Los sindicatos, los estudiantes, las feministas, la izquierda, los movimientos sociales y parte de la oposición peronista se movilizan, pero nada parece parar la avanzada del neoliberalismo sobre la vida de los argentinos.
Devaluación, fuga, deuda, inflación, ajuste, recesión. Represión, presos políticos, recortes de derechos, pobreza. ¿A dónde nos llevan todas estas noticias que leemos casi cada día en Argentina?
A la bronca, la indignación, el enojo. Y éstas a las protestas y movilizaciones sociales, de docentes, astilleros, científicos, que se suceden intentando parar esta ola que se nos viene encima y que, parece, no termina nunca de bajar y desaparecer. Los sindicatos, los estudiantes, las feministas, la izquierda, los movimientos sociales y parte de la oposición peronista se movilizan, pero nada parece parar esta vorágine de malos datos, malas noticias, malos decretos, malas decisiones. ¿Por qué?
Los y las especialistas reproducen análisis intentando entender qué es lo que sucede, y sobre todo, cómo es que un estado de las cosas como el que estamos viviendo se mantenga, casi incólume, más allá de ciertos zigzagueos de algún que otro ministerio. Las razones que arguyen para este impasse gubernamental varían entre las siguientes explicaciones:
– La oposición está fragmentada.
– El peronismo no tiene candidato/a.
– No hay verdadera alternativa dentro de la estructura económica nacional agro-exportadora.
– Aún no hay mayorías sociales suficientes para voltear al macrismo.
– El poder judicial, los medios de comunicación y el círculo rojo lo impiden.
– La “pesada herencia” aún es pesada para muchos.
Todas son lecturas válidas y enfocan el problema de la oposición al macrismo desde distintos puntos de vista. Macroeconómicos (Mónica Peralta Ramos, Eduardo Basualdo); político (Horacio Verbitsky, Martín Granovsky, Mario Wainfeld); social-movimientista (Diego Sztulwark, Verónica Gago); discursivo comunicacional (Jorge Alemán); histórico-cultural (Horacio González). Todas parecen explicar el “fracaso” de la oposición; sin embargo, la sensación de desconcierto y cierta desorientación se siguen reproduciendo una vez incorporadas. ¿Por qué?
Hagamos un pequeño racconto formal de la oposición.
El peronismo. Todavía dividido y en terapia introspectiva, pactó algunas medidas del oficialismo desde que éste gobierna (déficit, pago fondos buitre, allanamiento Cristina), mientras que a otras, no menos importantes, se le opuso (fondo sojero, coparticipación). A la hora de trasladar estos vaivenes al terreno político, no queda claro qué se propone, más allá de cierta resistencia oratoria en algunos de sus gobernadores y alguna que otra propuesta legislativa por parte de algún pequeño grupo de diputados. Muy pobre para presentarse como alternativa a un oficialismo que sí se posiciona; no tanto por la cantidad de las iniciativas, sino por su naturaleza difusa.
La CGT. El triunvirato enfrentado al moyanismo no acaba de posicionarse, salvo cuando la presión social ya les desborda (universidades, astilleros). Similar al PJ, no termina de formular un modelo laboral claro a seguir, ni mucho menos decantarse por una candidatura. Si bien es un sindicato y no necesariamente debe traducirse a lo partidista, sí supimos verla más creativa políticamente en otros momentos de su historia, siendo su apoyo fundamental para ganar elecciones. Hoy no sabemos a quién apoya, y por lo tanto su potencial voto se diluye en un mar de nombres.
La izquierda. Junto a otros movimientos sociales, forman parte de un grupo variado y rizomático, por decirlo en palabras de Deleuze. Son más activos y explícitos, y en no pocas ocasiones, transformadores (el caso de las feministas probablemente sea el más gráfico y potente, o el de la CTA y el movimiento de los docentes). Pero de nuevo, volvemos a chocarnos con la misma pared histórica de la izquierda argentina: no tienen una traducción que abarque una contraposición al macrismo mayoritaria que incluya a ambos, lo social con lo institucional, la Política con la política. No alcanza, por decirlo rápido y mal.
¿Qué espacio, pues, masivo, heterogéneo y transversal logra articular un relato propositivo más allá de la necesaria pero insuficiente resistencia? La no respuesta clara es la que nos produce esa desorientación y desconcierto.
