno nacional y en más de una nota posterior en Socompa aludí a los obstáculos que debió enfrentar esa gestión: el boicot de la derecha mediática y política, la reticencia de muchos gobernadores a sumarse a cuarentenas y restricciones, antivacunas, marchas en el obelisco, burlas y cinismos televisivos y en las redes, la propia dificultad del gobierno o su zigzagueo ya fuera a la hora de confrontar contra los inventores de la expresión “infectadura” o las propias resistencias (y dificultades) de la sociedad.
El posteo fue comentado y complementado por otres y seguí rumiando hasta pensar centralmente en las razones que pudieran explicar que Argentina estuviera en el Top Ten o en el 12 de un ranking mundial dudoso. Pensé entonces en un tema conocido, pero no lo suficientemente difundido ni discutido: el problema del subregistro de contagios y muertes en países muy distintos versus la propia confiabilidad y transparencia de nuestras estadísticas. Esas, a su vez, derivadas de un sistema de salud que –aun estragado por diversos gobiernos luego del primer peronismo- en la comparación con el de otras naciones goza de la relativa consistencia que puede dar más de un siglo de políticas de Estado, aun erráticas.
A poco de comenzar a recorrer papers científicos, portales, medios extranjeros, la conclusión se hace clara y es el centro de esta nota: si en otros países –incluso los “avanzados”- se hubieran registrado desde el inicio con mayor rigor los casos de contagio y fallecimiento, el “puesto” de Argentina sería otro y algo más comprensibe el impacto (subjetivo, sanitario, político) de los cien mil casos, sin dejar de ser trágico.
Más o menos en los días en que traspasamos las cien muertes, la Organización Mundial de la Salud dijo públicamente -sin que la noticia fuera portada de los medios- que las cifras reales de muertos por COVID-19 duplican o triplican a las oficiales. Tratándose de millones de enfermos y muertos, que la propia OMS oscile entre “doble” o “triple” habla casi de una apuesta al aire, de un no saber, un nivel de incertidumbre y una imprecisión más cruel que llamativa.
En su Informe de Estadísticas Sanitarias Mundiales de 2021, la OMS evaluó que el exceso total de muertes mundiales (donde, mediante la comparación de series históricas, se descubre una súbita cantidad de fallecimientos inexplicados) es previsiblemente atribuible al COVID-19. Hasta el último día de 2020 ese exceso, dice la OMS, fue de tres millones de muertes. Solo que hubo 1,2 millones de muertes más que los 1,8 millones de casos reportados de manera oficial. Una distancia horrible.
Exceso de muertes (EM en la jerga, y un concepto largamente conocido) es una expresión clave cuando se indaga en el problema de los subregistros, aunque haya otros factores y modos de afinar registros.
En el contentente americano, siempre siguiendo las estimaciones imprecisas de la OMS –que no tiene la culpa de todo- el número real de fallecimientos por COVID fue de entre 1,2 y 1,5 millones en 2020, y no los 900.000 oficiales. En Europa, nada menos, hubo el doble de las muertes convertidas en estadística congelada.
La OMS dijo que el 90 % de los países informaron sobre interrupciones en los servicios de salud esenciales, cosa que no sucedió del todo en Argentina a escala nacional, aunque vivimos situaciones dramáticas, con distritos y hospitales desborados (La Plata, Jujuy cuando tuvo un pico y recibió ayuda nacional). La OMS también reiteró algo sabido: “La COVID-19 impacta desproporcionadamente en las poblaciones vulnerables, y las que viven en entornos superpoblados corren un mayor riesgo. La falta de desglose de los datos contribuye a resultados de salud desiguales, y solo el 51 % de los países incluye datos desglosados en los informes estadísticos nacionales”. Argentina forma parte de ese 51%.
Con solo esta primera pista –habrá más- alcanza para preguntarse por qué el gobierno no defiende su gestión con más firmeza y argumentos, siendo que en este caso la fuente es la OMS.
