Desaparecido el 31 de enero de 2009 en manos de la policía bonaerense, su cuerpo fue hallado el 17 de octubre de 2014. Luciano Nahuel Arruga, de 16 años, había sido enterrado como NN en el cementerio de la Chacarita. La impunidad policial, el encubrimiento político y la complicidad judicial formaron un entramado que silenció la verdad durante cinco años y ocho meses.
Negro de mierda, te van a violar en la 8ª y vas a aparecer en un zanjón, fue lo que le dijo un policía a Luciano Nahuel Arruga cuando su hermana Vanesa lo fue a buscar al destacamento de Lomas del Mirador en septiembre de 2008. En ese entonces, Luciano que tenía 15 años, había permanecido detenido ilegalmente en la cocina del lugar, porque como no era ni una comisaría ni una cárcel no había celda ni calabozo; como tampoco marco legal que permitiera la privación de libertad de una persona en ese espacio. Era la primera vez que lo detenían, y cuando su hermana reclamó por él lo escuchó gritar del dolor por los golpes que le daban. A Luciano, a quien acusaban del robo de dos celulares, ese día lo dejaron en libertad. La próxima detención sería el 31 de enero de 2009, pero esta vez no habría final feliz.
Esa mañana de fines de enero, Mónica Alegre se despertó preocupada, el “Negrito” como ella llamaba a Luciano no había vuelto a casa. El día anterior Luciano había estado con sus amigos en la plaza, fumando algún cigarrillo, pateando un par de pelotas al arco, riendo. A la noche volvió a su casa, agarró su campera blanca y salió nuevamente. Esa fue la última vez que su mamá lo vio. Pese a que lo buscó por todos lados: comisarías, hospitales y salitas cercanas, no había noticias de su “Negrito”.
Uno de los lugares en los que Mónica preguntó por su hijo fue en el Hospital Santojanni, donde le dijeron que no estaba, que solo había llegado un chico que había sido atropellado cerca de General Paz. Casi seis años después, el 17 de octubre de este año, Mónica se enteraría que ese chico era su hijo, quien luego de estar cuatro meses en la morgue judicial, donde nadie reparó en que tenía un tatuaje con el nombre de su hermana ni nadie se preocupó por cotejar las huellas digitales para identificarlo, fue enterrado como NN en el cementerio de Chacarita. ¿Negligencia? ¿Desidia? Un poco de ambas.
El “Negrito” como lo apodaba Mónica o el “Peruano” como lo llamaban sus amigos, vivía con su mamá y sus dos hermanos menores en el barrio 12 de Octubre en Lomas del Mirador, un lugar bastante humilde al que todos llaman “La 12 de Octubre” porque es una villa chiquita, de no más de una manzana de asentamientos de casas precarias conocida como la “Villa de los Paraguayos”. Su hermana mayor, Vanesa, quien era su referente, vivía a unas 10 cuadras de allí. Hoy, Vanesa, encabeza cada pedido de justicia por su hermano y por todos los jóvenes víctimas del gatillo fácil
A Luciano la vida nunca se la hizo sencilla, abandonado a los cinco años por su padre tuvo que hacerse cargo de su mamá y sus hermanos más pequeños, así que pasó su infancia calentando mamaderas, cambiando pañales y ayudando a Mónica en toda changa que conseguía. En el barrio una vecina les cedió una piecita, que ellos dividieron en tres ambientes: cocina, comedor y una habitación para los cuatro, con paredes de ladrillo y techo de chapa, que en invierno les helaba los huesos y en verano les dificultaba la respiración. La casilla no tenía baño, así que usaban uno de una estación de servicio.
Cruzando la calle vivía Gabriel Lombardo, en una casa bastante distinta a las que hay en “La 12 de Octubre”. Un chalet de dos plantas es propiedad de quien preside Vecinos Alerta por Lomas del Mirador (Valomi), quien logró la creación del mismo destacamento donde detuvieron y torturaron a Luciano. El mismísimo Lombardo, quien cortó la cinta de inauguración con un sonriente Francisco de Narvaez allá por septiembre de 2007, se refirió a Luciano como un “delincuente con 20.000 causas” y parafraseó a Rafael Videla al decir que no había delito porque Luciano estaba desaparecido.
