Sostiene El Pejerrey Empedernido que para los argentinos el café es más una excusa para el encuentro que un disfrute de saber, y para justificarlo, además del folklore popular, se juega fuerte y explica que los cafés de Buenos Aires tendrán mucha historia pero que su negra infusión suele ser un horrible brebaje.

Sobre todo si la obstinación en la sosedad de lo insípido persiste y machaca sobre mesas y barras en tenderetes, chiringuitos por pocillos y salones apostrofados con pretensiones de alcurnia y miriñaques, porque en estos últimos tiempos aparecieron muchos con semejantes cataduras aunque, y salvo magnificentes dispensas y salvedades, son más las bullarangas de repertorios para variedades y precios que las sustancialidades del ser (no de mentiritas)… Mientras me explico, porque vieron ustedes que los Pejes a veces nos ponemos sacamuelas por parlanchines leamos a coro a gran Catulo que decía llega tu recuerdo en torbellino, vuelve en el otoño a atardecer, miro la garúa, y mientras miro, gira la cuchara de café. Del último café que tus labios con frío, pidieron esa vez con la voz de un suspiro. Recuerdo tu desdén, te evoco sin razón, te escucho sin que estés. “Lo nuestro terminó”, dijiste en un adiós de azúcar y de hiel. ¡Lo mismo que el café, que el amor, que el olvido! Que el vértigo final de un rencor sin porqué…Y allí, con tu impiedad, me vi morir de pie, medí tu vanidad y entonces comprendí mi soledad sin para qué. Llovía y te ofrecí, ¡el último café!… Buenas razones debe tener mi amigo Ducrot cuando en claves de sol y fa, y con solfeos, suele perorar en la Universidad acerca de las desde siempre aviesas intencionalidades imperiales de la BBC de Londres. Demostró hace años que hasta los muy british informes meteorológicos están teñidos de decisiones políticas y no de cualesquiera; ¡vaya qué no, pues los MI5 y MI6 le soplan a la oreja!… Pero cuando llegan hasta mí algunas noticias del tal afamado medio, una mirada atenta les dedico, pues el propio Ducrot me dijo pero atención don Peje, hay que darles bola, porque en general qué bien utilizan las técnicas y los enjuagues sin espuma del oficio periodístico y porque siempre hay que enterarse de lo que dicen en la otra orilla, tanto que las soflamas de la nuestra qué mucho las junamos… Entonces leí que, pese a la desmadrada simplificación de los asuntos y al poco mover de culos e imaginaciones a la hora de buscar ejemplos, los de la BBC un alguito de razón tienen cuando, con observaciones de fuentes parece que sabedoras, publicaron hace horas lo siguiente: El café en Buenos Aires es más romántico que bueno. No en vano a (cierta) variedad se le dice “una lágrima” (…). Las cafeterías son de las más lindas de América, pero en ellas el café es más bien regular. Ni las cantidades de café y agua, ni los tiempos de extracción, ni la higiene de las máquinas son cuidadosamente tratados (…). La falta de conocimientos culinarios y el oportunismo comercial han hecho una fusión que dio como resultado mucho de lo que conocemos actualmente en el rubro (…). El café que se encuentra en las cafeterías más populares de Buenos Aires es, en una palabra, feo (…). Lo que explica la paradoja de café malo en cafeterías hermosas es que esta bebida no es el motivo por el cual la gente las visita (…). En las cafeterías el uso de la palabra, el encuentro con otras personas y la reflexión y deliberación informal de temas aleatorios pertenecientes al reino de lo público son las actividades más destacadas…No la voy a hacer muy larga, pero antes de jugármelas con consideraciones acerca de mis conjunciones o concurrencias con lo recién leído, como otras veces me azuza el bichejo de la jerigonza hacia el pasado. Así ilustra, con otras palabras y ciertas interpretaciones propias de los habitantes en aguas del Tuyú, la International Coffee Organization, una especie de ONU de países cafeteros dedicada al defender el negocio del sublime grano, del brebaje sin par; ¡qué té ni mate ni que se yo!: La historia empieza en el Cuerno de África, en Etiopía, donde el cafeto tuvo su origen probablemente en la provincia de Kaffa. Hay varios relatos, imaginativos pero poco probables, acerca de cómo se descubrieron los atributos del grano tostado de café. Cuenta uno de ellos que a un pastor de cabras le asombró el animado comportamiento que tenían las cabras después de haber mascado cerezas rojas de café.  Lo que se sabe con certeza es que el tráfico de esclavos entre Sudán y Yemen y Arabia se realizaba a través de Moca, el gran puerto de la única ruta marítima a la Meca. Los árabes tenían una rigurosa política de no exportar granos fértiles de café, hasta que, en 1616, saqueadores de los Países Bajos lograron llevan plantíos hacia Holanda, donde los cultivaron en los invernaderos. Y ahí comenzó otra saga, de volteretas entre épocas, geografías y naos y almirantes de las conquistas y el colonialismo temprano de los europeos, como para las especias, los cacaos, las papas, los tomates y tantos y más tantos; pero no seguiré, no sea cosa que me quede sin entendimientos ni dominios para otros sábados… Sí ahora mi promesa acerca de coincidencias con algunas de las citas de hace un rato, mejor dicho de hace algunos renglones antes, o más arriba: efectivamente, al menos entre los rioplatenses, lo de ir a un café pertenece más al mundo de la charla y lo que fuere después que al del disfrute por la infusión, tanto que cuántas veces proponen u oyen como invites los humanos, y los Peje cuando nos hacemos pasar por ellos, che, a ver cuándo nos tomamos un café, que puede serlo o no, quizás otra copa o copetín y por qué no un platillo que para el encuentro quizás nada mejor… Y en que, en la gran mayoría de nuestros cafés, que ahora tienden a ser cualquier cosa -¡son los tiempos que corren y no sólo por estos lares del planeta!-, si hasta de CaféPizzaBar estamos parlándola; en la gran mayoría de los casos, escribía, aunque vaya mi homenaje a las singularidades diferentes, que las hay las hay, como los fantasmas, el café que nos ofrecen es malito, cuando no maligno, cuando no digamos que satánico, y no hay cortado ni en jarrito que valga; a dejarse joder… Bien contertulios, me despido, esta vez sin recetas; sí con una digamos que confesión al paso: hace apenas unos días maquillé mis rasgos pejerreyescos para que no se me arme bardo de florituras por la porteñísima calle Corrientes, la que dicho sea de paso entre innovaciones varias y colapsos muchos está hecha una ruina, y a la Ouro Preto de la esquina con Talcahuano me mandé con suaves zancadas. Por falta de ristrettos, a por un expreso sí, casi como antes, y después un cuarto en paquetillo, del más fuertón, por favor, y molido para la Volturno… Tengan ustedes muy buenos sueños y mejores vigilias… ¡Salud!

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