El nuevo pozo ciego llegó a los tres metros de profundidad. Flora Huamán Ramos había decidido que era necesario hacer un segundo pozo en su casa cuando se le tapó el baño y tuvo que sacar el inodoro. Ahí vio como el agua sucia desbordaba para afuera: “El pozo está lleno, estamos durmiendo arriba del agua”, pensaba durante las noches en vela. A otra vecina ya le había pasado y se le empezaron a quebrar las paredes de la casa.

Mientras que la pareja de Flora cavaba con el pico, ella y su hijo Gastón Arispe Huamán, de trece años, sacaban la tierra en baldes. Ya se veía una profundidad suficiente, no quedaba más que cubrirlo con material y taparlo pero eso era lo más complicado. No sabía cómo iba a llevar los materiales al barrio porque no estaba permitido. Una vez quiso entrar bolsas de arena para arreglar el baño y los policías que custodiaban el ingreso del barrio Rodrigo Bueno se las sacaron. Una posibilidad era entrar una carretilla a la madrugada, como muchos otros vecinos, para esquivar el control. De alguna forma se las iba a arreglar – pensó – y tapó el pozo provisoriamente con maderas.

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Aquel 9 de marzo de 2015 Gastón volvía de la escuela a eso de las cuatro de la tarde. A primera vista se notaba esa contradicción del preadolescente que acababa de pegar el estirón, como un niño que pareciera habitar el cuerpo de un hombre. Tenía los mismos ojos pequeños y apacibles de Flora y también su nariz aguileña. Su segundo día de clases en la escuela secundaria fue caluroso pero estaba muy entusiasmado por aprender electricidad.

Llegó a la entrada principal del barrio por la Avenida España al 1800. En los papeles todos los vecinos viven en esa misma dirección, como si estuvieran uno encima del otro. Como siempre, sintió a los perros que lo saludaban ladrando y entró al pasillo. El sol de 32 grados se apagó entre las casas de dos pisos de la primera manzana que es la más antigua y la que tiene las construcciones más altas. Gastón siguió caminando por el pasillo hacia la segunda manzana. Si hubiese querido estirar los brazos a los costados no habría podido. Pasó por la ventana de Jessica, la vecina de enfrente, y siguió hasta su puerta marcada con el número 26.

Su mamá, Flora, estaba trabajando. Además de su empleo como maestranza en Cancillería, a veces, por la tarde, limpiaba casas para juntar un poco más de plata a fin de mes. Justo ese lunes le había tocado trabajar. Katy, la medio hermana de Gastón de 23 años, también había salido así que buscó a su gata Morita para jugar un rato. No la encontraba por ningún lado hasta que la vio en el fondo del pozo que habían construido unos días antes.

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Jessica ese día se preguntaba qué iba a hacer si el camión de la UGIS no pasaba pronto. La Unidad de Gestión e Intervención Social es el organismo encargado de mejorar la vida en los asentamientos: acomoda los cables de las conexiones “caseras”, interviene cuando hay emergencias y también desagota los pozos cloacales. Según un relevamiento realizado por la Defensoría del Pueblo de Buenos Aires en octubre de 2015, un 77% de los vecinos manifiesta un mal o regular funcionamiento de su pozo. Más de la mitad de los vecinos dicen que el servicio de los camiones atmosféricos que recogen los desechos cloacales no es suficiente y encima pasan en horario laboral. Otros vecinos desagotan los desechos en un canal al que llaman “Venecia”.

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Jessica rezaba para que viniera el camión cisterna ese día. Lo tenía que esperar en la casa sin poder hacer otra cosa. Si venía después iba a estar fregando con lavandina el resto de la tarde porque la manguera grande que chupa los desechos deja la casa sucia y olorosa.

Como siempre Andy, su hijo adolescente, quería salir a la calle. Él jugó con Gastón hasta los once años pero el último tiempo Gastón se quedaba adentro de la casa. Jessica la entendía a Flora. Gastón era su hijo más chico y no lo dejaba salir por miedo a que anduviera con malas juntas o que le robasen, o que cualquier cosa le pudiera pasar.