El caso bonaerense
Repasando lo publicado en portales surge alguna excepción al exceso de mesura del gobierno nacional a la hora de comparar la situación argentina con la de otros países (es cierto que cuando lo hace surgen micro conflictos diplomáticos explotados por la derecha mediática). Fue el caso de Sonia Tarragona, jefa de Gabinete del Ministerio de Salud, que el 14 de julio dijo que Argentina en 2020 “tuvo un 11% más de muertes esperadas (36.306) y todas las podemos explicar por el COVID. Hay países de la región que han tenido un 50% o 70% más de muertes y la mitad de ellas no pueden ser explicadas”. Dijo más: “Nosotros registramos como COVID todas las muertes: las que son por COVID y las que no son por COVID. Esto quiere decir que hay muertes que pueden haber ocurrido sin que el origen fuera el COVID pero que la persona haya tenido COVID en algún momento”.
En marzo pasado la Revista Argentina de Salud Publica finalizó un amplio estudio sobre el posible subregistro de fallecimientos por COVID en la provincia de Buenos Aires que se conoció a principios de junio. Lo realizó un equipo interdisciplinario integrado entre otres por el economisa Santiago Pesci y el ministro bonaerense Nicolás Kreplak.
A lo largo de todo el 2020, contabilizó el estudio, hubo 145.774 fallecimientos en la provincia de los cuales 20.650 (14,17%) se relacionaron con el COVID. Para hacer cuentas bien rigurosas sobre exceso de mortalidad, el estudio se valió y cruzó datos de los registros de defunciones, del Departamento de Estadísticas Vitales y Demográficas, del Registro Provincial de las Personas y del Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica. Aquí cabe preguntarse simplemente en cuántos países de Latino América, Asia o África existen este tipo de organismos y si existen cómo funcionan de bien. Se analizaron defunciones por todas las causas, sin discriminar la residencia de origen de la persona. Más aun: “Dado que no todos los países tienen el mismo calendario epidemiológico” –dice el estudio- se cotejaron números con los del repositorio de datos abiertos Our World in Data, más otro sobre exceso de mortalidad en diversos países que utiliza la revista británica The Economist.
De tanta fuente y tanto cruce el estudio concluye que el EM en provincia alcanzó un 12,15% en 2020 respecto al promedio del período histórico. El valor es casi idéntico al de países europeos como Escocia o Portugal, mientras que países latinoamericanos como Brasil, Ecuador, México y Perú lo duplicaron y hasta cuadruplicaron.
Pese a toda la prolijidad del estudio la conclusión es prudente y dicha en potencial: “En la PBA, considerando que no existió una saturación del sistema sanitario (N. del A: que permitiera fugas en los registros) no sería posible estimar un subregistro en la contabilización de defunciones” por COVID. No sucede lo mismo en una enorme cantidad de países.
Brasil, México, Tercer Mundo
Hace poco tiempo se hicieron virales tres videos hechos en Brasil, en sitios distintos, en los que se mostraban falsas vacunaciones a ancianos. O el pinchazo era falso o las jeringas estaban vacías o la enfermera no empujaba el émbolo. Los videos llegaron a la cadena Telemundo y aunque no implican una práctica sistemática hablan de algunos de los horrores sufridos por Brasil en la gestión contra la pandemia.
Ya en mayo de 2020 la BBC informaba que las proyecciones realizadas por investigadores de distintas universidades brasileñas indicaban que el número real de casos reales de Covid-19 podía ser de 12 a 16 veces mayor que el número oficial. Va de nuevo: de 12 a 16 veces más. Como en infinidad de países, uno de los problemas de la medición santitaria es que los registros oficiales de defunción solo incluyen a fallecidos en hospitales o testeados positivos, con niveles magros de testeos. Incluso en España e Italia se discutió cuántos muertos más significaban los muchos que fallecieron en geriátricos, y fueron muchísimos. ¿Los muertos cargados en camiones nocturnos en Italia fueron registrados como víctimas fatales del COVID? ¿Los que fallecieron en las calles y casas de Ecuador, Perú, India, África? ¿Cuántos millones de muertos pobres o no quedaron remotamente lejos de lo que en Argentina llamamos sistema de salud? ¿Cuántos no accedieron porque esos sistemas de salud, aceptables o paupérrimos, quedaron colapsados? ¿Quién los registró?
