El acoso sexual a través de la red está en constante crecimiento. Un problema que generalmente se ignora pero que afecta a una multitud de mujeres. Como respuesta, aparecen organizaciones cyberfeministas que reclaman que el Estado penalice lo que es claramente una muestra más de la violencia de género.
Marina Benítez Demtschenko tiene 31 años, es abogada recibida en la Universidad Nacional de La Plata, ciudad donde nació y reside. Actualmente cursa el posgrado de Derecho Informático en la UBA y es la responsable de haber fundado y ahora presidir la Fundación Activismo Feminista Digital, cuya flamante página web es activismofeministadigital.org . Marina y la Fundación (en la cual colaboran profesionales en derecho y en informática) colaboraron en la redacción del informe que elaboró Jeannette Torrez, de la Asociación por los Derechos Civiles, de la que hemos hablado en una nota anterior.
–¿Como se verifica en general la violencia de género digital?
–La mejor forma de poder definir este tipo de violencia es una frase que uso mucho: “Una modalidad nueva, de una forma de violencia histórica hacia las mujeres”. Porque la violencia hacia las mujeres está instalada desde hace siglos, de tal forma que se naturaliza en todos los aspectos en que se manifiesta. Por eso es importante hablar de ella, y en el ámbito digital u “online” con una conceptualización que la haga autónoma, con rasgos característicos para empezar a visibilizarla. Porque suele ocurrir que se la encuadra en cualquiera de las violencias ya conocidas hacia la mujer (la simbólica, la verbal, la psicológica…) y es cierto que la componen, pero la violencia de género digital tiene una impronta específica: es permanente (una vez que se genera en el ciberespacio respecto de una mujer, la acompaña para toda la vida integrando su “huella digital” o “identidad digital” para siempre; esto es, no puede eliminarse ningún contenido que se vuelque en la red), lo cual le da una connotación mucho más dañosa y estigmatizante; es simple y eficaz (el o los agresores tienen a su disposición la posibilidad incluso de hacerlo desde sus casas o su dispositivo móvil a toda hora del día, con miles de personas que pueden reproducirla la violencia y la perpetúan en pocos minutos), y lo peor de todo, es impune: como no es un delito, y el desconocimiento de las autoridades sobre este tipo de violencia y sus características (policía, poder judicial, organismos de defensa de derechos) no colabora a que pueda ser abordado como debiera, le garantiza al agresor que haga lo que haga, aunque tenga una capacidad dañosa impresionante, no tendrá efectos contra él.
–¿Va en aumento este tipo de violencia?
–Desde la Fundación elegimos hablar de violencia de género digital o de “Acoso Virtual en general” cuando hablamos de todo acto de violencia perpetrado por un agresor hacia su víctima –que en el 95% de los casos es mujer–, utilizando cualquier medio de transmisión de datos, para humillar, degradar, injuriar, deslegitimar, abusar psicológicamente, ultrajar la intimidad, o vejar cualquier derecho personalísimo (a la imagen, al honor, a la integridad sexual, a la integridad física o psíquica, a la privacidad, a la intimidad, a la dignidad..) de una mujer que resulta su objeto de explotación, sobre la que pretende ejercer ilimitadamente su poder de macho. La violencia machista encuentra todo el tiempo nuevas formas de manifestarse y sí, va en aumento. Antes del año 2009, eran aislados los casos de violencia digital. Del año 2013 para la fecha, es impresionante el número –y eso que hablamos de cifras no oficiales– que se ha dado a conocer, con un pico preocupante a partir de 2016, donde el incremento que se registra es de casi el 500 por ciento.
–¿Cómo se la combate?
