Los formadores de precios, el gobierno charlatán e inoperante y las mesas argentinas – cada vez más – que están vacías de lo indispensable. El Pejerrey Empedernido se despacha con bronca y junando, pero bancátelo porque al final te da una receta de polenta tan barata como rica.
Fui pulcro con el título. No vaya a ser cosa que surjan voces de impugnación, me dije, pues mi idea original consistía en algo así: Entre la mierda que nos acomete sin piedad, obsceno, tan obsceno como la mesa doliente por vacía, resulta escribir acerca de las cuestiones que nos ocupan cada día, o al menos cada semana: el mundo del comer… Por eso aquí estoy, fuera por un rato de los arenales del Tuyú, para intentar algunas ideas para nada gourmets, que vienen a cuento de la hijaputez que nos circunda – oligopolios de la industria y el comercio, titulares del agronegocio, supermercadistas y otros formadores de precios; y por su puesto gobernantes y políticos –, que al yantar nuestro de cada día lo han convertido en una verdadera penitencia o prueba de fuego, mientras ellos los ‘joputa variopintos viven a todo culo y ni idea tienen del precio de la lechuga y las cebollas… Digresiones sí, siempre; aunque en este caso también, con un a propósito cuenta: Después de los ejercicios de paciencia y tolerancia dignos de todo zen resignado ante las infames traducciones de las editoriales españolas-transnacionales y sus insufribles jerigonzas galaicas, finalicé la lectura de Billy Summers un notable thriller del estadounidense Stephen King, y me abordaron los afanes, aunque de competencias carezca, para meterle mano y alma a una ficción en la que los más malos y ejecutables fuesen cualesquiera o todos los integrantes de la hijaputez recién apuntada. Pero primero les hablaría sobre un párrafo de otra novela – La aurora de los elegidos, del francés Louis Gardel, que nos cuenta la vida de Solimán, el turco, en el siglo XVI; párrafo que le dedico a cada uno de los políticos profesionales, habitantes en el inframundo que es cómplice de quienes provocan el mal comer de las mayorías: Cuando seáis ungidos con los honores, acordaos de ellos. A primer paso en falso, o a la menor sospecha de un paso en falso, vuestras cabezas caerán a manos del verdugo. La justicia del Sultán es inmediata e implacable; arma de Dios, se abate como el águila…Sigamos. ¿Por qué el precio global de los alimentos es más alto hoy que durante la mayor parte de la historia moderna? Así se preguntaban los de la tan british BBC a fines del año pasado cuando, en septiembre y en el mundo entero, ese precio registraba una suba del 33 por ciento, adjudicando el mal a los efectos de la peste del 2020, las alzas en las cotizaciones del petróleo, la ruptura de los circuitos de abastecimiento y los efectos del cambio climático; entre nos, las mismas únicas causas que los sabiondos mediáticos y politicastros de toda laya mencionan hasta el hartazgo… Y la susodicha FAO informaba el 3 de febrero pasado: El índice de precios de los alimentos registró un promedio de 135,7 puntos en enero de 2022; es decir, 1,5 puntos más que en diciembre de 2021. El de los cereales se situó en un promedio de 140,6 puntos en enero, lo que supone un incremento marginal del 0,1 por ciento respecto de diciembre y 15,6 puntos, un 12,5 por ciento por encima de su nivel hace un año. El de los aceites vegetales se ubicó en un promedio de 185,9 puntos en enero, un aumento de 7,4 puntos, o 4,2 por ciento respecto del mes anterior y el nivel más elevado de todos los tiempos. El de los productos lácteos tuvo un promedio de 132,1 puntos en enero, esto es, un alza de 3,1 puntos, un 2,4 desde diciembre de 2021, lo que representa el quinto aumento mensual consecutivo y hace que el índice se ubique 20,8 puntos, un 18,7 por ciento encima del valor registrado en el mismo mes del año pasado. El de la carne se instaló en enero con un promedio de 112,6 puntos, ligeramente superior al de diciembre de 2021, lo que empujó al índice 16,6 puntos, un 17,3 por ciento respecto del valor registrado en el mismo