A fines de marzo se informó que Brasil y México no habrían informado el 27% y 38% respectivamente de fallecimientos por coronavirus. México reconoció tarde, hace algunos meses, que sus muertos reales pasaban largamente los 300.000, contra la primera contabilidad oficial de 201.429. De Brasil solo seguimos viendo risitas y exculpaciones de Bolsonaro.
Para medir la mortaldiad por COVID en una población urbana africana se hizo un estudio en el hospital de atención terciaria más grande de Lusaka, Zambia. Se analiaron los cuerpos de una morgue de esa misma ciudad, con testeos post mortem, mediante PCR. Se descubrió entonces que un 73% de las muertes se dio en los barrios, no en hospitales, sin testeos previos.
“Si estos datos son generalizables- dice el estudio-, el impacto del covid-19 en África se ha subestimado enormemente”.
La tabla de multiplicar
Hora de decir que los alertas por subregistros, registros truchos, mal hechos, o información oficial deliberadamente mal intencionada se lanzaron hace mucho tiempo. En julio de 2020 Luis Felipe López-Calva, Subsecretario General Adjunto de la ONU y Director Regional de América Latina y el Caribe habló también de una subestimación de contagios y muertes generalizada. De nuevo: mencionó los fallecimientos sí registrados en hospitales o por testeos previos, pero no aquellos descuidados por “la baja calidad general de los registros civiles”. Mientras que, a la vez, los excesos de muerte distorsionan las series históricas porque en pandemia hubo en todas partes una baja de fallecimientos por accidentes de tránsito o laborales, dadas las cuarentenas.
Para cuando el funcionario de la ONU publicó su artículo, todavía más del 60% del exceso de muertes seguían sin contabilizarse en Chile y Perú (no así en provincia de Buenos Aires, como vimos antes). Una vez más, en Chile, no se registraba a los fallecidos fuera del hospital ni testeados (luego el gobierno de Piñera anunció cambios en los sistemas de medición). En Perú se hicieron “pruebas rápidas” de menor calidad. Aun más terrible es el caso de Brasil. En Río de Janeiro no se tuvo en cuenta un 32% de muertes en exceso como muy seguramente derivadas del COVID-19. En Manaos la proporción superó el 80%. “Esto sugiere –dijo López-Calva- que en Manaos la cifra real de muertes por la pandemia puede ser hasta cinco veces mayor que la reportada. En Perú y Ciudad de México se observa una tasa igualmente alta de subregistro”. Si hubiera que hacer una proyección, siempre riesgosa, de las muertes ocurridas en Perú o Brasil multiplicando no por cinco sino por solo tres, la cifra de muertes actual en el primer país no sería de 187 mil, sino de 561 mil. En Brasil no serían 543 mil fallecidos sino más de 1.600.000.
India: cremaciones callejeras
La cifra actual y oficial de muertos por coronavirus en India es de 414 mil, con más de 41 millones de contagiados. Es bueno recordar cómo hace siglos en la historia de la actual pandemia los medios del mundo se preguntaban con gesto estúpido qué milagro genético podía motivar que en India la pandemia no se hubiera convertido en masacre.
Tiempo después comenzaron a surgir informaciones y relatos distintos como este aportado por un médico a la Deutsche Welle: “Las angustiantes escenas de pacientes que mueren en las ambulancias y de cadáveres que arden fuera de los crematorios, e incluso en las aceras de las ciudades y pueblos, muestran claramente que la tragedia es mucho mayor”.