–Es una problemática muy compleja en sí misma, porque comprende un pleno entendimiento de tres ejes en su abordaje y tratamiento: de las nuevas tecnologías e Internet, así como de informática y de perspectiva de género, que proviene de la lucha feminista en el reconocimiento de una desigualdad estructural histórica entre el género opresor y el resto de los géneros, que terminan siendo “grupos vulnerables”. La mujer fue colocada en este último espacio; sin esa base, cualquier entendimiento de la violencia de género digital es incompleto, insuficiente. Por eso nos preocupa que se hable con tanta liviandad y con terminologías inexactas que le restan la gravedad que tiene. Hasta he escuchado hablar que “se realizan difamaciones sexuales” a mujeres que realizan “videos hot”. Todo ello facilita entonces poner el foco sobre la víctima. Por eso también condeno la palabra “pornovenganza”, como si fuese pornografía (que no lo es), difundida a terceros para “devolver” el mal que la víctima hubiera causado: una suerte de “me dejaste o terminaste el vínculo, ahora mirá lo que te hago”. Es ejercicio liso y llano de violencia de género: nos pretenden acallar, disciplinar, reventar en nuestra libre determinación. En la era digital estos cuadros de violencia quedan plasmados junto con su nombre, foto o datos personales de forma permanente. Es altamente efectivo como método de destrucción, siempre lo digo. Y los agresores lo saben.
–¿Cómo es la metodología que utilizan ustedes cuando se enfrentan a estos casos?
–Hemos elaborado un protocolo interno con el que nos manejamos frente a toda consulta que nos llega. Tanto lo jurídico como lo informático están siempre comprometidos en estos casos, por ende tenemos las áreas correspondientes que casi siempre terminan operando en cada abordaje: el departamento de Informática, a cargo de especialistas en sistemas y tecnologías, y el departamento legal, donde se encuentran nuestras abogadas. Obviamente cada miembro de la Fundación piensa, trabaja y se desarrolla con perspectiva de género, así que también es una exigencia estar constantemente en plena capacitación sobre teoría feminista. A su vez, pretendemos trabajar con la víctima para empoderarla y darle herramientas para sobrellevar el proceso. También –y es parte de nuestro protocolo-, ponemos a disposición técnicas de buen uso de plataformas virtuales, una suerte de alfabetización digital primaria: cómo publicar, cómo configurar las redes sociales, como “blindar” nuestra presencia online, cómo navegar seguras. Esto suele ser un primer gran paso para cada una, incentivarlas a que aprendan a usar las nuevas tecnologías para no desaparecer de Internet frente a estos embates.
–¿Cuál es la reacción de las víctimas?
–Ninguna de quienes han venido a consultar conocía los métodos que les señalamos, la forma de usar correctamente las redes sociales, sus mails, las distintas plataformas y dispositivos (por ejemplo, aplicando la doble verificación). Esto nos muestra que todos somos usuarios de Internet pero sin tomar dimensión de lo que implica realmente ser unx internauta. Con lo dicho no me refiero a que debamos “cuidarnos” porque la agresión y la violencia no deben ser vistas jamás como una consecuencia de lo que hagamos o dejemos de hacer. Tiene más que ver con la toma de conciencia de lo que es Internet, y estar preparadas nos constituye en una comunidad empoderada, que puede darle mucha más utilidad y sentido a estas herramientas, que son maravillosas.
–¿La legislación argentina ayuda a enfrentar este tipo de violencia de género?
–La legislación sobre este aspecto es muy acotada. En gran parte del mundo, la violencia digital (en sus múltiples facetas: acoso digital, difusión no consentida de material íntimo, etcétera) está penalizada. En Argentina no. Inicié un camino hace casi 6 años a nivel parlamentario para que la violencia de género digital sea considerada un delito. Tengo un proyecto de ley ingresado en la Cámara de Diputados de Nación que además de proponer la tipificación de las formas que nombré arriba, prevé el hackeo de las redes sociales como una modalidad de violencia también; porque es control, es una manera de tener acceso a los contactos, de revisar la privacidad de otra persona, de conocer lo que la víctima está haciendo cuando está consigo misma sin el ojo de otrxs encima, cuando ejerce su autodeterminación en un ambiente que no está destinado a que sea intervenido. Es vigilancia. Mi propuesta legislativa avanza propone la condena con pena de prisión. El derrotero es muy difícil en el Congreso. Lxs legisladorxs no lo ven, no lo entienden. Se minimiza muchísimo el efecto dañoso de este tipo de violencia, pero no tengo dudas que no es inocente: visibilizar la violencia de género digital les obliga a tener que hablar de esto, y no están preparadxs ni culturalmente ni técnicamente. Es simple.
