Pocas, muy pocas líneas sobre un discurso vacío que habló de un país inexistente. Las únicas definiciones fueron: más Estado policial y menos paritarias. Afortunadamente, cuando terminó de escuchar a Macri, el cronista pudo contestarse una pregunta que lo inquietaba.
La apertura de las sesiones ordinarias del Congreso Nacional sirvió para que Mauricio Macri guiara a los argentinos en un tour duranbarbista por un país inexistente. En ese sentido, el discurso presidencial fue una consumada obra del artificio de no decir (casi) nada.
Las fórmulas huecas, las expresiones de deseos, el protagonismo de datos nimios para ocultar la tragedia de los datos importantes que muestran la cruda realidad del país fueron los protagonistas de un discurso que por momentos no leyó y pudo pronunciar con pocas trabazones de lengua.
Hubo pintorescas postales de Macrilandia, un país donde el salario le ganó a la inflación, los ciudadanos se sienten más seguros y felices que antes, los funcionarios no se benefician del manejo del Estado, las cuentas públicas son transparentes, la creación de empleo es explosiva, las inversiones florecen, nacen pymes y emprendedores por doquier, la pobreza disminuye y el crecimiento económico existe pero es invisible.
A las ficciones se sumaron las banalidades. Que vivimos en un mundo conectado y el país se pone a tono para que todos estemos más comunicados fue una de ellas, pero la que se llevó por lejos el aplauso, la medalla y el beso fue una clase magistral sobre el uso del cinturón de seguridad y la importancia de llevar a los más chicos en el asiento trasero del auto. Y que el aborto (así lo dijo, no dijo despenalización del aborto) merece un “debate maduro”, pero que él está “a favor de la vida”.
Y una provocación: la creación de un Parque Nacional en Campo de Mayo. Allí donde hubo un centro clandestino de detención y se sospecha que hay fosas comunes de víctimas del genocidio.
En medio de todo eso, sí hubo dos definiciones de principios: una cerrada defensa del Estado policial que debe traducirse del elogio de las fuerzas de seguridad, y el desprecio por las negociaciones paritarias, en este caso cuando habló de los docentes que sólo piensan en la educación cuando tienen que negociar sus sueldos.
Fueron las únicas definiciones reales. Antes y después hubo mucho “equipo”, mucho “juntos”, mucho “diálogo”, mucho “unidos”, mucho “futuro” luminoso para esquivar la oscuridad del presente.
Si esta nota se acaba acá, si es tan corta, es porque al cronista no se le ocurre qué otra cosa escribir sobre el discurso que debería ser el más importante del año para la democracia.
Eso sí, escuchando a Macri, por lo menos pudo responderse una pregunta:
¿Puede un presidente decir tantas boludeces juntas?
Sí, se puede.
Lo preocupante es que tengan eficacia.