El cabo primero de Prefectura Francisco Javier Pintos, acusado del asesinato de Rafael Nahuel, sigue libre a dos años del asesinato del joven mapuche. Contactado para un documental, dijo: “Yo hice lo que tenía que hacer frente a la Cámara de Casación Penal”, el Tribunal que revocó su procesamiento por homicidio agravado.
Francisco Javier Pintos, cabo primero de la Prefectura Naval Argentina e integrante del grupo Albatros, se pasea tranquilo en bicicleta por la localidad bonaerense de San Fernando. En bicicleta va diariamente desde la casa en la que vive hasta la sede de Prefectura, donde sigue prestando servicios. Un uniformado de esa fuerza se queda haciendo guardia permanente frente a su vivienda. Los vecinos lo conocen como “el pibe que trabaja en Prefectura”.
Tal vez esos vecinos no sepan que hace dos años, Francisco Javier Pintos disparó unas 50 veces con dos armas con proyectiles 9 milímetros, y que una de esas balas mató por la espalda a Rafael Nahuel. Seguramente no sepan que “el pibe que trabaja en Prefectura” integraba el grupo de elite de esa fuerza que el 25 de noviembre de 2017 ingresó a la comunidad Lafken Winkul Mapu en Villa Mascardi, y desató una persecución y una cacería.
O tal vez sí lo sepan porque escucharon a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, defender el accionar de los Albatros y decir que Pintos actuó bajo “legítima defensa”, a pesar de las pruebas que se acumulan en el expediente y que demuestran la desproporción de la fuerza utilizada por los efectivos de Prefectura.
Si lo saben, parece no importarles mucho. Pintos sale diariamente de su casa, saluda a la custodia, y se sube a la bicicleta que lo lleva hasta la sede de Prefectura.
En la puerta de esa vivienda en San Fernando, a mediados de octubre, lo ubicó el equipo que trabaja en el documental “Una casa para siempre” -sobre la vida y asesinato de Rafael Nahuel, y que se estrenará en 2020-, y este fue el diálogo:
-Yo quería conversar con Usted por el tema de Rafael Nahuel.
-¿Usted quién es?
-Santiago Rey, soy periodista. Quería conocer su versión sobre lo que había sucedido.
-Yo no puedo dar ningún tipo de información. Voy a avisar a mi abogado que Usted vino, porque vino a mi domicilio, con qué necesidad.
-La de conocer su versión de lo que sucedió.
-Di las explicaciones correspondientes a la Fiscalía, el Juzgado, y la Cámara de Casación Penal.
-Yo no soy juez ni abogado, soy periodista.
-Yo no puedo hablar hasta que mi abogado me autorice. Hable con mi abogado.
-Roquetti se llama su abogado, ¿no? ¿A Roquetti le paga Prefectura o usted?
-Háblelo con el abogado.
-Hay muchas preguntas que quedaron pendientes por el accionar de Prefectura ese día…
-Yo no tengo que dar explicaciones, ya di explicaciones a la Cámara de Casación Penal.
-¿Usted confía que la Justicia lo va a dejar libre?
-Yo hice lo que tenía que hacer frente a la Cámara de Casación Penal. Ya se hizo lo que teníamos que hacer y ya…
-¿Y Usted cree que hizo lo que tenía que hacer el día que asesinaron a Rafael Nahuel?
-Lo voy a contestar cuando esté el abogado, no voy a contestar nada. ¿De qué medio es?
-Se llama En estos días.
–En estos días… ya sé cuál es.
-Creo que la familia de Rafael merece una explicación…
Pintos no respondió, pero preguntó “¿usted le estuvo sacando fotos a mi domicilio?”. Inmediatamente, abrió la puerta de la casa, metió la bicicleta e ingresó.
Dos días después de ese encuentro, la Sala III de la Cámara de Casación Penal -ante la cual Pintos “hizo lo que tenía que hacer”-, revocó el fallo que lo había procesado por homicidio agravado y dejó vigente la resolución que le imputa “homicidio cometido en legítima defensa”.
El escandaloso fallo reedita la versión del Gobierno nacional sobre la existencia de un “enfrentamiento armado”. Las apelaciones presentadas y por presentar, llevarán el caso a la Corte Suprema de Justicia de la Nación.
La familia de Rafael Nahuel tendrá que esperar aún mucho tiempo para saber si conseguirán que se haga justicia.
Rafa
Rafael Nahuel no andaba en bicicleta. Le gustaban los caballos, y por eso, cuando las changas en herrería lo permitían, salí con su papá Alejandro a buscar leña en el carro tirado por una yegua.
No tenía una casa en San Fernando sino una pequeña casilla de madera que levantó con sus manos en el barrio Nahuel Hue de Bariloche. Una casa sin gas, calefaccionada con una salamandra que se nutría de la leña que él mismo buscaba.
No tenía custodia la casa de Rafael, pero a la vuelta viven Graciela y Alejandro, sus padres, y Ezequiel, su hermano menor por el que tenía devoción, y casi todos los días pasaba por la puerta y pedía que pongan la pava, que iba a ir a tomar unos mates.
No tuvo Rafael una ministra que lo defienda, pero sí una comunidad que empezaba a sentir como su familia y con la cual quería ir a vivir. Y tenía una identidad y un lugar que empezaba a sentir como propios; un territorio ubicado en Villa Mascardi, a unos 30 kilómetros del centro de Bariloche, donde quería construir su ruka, su casa para siempre.
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