El Covid-19 llegó para quedarse por un largo tiempo. La necesidad de mantener las políticas de estímulo es el lado obvio de la historia. Pero hay otro. El gasto público deberá reflejar nuevas prioridades y las empresas rescatadas contribuir a una economía más verde e intensiva en conocimiento. Un cambio que requerirá decisiones difíciles y voluntad política. Aquí, la mirada del Premio Nobel Joseph Stiglitz. (Foto de portada: Claudia Conteris).

Aunque parece historia antigua, no ha pasado tanto tiempo desde que las economías de todo el mundo comenzaron a cerrarse en respuesta a la pandemia. Al principio de la crisis, la mayor parte de los economistas anticiparon una rápida recuperación en forma de V. Lo hicieron bajo el supuesto de que la economía simplemente necesitaba un corto tiempo de espera. Después de dos meses de tiernos cuidados y montones de dinero, el pronóstico está lejos de cumplirse.

La idea era atractiva. Sin embargo, la recuperación en V es probablemente una fantasía. Hay muchas posibilidades de que la economía pospandémica sea anémica, y no solo en los países que no han logrado controlar la crisis sanitaria, como Estados Unidos, sino incluso en aquellos que han mostrado un mejor desempeño. El Fondo Monetario Internacional proyecta que en diciembre de 2021, la economía global será apenas mayor de lo que era a fines de 2019, y que las economías de Estados Unidos y Europa serán aproximadamente un 4 por ciento más pequeñas.

La situación actual se puede analizar en dos niveles. La macroeconomía nos dice que el gasto caerá por el debilitamiento de los balances de los hogares y las empresas, y que las quiebras en serie destruirán el capital organizacional e informativo. Todo esto en el marco de un fuerte comportamiento preventivo inducido por la incertidumbre sobre el curso de la pandemia, pero también por las respuestas políticas ante la crisis. La microeconomía, en tanto, nos indica que el virus actúa como un impuesto sobre las actividades que implican un contacto humano cercano. Esto continuará generando grandes cambios en los patrones de consumo y producción, pero también provocará una transformación estructural amplia.

Sabemos tanto por la teoría económica como por la historia que los mercados por sí solos no son adecuados para gestionar una transición, menos aun por lo repentino de la actual crisis. No hay una manera fácil de convertir a los empleados de una aerolínea en técnicos de Zoom. Incluso si se pudiera, los sectores que se están expandiendo son mucho menos intensivos en mano de obra y requieren mayores habilidades que los puestos de trabajo que se están suplantando.

También sabemos que las grandes transformaciones estructurales tienden a crear un problema keynesiano tradicional. Aunque los sectores sin contacto humano se están expandiendo, reflejando mejoras en su atractivo para las inversiones, el aumento del gasto asociado se verá compensado por la reducción del gasto que resulta de la disminución de los ingresos en los sectores en retirada. Además, en el caso de la pandemia, habrá un tercer efecto: el aumento de la desigualdad. Las máquinas no pueden ser infectadas por el virus. La robotización será una opción cada vez más atractiva para los empleadores, particularmente en los sectores que usan mucha mano de obra no calificada.

Pero hay dos razones adicionales para el pesimismo. Si bien la política monetaria puede ayudar a que algunas empresas enfrenten las restricciones temporales de liquidez, como sucedió durante la Gran Recesión 2008-09, no puede solucionar los problemas de solvencia, ni puede estimular la economía cuando las tasas de interés ya están cerca de cero. Por otra parte, en Estados Unidos y en algunos otros países, las objeciones “conservadoras” al aumento del déficit y de los niveles de deuda obstaculizarán el estímulo fiscal necesario. Son las mismas voces que se oponen a extender el seguro de desempleo, pero que estaban más que felices de reducir los impuestos a los multimillonarios y las corporaciones en 2017, rescatar a Wall Street en 2008 y echarles, de paso, una mano a los gigantes corporativos.

Las prioridades a corto plazo han sido claras desde el comienzo de la crisis. Obviamente, la emergencia sanitaria debe abordarse porque no puede haber recuperación hasta que se contenga el virus. Al mismo tiempo, las políticas para proteger a los más necesitados, proporcionar liquidez para evitar quiebras innecesarias y mantener los vínculos entre trabajadores y empresas son esenciales para garantizar un reinicio rápido cuando llegue el momento.

Pero incluso con estos elementos esenciales y obvios en la agenda, los gobiernos deberán tomar decisiones difíciles. En principio no deberían rescatar a las empresas que ya estaban en declive antes de la crisis. Hacerlo crearía zombis, lo que en última instancia limitaría el dinamismo y el crecimiento. Tampoco se debería rescatar a las empresas que estaban demasiado endeudadas como para poder soportar cualquier shock. La decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de apoyar el mercado de bonos basura con su programa de compra de activos es un error. Los gobiernos no deberían proteger a las empresas de su propia locura.

Debido a que probablemente el Covid-19 permanezca entre nosotros a largo plazo, tenemos tiempo para asegurarnos de que nuestros gastos reflejen nuestras prioridades. Cuando llegó la pandemia, la sociedad estadounidense estaba dividida por desigualdades raciales y económicas, y marcada, entre otras cuestiones, por la disminución de los estándares de salud y una dependencia destructiva de los combustibles fósiles. Ahora, que el gasto gubernamental se está desatando a gran escala, el público tiene derecho a exigir que las empresas rescatadas contribuyan a la justicia social y racial, a mejorar la salud y reclamar que aporten en la transición hacia una economía más verde y más basada en el conocimiento. Estos valores deben reflejarse no solo en la asignación del gasto público, sino también en las condiciones que se imponga a sus destinatarios.

El gasto público bien dirigido, en particular las inversiones en la transición verde, puede ser oportuno, intensivo en mano de obra -ayudando a resolver el problema del aumento del desempleo- y altamente estimulante. Mucho más que, por ejemplo, los recortes de impuestos. No hay ninguna razón económica por la cual los gobiernos no puedan adoptar programas de recuperación grandes y sostenidos que los acerquen a la sociedad.

Nota publicada en Project Syndicate

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