mes hace un año. El índice de precios del azúcar de la FAO registró un promedio de 112,8 puntos en enero, esto es, 3,7 puntos (un 3,1 %) menos que en diciembre, lo que representa la segunda disminución mensual consecutiva y el nivel más bajo de los últimos seis meses…Una nadería esas cifras frente a la inflación argentina y sobre todo a la vorágine en los precios del morfi, qué minga de un casi 5 por ciento en enero según el INDEC: hace meses y meses que esa subas son semanales, que las estadísticas son mentirosas; y sólo los de a pie saben de qué se trata, los que cada día hacen los mandados, como se decía antaño…Y como éramos poco, parió la abuela: En estos días de bombazos sobre Ucrania, en cualquier momento los canales de la mierdosa TV argentina informarán que por culpa de Putin, aumentó el precio del pan, de las medialunas y lo bizcochitos con grasa…¿Qué no? Un artículo de Patricia Cohen y Jack Ewing, publicado la semana que termina por The New York Times ya adelantaba: Un ataque abierto de los soldados rusos podría provocar repuntes vertiginosos en los precios de los energéticos y de los alimentos, aumentar los temores inflacionistas (…). Aunque los efectos fueran muy adversos, el impacto inmediato no sería nada parecido a los devastadores cierres provocados por el coronavirus en 2020 (…). También tenemos el precio de los alimentos, los cuales han alcanzado su nivel más alto en más de una década debido, en buena medida, al desastre de la cadena de suministro causado por la pandemia, de acuerdo con un informe reciente de Naciones Unidas. Rusia es el mayor proveedor de trigo en el mundo y, junto con Ucrania, representa casi una cuarta parte del total de las exportaciones mundiales…Hasta la gorra del culo; perdonen, de mi cola y aletas plateadas me tienen con eso de los efectos de la peste sobre el aumento en los precios de la comida. Siempre se olvidan de que el sector alimentos del sistema global corporativo – y el de los bolicheros vernáculos de cada rincón de la Tierra también – fue el que mayores ganancias acumuló en los últimos dos años, junto a los laboratorios farmacológicos y las empresas de telecomunicaciones e informática… ¡No jodan! ¿O será que sobre lo que sigue, mejor ni hablar? Desde la década de los ‘80 del siglo pasado, el modelo agroalimentario capitalista, ha llevado un derecho fundamental de la humanidad, la alimentación, a parámetros y estándares propios del mercado y el libre comercio transnacional, al punto que la alimentación se ha convertido en uno de los negocios estrella del capitalismo global, cuyo soporte fundamental son las políticas neoliberales, especialmente las impulsadas por la Organización Mundial del Comercio, OMC, después de la Conferencia de Doha (realizada en noviembre de 2001). Anteriormente, las iniciativas formuladas entre 1986 y 1994, vinculadas al Acuerdo General para las Tarifas y el Comercio GATT y a la Ronda Uruguay, orientadas a la reducción de aranceles, eliminación de subsidios y ayudas a la producción agraria, fueron determinantes para facilitar la dependencia e inseguridad alimentaria de países del Sur global, situación contraria a la vivida por Estados Unidos y Europa, que lograron mantener la protección a su agricultura por medio de las subvenciones, mientras el resto del mundo renunció a este derecho. Así se construyó el nuevo orden global alimentario: subvenciones y protección en países del norte, acuerdos comerciales sofisticados desiguales entre éstos y el Sur, empresas transnacionales agroalimentarias y regulación internacional de la mano de los empréstitos, la banca y los organismos multilaterales (entre estos el Banco Mundial y el FMI). Así, simplecito, los explica ya en 2011 un texto del colombiano Freddy Ordóñez Gómez, publicado en Rebelión… Tampoco sobre lo que abundo al respecto, ¡por favor vade retro Satanás!: Uno de los principios bajo los cuales opera el modo de producción capitalista es escondiendo u ocultando su naturaleza y mecanismo de operación revistiéndola de relaciones de producción en el marco