Ese 9 de marzo caluroso, mientras le decía a Andy que no saliera, vio pasar a Gastón por la ventana. Media hora más tarde vio a su medio hermana. De lo que pasó después prefiere no hablar.

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Epifanio vive y tiene su almacén en la misma cuadra que Jessica y Flora, en la manzana dos. Sentado detrás del mostrador, ve la vida del barrio a través de unas rejas blancas. Ese 9 de marzo los clientes, por suerte, entraban cada cinco minutos.

– ¡Paraguayooo! – gritó una nena que entró corriendo – dame un chupetín de esos de lengüita.

El pedido lo desorientó por unos segundos. Empezó a buscar en los estantes de vidrio sobre el mostrador. Ella señaló con certeza la golosina deseada, pagó y se fue corriendo. No debe ser fácil saber dónde está cada cosa en ese almacén que vende desde algodón hasta papas. En cambio, la heladera estaba casi vacía: sólo cuatro cortes de carne a buen precio y un poco de pollo.

Epifanio se queja sobre todo de la poca presión del agua. El resto está bien – dice mientras sobre su cabeza cuelga un enchufe cuyo cable se ve entrar desde la calle. La conexión a la luz está en la entrada de Av. España y la hizo EDESUR hace unos 5 años. La UGIS cada tanto arregla los cables enmarañados de los pasillos e interviene si hay cortocircuitos. El barrio está al borde del río por lo que es húmedo y frío en invierno. Los vecinos, al no tener ni gas ni estufas, usan artefactos eléctricos para calentarse. Según el informe de la Defensoría citado anteriormente, más de la mitad tiene problemas con la conexión eléctrica, como incendios, baja tensión y rotura de electrodomésticos. Todo esto al lado de las garrafas que necesitan para cocinar.

– ¿Cilantro y mandioca tiene? – le preguntó otra clienta a Epifanio.

– No, no quedó – respondió escuetamente, como siempre.

El cilantro se vende mucho en la Rodrigo Bueno. Lo usan los peruanos, que son la mayoría en el barrio, para hacer ceviche. El resto de los habitantes son argentinos, paraguayos y bolivianos.  El último censo nacional dice que en el 2010 vivían allí 1795 personas. Mientras que la evolución de la población de las villas en la Ciudad desde 2001 a 2010 fue del 52%, el barrio Rodrigo Bueno creció 500%. Según el último relevamiento realizado en noviembre de 2016 por el Instituto de Vivienda del Gobierno de la Ciudad allí viven 2665 personas.

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Flora llegó al barrio como la mayoría, en el 2001. También como muchos, antes no vivía en una villa sino que alquilaba una pieza en Chacarita con Richard, el padre de Gastón. Había tenido que dejar a sus dos hijos mayores en Cerro de Pasco, Perú, un pueblo minero en donde no encontraba trabajo. Katy quedó con 4 y Joel con 7 años. Vino a la Argentina pensando en trabajar un año, ahorrar en pesos (que eran dólares) y abrir un negocio en Perú. “Pero no todo sale como uno piensa”, dice esta mujer de 48 años que no toma de un vaso sin limpiarle los bordes, describe milimétricamente todo y dobla las servilletas en cuartos perfectos. Es una mujer a la que le gusta planificar, tener las cosas bajo control, ser ordenada y aun así se ha pasado la vida esquivando obstáculos.

Siempre trabajó limpiando casas como muchas mujeres del barrio Rodrigo Bueno. Varias limpian los lujosos departamentos de enfrente, en Puerto Madero. Richard era albañil, también como muchos de los hombres del barrio, que han construido con sus propias manos esas torres gigantes que tapan el sol en la Costanera Sur.

En el 2001 él se quedó sin trabajo y Flora estaba embarazada de Gastón con algunas complicaciones. Hacía tres meses que no podían pagar el alquiler y la dueña los quería echar. Una conocida de Flora le dijo que fuera a la Villa Rodrigo Bueno, que estaban vendiendo terrenos. Flora no sabía qué era una villa porque no había en su pueblo natal, pero recordaba lo que le había dicho su patrona como si fuera una sentencia: “Flora, nunca se vaya a vivir a una villa. Es lo peor que hay”. Pero en su situación no tenía muchas opciones. Viajó a Perú a buscar unos ahorros y compró un terreno por 1300 dólares en la manzana dos. Se lo vendió un compatriota que había dividido una superficie grande en parcelas. Todavía tiene el papel – dice – como garantía.

