En un marzo que parece anticipar lo que vendrá en materia de protesta popular, las mujeres -y muchos hombres- se movilizaron bajo la consigna #niunamenos

#Nos mueve el deseo: Con estas palabras se cierra el último párrafo del documento que leyó el Colectivo NiUnaMenos como broche de un acto multitudinario y con la concurrencia más diversa que se pueda imaginar. La voz potente – y reconocida como propia por las miles de manifestantes con experiencia en marchar la calle – de Liliana Daunes, gritaba esta consigna con la matriz más adecuada para darle forma a los rumbos del deseo en una manifestación popular. Ya se sabe que los deseos siempre son “subversivos”, que la brillaba en muchos cuellos, brazos y muñecas palabrita conmueve y definitivamente incomoda a más de uno.

¿Qué deseo movía a esa masa de mujeres que probablemente nunca se hubieran encontrado codo a codo, de no mediar ese grito único de “NiUnaMenos – Vivas nos queremos”? Muchos deseos transversales, de intersección y hasta divergentes pero dispuestos a enfrentar el desafío de construir una unidad de acción, un hermanamiento con aquellas otras mujeres que padecen otras situaciones en espacios aparentemente alejados entre sí, pero enlazados en la pelea por “la defensa de nuestras vidas y por nuestros derechos como mujeres y como trabajadoras”

¿Que tenían y tienen en común esas mujeres cuyas miradas después de ayer ya no serán las mismas? Aquello que tienen en común las antiguas luchadoras de los gremios, de las organizaciones de base, sociales y/o sectoriales: el deseo, el mismo que atraviesa a  los agrupamientos contra la violencia de género, a los pequeños grupos de familias o amigos que avanzan portando los carteles con el rostro de la que ya no está, de la niunamenos que se busca obstinadamente. También con ese espíritu marchaban  las familias con varones – abuelos, padres, hijos, hermanos, novios – que estaban allí porque sienten que la violencia machista contra sus nietas, hijas, madres, hermanas, parejas les compete. Y algunos grupos de amigas – algunas mayores, otras medianas y adolescentes – que pisaban por primera vez el asfalto de las marchas y asomaban tímidamente en la vereda para luego acercarse al cartel con el que se sentían más identificadas, las estudiantes con sus uniformes, los colectivos travestis y trans,  las trabajadoras de Luz y Fuerza y las maestras,  las mujeres artistas y las oficinistas, las que estaban con sus hijos pequeñitos y las acompañadas por hijas e hijos que portaban sus propias peticiones. En todos y cada uno de los grupos se hace visible con claridad el deseo de ver concretado el sueño de vivir mejor en una sociedad con equidad e igualdad de oportunidades, con justicia, con memoria.

La cosa empezó tempranito por la mañana. Todas, de una u otra manera, organizaron su día para el paro de mujeres, la marcha, el encuentro. Josefina y Lucía – amigas desde el colegio secundario y hoy orillando los 60 – habían salido muy temprano de sus casas en un lindo y bucólico barrio de zona norte para “llegar tempranito a la Plaza. Ahí nos dijeron que era mejor marchar desde el Congreso y aquí estamos. Porque ya no queremos  tener miedo por las hijas y las nietas, por nosotras mismas, porque nos merecemos un mundo más amable para las mujeres” afirma Josefina, en tanto Lucía se asombraba de “la enorme cantidad de organizaciones de todo tipo que pelean por lo mismo. Es nuestra primera vez, quizás debiera darme vergüenza no haber abierto antes los ojos, hasta que no advertí que siempre me había tocado de cerca” Y los ojos se le nublan,  los labios se aprietan y nos pide no avanzar más.

Las dos estaban escuchando los testimonios internacionales que estaba difundiendo la radio abierta armada en Avenida de Mayo y San José por las trabajadoras del INADI nucleadas en ATE. Allí también todo había arrancado temprano. Había que preparar los bombos y redoblantes para el ruidazo, las flores de color violeta para colocarse en la muñeca como marca de apoyo a la movida, los panfletos a repartir a los transeúntes y a los pasajeros de los colectivos, a todos y todas.

