Bélgica y Francia se disputan la invención de las papas fritas, pero lo que está documentado es que el primer puesto callejero del manjar cocido en aceite data de 1789, en la convulsionada París. En cuanto a los huevos, de freírlos se tienen noticias del año mil. De todo esto trata este sábado El Pejerrey Empedernido.

Lo sé, ni me lo digan. Otra vez con ellas y ellos, que fritos no son monacales sino de bulla y parranda; pero, ¿acaso existen seres más a propósito para empuñar las armas ante tanta patraña y malaria? No, por supuesto que no, tal cual intentaré contar; y además porque a veces sí que dan ganas de hacerlo, cuando la pluma y la palabra transmutan en chasco y desengaño, y pareciera entonces que tan sólo restase la espada, que no milica sino de la plebe esgunfiada… ¡Alto!, permitidme una parrafada y sigo: Confieso que alumbré de la nada el recuerdo del canto que es loor al fulano aquél sobre quien no refiero otra cosa que no sea ¡cómo escribía, carajo!, pues en ello reparo cada vez que, en la Biblioteca Popular El Escualo Pendenciero, entre las arenas del Tuyú, leo y releo al Facundo, fundante e inclasificable… ¿Pero a dónde va don Peje? Déjese de joder, diría el amigo Ducrot si me leyese… A que las papas fritas y los huevos fritos, dicen por ahí, están por alzarse en armas contra el lacerante aumento a toda marcha en los precios de los alimentos y contra la mentira descarada de que el kilo de carne picada y de miñones, por cierto cada día peor amasados y horneados, nos cuestan siempre un mango más, porque los rusos bombardean Ucrania o como consecuencia de la pandemia 2020, la que sirve como excusa ya que no es causa suficiente ante la reformulación del modelo económico concentrado y global. O acaso a nadie se le ocurre pensar el porqué del reciente artículo de la revista The Economist alertando sobre la inminencia de hambruna generaliza. ¡A otro poema con ese verso, pipistrelos! Se trata de una suerte de sondeo semántico para que la tribuna comience a bancarse lo que sí se avecina como peligro, el lucro incesante y a nueva escala de los sectores agroalimentarios del capitalismo planetario; en fin… Pero dejemos el mundo que es ancho y ajeno y fijémonos en el país de los argentos, que también es ajeno, por supuesto, y démosle bola a lo que publicara hace unos días el amigo Juan Alonso, texto que este Peje le afana al sitio Nac&Pop y del cual apenas toma un parrafito, por aquello de que, para muestra, sobre un botón, qué no falta un ojal: En aceites, tres empresas tienen el 90 por ciento del mercado interno: Aceitera General Deheza, Molino Cañuelas (la que en harinas acapara además el 34 por ciento de las ventas) y Molino Río de La Plata (también es suyo el 65 por ciento del mercado de las pastas secas y el 25 por ciento del arroz)… Y como los huevos y las papas, para su consagración en tanto friturillas requieren de los aceites – aunque, perdón paladines de la dieta sana, en grasa de bestezuela vacuna también saben tal cual deben saber-, es por eso, que dicen que dicen, por tomar las armas están… Sí claro, a la concreta ya voy, pero me voy a plagiar, con algunos agregados. Por estos mismos callejones de la escritura digital, el 26 de junio del año pasado afirmaba: Las papas fritas no son personajes de reparto; son estelares, y por eso lo que sigue… Primer assam, secundo elixam, tertio y iure uti coepisse natura docet. Vamos a molestar a Varrón – Notas de cocina romana y el De re coquinaria – al recordar las etapas en el desarrollo de las técnicas de cocción: Primero el asado, luego la carne hervida y finalmente la cocción en salsa. Mucho más reciente es la introducción del freír, ya presente entre las poblaciones antiguas, pero nada popular, pese a que el Levítico, del Antiguo Testamento, dice: Si cocina el grano de la tierra en una sartén, use harina y aceite de oliva… Pero acotemos. Sobre las papas frita. ¿Francia o Bélgica? La receta, tradicionalmente atribuida a los flamencos del siglo XVII. Una costumbre nacida por necesidad: para suplir la escasez de pescado en el río Mosa durante los inviernos, las esposas de los pescadores los sustituyeron por rodajas de papas, cortadas a lo largo para recordar su forma. Pero los franceses cuentan otra versión y dicen que se trata de un invento del gran Antoine-Augustine Parmentier (1737-1813), el autor de la defensa intelectual más ruidosa que tuviera el noble tubérculo andino, que salvó del hambre más de una vez a pobres y ricos de la estreñida Europa conquistadora, aunque sólo la aceptaban como morfi para leprosos, desarrapados y perdidosos de toda esperanza, presos y soldadescas en guerra. Vuelvo a Parmentier para recordar que fue un tipo de ley, agradecido, pues se dedicó a la militancia en favor de las papas después de haber sobrevivido gracias a ella tras caer preso en Prusia, durante aquella Guerra de los Siete Años; y laburó y laburó hasta que en 1789 apareció el primer puesto callejero dedicado a la venta de, sí, de papas fritas. Y acerca de sus majestades, los huevos fritos, ¿qué? Seré breve porque me dio hambre y sobre una hornalla ya crepita la sartén: Según parece fueron los fenicios los que frieron el primer huevo, alrededor del año 1000 de la llamada era cristiana. La primera referencia escrita pertenece al gran árabe Averroes, quien adoctrinaba: para freír bien un huevo hay que usar mucho aceite de oliva. Y a no olvidarse de la Vieja friendo huevos (1618) de Diego Velázquez… Y huevos menos papas más hasta aquí hemos llegado esta semana… Frío lo que haya que freír mientras descorcho un vino de notable precio y corte Malbec con Bonarda, de la mendocina Santa Julia… ¡Salud!

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