Lo primero que tuvo que hacer Richard fue rellenar el suelo. El Barrio Rodrigo Bueno es terreno ganado al río. La última dictadura militar había propuesto un proyecto para la construcción de un centro administrativo y judicial de la ciudad. Para eso en 1979 se empezó a rellenar la zona costera con materiales y escombros. Se rellenaron 350 hectáreas pero el proyecto se desechó en 1984 y la zona quedó abandonada.

Flora aún recuerda como era el barrio cuando llegó: lleno de mosquitos y de ratas. Todos los vecinos mejoraron el suelo con sus propias manos. Gracias a su oficio Richard construyó dos ambientes, baño, cocina y un primer pozo ciego en el patio trasero. En ese tiempo, Flora dice que se dejaban las puertas abiertas. A Gastón le encantaba jugar con los otros chicos. Con Andy, el vecino de enfrente, estaban todo el día por los pasillos. Con los años el barrio cambió. Las puertas se cerraron y aparecieron las rejas. A Flora no le gustaba que Gastón estuviera afuera. Recordaba siempre las palabras de su papá que les decía: “Hay que tener cosas que hacer para ocupar la cabeza”. Así que a Gastón lo mando a inglés en el doble turno del colegio, a los Boy Scouts y a aprender música. Todo lo que podía con tal que no perdiera tiempo en casa. Hacía lo que fuera por cuidarlo.

Cuando Gastón creció, Flora se había separado de Richard y estaba sola con él. A pesar de ser su tercer hijo era el primero que podía criar ella misma. “Con Gastón me hubiese graduado de mamá”, dice y se consuela frotándose el pecho con la palma de la mano como cada vez que habla sobre algo doloroso.

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– Es que no me gusta llegar tarde, si llego tarde no voy – le dijo Gastón a Flora para justificar su ausencia en la escuela una vez.

Flora se iba a trabajar a la Cancillería muy temprano y a las siete y media lo llamaba para que se despertara. Gastón se hacía el desayuno y se iba a la parada del cuatro para llegar al colegio. Pero a veces el colectivo no venía. Cuando ya esperaba casi una hora pensaba que era demasiado tarde para llegar a la escuela, le daba vergüenza y se volvía a su casa. Al barrio llegan sólo dos líneas de colectivo: la dos y la cuatro. Mientras que otras líneas de colectivo de la Ciudad pasan con una frecuencia de tres a seis minutos en horario matutino, según las propias empresas que llegan al barrio, los coches pasan cada quince minutos. Según los vecinos, la frecuencia es mucho menor a la informada por las compañías.

– No mamá, esta vez voy a elegir yo el corte – le dijo Gastón a Flora unos días antes de cumplir 13 años, el 6 de febrero de 2015.

Ese día confirmó que el nene ya estaba grande. Ya hacía rato era más alto que ella y había cambiado los autitos por los videojuegos y las películas.

Flora apenas pudo, le enseñó a jugar al vóley, su deporte preferido. Primero no podía ni pegarle a la pelota. Pero ese verano de 2015, en un partido improvisado con la familia de una amiga, lo había visto jugar después de mucho tiempo. No sólo le pegaba a la pelota, era el que mejor jugaba. Ya había superado por mucho a la maestra. Pero esa no fue la última sorpresa que le regaló Gastón a Flora.

El 4 de marzo fueron juntos a Once a comprar útiles. Después, Gastón quiso ir a comer hamburguesas. Habían gastado unos 200 pesos así que a Flora no le quedaba mucho dinero pero le propuso comer en el restaurant de un supermercado más económico. Gastón aceptó.

– ¿Sólo un café con leche y medialunas? ¿Y vos no vas a comer?

– Yo no tengo hambre, dejá Gastón, comé vos – le dijo mientras doblaba una servilleta para disimular la mentira.

Pero Gastón se dio cuenta fácil. Tomó un sorbo del café y le dio el resto a Flora. Ella aceptó con reticencia. Pensó que el nene había crecido. Supo que lo había criado bien.