Paradojas sin resolver
El macrismo sí hace muy bien algo: su ofensiva, constante y cínica manera de marcar la cancha, es decir, la subjetividad política argentina. Sabemos que los oficialismos son los que tienen la iniciativa, la voz cantante, pero en este caso lo que produjeron los de Durán Barba y Rozitchner (hijo) fue algo más: instauraron definitivamente la impotencia democrática en Argentina.
Para aclarar antes de que suenen los suspiros: Aquí no se trata de hacer una autocrítica destructiva de los progresismos realmente existentes. No caeremos en esa fácil trampa de la demolición pseudo intelectual. No estamos igualando modelos de crecimiento económico diciendo que es todo lo mismo; ni haciéndole el juego a la derecha proponiendo quimeras. Por el contrario, estamos intentando llegar al hueso duro de nuestra incapacidad para superar esta debacle social, económica, pero sobre todo política.
Volvamos. Existe en muchos de nosotros, como decíamos al principio, esta sensación de impotencia que, más allá de algunos chispazos ilusionantes, no logramos superar, por mucho que la expliquemos. ¿Podemos recordar, por poner un ejemplo un tanto simplificador pero ilustrativo, cuál fue la última vez que “nosotros” le impusimos un tema a la agenda macrista (contundentemente, no la alteración de una iniciativa ajena para humanizarla y provocar la menor cantidad de daños sociales posibles)?
Dos seguramente vienen a la memoria, por su relevancia y aprobación social: la política de DDHH y la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo. La primera, como se sabe, data de bastante antes de que llegue Macri a la presidencia, pero le afectó igualmente estando en el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, y lo obligó, a regañadientes, a aceptarla. La segunda, mucho más reciente, devino –paradójicamente, o no- de un movimiento “nuevo” en la Argentina, el Feminista, que no nació precisamente en ninguno de los dos partidos históricos. ¿Qué nos dice esto?
Podemos ensayar dos potenciales lecturas, no excluyentes entre sí.
La primera es la histórica. Desde 1991, por poner una fecha histórica más o menos precisa, las batallas dentro del parlamentarismo representativo occidental se dan efectivamente a medias, es decir, la cosmovisión política no se discute, esencialmente. Hay unipolaridad y esto deja la impresión de que institucionalmente “no se puede hacer nada fuera del sistema del capital”, lo que algunos llaman, como mencionamos antes, impotencia democrática.
En nuestro país, como en tantos otros, esto derivó en que las iniciativas emancipatorias vengan de la calle y las plazas, y la política, en minúsculas, del Congreso. Una suerte de dependencia, pues, se fue haciendo con el tiempo: dependencia de que el peronismo (mayoritariamente) intervenga y contenga a esas lecturas populares, canalizándolas y dándoles forma política institucional. Es aquí donde pasamos a la segunda lectura, que la prosigue (o precede, como veremos).
Una vez adoptadas esas luchas sociales que ponían en entredicho al poder (y sus formas de ver la vida, las relaciones sociales, los cuerpos, el género, el trabajo), reaparece la sujeción de la gobernanza, la gestión “técnica” del quehacer político institucional. Intereses, luchas de poder, egos, imposturas… comienzan a surgir las autocensuras, las contenciones, la especulación; en resumen: los límites de la política administrativa. Es aquí donde ese gobierno que supo canalizar en su momento se aleja, perdiendo la fuerza del principio y volviéndose gris, distante.
Y volvemos al principio.
La calle desborda al Congreso y sus partidos, estos se recolocan para intentarla canalizar y de nuevo al círculo de la impotencia democrática, etc.
La pregunta que nos queda sin resolver, y que las lecturas sobre la oposición al macrismo nos deberían suscitar (más allá de la búsqueda del candidato/a, la unificación, etc.) es: ¿Cómo superar esta paradoja sin caer en lecturas abstractas alejadas de la realidad argentina?
Lo que queda es lo que falta. Y no es poco. Superar esta impotencia no es tarea fácil, y seguramente nos apresuremos en el camino queriendo tomar atajos, por cansancio, tedio, o simplemente limitaciones propias. Pero puede que ya haya algunos indicios de por dónde empezar, un faro que, como en El Gran Gatsby, nos ilumine el camino con su luz verde.
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