Las iniciativas para la pospandemia no deberían servir solamente para retornar a cierta “normalidad”. Podrían ser la oportunidad para intentar abrir un camino que apunte a resolver los problemas de desigualdad que desde hace más de 200 años venimos acarreando. (Foto de portada: Claudia Conteris)
La propagación del Covid-19 está afectando la economía mundial. Aún no se puede hablar de una crisis, pero no son pocos los economistas que la prevén como inevitable. Si la de 2007-2008 fue una crisis sistémica originada en el sistema financiero, la que viene se sostiene en una desaceleración creciente de la economía mundial. Tiene más que ver con un freno en la producción, lo que trae aparejada una pauperización de los sectores populares a partir de la caída de salarios y empleo, al igual que un severo impasse en las ganancias de los sectores más concentrados.
Las grandes crisis pasadas fueron en la mayoría de los casos, la oportunidad para que los más poderosos recompusieran sus privilegios en detrimento de las mayorías, ordenando a su vez un nuevo contrato social que convalidaba ese equilibrio social emergente. Como después de una crisis no habrá para todos, igual que antes, cualquier salida se dará inserta en un nudo de conflictos. En tanto no se puede ser neutral en ello, nos importan en primer lugar los intereses de los trabajadores y los diversos sectores populares.
En la Argentina ante el nivel creciente de pauperización podemos constatar que el gobierno viene desarrollando diferentes planes de ayuda social. Desde los planes IFE a subsidios a empresas tanto para preservarlas como para que puedan hacer efectivo el pago de salarios. La pandemia llegó al país, por suerte, bajo una gestión gubernamental no atada a los dogmas neoliberales imperantes en grandes porciones del planeta. Esto si bien representa un cierto aliciente no implica que sea la resolución a los problemas que se están generando y que se harán mucho más explícitos cuando finalicen las medidas de prevención sanitaria.
Nuestro país está atado a cumplir con una exorbitante deuda externa que para el perfil gobernante es de gran importancia resolver. Imponer impuestos a las grandes fortunas locales como llevar adelante la expropiación de Vicentin, una empresa sospechada de delincuencia económica; no son tareas que resulten tan fáciles de llevar adelante. La relación de fuerzas es si se quiere, desfavorable.
Para prever futuros posibles es importante considerar determinados elementos de la sociedad que ya tienen un cierto anclaje, tanto organizativo como experimental. En la Argentina existe una gran tradición de lucha y organización tanto de los trabajadores como de los diferentes movimientos populares. Esto dio pie a variadas respuestas autogestivas. A su vez estamos insertos en un gran territorio con una muy marcada desigualdad en cuanto a densidad poblacional que desnuda una estructura agraria sumamente injusta.
La autogestión
No necesariamente debe ser un postulado de las izquierdas promover que los trabajadores tomen en sus manos la resolución de sus problemas. Juan Domingo Perón en sus 20 verdades decía que “Sólo el pueblo salvará al pueblo”. Esto sucede –además- al margen de los posicionamientos políticos.
Para finales de los 90 cuando todo indicaba que el ajuste menemista y luego radical, estaba tocando fondo, muchos empresarios fundían sus empresas para ganar de otro modo. Surgió entonces un fenómeno bastante singular, los trabajadores se hacían cargo de las fábricas quebradas y las ponían a producir. Volteaban por un lado la hipocresía empresaria y además se aseguraban no quedar en la calle. Este modelo surgido en el país se extendió por diferentes lugares del mundo. Vale señalar que en Grecia ante las recientes crisis hubo experiencias que reivindicaban el modelo argentino.
La desarticulación de la clase trabajadora argentina allá por los 90, provocó que grandes sectores de desempleados construyeran imponentes organizaciones sociales. Esto sirvió para que se pusieran en marcha diferentes economías de sustento, que luego se llamaría economía social.
También tuvo gran importancia, de manera más reciente, el desarrollo de diversas organizaciones cooperativistas que se agruparon creando centrales que las sacaban del aislamiento y las conectaban con otras experiencias. Vale en tal sentido nombrar a organizaciones como la Cnct (Central nacional de cooperativas de trabajo) que nuclea empresas recuperadas y cooperativas de trabajo, como a la Ctep (Confederación de trabajadores de la economía popular).
David con cabeza de Goliat
Nuestro país es un monstruo con cabeza gigante y un cuerpo diminuto extendido a lo largo de un extenso territorio. Esto no se debe a que tenemos la libertad de elegir en qué lugar vivir y todos elijamos el mismo. Se debe a una distribución muy desigual en la relación campo- ciudad que obedece a una estructura territorial que nació con extensos latifundios. Es la propiedad de la tierra quien creó a ese monstruo. No es una originalidad argentina. Está presente en todas las naciones latinoamericanas.
No son pocos los referentes de movimientos sociales -surgidos en las últimas décadas- que alguna vez plantearon que, en nuestro país, se debía dar un fenómeno similar al que llevó adelante el Movimiento de los Sin Tierra en Brasil. A partir de un trabajo de base en asentamientos que rodean a las grandes ciudades, el MST promovió, allá por los 80, organizaciones que abandonaron el hacinamiento y la pobreza extrema, saliendo a buscar tierras improductivas para llevar adelante granjas colectivas y una vida mucho más digna. Una racionalización de la estructura productiva y territorial, una terapia sobre la anatomía del monstruo de cabeza gigante.
Cuando se percibe que la pandemia del Covid-19 afecta principalmente a la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bonaerense concentrando la tasa más significativa de contagios del país, también se pone sobre la mesa esa estructura marcada por lo desigual.
Las iniciativas para la pospandemia no deben servir solamente para retornar a cierta normalidad. Debieran ser la oportunidad para intentar abrir un camino que permita resolver esos problemas que desde hace más de 200 años venimos acarreando.
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