A El Pejerrey Empedernido lo tiene sin cuidado aquello de “chúpate esa mandarina” y agarra al noble cítrico para ensayar otra de sus recetas magistrales. Con camarones o con langostinos, la citrus reticulata está para chuparse los dedos.

Para quien desde sus primeros días todo fue truques y retruques de enamorados y enamoradas; porque sí, que nuestro espacio de siempre no es para beatos ni beatas. Pero atención, hoy no será sólo este, vuestro humilde escribidor, El Pejerrey Empedernido, quien borronee para los publicadores de Socompa, ni mucho menos el tal Ducrot, a quien dejaremos de lector u oyente porque sabemos que entre sus amores imposibles (que es y son) está ella, tanto que un día inventó la historia decidora de que la mismísima Marianne sólo pudo deslumbrar al tigre de Mompracem porque de siempre olía como olía, pues les anticipo sin ningún pundonor, que pocas frutas como la asiática mandarina dejan en su derredor esa suerte de nube mágica que nos fija en el tiempo del amor por estertores, infinito. Claro que sí, le cedo el teclado por un rato a su deidad, la mandarina, para que nos susurre ciertos acontecimientos e imaginaciones…Gracias señor Peje pero llamarme así, la mandarina sin más, resulta al menos un falta de cortesía, porque mis enamorados me conocen como la criolla, que tantas primas tengo, aunque en mi pasaporte originario dice que soy doña Citrus Reticulata o como Elsa Borneman me fotografiara a tinta y papel un cierto día – ¿se acuerdan de ella verdad?, delito de lesa poesía sería olvidarla -, una mandarina llamada Corina en un medio día llamó a su madrina y le dijo, estoy aburrida de ser mandarina quiero ser naranja y saltó a una zanja. Cubriéndose todo su traje con lodo, al verse tan negra se puso a llorar, y con un cuchillo con filo y con brillo su cascara sucia empezó a cortar. Su traje embarrado quedó destrozado; al oír que lloraba la pobre Corina, corriendo corriendo llegó su madrina, que se quedó muda al verla desnuda…Y vaya si seré orgullosa de mis gajos, hollejos, colores y sabores que seducen, si hasta ufana leo a Poe, por aquello de la calle Morgue, que tantos años después ilustró a don Ellery Queen para su enigma de crímenes de cuartos a puertas cerradas, aquel que me dedicara, El misterio de la mandarina…Sí, soy misteriosa, tanto que para los más incautos apenas si una fruta de verdulería, pero desatadora de pasiones; y observen ustedes hasta que punto, que en épocas como las que nos acontecen, cuando casi todo se dice más entre redes que llaman sociales antes que sobre muros descascarados o zaguanes baldíos de malvones y visillos – que difícil se hacen así las siestas o tardecitas entre enamorados -, un contrapunto, a ello me quería referir, un contrapunto de invocaciones sobre mi yo misma pude leer: Qué molesto cuando la mandarina está  llena de semillas. Había que decirlo y se dijo, sentenció el periodista… Peores son esas, a las que no se les puede despegar la cáscara, apuntó el poeta…Lo que sigue es un verdadero hallazgo en cuanto a materialismo dialéctico de la puntería como acertijo, casi una genialidad -: escupir semillas de mandarina es lo más, coronó alguien en ese intercambio memorable…Y le cedo ahora la palabra a don Peje, que tan amable al fin de cuentas fue conmigo, al permitir que por una rato pueda yo dirigirme a ustedes…Gracias a su divina merced, querida mandarina…También supe un vez, por cuentos que me hiciera quien usted ya sabe, que eso de escupir semillas no se trata de un ejercicio vano ni de simples miradas al vacío, si hasta conozco casos – otra vez, ya sabe de quién hablo –, que hacia alardes acerca de verdaderos torneos de punterías al arrojo del minúsculo proyectil escupido sobre blancos tan inconfesables como la cartera de la profesora de francés en el cuarto del Nacional, olvidada entre el polvillo de las tizas, o alguna oreja vecina, a dos bancos de distancia; cuando no y mucho antes sobre el culo enfundado de la señora del doctor Menéndez, la desairada de todos los quereres que se empecinaba en quejarse por el jolgorio del piberío bajo la ventana de donde seguro dormía sola…Ahora sí a lo nuestro obligado, antes que los improperios (y properios) amigos (y no), por tanto vení por aquí y andate por allá, lleguen hasta nuestros oídos, que son inocentes. Nada de variedades pintonas ni mucho menos de esas sin semillas, que nosotros tenemos espinas, las vacas huesos y algunos que conozco sombreros, así que las mandarinas más que retemás mejores, las criollas, tienen semillas….Así como fruta dulce y acida, despatarrados y haciendo puntería (olvídense del culo de la señora de Menéndez); exprimidas y convertidas en jugo para batir con crema y con puerto final en untura para panqueques; o con hielo picado en danza aparejada de a dos medidas, nunca menos de ron añejo, cubano por supuesto y no jodan…O atención…atención…no digan nada que  les conté lo que se aproxima porque se trata de platillos con el que cierta noche de primavera mi amigo intentó seducir a su escritora preferida: primero y en copa breve, sorbos de sopa helada y picante de tomates crudos con jugo de, síííí, de criollas mandarinas; y después de las mismas, claro que son mandarinas, qué si no, para marinar sobre la sartén y ya a los saltos por el calor crujiente del extra virgen, aquellos camarones o mejor aún langostinos que fueron crudos, con pimienta de cayena que no falte, poca sal, y romeros que conservados viven en botella de aceite de oliva. Y a descorchar el mejor Semillón que encuentren, por qué no lo agreste del Sauvignon Blanc o el helado vidrio de un rosado de Malbec. ¡Y salud!

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