de oferta y demanda. Pero, también, queda oculta al consumidor. En la estructura agroalimentaria, como en todas las que se inscriben dentro de la lógica de la reproducción del capital, la distancia entre el productor y el consumidor es mucha y, además, desconocida e insospechada, y cómo se conforman los precios de los alimentos también. Tomado de un texto de lo que en 2019 publicó en su blog el sociólogo mexicano Manuel Antonio Espinosa… Por fin, algunos recuerdos, ciertos subrayados y, no, podía faltar, una receta para ir tirando… Cuando el silencio y el pánico colectivo ante la peste comenzaban a trazar el mapa cotidiano de los argentinos y sin saber si los Pejes éramos inmunes, de humano me empilché, recuerdo, para rondar con sigilo entre ciertas vecindades y congostras de mercadeos por entonces designados como esenciales; y no hace falta aclararlo pero lo hago, que por supuesto a los de abarrotes me apliqué. En uno de quesillos, charcutes y encurtidos especializados, tuve la fina oportunidad de asistir a una clase magistral sobre inflaciones y carestías de la vida que en academia y parloteo político ninguno encontrarán. Prestad atención al siguiente coloquio entre el guardalmacén y su proveedor que, os juro, oí sin curvatura, descuido ni alabeo de palabras alguno: -¿Otra vez con aumento? La semana pasada ya me cargaste un diez por ciento; así no puedo trabajar con mis clientes… –Y qué a va a hacer, hay que aprovechar ahora que todo es un descontrol… En el planeta cercano, nuestro y de todos los días las variables y explicaciones globales a la constante suba en el precio de los alimentos guarda cierta dosis de aplicabilidad relativa, pero otra vez ¡no jodan! Nuestra población pobre e indigente, marginada y en la lucha por la subsistencia lleva muchos años yugándola, décadas, digan lo que quieran decir los progrenacionalesypopulares a la virulí, pues comer es cada vez más caro hace años y quienes deben y debieron hacer algo para remediar la tragedia son cómplices entre sí y de los más garcas, porque las sarasas, como precios (des) cuidados, y ahora una declaración abstracta, confusa y mentirosa acerca de cierta supuesta empresa pública de regulación para el mercado de los alimentos; esas y otras declamaciones vacías son consecuencias de una de las malditas herencias que nos dejó la dictadura: las prácticas políticas, sindicales y sociales atravesadas por un sentido de corporación, de apropiación privada, de modo de vida profesionalizado y lucrativo… Por consiguiente, a todos ellos nada de lo humano y vulgar les es propio, todos les resultamos ajenos, y les importamos un puto carajo. Así estamos… Pero en la cocina no se rinde nadie, así que aquí va la que, de alguna manera, tan solo con algunos dinares será posible: Leche con sal y pimienta sube que te sube entre hervores, justo en el momento para que como dice la canción, detrás de los cristales, llueve y llueve, la harina para polenta comience a danzar dentro, abrasada al cucharón de madera, hasta su punto, que debe ser justo en tersura y galanes entresijos. La expandís luego como suele expandirse el fuelle cuando no te vas sino que siempre estás volviendo, sobre una asadera mantecada y de profundidad mediana, para que sin suspiros se enfríe. Haceos de algunas carnitas de pollo sin huesos, por las patas por ejemplo y rajad de las toscas pechugas, y en sartén con ajos salteados doradlas bien que así sea, para luego terminar sus cocciones en sal (poca) mostaza y vino blanco. Para cuando estén dispuestas y a la espera en el calor de sus propias vidas, cortad cuadrados de aquella polenta y freídlos o al horno, hasta que crocantes luzcan. Sobre semejantes panecillos polentosos a disponer vuestras cárnicas aladas, las que deben haber quedado en salsa qué digo caliente. Pan y vino. ¿Un merlot quizás?… ¡Salud!… ¡Ah, me olvidaba!: Auspició este texto Supermercadito no sean hijos de puta, que el pueblo se está cagando de hambre. Descuentos especiales para Pejes y sublevados.
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