Flora hoy se arrepiente de no haberlo llevado a comer hamburguesas, como si eso hubiese podido cambiar algo. Dice que la culpa es de ella, dice y con un dedo tembloroso toca el vaso de vidrio en frente de ella y empieza a hacerlo girar como un trompo de tan nerviosa que está. Ella tiene la culpa – repite – porque si hubiese trabajado todavía más habría podido comprarle lo que él quería. Esa merienda fue la última salida que compartieron.

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Desde los pisos altos de las torres de Puerto Madero se ve el brillo metalizado en los techos de chapa del barrio Rodrigo Bueno. Son cuatro manzanas dispuestas una atrás de la otra desde la Avenida España hacia el río. El barrio limita con la Reserva Ecológica hacia el Norte y la ex Ciudad Deportiva Boca Juniors al sur.

Los primeros pobladores llegaron a principios de los ‘80. Eran cirujas, changarines, albañiles u obreros no calificados que no tenían donde vivir. Con sus propias manos terminaron de rellenar la tierra y construyeron casillas de manera muy precaria en lo que hoy es la primera manzana sobre la Avenida España.

Cuando en 1986 se declaró a la zona como Reserva Ecológica empezaron a llegar visitantes y turistas.  Los representantes de la Reserva pidieron al Gobierno de la Ciudad que echaran a los pobladores argumentando que eran travestis que vendían servicios sexuales en la reserva. Además, el barrio comenzó a tener visibilidad por la construcción de edificios de lujo en Puerto Madero. En los ‘90 pasó de ser una zona despreciada de la Ciudad a tener las tierras más valoradas por el mercado inmobiliario. En el año 2000, la Secretaría de Desarrollo Social trasladó al grupo que vivía en la Reserva junto a los que se encontraban asentados sobre la Av. España pero al fondo del lote, en lo que sería la manzana cuatro. A partir de la crisis de 2001 llegarían al lugar nuevos habitantes que se asentarían en la zona intermedia entre la primera población y la segunda. De esta manera, surgirían las manzanas 2 y 3 unificando las cuatro manzanas actuales del barrio.

Por ese entonces, el Gobierno de la Ciudad con Aníbal Ibarra a la cabeza, colaboró no sólo en el traslado de este último grupo sino que también dio módulos de madera y chapas. A los vecinos les decían que no construyeran casas de material porque el objetivo era que el barrio no se asentara. Pero al mismo tiempo,  ayudó con la red de agua y los postes de luz para que pudieran extender el servicio a sus domicilios. Así creció el barrio, con esta tensión entre no fomentar la radicación pero a la vez otorgando de forma informal materiales y conexiones ilegales para garantizar unas mínimas condiciones de supervivencia.

Esta segunda ola de pobladores tenía características diferentes a la anterior. Venían de alquilar departamentos pequeños o habitaciones en pensiones que por la falta de trabajo ya no podían pagar. Muchos de ellos pensaron esa situación como transitoria. María Florencia Rodríguez, socióloga e investigadora del Instituto Gino Germani, explica: “El proceso de empobrecimiento no sólo debe ser pensado con relación a la situación de inestabilidad laboral y al desempleo sino también a la ausencia de políticas públicas tendientes a flexibilizar los requerimientos formales para el acceso a créditos y al mercado de alquiler. La ausencia de opciones habitacionales y de programas tendientes a facilitar el acceso a la vivienda hacia este sector de la población, llevó a que la mayoría de las personas se vieran obligadas a asentarse en el lugar de manera prolongada”.

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Ese barrio en el fondo de la Costanera Sur empezó a ser cada vez más visibilizado a medida que la renovación de la zona de Puerto Madero se extendía. El interés inmobiliario era cada vez mayor y las tierras más valoradas. En 1997 IRSA compró el terreno de 700.000 metros cuadrados que limita hacia el sur con la Rodrigo Bueno. La Ciudad le había cedido esas tierras al Club Boca Juniors en 1965 para que construyera una Ciudad Deportiva. IRSA pagó 50 millones de dólares, es decir, un poco más de 71 dólares el metro cuadrado y diseñó un proyecto urbanístico llamado Solares de Santa María que incluiría la construcción de torres, centros comerciales, hoteles, oficinas y diversos canales de agua. El metro cuadrado construido en Puerto Madero hoy cuesta más de 5000 dólares. Con este pase de manos, las tierras que eran públicas quedaron en manos privadas pero no para viviendas de clase media o vivienda social sino para este mega emprendimiento que sigue con la línea de Puerto Madero.