Un común denominador: la sonrisa. Ya se sabe que la lucha en común, el deseo, nos ensancha de alegría la cara. Las coreografías que acompañaban los cánticos cortaban la avenida de Mayo. Allí  transitaba sola, esperando la partida de la cabecera de la columna,  Dolores Solá, la cantante de La Chicana. “Vine porque hay que estar juntas, la cosa está difícil para bancársela sin los otros. Quizás sea la hora de que el patriarcado se dé cuenta de sus errores y horrores, quizás tengamos la oportunidad de construir algo parecido a un matriarcado, con otros valores más humanos, con más sensibilidad. Quizás podamos decir Basta a las muertes, la trata. Por eso vine, para sumar”.

De pronto,  por San José comienza a escucharse un latido rítmico, como si proviniera de un corazón enorme y el canto ululante de muchísimas mujeres que colman la cuadra y esperan para entrar en una avenida de Mayo que se va quedando estrecha. Es la columna de las Mujeres Artistas que,  a fuerza de ese corazón colectivo y ensayando un baile casi tribal,  se van abriendo camino con Cristina Banegas y otras actrices en la cabecera. Cubiertas por una enorme bandera a modo de techo, las Mujeres Artistas suman aún más emoción a la tarde calurosa.

“Tengo 14 años. No quiero aprender a vivir con miedo”, “Quiero que en el cole me dejen jugar al fútbol y no me digan marimacho” – cartel portado por una gurrumina de no más de 6 años, tomada de la mano de una madre orgullosa por compartir esta jornada con su hijita, “Mi cuerpo es mío, no se toca, no se mira, no se viola”, “Esta soy yo y así quedé, mientras mi agresor está libre” decía una pancarta portada por una hermosa mujer que mostraba su pierna izquierda mutilada por la violencia del macho, “Igual salario a Igual cargo”. Había lugar para todas las consignas.

En un cartelito escrito con su propia letra, Magdalena explica que se dio cuenta de que era violencia el control “amoroso” de su pareja sobre su forma de vestir, sus horarios y sus amigas, la negativa a permitirle que trabaje. “Yo creía que me quería, que era por cuidarme, pero cuando me empezó a tratar de mantenida y otras cosas peores, como inútil y eso, me empezó a doler. Y un día vi en la tele que alguien contaba que le pasaba lo mismo. Y que era violencia. Y ahí me di cuenta de que no era amor”.

Además de todos los carteles desplegados por las organizaciones del Colectivo, las gremiales, políticas y sociales, el ingenio popular se desplegaba en miles y miles de cartulinas con leyendas que ponían a la luz las historias personales que se hacían colectivas y empezaban a sanar. O a doler menos, que no es poco.

Tal como relata el documento, había ocupadas, desocupadas, precarizadas, cuentapropistas, quienes realizan las tareas domésticas y de cuidado. Todas. La violencia laboral, la flexibilización y la equidad eran un reclamo compartido por todos los sectores.

“Como mujeres, lesbianas, travestis y trans reclamamos el acceso a todas las categorías en igualdad de condiciones con los varones: no a la brecha salarial que nos relega, en promedio, a cobrar un 27 por ciento menos. Basta de trabajos precarios y de discriminación laboral. Exigimos que el trabajo doméstico y reproductivo que realizamos las mujeres de forma gratuita sea  reconocido como un valor económico. Exigimos que se realice en forma urgente un relevamiento de las mujeres trabajadoras en empresas recuperadas, cantidad, condiciones y participación en la toma de decisiones (…) Exigimos: Licencias por violencia de género / Licencias más amplias de paternidad y maternidad / Asignación para mujeres en situación de violencia de género igual a la canasta familiar. Implementación y ampliación en todo el país de la Ley de Cupo Laboral para personas trans. Más presupuesto para políticas públicas que garanticen tareas de cuidado: escuelas infantiles y jardines comunitarios para trabajadoras, con vacantes suficientes” detalla el documento y se traducía en esos miles de carteles caseros con un lenguaje más cotidiano y así de explícito

Brillaba en muchos cuellos, brazos y muñecas el triángulo verde de adhesión a la campaña por el aborto legal, seguro y gratuito. No fueron pocas las primerizas de todas las edades que preguntaban el significado del pañuelo y luego trataban de conseguirse uno para sumarse al reclamo de “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.