Al no ser delito, y tener una legislación vetusta, antigua y desactualizada el camino judicial se hace muy difícil, por ejemplo. Desde la denuncia se generan obstaculizaciones. Algunas comisarías ni siquiera las toman. Esto contribuye a la impunidad. El abordaje sin embargo se puede encausar cuando la violencia digital toma cuerpo como otro delito, por ejemplo cuando hay amenazas, extorsión… Pero en la mayor parte de los casos no los hay, entonces la conducta del Estado resulta no sólo doble victimizadora sino también disuasiva de que las mujeres que lo padecen acudan a buscar contención y reacción frente a esto. La ley, tal y como está, habilita a que se accione por daños y perjuicios en el fuero civil, lo que motivaría un juicio para cobrar una indemnización. Esto no es suficiente, no es siquiera una buena opción en el medio de la ruta crítica. La víctima necesita un Estado firme que condene la violencia en todas sus formas. Me especializo en derecho informático justamente porque me siento con una responsabilidad enorme cada vez que me vienen a consultar. En una palabra, pretendo ser como profesional lo que busqué cuando fui víctima, y no encontré en ningún lado.
–¿Cómo se acercan las víctimas hacia ustedes y cómo reaccionan?
–Desde hace 6 años venimos con una movida muy fuerte de activismo contra la violencia de género digital, que implica también darla a conocer a través de medios masivos de comunicación. Cada salida en alguno de ellos trae como consecuencia una oleada de consultas, denuncias, de mujeres que nos cuentan sus casos, que nos expresan apoyo y que nos piden que sigamos para lograr la condena de este tipo de violencia. Es muy chocante la cantidad de mujeres de todo el país que están padeciendo esto. Nos cuesta creerlo, y nos da un incentivo tremendo para seguir luchando. Hablo en plural porque hay un equipo en esto, y parte de él son mis abogadas, Julieta Luceri y María Eugenia Orbea, que también trabajan 24 horas, 7 días a la semana en que todo pueda generarse, sostenerse y proyectarse. Nuestra actividad se extiende a medios de comunicación, charlas y jornadas, publicaciones académicas, entrevistas en medios gráficos, abordaje de consultas particulares, participaciones en eventos, campañas, difusión por las redes sociales…. Es inmenso y con mucho esfuerzo, pero muy gratificante porque sabemos que a muchas mujeres les significa una luz en el medio del calvario. La mayoría viene con información errada sobre qué puede hacerse y qué no. Casi todas creen que la violencia de género digital en cualquiera de sus modalidades es un delito y se sorprenden cuando toman conocimiento que ni la difusión no consentida de material íntimo ni el acoso digital lo son.
–¿Qué otras actividades encaran desde la Fundación?
–No sólo llevamos adelante la lucha contra la violencia de género digital. Nuestro trabajo se basa en darle tratamiento, abordaje e investigación a las múltiples aristas que presenta la relación entre las mujeres y las Nuevas Tecnologías e Internet. Por eso profesamos la libre expresión online, el acortamiento de la brecha digital, el cuestionamiento del contenido vertido en Internet y el efectivo acceso a la información por parte de las mujeres. Creemos que las Nuevas Tecnologías e Internet significan para las mujeres del mundo la posibilidad de enlazarse, de compartir, de multiplicar voluntades, de confluir en intereses, de hablar de temas tabú históricamente silenciados, de conocer experiencias de pares… es impresionante lo que ha generado la era digital para nosotras. Por eso queremos que también sea un espacio de producción y libertad, y que no se eternice reflejando la violencia machista que encontramos hace milenios en la vida offline.
El movimiento que trajimos a la Argentina hace 5 años es el del ciberfeminismo, que tiene un desarrollo muy interesante a nivel mundial. Creemos que la única forma de instalar estas ideas es partir de la base del repudio de la violencia digital hacia nosotras, para que nuestras voces puedan compartirse, escribirse y recorrer la web sin sufrir el disciplinamiento patriarcal del que pretendemos escapar al navegar en el ciberespacio.