La magnitud de este proyecto hizo que debiera ser revisado por varias direcciones del Gobierno de la Ciudad y luego por la Legislatura. En el año 2003, la ex Subsecretaría de Espacio

Público y Desarrollo Urbano lo autorizó aunque pidiendo varias modificaciones.  Así es como el barrio Rodrigo Bueno pasó a ser un obstáculo para este mega emprendimiento que no había pensado que en sus ventanas espejadas se reflejaría una villa. Finalmente, los legisladores nunca aprobaron el proyecto.

En el año 2005, se creó el “Programa de Recuperación de Terrenos de la Reserva Ecológica”. Con el argumento de que esas tierras pertenecían a la zona protegida y no podían ser habitadas, se quiso desalojar el barrio a partir de la entrega de subsidios. No se consideró que cuando el área se declaró como reserva ya había gente viviendo allí. Según los vecinos, el dinero no alcanzaba ni siquiera para comprar una vivienda en otra villa y para los créditos pedían requisitos imposibles de cumplir para los habitantes de la Rodrigo Bueno. Algunos punteros presionaron a los vecinos para que se fueran. Al mismo tiempo, el gobierno suspendió la limpieza de los pozos ciegos, el servicio de recolección de residuos y se realizaron sorpresivos cortes de agua y electricidad.

Es así que en septiembre de 2005 los vecinos acudieron al poder judicial para pedir protección, e iniciaron un recurso de amparo. En marzo de 2011 la jueza Elena Liberatori falló a favor de la urbanización del barrio, reconociendo el derecho a la tierra de los habitantes de la Villa Rodrigo Bueno y la ocupación previa a la declaración de la zona como reserva. También ordenó al Gobierno de la Ciudad que urbanizara la villa.

Pero este fallo fue apelado por el GCBA ya con la gestión de Mauricio Macri y en 2014 la Cámara de Apelaciones en lo Contencioso, Administrativo y Tributario rechazó el fallo de primera instancia. Fue un revés importante en la lucha de los vecinos pero decidieron apelar y el caso llegó al Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad quien iba a dar la determinación final.

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Ese 9 de marzo, mientras Jesica esperaba a la UGIS, vio pasar a Gastón a eso de las cuatro. Media hora más tarde vio a su hermana Katy. Unos minutos después escuchó a alguien pidiendo ayuda. Jessica abrió la puerta y vio a Salta, su vecino grandote de enfrente, gritando con la desesperación de un chico. Katy había encontrado a Gastón desvanecido en el pozo que la familia había construido. Tenía la cara sobre la tierra y no respondía. Ni Salta ni el padrino de Gastón lo habían podido sacar del pozo.

Jessica y el resto de los vecinos llamaron al SAME. Dicen que únicamente el llamado de un oficial de la Prefectura aseguró la llegada de la ambulancia. Mientras tanto Lucas, el hijo de Salta, bajó al pozo e intentó envolver a Gastón con una frazada para que los vecinos pudieran tirar desde arriba.

En la entrada del barrio aparecieron los médicos del SAME, dicen que entre media hora y 45 minutos después de las llamadas. Eso es lo primero que vio Flora al llegar al barrio.

– Doctor, yo soy la madre del nene que está en el pozo – le dijo al médico apenas lo vio bajar de la ambulancia.

– ¿Cómo está su hijo?

– No sé doctor, yo acabo de llegar, pero por favor acompáñeme así lo revisa.

Él miró hacia adentro de la villa y le preguntó a Flora dónde vivía exactamente, en qué manzana. Flora le dijo que ahí nomás, doblando el primer pasillo.

– Usted lleve a su hijo a la canchita que yo voy con la ambulancia hasta allá y lo atiendo ahí – dijo.