“La heterosexualidad obligatoria también es violencia”, “Tengo derechos y los quiero ejercer” eran algunos de los carteles  de la comunidad trans que reclamaba el  acceso integral a la salud, a las rectificaciones registrales expeditas, al respeto a la propia identidad.

El reclamo por una mayor visibilidad de las demandas era de una total transversalidad, así como la exigencia de que el Estado,  la Iglesia y los medios asuman la situación y no sigan ocultando cuestiones relacionadas con la discriminación, la xenofobia y el racismo.

“¿De veras esto está pasando en 50 países? ¡Impresionante!” comentaba otro grupo de mujeres ya cruzando la 9 de Julio y mientras se detenían a ver una performance de altísimo voltaje representado por mujeres vestidas de rojo que portaban carteles con los nombres de algunas de las cientos de mujeres asesinadas. Una melodía suave de fondo, un  saxo que erizaba la piel.

“Sin clientes no hay trata”, “Hacete cargo de tu parte, no a la persecución y extorsión policial a las personas en situación de prostitución. Exigimos la derogación de los artículos contravencionales que permiten mantener detenidas sin orden judicial a cualquier persona y que criminalizan el ejercicio de la prostitución”,  mostraban algunos de los reclamos al Estado y a  los gobiernos provinciales y municipales.

Desmantelamiento de las redes de trata y de las fuerzas represoras del Estado cómplices. Creación de políticas públicas (acceso a la vivienda, al trabajo, y a la salud) que acompañen a la Ley de Trata, así como todos los instrumentos tendientes al acompañamiento jurídico y de protección integral a las víctimas de trata y a sus familias. Todos estos reclamos armaban una especie de lenguaje de unidad.

Ya en la Plaza de Mayo, muchísima gente suelta, mientras desde el micrófono Daunes pedía que se abriera paso a la cabecera de la Marcha donde, entre otras militantes, sobresalía el pañuelo blanco de Norita Cortiñas.

Esta cronista se fue y al llegar a su casa se anotició de los disturbios frente a la Catedral, alguna provocación y reacciones exasperadas. La mayoría de las personas que participaron de una enorme marcha para exigir una vida sin miedo y con plenos derechos se debe haber enterado de la misma forma. Más tarde, la repudiable represión – viralizada a través de las redes por pequeños videos espontáneos de la gente que asistía azorada a esos procedimientos – provocó la elaboración urgente de un comunicado por parte de las organizadoras, tal como lo consigna  Página 12:

El colectivo NiUnaMenos denunció la “cacería” de la que fueron víctimas algunas de las manifestantes que participaron de la multitudinaria marcha de cierre del Paro Internacional de Mujeres y advirtió que el objetivo del violento accionar de la policía de la ciudad es “disciplinar al movimiento de mujeres, lesbianas, trans y travestis”. El Instituto contra la Discriminación porteño contabilizó un total de veinte detenidas, que fueron liberadas esta mañana. No  se tomó  ninguna denuncia por la violencia que en su contra ejercieron los policías, pero  les abrieron, en cambio, una causa por atentado, resistencia a la autoridad y lesiones.

“Frente al miedo que nos quieren imponer, nosotras nos organizamos”, señaló NiUnaMenos en un comunicado en el que convocó “a quienes hayan estado presentes durante la represión o hayan sido reprimidxs o detenidxs, a que se acerquen a Procuvin en Perón 667”, donde en forma conjunta con la UFEM se recibirán las denuncias de la violencia policial. A tal fin se habilitaron las siguientes líneas telefónicas 4371-3407/2658/6218.

Tras destacar que la de ayer fue “una jornada histórica de movilización de mujeres y muchas fuerzas políticas diversas”, NiUnaMenos señaló que las detenidas anoche fueron víctimas de “una cacería” de la policía porteña. La directora del Instituto Contra la Discriminación de la Ciudad de Buenos Aires, María Rachid, caracterizó de la misma manera el accionar policial. “Salieron a detener mujeres para así dar respuesta al pedido lamentable de algunos medios de que hubiera detenciones”, denunció. Los videos en los que quedaron registradas las detenciones lo confirman.

Un episodio lamentable y repudiable que, sin embargo,  no tapa el frondoso bosque descripto en el documento final y puesto en valor con el cuerpo presente de millares de personas. Las que se movieron por el poderoso motor del deseo. #Ni Una Menos #Vivas nos queremos!