Las cámaras de televisión también hicieron caso omiso a la desaparición de este chico de 16 años, aunque sí se acercaron a inicios del 2009 para televisar la marcha que se hizo para reclamar justicia por el asesinato del profesor de educación física Hernán Landolina, personal trainer de Guillermo Coppola, y del florista de Susana Giménez, Gustavo Lanzavecchia. Los familiares de Luciano intentaron acercarse para reclamar por su aparición, pero rápidamente fueron invisibilizados por la TV y por los amigos de Lombardo que les gritaban: “Fuera villeros”.
La dependencia policial, que funcionaba bajo la órbita de la Comisaría 8 de La Matanza, un ex centro clandestino de detención durante la última dictadura cívico – militar, fue reuniendo un grupo policial que reclutaba adolescentes pobres para salir a robar en zonas previamente liberadas. El círculo de violencia e inseguridad se reforzaba y el enfrentamiento entre los vecinos se agudizaba. A Luciano le ofrecieron más de una vez salir a robar, “vos sos menor, no te va a pasar nada”, le decían. Él se negaba. A partir de ahí el hostigamiento por parte de la policía sería constante.
La noche del 31 de enero, a unas cuadras de su casa, lo subieron a un patrullero. Vanesa todavía recuerda el olor a lavandina que le impregnó la nariz cuando entró al destacamento de Lomas del Mirador a preguntar por su hermano. Más tarde, dos testigos asegurarían que lo habían visto muy golpeado y casi muerto en aquel lugar, un rastrillaje con perros confirmaría esa versión. Seis años después la autopsia revelaría que a las 3:21 de la madrugada, tres horas después de haber sido secuestrado, Luciano era atropellado en General Paz y Emilio Castro, a unas veinte cuadras del destacamento donde había sido detenido y golpeado. Los ocho policías que estaban allí esa noche, continúan impunes.
El conductor que lo atropelló contó que Luciano corría desesperado, como escapando de alguien o de algunos. Las pericias determinaron que él manejaba a una velocidad normal. El cuerpo de Luciano apareció sin zapatillas, aún no sé sabe si por el impacto del auto o si se las quitaron en el destacamento, donde aquella noche alteraron el libro de ingresos y borraron el recorrido de uno de sus patrulleros. La gran incógnita es por qué Luciano cruzaba a esa hora por la vía rápida de la autopista siendo que muy cerca, a menos de veinte metros, había un puente peatonal. Su hermana Vanesa afirma que esta es la prueba de que Luciano estaba siendo perseguido por la policía.
Esa misma noche, Luciano, fue trasladado por una ambulancia del SAME al Hospital Santojanni, ingresó al quirófano, pero murió al otro día a las 8 de la mañana. El mismo conductor que lo atropelló fue quien dio aviso a la policía. Mónica estuvo allí los dos días, buscando a su hijo, pero la respuesta fue la misma: Luciano no está acáí. A partir de este momento fueron cinco años y ocho meses de luchar contra la impunidad de la policía bonaerense, la complicidad judicial y el encubrimiento político.
Poco tiempo después, el 30 de octubre de 2014, el Destacamento de Lomas del Mirador se transformó en un espacio de resistencia, memoria y lucha. Finalmente los amigos y familiares de Luciano lograron la expropiación y se expresaron al respecto en las redes sociales: “Porque no hubo ningún accidente, este lugar es de nosotros, los pibes y el pueblo. Independiente del Estado. No hubo ningún accidente: el Destacamento de Lomas del Mirador fue un centro clandestino en democracia. Lo cerramos todos nosotros. Es historia: ustedes y nosotros”.
En su informe de 2017, la Coordinadora Contra la Represión Policial e Institucional (Correpi) contabilizó 725 víctimas de gatillo fácil y muertes en comisarías y cárceles durante 721 días de gobierno macrista, es decir más de un asesinato por día. Con la seguridad como estandarte, la violencia institucional sobre los jóvenes pobres es un esquema que se repite casi a diario. ¿No será hora de que nos cuestionemos: Seguridad, para quién?