Los pasillos angostos no permiten la circulación de vehículos por eso el médico pedía que llevasen a Gastón a la canchita donde sí se podía ir con la ambulancia. No era la primera vez que pasaba. En agosto de 2014 la Sala I de la Cámara en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad le ordenó al SAME que atendiera los casos en las villas de emergencia y a la Policía Metropolitana que dispusiera de personal que los acompañara.

Cuando Flora quiso insistir, el médico ya se había dado media vuelta y estaba en la ambulancia.  En ese momento, llegaron los bomberos y uno de ellos apenas bajó del camión le preguntó a Flora dónde estaba su hijo. “Corra señora, corra, que yo la sigo”, le dijo y Flora sin dudarlo, se dirigió hacia su casa.

Mientras tanto los vecinos habían podido sacar a Gastón. Tenía toda la cara llena de tierra así que Jessica intentó limpiarlo. Entre todos lo llevaron a la entrada y en el medio del pasillo se encontraron con Flora y el bombero.

A partir de ese momento a Flora no le dejaron ver nada. Le dijeron que le pusieron oxígeno. Un policía le dijo: “Mamá quédese tranquila que su hijo tiene signos vitales”. Vio llegar al médico que había esperado que le llevasen al paciente a la canchita. Ella seguía sin ver pero alguien le dijo que le hicieron una traqueotomía. Sólo veía mucha gente encima de Gastón pero estaba convencida de que se estaba recuperando. Todo va a estar bien – pensó – y siguió rezando. De un momento a otro un enfermero le dijo: “Nosotros vamos a llevarlo al Argerich pero usted tiene que ir por sus propios medios”. Flora no lo entendió, pensó que ella tenía que ir con su hijo. “Si no quieren llevarlo yo lo llevo en un taxi – les dijo desesperada – pero no se lo puede llevar sin mí”. Se subió a la ambulancia. Un policía la hizo bajar, ella se negó.

– Mamá, el médico tiene que hablar con usted – le dijo el Policía.

Flora no necesitó más palabras. Vio la muerte de su hijo en esa mirada. Sintió la angustia en la garganta como si se hubiese atorado con algo. Los vecinos le aseguraron que en el pasillo Gastón había dado sus últimos suspiros.

Sólo en ese momento la dejaron verlo. Ella pensó que estaba dormido. Ahora recuerda su cuerpo y su cara calientes. Lo revisó pero no tenía marcas ni moretones. Le vio las uñas, que ella siempre le decía, debían estar cortas y limpias. Así estaban. Eso a Flora la consuela porque le hace pensar que Gastón no sufrió. Quiso despertarlo como tantas otras veces. Lo abrazó y lo sintió vivo.

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La muerte de Gastón es una muerte absurda. Morir en un pozo ciego con la nariz llena de tierra es absurdo en el siglo XXI. No obstante, toma sentido en un contexto en el que el Estado por muchos años no se preocupó por garantizar los derechos mínimos en los asentamientos precarios como Rodrigo Bueno en el que actualmente viven mil niños más esquivando los peligros de la falta de urbanización.

Según el informe publicado por la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ASIJ) que analiza la asignación del presupuesto 2017 del GCBA, desde 2011 hasta el año pasado hubo una caída sostenida del presupuesto asignado a la vivienda, que llegó a un 2.4% en 2015. Otro problema constante en los últimos años fue la subejecución del presupuesto del Instituto de Vivienda de la Ciudad (IVC), que al segundo trimestre de 2016 sólo había gastado efectivamente el 24,6% del presupuesto vigente para ese año en curso.

En marzo de 2015 el caso del barrio Rodrigo Bueno fue presentado por el Centro de Estudios Legales y Sociales en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y en noviembre la Relatora especial de la vivienda del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas Leilani Farha visitó el barrio para tomar conocimiento de la situación y ofrecer su respaldo.

