Integró el grupo Sushi, fue ministro de Cultura porteño, se alió a Michetti contra Rodríguez Larreta y mostró sus grandes dotes para la campaña sucia. Convertido en silenciador serlal de voces opositoras, Lombardi demuestra en cada decisión su mala relación con las prácticas democráticas.
Hubo un tiempo en que Hernán Lombardi se embelesó con los resplandores de la militancia política universitaria, durante la primavera democrática, cuando estudiaba Ingeniería en la UBA. Se enroló en la corriente conocida como El Radicalismo que no Baja las Banderas y se convirtió en referente de Pacho O´Donnell dentro de Franja Morada, antes que el ex secretario de cultura porteño cambiara la UCR por el menemismo. La fracción de Lombardi se plantó frente a la Obediencia Debida: corrían al alfonsinismo por izquierda. Y no se quedaban en lo declamativo. Si el primer presidente de la democracia viajó a Cuba y la Unión Soviética, el hoy titular de los medios públicos no fue menos y, en 1989, el año de la caída del socialismo real, aterrizó en Pyongyang, capital de Corea del Norte. Fue en el marco del Festival Mundial de la Juventud.
Llegaron los años 90, y la militancia le dio paso a la vida empresaria. De su padre heredó el complejo Torres de Manantiales en Mar del Plata. Con la autonomía porteña reapareció en la UCR porteña, hegemonizada por Fernando de la Rúa. Era una cara visible por su romance con Soledad Silveyra, aunque de a poco dejó las páginas de la prensa del corazón y comenzó a frecuentar las de política. El Grupo Sushi lo tuvo entre sus más conspicuos miembros.
Se trataba de la mesa chica de Antonio de la Rúa. Lombardi era el de mayor edad, apenas seguido por Darío Lopérfido. También estaban Andrés Delich, Darío Richarte, Cecilia Felgueras y Lautaro García Batallán. Todos escalaron posiciones a partir de diciembre de 1999 cuando De la Rúa arribó a la Rosada. En el caso de Lombardi, como secretario de Turismo. Dos meses antes del descalabro final, el presidente elevó a rango de ministerio aquella dependencia. Así, era ministro al momento de acompañar a De la Rúa el 20 de diciembre de 2001.
Como buena parte del delaruismo desbandado, recaló en Recrear, el espacio de Ricardo López Murphy. Allí se dio su única incursión electoral como candidato a gobernador bonaerense. En la boleta del partido del ex ministro del ajuste salvaje, Lombardi salió séptimo. Su compañero de fórmula fue el diplomático Arturo Hotton, padre de Cynthia, quien como diputada nacional del macrismo descollaría en su lucha contra el matrimonio homosexual.
Mauricio Macri llegó a la jefatura del gobierno porteño y armó su gabinete. Era el año 2007. Para Cultura, el elegido resultó Luis Rodríguez Felder. Alcanzó con que diera una entrevista para que lo eyectaran antes siquiera que jurara el cargo. Prejuicioso en algunos temas e ignorante en otros, cedió el lugar a Lombardi, que juró como ministro de Cultura y Turismo. Estuvo los dos mandatos de Macri, y de ahí saltó al Sistema Federal de Medios, en diciembre de 2015.
Desde el ministerio de Cultura porteño se produjo el reencuentro con otro ex Sushi: Lopérfido. Lombardi apañó la insólita llegada de su amigo a la dirección del Colón y le dejó el cargo de ministro cuando se fue a la Nación y Rodríguez Larreta sucedió a Macri.
En el medio, Lombardi jugó para Gabriela Michetti en la interna por la sucesión. La hoy vicepresidenta lo eligió como su compañero de fórmula para enfrentar a Rodríguez Larreta y Diego Santilli. Durante esa campaña aparecieron afiches acusando al actual jefe de Gobierno de ser el responsable del suicidio de René Favaloro. Los que venían a oxigenar la política caían en prácticas de lo que llaman “vieja política”. Todas las miradas se posaron sobre el único michettista con una infraestructura capaz de financiar la impresión de tantos afiches: el ministro de Cultura.
La sangre no llegó al río y Lombardi cambió Cultura por el manejo de los medios públicos y Tecnópolis, más el CCK. Se venía de la era de “678” y el periodismo militante. Lombardi cambió eso por “La quinta pata”, un ciclo bastante menos efusivo en su oficialismo, pero sin rating. Probó con “Ronda de editores”, un ciclo de calidad, y en Radio Nacional se le dieron programas a periodistas que en campaña apostaron por Cambiemos.
El manejo de los medios públicos trajo conflictividad. Se levantaron los noticieros de fin de semana en la TV Pública, las señales de Radio Nacional en el interior se achicaron y hace pocas horas se consumó el despido de, aproximadamente, un tercio de los trabajadores de la agencia Télam. “Ganó el periodismo”, dijo Lombardi, mientras Rodolfo Pousá, titular de la agencia, justificó los despidos por cuestiones ideológicas. Y circulaba un mail de “bienvenida” a los sobrevivientes del guadañazo, con tufillo a apriete. Dos viejos conocidos: Lombardi y Pousá ya habían coincidido en la Alianza, el segundo en el mismo cargo que ahora.
No se puede negar que el muchacho ha recorrido un largo camino desde aquella militancia veinteañera que lo llevó a Corea del Norte hasta este presente en que supuestamente, Marcos Peña dixit, “se acabó la guerra contra el periodismo”.