El Pejerrey Empedernido se ve invandido por la nostalgia y recuerda al viejo copetín al paso y sus catedrales de barrio o estaciones para trenes y hasta en los túneles del subterráneo.
Y bueee, está bien, tachame la doble. De dados, rocanrol y la sana costumbre de un piscolabis al amanecer, escribía hace un carajal de años un fulano que para estos asuntos de nosotros se hacía pasar por mi amigo Ducrot tras el embute o cortinado de bautismo dizque El Cocinólogo… Manuel Masetti es hoy un guitarrista tangojazzero que se las trae pero cuando el textillo de ocasión que hoy les recuerdo lo suyo, acometía en tanto roquero con tantas luces como pocas pulgas para los injustos o mercaderes de la bordona. Y por eso el fulano que se hacía pasar por el quía, ustedes ya saben quién, borroneaba tal cual: “Tachame la doble”, una banda rocanrolera que tocaba cuando el 2007 se hacía, en un reducto de Boedo, y a sala llena. El público reconoció que estaba ante algo distinto a lo que suele sonar en el superpoblado mundo del rock tanto… Y claro, la generala y los dados tienen una culinaria propia dentro del universo de los comeres y beberes populares y urbanos del ispa de los argentos… Quienes codician los cinco dados iguales en un tiro aunque al rato deban tacharse la doble porque la baraka de los sufíes que se hizo pringue por el todo o nada entre los asfaltos suelen llegar a sus madrugadas con hambre y sed; tanto como la muchachada rocanrolera que se había volcado al comer de raje pero no en los copetines al paso, porque como tales entre rasgos y rastros dejaron de existir hace tanto ya… Aquí quería llegar (y disculpen que no pude con mi afición memoriosa por otros escribas): es decir al viejo copetín y sus catedrales de barrio o estaciones para trenes y hasta en los túneles del subte; otra vez lo escribo, los copetines al paso… Y a propósito – al fin y al cabo ustedes ya saben que la memoria muchas veces esconde su puñales pero también sus flores -: la mención que ya leyeron sobre Manuel Masetti reaparece, porque gracias al copetín y a un escritor colombiano (Gabriel, ¿les suena?) logró de casi niño convencer a su profe de Literatura en cuarto año del Nacional para que le dé por aprobada la materia pese a las tantas rabonas, las que por supuesto también son poesías… Sabe profe, estuve en Cuba y nunca supe bien porque con mi vieja y hermano una noche cenamos con García Márquez. El me preguntó “tú a que te dedicas; y yo, cachafaz, le contesté que a tomar copetines. ¡Copetines!, qué palabra hermosa, dijo entonces él y yo me quedé en silencio. Pero vea profe, vea que no la chamuyo, lea la dedicatoria que firmó sobre la primera página de este libro…” A mi copetinero amigo, Gabriel García Márquez”… Los inmigrantes italianos que llegaron por La Boca del Riachuelo entre fines del XIX y principios de XX aportaron aquella tan mediterránea costumbre de, camino a casa, pasar antes por el bar breve de la esquina, la barra o el timbiriche, pues me gusta esa palabra, y escanciar qué digo un par de vasos y engullir un tentempié. Nacía por estas costas el copetín, del genovés cuppetin y los copetines al paso, que les diría casi no existen o tan pocos sobreviven, y habría que refundarlos, como reinos absolutos del moscato, del Vermú y el Americano, del Bitter y el Fernet… ¡Ay no me dejen continuar, pues invocar se me ocurre al ajenjo y nos es casual!… Y saben qué: ahora y primero un tango y después el recuerdo del demiurgo de Johnny, el de El perseguidor, el que decía esto lo estoy tocando mañana, porque el copetín es musical, de arrastre percantero pero también, aunque suene impropio por lo de las copas, de ritmo sincopado… Rechifláte del laburo, no trabajes pa’ los ranas. Tiráte a muerto y vivíla como la vive un bacán. Cuidate del surmenage, dejáte de hacer macanas. Dormíla en colchón de plumas y morfála con champán. Atorrá las 12 horas cuando el sol no esté a la vista. Vivíla siempre de noche, porque eso es de gente bien (…). Aprendé de mí que ya estoy jubilado. No vayas al puerto, te pueden tentar. Hay mucho laburo, te rompés el lomo (…). No vayás a lecherías a pillar café con leche. Morfáte tus pucheretes en el viejo Tropezón. Y, si andás sin medio encima, cantále fia’o a algún mozo (…). Refrescos, limones, chufas; no los tomés ni aún en broma. Piantále a la leche, hermano, que eso arruina el corazón. Mandáte tus buenas cañas, hacéte amigo del whisky. Y, antes de morfar, rociáte con unos cuantos pernós. (Tango Seguí mi consejo; 1929; Salvador Merico y Eduardo Trongué… ¡Diosito mío en la voz de Carlos Gardel!)… Y como don Julio no se hubiese cabreado, aquí van debute algunas de sus sabias palabras escritas: El jazz es para mí una especie de presencia continua, incluso en lo que escribo. Mi trabajo de escritor se da de una manera en donde hay una especie de ritmo, que no tiene nada que ver con las rimas y las aliteraciones, sino una especie de latido, de swing, como dicen los hombres de jazz, que si no está en lo que yo hago, es una prueba de que no sirve y hay que tirarlo…Cuando escribo mis cuentos, yo sé cómo comienzan, pero nunca cómo van a terminar… Tal cual cuando suena el jazz, cuando uno se sienta o se sentaba a esas barras que, digamos, ya no existen, cuando uno se zampa un copetín, le tachen o no la doble después; y si con un Negroni mejor: en vaso corto y bocudo mejor. Gin, un tanto así; Campari y Vermú, igual pero menos; un algo poco de hielo, cubitos que le dicen. Revolvé que siempre sienta bien y para que quede lindo, una rodaja de naranja como mordiendo el borde, sí del vaso, claro, casi con pinta de corona chanfleada… ¡Y salud!
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