La pandemia dejó al descubierto y sin amparo al mundo del trabajo informal. Gente que atiende locales o chicos de hacen delivery son amenazados por la posible pérdida del empleo o por la policía.

La cuarentena obligatoria sembró el miedo en las calles, en especial en quienes se ven obligados a romper el aislamiento para ir a trabajar. Por un lado, están los empleados de la salud, los comerciantes u otros integrantes de algún eslabón del rubro productivo, totalmente amparados por el decreto firmado por presidencia. Pero otra es la realidad de los trabajadores informales o de los de deliverys, quienes paradójicamente se encargan de preparar, llevar y traer pedidos a los que le temen al afuera, a los que sí se pueden quedar en casa.

La precarización laboral es una de los síntomas que ha aflorado con la propagación del COVID-19 en Argentina, no porque haya surgido ahora, sino que el Coronavirus y sus medidas de reclusión estricta generaron un cortocircuito en la cueva de la informalidad. Nunca hubo interés de parte de los gobiernos en ponerle fin a estas prácticas laborales inhumanas que para muchos son la clave de su enriquecimiento. La pandemia laboral abarca desde monotributistas hasta trabajadores directamente no registrados.

Matías, quien pidió ser rebautizado para evitar represalias, trabaja desde los 17 años frente a la terminal vieja de Mar del Plata. Hace 10 veranos que cocina, limpia y atiende al público en un local que lo mantiene “en negro”. Dice que con lo que gana le alcanza y que el jefe es bueno: “Cómo soy separado y tengo una nena, cuando cobro voy al mayorista y hago una compra grande para que dure, este mes se le sumó lo de la escuela. Ahora, no sé qué va a pasar”.

El local que atiende Matías hace días que está vacío, con el estallido de la pandemia no hubo turistas, ni habitantes de la ciudad que se acercaran a comprar. A él la situación lo preocupa, tanto que sale a la vereda a intentar convencer a los pocos curiosos que miran las exhibidoras repletas de comida. “El jefe me dijo que por lo pronto solo termináramos el stock, que se suspendían los pedidos a los proveedores. Y que cuando se acabe lo que tenemos veremos cómo seguir.” Desde la vereda, Matías dice que cree que va estar todo bien, porque hace años que trabaja ahí. “Espero”.

Preso por trabajar

Pero ¿qué pasa cuando trabajar también obliga a circular? Ese es el caso de los trabajadores de aplicaciones de delivery como Rappi, Pedidos Ya y Glovo. Arriba de una bicicleta y con un cubo de color naranja, amarillo o rojo pegado a los hombros recorren la ciudad llevando comida y medicamentos a quienes no quieren romper su aislamiento. En su mayoría son monotributistas de la categoría mínima, aunque otro tanto son trabajadores informales que buscan atajos ya que emigraron desde otros lados del mundo y se suman a la tarea de los mandados para sobrevivir hasta contar con la documentación necesaria que les permita buscar un “empleo digno”.

Este viernes, en plena cuarentena obligatoria uno de ellos fue parado por la Policía de la Ciudad que patrullaba el barrio de Villa Crespo. Lo hicieron bajar de la bicicleta a la fuerza, le rompieron la mochila de trabajo, lo maltrataron y se lo llevaron detenido. Frente a la mirada de los vecinos, el trabajador de Rappi gritaba sin consuelo: “Tengo que seguir laburando. No me pueden hacer esto”.

“Tengo acá el barbijo y los guantes”, fue la última suplica que pronunció el trabajador. Quería convencer a los uniformados que cumplía con las medidas sanitarias para prevenir y cuidar a los otros del Coronavirus, pero nada sirvió a la hora de convencer a las fuerzas que hoy dominan la calles.

 

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