Decía entonces la Deutsche Welle: “La tasa de mortalidad relativamente baja de India no estaría contando la historia completa, y abundan las sospechas de que hay un subregistro importante en varias ciudades. Los casos sospechosos no se incluyen en el recuento final, y las muertes por la infección se atribuyen a las deplorables condiciones sanitarias”. Gautam Menon, biólogo de la Universidad de Ashoka, decía: “El número real de muertes por COVID-19 puede ser entre cinco y diez veces superior a las cifras oficiales”. Mientras que Vikas Bajpai, del Foro de Médicos y Científicos Progresistas de India, subía la proyección a lo bestia: “Debido al bajo número de pruebas fuera de las grandes ciudades, el número real de casos y muertes podría ser entre 10 y 30 veces mayor”. El que escribe no se atreve a multiplicar la cifra oficial de muertes en la India por ningún número. Pero desde el principio los expertos indios coincidieron en que el Programa de Vigilancia Integrada de Enfermedades no tenía forma de registrar las muertes extra hospitalarias.
Va otra vez: ese problema apenas existe en Argentina si se toma una escala nacional.
Los muertos de nadie
Las escenas y datos que siguen están tomadas de un artículo publicado todavía sin segundas ni terceras olas, en el sitio de la Global Investigative Journalism Network, escrito por Rowan Philp. Como se deduce, se trata de un portal que hoy ayuda a trabajar mejor a los periodistas de todo el mundo a la hora de conocer la realidad de la pandemia y sus números verdaderos.
En el artículo de Philp, un periodista freelance somalí, Abdalle Ahmed Mumin, descubre a través de conductores de ambulancia de Mogadiscio, un subregistro sistemático de muertes solo porque los conductores llevaron cuatro veces más cuerpos de lo normal durante dos semanas seguidas.
Dos reporteros de The Guardian revisan las cifras oficiales en la ciudad de Kano, Nigeria. Entrevistan a cinco sepultureros y no solo descubren cientos de muertes añadidas a las oficiales sino muerte entre los mismos sepultureros. En África el subregistro de muertes obedece también al hecho de que mucha gente no quiere que los funerales de sus seres queridos se vean afectados por las restricciones de la pandemia.
Dos reporteros de ProPublica se pusieron a buscar cuantos residentes de Detroit, EE.UU., morían fuera de los sistemas de salud. Grabaron y archivaron las llamadas al servicio 911 de la ciudad. Encontraron una expresión rara: “personas fallecidas observadas”. Resultado: 150 muertes en hogares contra el promedio de 40 de años anteriores. Otros periodistas de ProPublica encontraron que en Nueva York y en algunos lugares de Michigan, Massachusetts y el estado de Washington, al revisar las llamadas de urgencia, se usaban otras expresiones, tales como “use precauciones allí” o “muertos en la escena”.
En Lima, Perú, periodistas de IDL-Reporteros descubrieron que los crematorios incineraban triplicando el ritmo habitual, a menudo registrados a mano por personal de las compañías de cremación, subcontratadas por las autoridades sanitarias. Causa de muerte: COVID-19.
Otros colegas del medio chino Caixin, en Wuhan, dieron con una entrega por camión de 2.500 urnas a una funeraria.
Lo que hace la gente de de la Global Investigative Journalism Network es compartir estos métodos de investigación que parecen artesanales, trabajo-hormiga, para al menos poner en cuestión las estadísticas oficiales. Ahí hay de todo: entrevistas a personal de salud, contacto con fuentes gubernamentales confiables que filtren buenos datos, acceso a funerarias, crematorios y cementerios; análisis minuciosos de muertes excesivas y de lo que dicen los portales de ciudades cercanas a aquellas en las que se investiga. El trabajo incluye también el uso de imágenes satelitales. En las imágenes pueden aparecer fosas comunes de las que las autoridades o los medios del establishment no hablan.
Esas fosas comunes se cavaron en una gran cantidad de países. Hasta se cavaron en Nueva York. Ni a los cien mil muertos en Argentina ni a sus seres queridos puede consolarlos el hecho de que se hayan vivido espantos peores en otros países. Pero nuestra cifra oficial de muertes es muy verosímil, con todas las limitaciones que puedan tener las mediciones en todas partes. Es altísimamente probable que sea incorrecto nuestro lugar en el maldito ranking global y más aun que con un gobierno de derecha a lo Macri (¿Rodríguez Larreta?) la situación se hubiera parecido mucho más a la de Brasil o la de EE.UU. que a la de Vietnam o Corea del Sur.