En el marco de un viraje total de la política del PRO frente a las villas y asentamientos, en agosto del año pasado el Gobierno de Horacio Rodríguez Larreta presentó un proyecto de integración socio-urbana para el barrio ante el Tribunal Superior de Justicia que luego fue aprobado por unanimidad en primera lectura por la Legislatura porteña en diciembre. Al mismo tiempo, el PRO también quiso poner en la agenda legislativa el proyecto de Solares de Santa María. A cambio del visto bueno, IRSA ofreció financiar la urbanización del barrio Rodrigo Bueno pero la propuesta fue desestimada por los legisladores.

El proyecto para integrar al barrio contempla la construcción de 300 viviendas nuevas y el mejoramiento de otras 500. También prevé nuevo espacio público y verde, e infraestructura urbana con conexiones a los servicios de electricidad, agua corriente, cloacas y pluviales para todos los vecinos. El encargado de financiar estas obras será el Gobierno de la Ciudad por lo que en el proyecto de presupuesto presentado para 2017 se destinan 9.164.271.832 pesos a la vivienda, lo que representa un 5,1% del presupuesto total. El aumento con respecto a los años anteriores tiene que ver con la suba exponencial del monto asignado al IVC, organismo encargado de llevar a cabo las urbanizaciones.

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El pasado 22 de febrero legisladores, ministros, vecinos y organizaciones sociales se reunieron en la Legislatura porteña para una audiencia pública previa a la segunda lectura del proyecto. La audiencia es una instancia obligatoria pero no vinculante de participación ciudadana que se suma a las reuniones que el IVC está realizando los miércoles con delegados y los jueves con el resto de los habitantes del barrio.

Vecinos y representantes de organizaciones sociales y grupos académicos hacen notar su apoyo a la urbanización pero no se olvidan del pasado: “El proyecto de ley que hoy venimos a apoyar forma parte de una larga historia de lucha de los vecinos. Desde hace más de tres décadas los habitantes de Rodrigo Bueno han tenido que enfrentarse al abandono del Gobierno de la Ciudad, a la negativa a intervenir, a la amenaza permanente a ser desalojados y a la elaboración de casi media docena de proyectos de ley de urbanización que ni siquiera llegaron a tratarse en este recinto”, les recordó a los legisladores Paula Yacobino, investigadora del área de estudios urbanos del Instituto Gino Germani cuyo trabajo sobre la historia del barrio sirvió como argumento a favor de la urbanización en la disputa judicial.

Con este precedente no es extraño que los vecinos tengan desconfianza o escepticismo frente al cambio en la política del PRO. Una de las dudas que más se repitieron en los discursos de los vecinos es la incertidumbre respecto a cuánto van a costar las nuevas viviendas, con qué tipo de financiación contarán los vecinos y a qué interés, teniendo en cuenta que según el último relevamiento del IVC el ingreso medio en el barrio es de 6895 pesos y que también comenzarán a pagar los servicios. Muchos vecinos pidieron que se incluyera este tema en la ley tal como sí están explícitos los créditos para los que opten por la relocalización fuera del barrio.

Otra de las preocupaciones recurrentes en las exposiciones es la situación actual del barrio. “Está todo prácticamente igual a cuando murió Gastón. La manzana 3 y 4 estuvo sin agua durante el verano. Las conexiones eléctricas siguen siendo irregulares. El año pasado Moisés, un delegado de la manzana uno, se electrocutó queriendo arreglar una conexión y terminó muy grave, internado en el hospital”, explicó Ana Laura Azparren Almeira, socióloga y docente del Bachillerato Popular “Voces de Latinoamérica” del colectivo “El Hormiguero”, presente en el barrio hace más de cuatro años. Por falta de un espacio dedicado a la educación, el Bachillerato funciona en un local alquilado. Por eso una de las demandas a los legisladores fue que la ley sea más específica sobre los espacios comunitarios tanto para educación como para la salud, que hoy no existen en el barrio.

A dos años de la muerte de Gastón los vecinos piden soluciones y mejoras inmediatas. Entre ellos, Diego Armando González dice:

– Yo les pido a los legisladores y a todos los vecinos que viven afuera de nuestro barrio que se pongan en nuestro lugar. Cuando llegamos a casa nuestros hijos nos dicen: ‘Papá, no hay agua’. ¿Por qué? Porque no hay energía. Hay que apuntalar el ahora, hay que solucionar estos problemas vitales”.